jueves, 9 de junio de 2011

Tres Deseos - Capítulo I

-Naci, del semen de cualquier hombre; Mi madre, se dedicaba a la prostitución ambulante; El haberme tenido, significaba una carga que declinaba sus posibilidades, abatiéndole su estado emocional. Resuelta a resolver el sometimiento, que le producía tan aciago nacimiento; Sin disimulo alguno, careciendo de la más mínima sobriedad. Abandonado me dejó.

Viví desde mi nacimiento, en una casa del casco central de la ciudad. En el pasado, estas viviendas, fueron las residencias de las personas con las mejores posiciones, políticas, económicas, social; Adosadas unas a las otras, altas sus paredes, techos, ventanales, y puertas. Calles estrecha, de poca amplitud, para refugiarse, protegerse, unas con otras, del fuerte sol del trópico, aprovechando las alturas de sus paredes, techos, ventanales, y puertas, para permitir que libremente las brisas refrescantes del lago, las ventilen sin estorbos.

Con el transcurrir del tiempo, el desarrollo natural de la ciudad, fue causa, para que los descendientes de los propietarios pudientes, construyeran sus inmensas mansiones, en las riberas del lago y adyacencias, dando lugar a que estás fuesen ocupadas, por personas de origen humilde. Divididas, cortadas, con la arquitectura del pobre, en varias residencias, fugándose su belleza, convirtiéndose en aposentos, donde conviven diferentes familias, abonados, pensionistas. En una de esas casas, fue donde me abandono.

Sus primeros dolores de parto encendido, se presentaron una noche, cuando regresaba con apresuramiento, a la pensión donde vivía, luego de haber estado con un cliente. La causa de la emergencia, fue mi premura en salir de aquel infierno, que era, el vientre de mi madre, que sin tregua se fraguaban en él, con insolente placidez, y desvergonzada seguidez, antorchas que quemaban mi ser en efervescencia, buscando la esencia, en ese caos, sin refreno orbital. Porque si ese cielo, que debe ser el seno materno, se forma la primera conciencia genética del capullo, que aun no es flor, en esa abstracción del primer Universo por hacerse, se fraguaban sin orden residuos viscosos, unas veces con violencias, otras negabase a orbitar, quedándose en la antesala del residuo vaginal, en demasía incontrolables, desenfrenadas.

Frente a una de esas casas, compartidas, rompiese la fuente. En desmayo febril, auxiliada fue, por piadosa mujer, que regentaba parte de una de esas viejas mansiones, buscó a una comadrona, de la misma cuadra, que con habilidad, presteza, experiencia, me extrajo.

No era, el de mi madre, su primer alumbramiento, anteriores a mí, había parido a dos niñas, que inmediatamente regaló, a familias pudientes. Dos hijos tenían la benefactora mujer, de nombre Jazmín, varones adolescentes. La casa constaba de dos habitaciones, de la que fue originalmente la mansión; Con la creatividad otorgada por la necesidad; Transfigurárosla, enmendaron, para todos los propósitos requeridos, menesterosos, indispensables, en la gran variedad de actividades, que se desarrollaban.

Vivíamos amontonados, hacinados, siendo un verdadero prodigio mágico, vernos acoplados sin interferencias. Abrieronle la puerta principal, por un lado, quedándole de frente la avenida Palón, una de las más transitadas, para dirigirse al centro de la ciudad, con calle Caristia.

Remodeladas sus fachadas principales por los gobiernos, para engañar a los turistas, de cómo eran en su nacimiento las bellas construcciones, sin mostrar los desastres de sus interiores, que era en realidad donde se apreciaban originariamente sus bellezas, costumbres domesticas de esa época, arquitectura de sus zaguanes, jardines con multicolores flores, turpiales, loritos, cardenales, sancalargos, chiritas, carpinteros, azulejos, canarios, pericos, tochitos, alcaraván, guacharaca, gonzalito, chupaflor, tortolitas, perdices, choconocoi, guacamayas, gallos criollos, cubanos, portorriqueños; Unos en grandes jaulas, otros esparcidos libremente por los patios, que al augurar el amanecer, despertaban con su canturrear; Poetizado de tenor, contralto, barítono, romancero.

Eliminaron los ventanales, en su interior una sala-comedor, bar-cocina-restaurante; A su lado derecho, un exiguo corredor, donde se bandeaban dos cortinas de hule made in U.S.A, donde venían acobijados los neumáticos de vehículos, al levantar esas cortinas, en su interior dos cavidades, para las necesidades básicas impostergables, donde reposaban, en una, la manguera para bañarse, en la otra un cajón agujereado, haciendo las veces, de retrete; Adherido un pequeño alojamiento con dos literas, lo que hacía casi imposible cualquier movimiento, no armonizado por la paciencia; Lindando con la cocina, se aposentaban dos toneles, llenos de agua, cada uno con su respectivo pote, que navegaban en tan reducido espacio circular, prontos a naufragar, por su permanente desnivel, al carecer de barrena para equilibrarlo.

A partir de las ocho de la mañana, se abría la venta de cerveza, encendían el equipo de sonido, los visitantes, casi siempre eran los mismos; jubilados, sindicalistas, pordioseros con sus bolsillos repletos de monedas, ajados billetes de baja denominación, pensionados, policías, delincuentes, proxenetas, homosexuales, putas que habían engarzado con su anzuelo, a algún hombre con fierro invierno, necesitando la placidez del verano.

Mi tía, así la llamaba, dentro de sus posibilidades, ocupaciones, prodigó con esmero los cuidados, que el tiempo le permitía.

A los seis años, mi figura delgaducha, flemática, semejaba un desdibujo, de lo que debe ser un niño; Entre en el ejercito de los llamados niños de la calle; Organizándonos los trabajadores sociales del gobierno, por edad, apariencia, defectos, desnutrición, audacia, color, para mendigar; No habiendo llegado a los once años, se apareció, tal como había desaparecido, de manera intempestiva, mi madre, en un estado deplorable, consumida por las enfermedades venéreas, y una tuberculosis que galopaba, con prisa.

Amparo nuevamente recibió. Con denotada audacia, a los tres días de haber recibido cierto fortalecimiento, trabajaba su enferma mente vencida por los vicios, la manera de hacerse de algún dinero, que le permitiera saciar la desesperación, ante la carencia de droga, y licores; Ideó primeramente, el exigirme que desertara de las tropas mendigantes, me envió a casa de una de sus amigas, quedaba en un ruinoso edificio, de tres plantas, en la azotea se encontraban unos pequeños cuartos, tapizadas sus paredes exteriores con alfombras de color fucsias, sus pisos en verde oscuro, el techo en su parte interior de anime, se incrustaban dos inmensas lámparas fluorescentes, con controladores para la intensidad de la luz; En el centro una cama, con sabanas negras, las paredes en su interior estaban recubiertas por espejos, pudiéndose observar todo lo que estuviese en el cuarto, desde cualquier ángulo.

La amiga de mi madre, era una mujer donde aún podían observarse, rangos de una belleza ya ida, sus ojos, al igual que los de mi madre, delataban el consumo de drogas, con voz chillona, ordinaria, me manifestó, sin tapujos, en qué consistía el trabajo.

–A las nueve de la mañana, comienzan las labores, tú vas a ser un modelo, diferentes caballeros entraran para observarte, uno que otro, se sacara su órgano masturbándose, otros te pedirán, que poses de diferentes modos en la cama, o que camines, te dobles, acuclilles, lo que si te garantizamos, es que nadie osara tocarte, si tratan de hacerlo, de inmediato acudirán mis empleados, en todos los cuartos existen cámaras, para monitorear lo que acontece en ellos, no hay nada que temer. La Seguridad y Moralidad, es nuestro emblema; El dinero que ganes, se lo enviare a tu madre, las propinas son tuyas; Comencé ese mismo día.

Cascada del rio, donde está tú amanecer.
¿Por qué te llevas al niño, en su nacer?
¡Retenlo! entre tus arrecifes, no lo dejes perecer.
Acordónalo, arrúllalo, en tu brioso espumaje.
¡Haced de madre! < ¡Detened su caída! >

Esa noche, me fui al mercado principal, dormí debajo de un tarantín, sobre unos cartones, era mi cama, acobije con unos viejos sacos de fique, al amanecer busque a los amigos-colegas. Siete días, viví entre ellos, en las correrías menesterosas; Vi, sentado en una de las esquinas del abasto de los chinos, a un hombre, de cierta edad, a pesar de sus ruinosas vestimentas, conservaba la pulcritud, prestancias, características del hombre que ha tenido fortuna, educación, meciese sin detenerse, suavemente, pero sin cesar, en una vieja mecedora, de mimbre, sus ojos no parpadeaban, a pesar, de todo el trajinar que lo rodeaba, fijos, escrutaban el límpido cielo, sin nubes que obstruyeran la fogosidad irradiante del sol; Intrigado, le pregunte a mí amigo Hermes, de quién se trataba, el me contesto -La primera vez que me percate de su existencia, hace como dos meses, produjo curiosidad, al igual que a vos, sus maneras elegantes al andar, hablar; Los mayores consultan sus problemas con él, aseguran, es un gran profesor, en realidad, nadie sabe cómo llegó aquí, quizás, los chinos sepan, pero, esos son como una piedra-

Amaneciendo el octavo día, fui detenido, por la policía, entregado a mi madre, en silencio, transcurrieron casi tres días, al final del tercero, anocheciendo, me dijo -Mañana, temprano, comenzamos nuestro propio, negocio- ¿Cuál, es el negocio? Pregunte -¡Pordiosear sin intermediarios!- Traté medrosamente, por todos los medios, de que abandonara esa idea, hacerle comprender, las consecuencias a las cuales nos sometíamos; Era, como tratar de hablarle a una sombra. Ese día, recibió la última golpiza de su vida, había interferido en el negocio, mendicante; Luego, de tan feroz castigo, se apareció un hombre albino, de estatura descomunal, con su gordura, alfombraba el espacio, del recinto inmundo, donde había sido arrastrada, arrojada; Con voz flemática, condescendiente, le dijo, la monstruosa figura. –Él, pertenece a la organización, no interfieras, envíanos a esté objeto endeble, que su tiempo ha perdido, en manos de las voraces instituciones de los gobierneros; Al anochecer, te lo devolvemos, con el veinte por ciento, de lo que logre mendigar, vamos a pulirlo, y está bastarda piedra, lo convertiremos en un diamante, en el arte de fingir, engañar, defraudar, que de ello se trata la vida de los infortunados; Les proporcionaremos, un cuarto decente, para que vivan-

Fue la última vez, que logro caminar, nos condujeron a una posada lúgubre, situada en la calle de las putas, fuimos arrojados en un estrecho cuartucho, cuya única iluminación natural, era una minúscula claraboya; Un colchón destartalado, donde se asomaban desafiantes, los resortes oxidados que descansaban imperturbables, sobre una estructura de metal. Un cajón de madera hacía las veces de mesa, otros dos, colocados en forma vertical, de sillas; Un lavabo de concreto, con un grifo incorporado como un garfio, daba la sensación, que en lugar de proporcionar agua, su objetivo fuera irnos aspirando; El sanitario, un pozo séptico con un cajón agujereado en el centro, para asentar las posaderas, una vieja manguera para bañarse, estaban al final del pasillo, servían a unas treinta personas, alojados en la roída, escarnecida, morgue claustral, ergástula no solo de la carne, sino de todo el Ser.

Con puntualidad era recogido, al comenzar la aurora, devuelto a la prisión, entrada la noche; Depositaba en manos de mi madre, las ganancias del día; De, entre la ropa interior, al apagarse el único bombillo, que colgaba bamboleándose de dos finos cables, decidido a electrocutarnos, en cualquier momento, extraía, los billetes desgastados, humedecidos, aborrajados, que lograba pasar, en la estricta inspección, a la cual éramos sometidos; A pesar de lo pronosticado, había resultado uno de los más audaces del grupo, de algo, habían servido la iniciación, entre los codiciosos oficiales de la policía, y los corruptos funcionarios sociales.

Alcanzada la edad de doce años, mi contextura, continuaba siendo delgada, pero, se asomaba como la luna, en las noches borrascosas, con temor, una sutil belleza en todo el cuerpo, como todos los niños, que denotamos cierta afeminadas maneras, propias, de esa edad pueril; Atracción, que despierta lascivia, lujuria, obscenidad, en los pervertidos, que como un lebrel astuto, acosan sin cesar, a la inocente liebre.

Un anochecer, el desmedrado, sabandija, grotesco albino, valiéndose de su fuerza, sentado en su grasienta poltrona, me llamó, sin darme oportunidad, abracó, con el brazo izquierdo, bajó el pantalón, ropa interior; Con el otro brazo, y su mano, trataba de penetrarme, con su flácido, mugriento órgano, en el anillo anal.

¡Bramaba, resollaba, mugía la bestia! los latidos de su corazón, corrían salvajemente, con locura desenfrenada.

¡De pronto! < ¡Un emponzoñado rugido! > expulsado de esa interioridad vacía, paralizó, al estragador vicioso, quedando desatado, de las horripilantes tenazas, que ahogaban el alma, producían en el ano dolores lacerantes. Desfallecido, debilitado, lagriméate, me vestí, atravesé entre los esbirros, como un tifón enfurecido, sin darles oportunidad, de reaccionar; Llegue al cuchitril, donde yacía mi madre.

Un hormigueo, bullía, borbotaba, hervía, en mi mente; Abrasé, besé todo su rostro, era la primera vez, que mi cuerpo, y el de ella, conocían sus olores, el calor de la sangre, sentía amor, compasión, misericordia, clemencia, ternura, odio, rencor; Nuestras lagrimas se entremezclaban, penetrando en mi boca, ese bálsamo agrio-dulce, alimentando mi alma; Quedamos dormidos, éramos uno sólo; Desperté, como solía hacerlo, a la primera hora de la madrugada, para poder aprovechar la soledad del baño, asearme, proveerme de la suficiente agua, para limpiar a mi madre; Percibí un hedor, olor nauseabundo, que se expandía envolvente en mi cuerpo, penetrando con acechante dominio mis sentidos, en jolgorio frenesí debilitante de la misma existencia, como si la vida deseara escapar, con el sudor escalofriante que se afrentaba dilúviante por todo mi cuerpo; Corrí al barreño, desnudé, en mi ano, palpe una costra, el pantaloncillo estaba manchado de sangre, y residuos de excrementos solidificados, me lavé.

En mi mente se presagiaban, imponentes figuras fantasmagóricas, difíciles de precisar su origen, que conducían a estados de ansiedad, culpabilidad, miedo agazapado en esas imágenes.

Lloraba como un niño; A lo cual, nunca había tenido derecho, ni poder, para sentir, percibir, parecer, experimental, el serlo; La impotencia, ira, acrecentaban mi voluntad, fui al cuarto, me senté, en uno de los cajones, armado de un garrote, en espera del esbirro, la mirada de mi madre, traslucía clemencia, compresión, adivinaba, o por su experiencia sabía, lo acontecido.

Termino de amanecer, la luz del sol, forzaba con tenacidad, para poder entrar, a través de la pequeña ventana; Permanecimos sin pronunciarnos palabras; Nuestras miradas, con suficiencia, lo expresaban todo; Comenzaba a entrar la noche, me levanté, la bese en la frente, ella lo hizo en mi mano, la apretó, lo más fuerte que podía, salí a buscar algo de comer.

Cuando regresé, su alma no moraba en su cuerpo, degastado, estrujado, marchitado; Habíanse terminado, tantos sufrimientos; Unas pequeñas lagrimas, escaparon de mis ojos; Inerte permanecí, sentado en el piso, a su lado; Pensé “Se cumplió mi deseo” En la pared, encima del cadáver de mi madre, se esculpía, sin artesano, un rostro sangrante, con una corona de espinas, calada con fuerzas en su cabeza, miraba con compasión, ternura, lastima. Apoderó de mí, un temblor, estremecimiento, abatimiento, ardía en fiebre.

Creaciones distorsionadas hormigueaban la mente, en sucesión desenfrenada, imponiansé con soberbia auscultaría. Desfilaban los rostros abarrotados, embriagados, de los esbirros, la elocuencias de sus órganos viriles, se hinchaban; Rugía, un erizamiento misterioso en mi cuerpo mancillado, como si fuese el preludio, de un acontecer desgarrador; Con voz muda, trataba de gritar, solo gemidos con repiquetes ensordecedores ardían frenéticamente; Únicamente en mi excrementaría salida anal, las pulsaciones autónomas de los órganos viscerales, se despeñaban incontrolablemente en un juego poli-cromático circunferencial que enervaban el entendimiento.

Cientos de brazos serpentees se enroscaban. Lanzaban monedas, se introducían en mis entrañas; Ceso la ventisca audible, grandes carcajadas en mis oídos, trataba de esconderme, en los subterráneos cloacales, perseguían, opte por sumergidme en las aguas excrementales, jalaban los cabellos, alzándome, orinaban sobre mi rostro, un liquido viscoso, blanco, que lo almidonaban.

Reían, chapuleabanme; Comencé a correr, por el fétido camino, avisté una de sus salidas, escale la escalerilla, logré abrir la tapa.

Inmenso desierto, todo había desaparecido, lago, casas, calles, gente, lo único existente eran miles de cerdos alineados infinitamente. Una fina, transparente túnica, dejaban apreciar, que sus cuerpos eran limpios, brillantes, blancos, como el mármol pulido; Se esfumaban de ellos, olores aromatizados, convirtiéndose en grandes rosales, no se detenía su crecimiento.

De entre ellos, surgió un anciano, le dije ¿Cómo está maestro? Me ignoro, o no escucho, sus ojos miraba únicamente el desafiante desierto, comenzó a caminar, a medida que sus pasos adelantaban, surgían de sus huellas, gigantescos arboles, lo seguía hechizado.

Bosque intricado, las hiedras crecían sin mengua, en su andar, se hacían inhóspitas, con violencia trataban de conducirme a lugares extraviados. Un andurrial de estambres con flores, dotadas de entendimiento, apoderaronsé de mis andrajosas ropas, desnudo me acurruque, en una pequeña cueva subterránea; Dormía en ella un enorme camello, al presentirme, abrió sus ojos con maternal dulzura, de ellos se desprendían inmensas lagrimas, que se convertían en charcos de sangre.

Dentro de ellos, se batían en furiosa lucha enormes insectos, de cuerpos blandos, gelatinosos, con anillos amarillos zizagados en movimientos incandescentes, que lo transformaban en rojo chorreante; Inmensas palomas blancas, volaban sin orientación, chocaban entre sí, se reían, apareció el viejo, sin ojos, trataba de localizarme, tome su mano, para ayudarlo a continuar, él, se hizo carbón encendido, quemaba.

¡Nauseas, bienvenida seas! Desahogo, dos gigantescos soldados, inmensa puerta, las piernas se niegan a seguir andando, una voz susurrando < ¡Hace años, que quería verlo de cerca, extraña idea, eres un miserable usurpador! > Un hombre de espaldas muy anchas, rostro de inexpresiva belleza, crueldad, arrastra diez cadáveres, miran, sin ver; Sus ojos se hacen siniestros, irónicos, uno de los muertos grita, < ¡No soy, yo, solamente! > Los demás muertos lo ven, con displicencia. Cansado, abandono la mente.

1 comentario:

  1. Realmente has crecido como escritor, quisiera verte de nuevo

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