martes, 13 de enero de 2015

Capitulo VI


Me voy a Caracas.

A buscármela, aporrearme, y estudiar cualquier cosa, salvo derecho. En la calle donde vivíamos, coexistía también, una señora que tenía un hijo en Caracas, era dueño de una sociedad de corretaje de seguros; agarré en el puente sobre el lago la primera liga en un camión cuyo destino era Caracas, nos quedamos en Barquisimeto, el motor se le daño al camión; enganche otro furgón, me deja en la avenida Catia de Caracas;  era la primera vez que veía Caracas; desliz de su arrogancia idílica al amanecer y una fina neblina bajaba en busca de otros presumieres, tomando el camino del mar, dos aromas se batían para imponerse, agraciando la naturaleza del vivir, ofuscándome el alma con fuerzas superiores que, se conjuraban procurándome sentir y ver, toda la belleza de la eterna primavera, se mostraban las portentosas bellezas de las flores, haciéndose, destapando sus capullos que, cuajando los vientos, que aun dormitaban, los endrogaban con los olores arrogantes, unciendo las fragancias en las enormes montañas y el mar. Fue como lo sentí, y aun hoy experimento la sensación, esa emoción que se sella en la mente para nunca desaparecer en su estado estático, único; es tan similar, a la primera imagen de los seres amados, quedan ellas impregnadas pictóricamente, sellada, en ese recinto donde únicamente guardamos los momentos de mayor felicidad; efigies sin posibles desvíos que la abrumen, no importan las metamorfosis del tiempo, las vicisitudes que apareja la vida, su decadencia, la perdida de la belleza del cuerpo y el alma, triturados por el inclemente tiempo, yace esa primera vez para siempre, no hubo, ni hay artificios, ni rebusques de apretujados y prestados pensamientos, o palabras, que me hagan decir, sin saber lo que siento, y lo que sé.

 Miró, veo una proveeduría militar, hablo con el oficial, para que me deje higienizar y cambiar de indumentaria; saco de la maletica mi flux verde, me había cercenado veintinueve bolívares del patrimonio; enfluxo,  comienzo a avanzar, avisto una pensión, cuatro bolívares la noche, dejo la maleta destartalada en la similar habitación, enrumbo al negociado del hijo de la señora, se llamaba Ciro, me acoge con grandes sentimientos de solidaridad, envía a un empleado a buscar el equipaje, era una maletica de madera y mierda; me aloja en una pensión de la avenida Urdaneta, con sus imponentes moles de concreto, su belleza creada; él tiene sus oficinas en la misma avenida.

-Puedo colocarte en una compañía de seguros, como empleado, o si prefieres hacerte vendedor de seguros- decido ser empleado.
Nada sabía de la existencia de seguros, era un completo ignorante sabiéndolo; quizás, y aun sin quizás, comprendía que era una caza sin sabuesos, ni escopeta; porque decía él, y decía muy bien, con toda propiedad y sindéresis: que para hacerse navegante solo es necesario abordase, que el mar se encarga de formarlos o moridlos; sentí un efluvio de honestidad muy honestamente, y dijeled sin dejármelo de repetir, en mis adentros: nunca lo bueno es mucho, por el contrario siempre falta, y él, Ciro, sin poder aguantar la risa, dijo, ándate a  seguros Ávila que, es una de la más grande compañía del mercado venezolano, ya todo está lubricado, solo preséntate; así, sin más que calarme y dispuesto a acorredme a Dios, y la Virgencita, y los santos, comienzo en la jurisdicción de automóvil como archivista. Saca póliza, mete pólizas, desfalcar los arrimos de las deterioradas, encaramar los ánulos; dos meses en ese trajinar; al salir me estrujaban las ansias, y sin haberes de sudores, que no sudaba, sino todo lo contrario, me resfriaba, por ese clima empicotado, incomprendido e intolerable de los aires acondicionados, para mis cueros y carnes, acostumbrados a los centellantes rayos del sol amado; optaba por irme a la universidad central, para consolarme con una hembra encantadora, que me encantaba, y yéndome hasta allá, nada más que por jodencia y necesidad lujuriosa, me decía en el camino sin dejar de mastúrbame la mente con sangrías revolucionarias, y el órgano con especulaciones eróticas, porque se estrujaba en pensamientos e imágenes, lo que martirizaba y satisfacía: ¿No ha de ser, lo que podría ser? que es por las noches el desvergue, y tornase en realidad lobuna por la soledad y los aullidos, y lubricadora pero perdida en las sabanas; así llegaba y me chanteaba ensamblado en las clases de filosofía materialista, a la espera de la codiciada sesión de martirologio erótico; nudos se me hacían en la cabeza al conjeturar su tardanza; hasta que se aparecía la muergana, desencajando una sonrisita con celada de contenta, que se me hacía sol entrando con arrechera, y con tanto fuego, que se me encorvaba la razón, queriéndose ir el entendimiento y arrepentimiento de las búsquedas estériles; que uno piensa en la astucia del gato, para encimarse a su presa, viniéndosele la inspiración y olvidándose de los agravios pasados; la ausencia hace los males en el amor, así lo había leído, gustado y adoptado, a mi repertorio de hechizo amoroso, aun siendo estos sin retribución comprobada; así que, llegada, se posaba en el pupitre, no sin dejar de levantar sus ancas carnosas, que se atoraban en la psiquis con icono de rosada, rojiza, pierna de jamón, y sin dejar dudas jugosas, para que me empleara en atarrayárselas con las rodillas; precisando, sin haberlo dicho, y sin darse por enterada, del cómo no, ni cómo no; se hacía un silencio sepulcral, ni verga que los gritos del endemoniado profesor marzitoide, ajetreando nuestro secreto y concentración, nos agraviaba; al contrario,  terminaba yo de desagraviarla, con hurtadillos sonidos de dolor retenido y olores humorados por la naturaleza; mirábale pues, con el rabito del ojo opacado como los chinos, desconfiando de los circundantes y ella haciendo lo mismo, nos, o, me desbocaba con tan febril facilidad, que comenzaba a ingeniármelas para tapar de algún modo, lo que fue del órgano y ya no lo era, sino de los pantalones. Hasta que un día, como acontece en todas las historias de amor, siempre hay un día, para bien o mal, me apareje de entusiasmo, sin dejar de temblar como el silboso viento en el páramo, y con los cojones premiosos, pero acurrucados o encogidos, deseosos de deslatarse y desenchumbase, con flor de verdad y apetecer sus rocíos, decidí dejar colgadas las embusteras visiones y requiebros mal andantes, y de fatigarme de tan hacendoso y acendrado mentiroso; deseoso de darle lo suyo, que era lo mío, melindrosamente; porque razonaba, quién puede invadir la cabeza de mujer, si las de ellas, se inundan hasta con los sueños por no caberles más. De esa manera caminábamos, entre las veredas boscosas del parque los Caobos, para enfilarnos, sin saber adónde, ni dónde; y sin parar de desmadejar los pensamientos, entramando los acontecimientos por venirse, y sin verle el rostro, para que mis intenciones no confluyeran en delación prematura, y tomara o cogiera la delantera; dejó de hacer su recito de suspiro y preguntó, no sin cierto enfado ¡eres, o no eres, o existe en tu parentela  algún maracucho! y el rostro se me fue remilgadamente, pero diabólicamente, cubriéndoseme de un color, que mostraba claramente que embuste debía decir, para no decirle la realidad de mi nacimiento, y poniendo todo mi énfasis de adosado pendejo le espete: te agradezco, no ofendas mis constreñidos oídos, el que tuviera, o no tuviera, parentela alguna con los connaturales de esa tierra, a quien endilgan como amada del astro sol, y que remoquetean despectivamente como maracuchos; que es otro, el tal problema de la esencia psíquica y sociológica, en la amalgama de reconfiguraciones analíticas; porque, como decía el profesor de filosofía, sin dejar de estar acertado, para mi entender: a los héroes no le toca, ni le atañe, andarse averiguando o descubriendo, si los pobres y menesterosos, encadenados a la miseria, por las oligarquías parasitarias, escuálidas y el imperialismo yanqui y bellaco, y sea dicho de paso, sin menoscabo de sembrarles y atórales otros rótulos aborrecibles, de los cuales no dejan de ser autores; la verdad es que han llegado ahí, de esta, o aquella manera, siempre escupiendo a los de abajo; o están en la amustia, no amarillea, sino negrera, los pobres, recibiendo esos escupitajos, por su desidia y malacrianza, combustionada por los epítomes locadios y parasitarios, de los izquierdosos doctrinarios, del dame eso, que al pueblo oprimido le toca, sin dejar en la realidad, de hacérselos para ellos, que una vez encaramados son los más puros dogmáticos, y solos se pertrechan para desbancar; a ultranza definitiva, solo le toca al héroe interpretar y actuar para ayudarlos; sin dejar el secreto a viva voz, pero que se mantiene como talmente, como si lo fuera, y es custodiar la pobreza para poderlos digerir sin excrementarlos, pero si engordar a su cofrades. Dichosos fueron los pensamientos antedichos en melosas frases y ágiles palomaduras, pero más los hallazgos hechos, sin ya poder ser deshechos; así que, el toque y retoque hasta el infinito estuvo en mi mano y ni corto ni perezoso, sin tardanzas y mucha prisa, acometí a enfrentarme a las gestas que ya estaban gestadas, y para lo cual había sido tolerante y sabiondo, en esperar ese segundito, donde la mujer cae vencida, por única vez.

Con el sueldo de seiscientos cincuenta bolívares, comienzo a formar mi biblioteca, en los mediodías me quedaba leyendo en la oficina, lo mismo hacía en la pensión, me había ido a vivir a otra pensión con el que sería en el futuro, el esposo de mi hermana mayor.

Era Uno probable entre doscientos cincuenta millones de suplicantes, que combatíamos para penetrar en un Universo primario; en ese momento, quizás, ignorábamos hacia donde nos dirigíamos, pero algo nos debía inducir a presentir que éramos una posibilidad, con una sola oportunidad, que no se repetiría jamás, en ese cosmos misterioso, para ser concebido y entrar en otra dimensión incierta, como lo es todo la gestación; era usufructuario de una especie de G.P.S que me guiaba para conducirme por los laberintos, que nunca ser humano ha podido recordar, ni tendrá la excepcionalidad de ser el privilegiado; captaba las más leves fluctuaciones de ese nuevo mundo; era como si estuviera dentro de un campo magnético, que me permitía seguir la dirección correcta, intuía que me habían seleccionado; el primer obstáculo se presentó, después de haber sido bombeado por el órgano viril; era esencial que la flor donde me habían depositado estuviese madura, y se desprendiese  de la estancia latente, donde había estado esperando durante toda la vida de mi madre, en depósito realizado por su abuela; luego, me entere, que el mundo cósmico donde me alojaría, si tenía la sagacidad y audacia, debía estar dispuesto a dar vida, de lo contrario moriríamos inmediatamente todos los viajantes, era una cuestión de casualidad, o de una inteligencia designada, y luego de sincronización, y de tener la malicia patrañera, innata en todos los seres humanos, para entrar de primero; y digo marañera, porque cualquier sea el caso, casualidad, autocontrol automático, o designio divino, es viable pensar que en algo actuamos; es decir, nos ponen y lo demás queda en nuestras manos, como todas las cosas que nos vienen luego; el caso es que, los aspirantes, nos precipitamos desesperadamente, con un solo propósito, derrotar a doscientos cuarenta y nueve millones de antagonistas; es de reconocer que muchos de esos participantes, lo sé ahora, eran balas de fogueo sin posibilidad alguna; al llegar a un túnel pude observar que, apenas el diez por ciento habíamos sobrevivido y dentro del pasadizo, no había garantía de sobrevivir mucho tiempo; era bellamente horrible, estar en esa batalla para llegar a la flor cósmica; de pronto me vi avasallado, impotente, tome un recodo y una fuerza guiada por una energía disimulada, espoleó por encima de los demás aspirantes; me vi entonces, ante una enorme membrana, con miles de rayos que incesantes tintineaban; me centré en el tegumento de la flor cósmica, logrando penetrar en ese mundo único e irrepetible, para comenzar una nueva etapa por  ser develada. Esta es la primera trampa que hacemos todos los seres humanos en esta vida.
Quien sabe mucho, tarda mucho en llegar, quien sabe algo, y lo lleva a la práctica con mesura y modestia, se le hace menos difícil el camino. Habían delegado para la atención y solución de los problemas de los pleiteantes, que invocaban culpabilidad de los asegurados, en los siniestro vehiculares, amparados por las pólizas de responsabilidad civil, y pretendían indemnización; un día al levantarme, me digo: al paso amigo que vamos, nos consumiremos como el señor Marco, sentado en su poltrona y pasando la pea; se me ocurre inventar un siniestro (alternaba mis labores yendo a las diferentes inspectorías de tránsitos, para obtener las actuaciones de los fiscales en los accidentes, donde se involucraban los asegurados, rutina que me permitió cosechar amistades) Seleccione de manera aleatoria una póliza de responsabilidad civil, para cimentar un siniestro y por supuesto, un reclamo y consecuencialmente una indemnización, busque la complicidad de un fiscal de tránsito y de una oficinista de la inspectoría, alegándoles que era una asegurada que por ignorancia había obviado el requisito de las actuaciones legales, y se encontraba en problemas, porque sencillamente ella era culpable de la colisión; quinientos bolívares para cada uno; debía inventar la persona reclamante, vehículo, y lograr sacar el cheque, sin el rotulo de no endosable; el monto del reclamo presentado por el fingido peticionario, fue de siete mil trecientos setenta bolívares; las compañías de seguros, al igual que cualquier empresa financiera, se atornillan de felicidad cuando matraquean a los reclamantes, ponen poca atención a la veracidad o falsedad del reclamante, cuando el afectado permite que la compensación, este por debajo del monto ajustado por los peritos; lo transe o me lo pacte, por cinco mil cien bolívares; la gerencia me felicito; el señor Revén, el gerente general de automóviles, me invito a su hato en Guárico, una vasta posesión, nos hicimos amigos e ingenuamente le pregunte si era una herencia, tenía cinco mil cabezas de ganado, me contestó que había acertado los seis caballos, siendo el único ganador, excusa muy normal, en esa época, para justificar la riqueza súbita; luego a él, lo estamparon en la calle, no por corrupto, sino por querer saltar, se le abrieron las agallas y pretendió joder a los chivos de la compañía, dejándolos afuera en una movida; los peritos, oficinistas, jefes de departamentos, dueños, indivisamente de alguna manera enmarañaban; rubrica tantos dividendos ese negocio, se trabaja con el dinero de los demás y encima se les cobra por ello, cantidades de dinero exorbitantes; dentro de las compañías se hacen equipos, pandillas; y, como gozaban en el bar la Cueva de Oro, se cagaban de la risa contándose las anécdotas; cuando me invitaban, me hacia el pendejo que no entendía, solo los labios risueños trancados con una sacada de madre permanente, nada hablaba, solo escuchaba; me dio lastima el señor Revén, como se le hace, nada podía hacerse, era un juego de grandes ligas, yo apenas comenzaba en la jodencia, perdió él. Ya había trascurrido mes y medio de la trampa, se aparece una señora de nacionalidad portuguesa, a notificar que había tenido un siniestro, y ella, se evidenciaba en su rostro, tenía la culpa; el agraviado pasaría en horas de la tarde para exigir la reparación del daño, voy al archivo, saco la póliza ¡Verga Diosito! ¡Coño, de los recontracoños! ¡Que vomite un puercoespín! no puede ser, pero nada, es; era la titular de la póliza que había seleccionado para la trampa; llega el hombre, un portugués, caigo en sospechas, hay fraude, la mente ancestral me lo decía sin titubeos; acecho, hablo con parsimonia ¿actuó la inspectoría? le pregunto, encajado con todas las maldades, una sonrisa melosa, que daba una bella paronimia de mis superpuestos dientes volados, un verdadero caos dental, pero que abrillantan la perversidad cuando uno se lo propone, me dice –No- pero un No, de miedo asaltante, incontrolable  -señor no hay problema, soy amigo de los fiscales de Sabana Grande, mañana nos vemos allá, llévese los documentos de propiedad y el vehículo, ellos son exigentes, pero son mis amigos- me contesta -el vehículo no lo puedo llevar, no camina, el daño es grande-  -no hay problema, dígame dónde está y voy con los fiscales, es necesario hacerle la experticia, ellos saben cuánto tiempo puede tener un choque, por el óxido, por los intersticio pliégalares de las partes afectadas, es más (días atrás había leído sobre el luminol, el químico para rastrear huellas de sangre) ¿usted ha oído hablar del luminol? Bueno, nosotros estamos bastante adelantados, aquí, en nuestro país, los mismos que inventaron la tinta indeleble, para marcar a los que votan en las elecciones, los Finoles de Maracaibo, inventaron un químico envasado en espray, rocían la parte dañada del vehículo, de esa manera determinan la fecha exacta, la data, el objeto que provoco el daño, su contextura, calidad, la fuerza física que podría haber emanado en la colisión; la asegurada, su amiga, la señora D’ Silva ¿es su amiga?- El pobre hombre se quedó mirando, pena me daba; de su rostro a pesar del potente aire acondicionado, emanaba unas robustas gotas de sudor, que se empeñaban con necedad en no diluirse, sino en afrentarle su cuerpo y enturbiar el entendimiento (sin inmútame continúe) – ella, a pesar de poseer un auto nuevo, no contrató la póliza de casco de automóvil, es una lástima porque sus daños deben ser cuantiosos, de todas maneras, debemos hacerle también a su auto una experticia ¡esta compañía es muy responsable! pero son muy jodidos; en estos días pusieron preso a un asegurado por intentar hacer fraude, pero realmente son los menos; por lo demás, si todo está en regla, en cinco días le damos su cheque, nosotros no mandamos a reparar los autos, cuando se trata de terceros, le entregamos el cheque- al pobre hombre las venas de la frente y del cuello estaban prestas a salirse de su curso normal y explosionar; rojo, no de ira, me pregunto -por favor ¿dónde está situado el servicio  sanitario?-  -Sígame, por favor, nunca más volvió; la señora portuguesa a los dos días dejo en la recepción la carta de anulación de su póliza ¿Qué me preguntas? Por supuesto que me sentí bastante mal; en la tarde, luego de salir de la oficina, fui a la dirección que el panadero me había dado, porque era panadero, pero no solo lo era, sino que era el propietario de la lujosa y exclusiva panadera situada en la Castellana, en el mismo paseo.

La experiencia fue abrumadora; los juicios de Dios son incompresibles, a ellos debemos someternos, porque no se puede llegar a ser hombre hábil, si no le pides consejo a Dios, que Él te los insinuara; por eso, todo lo que se piensa hacer, se debe cavilar y meditar buscando el consejo del Señor, madurando con tranquilidad y serenidad; pero no abuses en pedirle que Él haga el trabajo, solo que te entregue las llaves, lo demás lo debe hacer uno; no dejes que la codicia te ciegue los sentidos, si un negocio te ha salido bien, pero es demasiado riesgoso y Dios te ha ayudado a superarlo, no atropelles, olvídalo; no se debe hacer una trampa, si no se tienen todos los extremos controlados y la seguridad de que no habrán consecuencias futuras.