viernes, 3 de octubre de 2014

Capítulo V

Ella. Siempre Ella.
Sentí una agradable ilusión al verla, sin presentir ni advertir que la decisión había sido usurpada con prelación, fue como si alguien dentro y fuera de mí, hubiese impuesto la providencia sin indagarme; en ese momento no me detuve a analizarla, porque sin lugar a dudas, estábamos de acuerdo en la disposición. Juzgue que esa fuerza conocía las ventajas y desventajas, pero me molestaba la imposición; las placenteras sensaciones eran superiores a cualquier desasosiego; veía colores que se  destajaban, por entre los rayos del sol, de esa claridad que aún no ha sido mortajada con los bullicios humanos, con los olores enrarecidos y nacientes dentro de su propia muerte. Viajé lúcido en un fundidor con susurros de colores perdurables; era la alhaja que tantas veces había soñado en mis fantasías; luego con el furor del alucinado, comencé a entremezclar las tonalidades de los colores, que saltaban de los carbones enfurecidos por las llamas; con la fuerza del frenesí comenzaron a danzar crispantes, moldeando anárquicamente imágenes llenas de delirios flamantes e incansables; forjándose paradigmas ficticios de mares y ríos en deflagraciones, yéndose y viniéndose; lunas, soles, planetas y estrellas, brotando en formas que desmigajaban el entendimiento, con efusiones aloques, negros y blancos, que sondeaban un universo sin conclusión ni centro, con millones de planetas y soles, que estaban en ardimientos de vida gestándose en secreto;  ahí se había vaciado, el icono de la mujer escrutada desde muchas vidas pasadas.

Sus cabellos negros estaban desplegados como las alas del cóndor; reflejándose esa negritud muy superior al plumaje brillante del cuervo; levantabansé sin altanería, de manera sinuosa, aludiendo al viajero albatros, sobre el serpentino mar; se destejaban bruñidos con blancos surcados, por finísimos arañes de luz, dando tonos garzos, cárdenos, carmesíes y suspirosos fuliginosos, proyectando su guía con filigranas opulencias, en busca de la completa libertad. Ojos afinados por su oblicuidad, fijos en la misma masa de gases habientes, correteando y  jugueteando con el destino, al cual había aprehendido. Lengüetas de soles, se hacían bucles ígneos inexplorados; de su bronceado rostro brotaban ignotas visiones; la mirada preñada de melancolía, divagando por infinitos por crearse, guardando en su seno enigmas por resolverse, evitando cualquier escape de su alma. Esparcíanse breves destellos, para luego lanzar con todas sus fuerzas, ondas de colores enloquecidos por Ser, que se irradiaban por todo el cosmos.
La lindura de esa esperanza que me había acechado desde que tenía el rito de soñar, dejaban ver matices desconocidos a mi corazón; en ese conjunto pretendía leer una esperanza, no era éxtasis ni un hechizo, sino el aguardo que se tiene de hechos implementados por fuerzas superiores, asignados  para que se inicie la obra por interpretar en esta vida; en las imágenes que se volcaban floreadas se asomaba la  ritualidad de su delgadez, en la cual  los músculos dejaban de ser crudas obstinaciones, tornándose armonías que bañaban la imaginación; los labios humedecidos por un permanente néctar, emprendían alegorías, ávidos de sembrar efluvios en los vergeles, sin la ruindad de la belleza creada artificialmente; pensamientos que se hacían enjambres de abejas, en busca de la iluminación espiritual; el desapego y la razón caminando erguidas como un cisne, en la quietud del lago fascinando las almas; su carácter, su extraño saber, su indivisa hermosura y la penetrante y cautivante elocuencia; sonidos emergiendo para darle vida a la placida voz, desde el más profundo soplo; fueron asimilándose en la forja de mi alma sin advertirlo.

La afinidad hacia los otros seres humanos es una cualidad ingénita, tan misteriosa como el mismo amor, pero sin lugar a dudas se debe cultivar y para obtener frutos, se han de venerar como un jardinero a sus flores. He poseído esa merced y en cierto modo, también la he desacreditado. Me he movido, aun hoy día, con un alma deseosa de ser parte de la humanidad, de afrontar los problemas de los menesterosos, de los odiados por la maldita fortuna, pero que se desorienta a la vuelta de la esquina; brioso he sido en el trabajo, pero también en el festejo; he sido cuerdo, pero más demente; he viajado por mundos reales y ficticios, con desorientada lucidez, sin lograr explicación al enigma de la vida.

Ante su presencia se acentuaban con anomalía sublimes emociones nuevas; deseaba vaciarme dentro de su existencia; protegerla o tal vez que ella me resguardara, me fundiese y obtuviera una nueva pieza, deslastrada de tanta inmundicia.

Cuantos paisajes grotescos, horrendos se esconden en el alma humana; casi nada sabemos de lo que somos y mucho menos, de lo que seremos. El amor no fundamentado en la razón, realidad o la moral, es el más profundo, porque no se avasalla a la hipocresía humana. No tenía dudas de que era ella mi diosa Calíope. ¡Oh Dios que te ignoraba que sea mía! Y despójame, luego la existencia, pero hazla inmortal en los ensueños
Fui aceptado bajo condición en el nuevo liceo.  Entre los alumnos que habían estudiado, desde su inicio en la institución, conformaban una cofradía guiada por Tiresias Murillo; particularmente siempre los considere como los mejores alumnos; entré con el grupo al cual los mismos profesores, sin faltarles razón, bautizaron como los desadaptados, en este grupo se encontraban verdaderos Sansones, pero sin la vergataria Dalila, todos habían sido premiados con una galopante calvicie, pero también con una estatura y desarrollo corporal, que en nada los acobardaba ante el bendito Charles Atlas; la vagancia, la viveza, el arribismo y la coacción, a los otros alumnos y algunos profesores, débiles y temerosos de represalias, fueron el blanco de estas prácticas deshonesta; fue la primera promoción del Liceo José Ramos Yépez. Esa fue la impresión que me acompaño, durante más de cincuenta años ¿Tendría alguna eventualidad o moratoria, a esta altura, cambiar la casaca? Estando en un acto velatorio, se acercó uno de los compañeros de la hornada; en otras oportunidades habíamos charlado de cosas triviales, que en realidad a esta edad lo son todas; me propuso que intentáramos reunirnos, a los que estábamos vivos o con posibilidades de asistir, los cuales a esta altura no llegamos al diez por ciento; y como por encantos maléficos, se me ocurrió referirme a mi amigo Tiresias Murillo y su súper inteligencia; fallecido, no trágicamente en el aeropuerto de Maiquetía, sino de un impactante y fiero infarto al miocardio, sin presentarse como súbito e inesperado, sino todo lo contrario, labrado diariamente por la embriaguez tormentosa, quizás, para hacer desaparecer tantos infortunios amorosos, iniciados desde su última adolescencia, al raptar a la que luego sería su primera esposa y está, lo embarrancara inauguralmente, en los ácidos rencores del adulterio anunciado, que se hace deseo sediento y necesario para la víctima, porque el cornudo primerizo ha de ser cabrito, símbolo de la juventud inocente, que apenas está recibiendo los primeros coñazos al abandonar el cascaron y se le aviene el celo, obnubilándole la razón, presumiendo de vergatario y valiente, no llegando sino a encerrado cabrón; el cado fue que el bellaco, pícaro, marrullero, astuto, sagaz y traidor, que de desagradecido está lleno el mundo, enrojeció y con ese color de odio atrincherado durante largos años, se avinieron en comparsa epítetos altisonantes.

-Carajo Nefesto, que bolas tenéis ¿acaso no recordáis el examen de Latín? donde la menor nota fue catorce puntos aprovechados por Aristóbulo; no era de mis inmortales. Pero con rapidez y avidez recordé al prototipo Aristóbulo: EL de la dejadez hecha humor, engaño, irrespeto por lo viviente y muerto; pequeño, siempre empaquetinado como si fuese a asistir a una festejo, con su único cuaderno en el bolsillo postrero de su acolchado y forrado pantalón, bamboneando su irregular cuerpo al caminar, en atribulación de achispado, en busca permanente de hacerse de una oración, una palabra o letra, con la cual expresar su constreñida y seca mente; su risa preñada de circunda asebia, endiablada y siempre presto a descargar su ironía sin querer, queriendo, aplicada con apetencia a cualquier situación, que por muy seria que se presumía, entraba en el retablo de sus ocurrencias y mamaderas de gallo.

¡Ese examen! nos lo entrego el flaco Asmodeo, crispado y señalado como Judá Iscariote, todo lo juraba con conciencia, pero con seriedad de mercader y virgo de viejo marica; pero como se la va a pedir al manzano del caribe su fruto, si la muerte es su beneficio. Pero nada que ver, contra las tempestad del pacifico, los constantes terremotos del Japón y la seguridad de misericordia de la empresas transnacionales a la humanidad, lo nombramos por unanimidad padrino de nuestra promoción; se desempeñaba como jefe de bedeles y hombre de confianza de la dirección y profesores; entre sus atribuciones operaba el multígrafo; los profesores le entregaban los exámenes para que los imprimiera. ¡No recuerdas! que nos entregó el examen de Latín y todos la aprobamos con veinte puntos, con excepción de Aristóbulo que de haber aprobado con veinte puntos, hubiese sido lo acabose, lo imposible; además Nefesto, continuo, todos sabían que Tiresias se llevaba los textos a examinar, atrincherado en el método Braille, quien podía asegurar o negar que se estaba copiando, pero lo hacía-
Ni el polvo me lo sacudí, al dejarlo me fui a la plaza Bolívar, siempre me han encantado las plazas, sueños que no dejan de andar y remarcase, sin estorbos de los no deseados; los árboles inhalando candorosos su aislamiento; la masturbada locura de los pájaros, revoleteándose en alucinaciones de abundancia; sus peleas muy bien fingidas; los romances castos y anímicos, con sus cantos que se esparzan, ocultando formulas misteriosas forjadas de otras vidas; el silencioso viajar, ir, venir, erigiendo el nido antes de procrear, como tratando de enseñarle a los humanos, la necesidad de la responsabilidad con los hijos; sentado en esa plaza, me había percatado de la presencia del profesor de latín, encrucijandose en alguno de los bares que posados alrededor de la plaza, señalan la entrada al mundo del ya no Importa, donde las convenciones y lo que se fue, o deseo ser, no tiene jerarquía alguna; al verlo entrar en el figón, me dirigí al específico tugurio, me senté en la barra a su lado; sin preludios necesarios, escudriñé algún recordatorio de su estragada mente, nada que ver, era como si estuviese conversando con la misma muralla china; apenas comenzaba la cacería, esmerándome con más perseverancia en enganchar su atención; opte sin consultarle en obsequiarlo tragos, sin dejar de exaltar el monologo y penetrando con manta, en los asuntillos mundanos sin importancia; limpió los culos de botella, que forjaban en hacerse gafas; aspiro extenuado y dejo brotar de aquella boca arrasada por el cáncer, las sufrágante y despiadadas enjundias azuladas, emanadas del hechicero humo, ensalmadas en pequeñas alucinaciones a cada fumarada, dándose la sensación codiciada y esclavizanté; de esa embocadura saltaron unas haraposas risitas, escoltadas de algunos tonos guturales buscando ser mensajes, que se detenían con timidez; simulacro, ensayos de la antaña elocuencia, dejada en las soledades de las aulas con la fiebre académica de la juventud, deseosas de posesionarse nuevamente en esa mente, que debió servirle para realizar sueños, ya dejados en el abandono –A usted no lo recuerdo, pero ¡Sí! con premura y odio, se me arrecia en la mente la imagen de Temístocles el Bellaco, con su fuerza acorazada buscando descargase, sus ojos de maldad siempre arrogantes, despreciativos, opacados por el rencor, su caminar sinuoso en busca de un apoyo para su cuerpo supurando grasa; a Tiresias, con sus latinazos de milonga trasnochada, en busca de una mujer, donde acrisolar su entusiasmo de hombría solo palpada por su mano de ciego ¡Sí! recuerdo la barbarie del curso, sus prolongados discursos de guerra anunciada y aplicada, a cada uno de los profesores, a escotes, sin consideración, y me exaspera y saca de quicio, recordar sus engaños brumosos y falaces, sus amenazas;  retengo aun en mi mente las imágenes de la nave guiada por el amor contra-natura, con mi Jasón ofrendando eternidad, silencio; Y, y, yo, entregándole el Vellón y carnes de mi hombría, la pesadez que horadaba mi alma, que la entumecía; ¡Sí! No lo niego, no tiene sentido a estas alturas; y, y, hacia repicar mi culo como las campanas de San Pascual Bylón, con su badajo penetrándome, oscilante, contorsionanté, al abrigar y embrollar mi espíritu; la embarcación donde anide ¡Oh Dios, como desbarate mi vida! ¡Sí! Tengo un sueño, apalear la oportunidad de volverlos a examinar, me veo entregándoles el examen, mi aturdida avidez de aplazarlos a todos, de vengarme de Jasón, de su ignorancia, de su engaño; de todos ustedes, del sabor que le prologaban a una vida incompresibles, desdeñada, burlada, encorvada; y percibo a los malditos miembros del jurado, felicitándome por mi eficiencia, al lograr ese nivel de compresión en la lengua de mierda, muerta, menjurje de pretenciosos eruditos, ociosidades de desvergue, como los he odiado. Y, Asmodeo con sus ojos de lechuza, mirándome, su rostro aguijonado por la viruela y la maldad, buscando saciarse, retozando. ¡Si! Fui yo quien rogó a ese miserable, para que le entregara el examen a mi Jasón.
Mantem sanctan spontaneam voluntatem et liberacionem-

Dispuse entrar a la facultad de derecho; en las primeras clases evidencie, que de las seis materias, con la excepción de dos, los profesores se la daban de declamadores de unas aburridas guías de estudio, prendidas con un solo fósforo plagiadas al descampe y sin composturas, que todos lo han hecho y lo hacemos, pero con bejucos atrincherados en amuralladas fosas, a los grandes teóricos del derecho, apagada esa llamita cagosa hace mucho tiempo, en creencia de que las relaciones de los humanos son los desechos de un retrete censurado. Esas pautas las habían vendido por años con carácter obligatorio tácito; resolví asistir a las clases de las dos materias, donde los profesores estaban reconocidos como verdaderos pedagogos e investigadores. Es decir, que sin haber arrancado me atoraba en el aparato de partida, ya me hacía un descendiente de Solón, del maestro Avendaño que de pulpero se agarró la lotería de la universidad para el poder popular, y en menos de dos años ya estaba jurungueando en los tribunales, aforando y desaforando su interminable codicia por la buenas hembras y su obsesión en procrearse y alimentar su obesidad; en breves pero tajantes palabras, quería enmendar al mundo sin conocerlo y sin tener el poder, ni los medios para intentarlo; cabriolaba nuevamente fuera de pista. Contradecir a un profesor en una universidad pública y autónoma, es lo más tonto que se puede forjar, más aun en ese tiempo donde existía una sola universidad en el Estado.

Mi promedio era de diez y ocho. Llegue al final, no sin los odios amontonados en las seseras de los profesores, la razón era no haber asistido a sus clases y empavóname, hablando pendejadas como un gatillo loco, para enfatizar la perdedera de tiempo, con la ranchera mal interpretada y repetitiva de las jodentes y anticuados guías, como si se hubiese atorado o desgastado la aguja del toca disco, y calada a la fuerza sobre el disco, con una caja de fosforo o cualquier objeto, que obligase a la desgastada saeta a dar sus últimos alientos de vida, adicionándole como estribillo denunciatorio la perversidad y las imágenes infames, lascivas, selectivas y eliminativas, para los estudiantes, abreviados para clases particulares, de acuerdo al género sexual que pulsiona y abarrota el deseo del profesor, parejo odio que se circundaba por haber sido abrutado y arrojado, por rolo de hembra que me traía desmenuzado, con sus andares y golpeteos gluteales; para desgracia o benevolencia del destino, el primer examen final fue derecho civil; estaba conformada por treinta nueve temas; materia que dictaba un viejo amigo de la infancia de un tío mío; profesor, que permitía con toda objetividad ser apuntalado con el remoquete del pichón; impersonalmente, sin que exista tirria, su vecindad con un cría de paloma era maravilloso; el ultimo día que vivió nos tropezamos en un depósito de licores; conversamos sobre las vueltas, regreses y cabriolas de la vida, la jerarquía de no amilanase antes los actos fallidos, brindamos por la humanidad, el perdón de los pecados e infinidades de retrabes; de pronto atino a acordase que tenía un mate en el vehículo, iba a menesteres privados con una estudiante de la facultad, para ejercer un privilegio  consuetudinario otorgado por la Universidad; como despedida me permití ofrecerle una botella de wiski, efusivamente nos abrazamos, poco falto para bañarnos los rostros de espitosos y fluidos gargajos; quiso cancelar una cuenta de diez cajas de cigarrillos, que con temblor del deseo por cumplirse agarraban sus deditos de pichoncito, lo convencí diciéndole que era el asegurador del negocio y que en parado como estaba en el abismo de la quiebra, deseoso de encurdar la mecha del fuego liberador y regresarse a su tierra, en realidad, mi asegurado, el portugués no me cobraría cuenta alguna; emparapetó su diminuta figurilla en el Mercedes Benz 500, bajo el vidrio de su auto, y con su alita izquierda se despidió para siempre; esa noche murió de un infarto; me encargue de liquidarle a su mujer, no sin cierto deleite del servicio cumplido al que te ha maltratado, no importa que no se dé por enterado, que ahí esta Dios para endosarlo a la cuenta, el monto del seguro de vida, lo hice en tiempo record; era un mujer despampanante, bella, y estaba dispuesta a rehacer su vida. Mi cargo era gerente de la aseguradora de la universidad donde el fungió arteramente. No es que haya deseado su muerte, lo Juro, nada me daba ni me quitaba, por el contrario, sin proponérselo me encarrilo a una profesión con la cual gane dinero en profusión, goce hasta desbarrancarme, pero eso si todo a su desmedida.

Pastando la Vida.
Desde la más temprana edad me veo trabajando: haciendo mandados en el barrio; yendo al mercado para cómprale a las vecinas veinte plátanos por un bolívar, esperando las once de la mañana para desbancar  a los piragüeros, ya enfurecidos por el sol y tomados de la ebriedad, se desaforaran y comenzaran a subastarlos de a treinta por un bolívar, resultándome en ganancia diez plátanos para mi incipiente patrimonio, por cada bolívar; lo espinoso era el porte hasta el bus de madera de los enormes plátanos, embolsados en mochilas de papel con asas de alambre; desmigajando mazorcas de maíz; limpiando válvulas petroleras; leyendo medidores de electricidad; alquilándome como caballero-figurín para bailar el vals con la quinceañera por cien bolívares; mesonero los Domingos en la terraza del barrio; custodio de viejitos bebedores; acarreador de sacos de carbón y combustibles para los anafres y las cocinas; transbordando mercancía textil; gamuseador de autos; mezclador y vendedor de mantequilla criolla, elaborada con más papa que mantequilla; todas esos tenderetes los hacía porque me nacía y sentía gran satisfacción, cuando le entregaba a mi madre la mitad de lo ganado y la otra parte, la utilizaba para darme mis gustazos. Un pero caliente con mayonesa y mostaza, y despacharle a los viejos del barrio una ayuda, casi con seguridad y emergencia aguardentosa, pero que se le hace si se sentían felices.

La Tormenta de las Mandocas.
Me encargaba en horas muy tempranas de la mañana, en consignarlas en diferentes bodegas y luego por la mañana siguiente, cuando me dotaban del nuevo cargamento recogía las no vendidas; pero un día era tanta el hambre que me perseguía, que acorralado por los calambres y sonidos estertores de las tripas y faltando a la ética profesional del recadero, le entre sin consideración ni misericordia a dos de ellas; al llegar a la presencia de la patrona, con mi carita de pendejo y saltándose dos preñadas lágrimas de sentimientos, le espete la razón de la falta de las anheladas frituras; nada me dijo, solo miró sin dejar de aturdirme su malicia malsana. Esa misma noche comencé a observar que los enflaquecidos brazos, comenzaban a mostrarme la tempestad que se avecinaba, demasiados conocidos me eran: las descargas eléctricas parpadeantes aumentaban sus kilovatios a cada minuto, se disparaban filtrándose del hígado, riñones, páncreas, estomago, yéndose a la epidermis, dermis, badana, cutis, tez, cutícula, guevito, culito ¡Meollo, alma, de la existencia de la puta vida! Atolondrando erizamiento, latigazos, erupciones ásperas, conmociones, vibraciones, sacudidas; ya estaba cansado de tanta jodedera de las funiculares intoxicaciones, prepare mi voluntad, la lucha debía ser a muerte, el secreto estaba en no temer o irritarse, obligar a ese dolor tan diferente a cualquier otro, con los cuales estamos prodigados, a que se desconecte; debes evitar, me decía, limarte con las uñas u otro objeto, las porciones que te crispan; pero ya amaneciendo no eran porciones lo que quería, deseaba la torta completa, por lo que ya no había ninguna duda, de que el ataque era masivo y decisivo, como nunca lo había glosado mi organismo: Sentía difundirme en un inmenso desvergue existencial, la mente se desesperaba y me exasperaba, preví la decisión de no cepillarme con las manos u otro cosa, las roscas bollosas, bullosas y hormigueras, porque sin lugar a dudas es un lenguaje muy definido con el cual se expresan, sin embargo porfiadamente algo o alguien, se afincaba en inducirme a hacer lo contrario; aferre mis manos en las cabuyeras de la hamaca donde cabeceaba; se hizo el sueño y con él la pesadilla: Vi el Caladril (ungüento que aplicaban los médicos como la novedad científica, contra la avidez rascará de las resquebrajaduras de la inoculación) engreídas orgullosamente sobre las amorfas ronchas y ellas cagadas de risas . Cuando abrí los ojos era una bola hinchada casi a estallar, con riquezas se dejaban venir las supuraciones de pus; me levante y encerré en el pequeño baño, que nos servía a diez personas, sin rencor abrí la regadera, una suave y fría agua deshacía el maldito Caladril; como pude me fui desnudo hasta la cocina, eran unos seis metros que la separaba de la pieza donde me encontraba, ese espacio fungía de comedor, convirtiéndose en mi sitio de dormir al promediar las nueve de las noche; atine a conseguir vinagre, volví al baño, frote con un jaboncito de a locha (doce céntimos y medio de un bolívares, de aquel tiempo, hoy día no tiene valor alguno en comparación con el dólar) que le endilgaban el pomposo nombre de Jabón de Almendra, luego me rocié con el vinagre, deje que transcurrieran algunos segundos, la desazón comenzó a huir y con ello llego el definitivo sueño, y la hospitalización.

Aeropuertos.
Mis fallidos estudios de derecho me brindaron la oportunidad de conocer a un ser humano excepcional. Eduardo López Iragorry. Lo recuerdo aun, a pesar de la brevedad de su estancia en este mundo; escasas veces dialogamos en la juventud, pero en la adultez compartimos momentos gratos en los aeródromo, en esos terminales aéreos que en épocas pasadas, encendían la pureza de la ociosidad en el alma, hacían soñar, troncaban la acidez de los compromisos del trabajo; se iba a estar cerca del cielo, aledaño a las nubes, retozando con las tonalidades de la luz, jugueteándose entre ellas, para hacer y deshacer estatuillas de ilusiones, de vaciados que están en la mente, soslayándose en construir laberintos, trastornar, apostarse dentro para fantasear;  sola una vez hubiese sido suficiente, para nunca olvidarme de su grandeza como ser humano. Fue la única persona del curso, y porque no afirmar, de la facultad o institución política, que tuvo la valentía de denunciar el fraude que se me hacía, al aplazarme con una nota de diez y siete puntos, amén de haber contestado el noventa y nueve por ciento de las preguntas orales, a pesar de los métodos hostiles que emplearon los examinadores; nadie más se manifestó contra la injusticia.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

Los Olores de Nuestro Espejo - Capitulo IV


Las conversaciones con Julio Cesar se hicieron habituales y de algún modo, fueron agrietando las esferas de la mente, lacradas con dogmas fructuosos de odios y venganzas ¿Resarcimiento, tormento o complejos? El juicio es que a medida que dialogábamos, las inquietudes de Julio Cesar dieron origen a los fundamentos, de la imposibilidad real e histórica de la aplicación de esa doctrina. Surgían las oscilaciones de la honradez de esas ideas, alimentándose de las contradicciones de la teoría, con los hechos que comenzaban a destapar la gran cloaca, que eran las tiranías de la órbita Soviética y China. Nos reuníamos dos veces a la semana, al cesar nuestras chácharas nos arropaban las primeras horas del nuevo día.

Hablábamos de la importancia de una asamblea extraída de los intelectuales y representantes de las clases obreras, sin distinguíos de sus ideas, libremente designados y escogidos por sus comunidades, en razón de su talento y anegación por el pueblo. La existencia de tribunales de justicias donde los jueces virtuosos, sabios, interpretaran imparcialmente las leyes generales y los derechos individuales consagrados en la constitución y declaración de los derechos humanos, así como el castigo por las violaciones a esas normas. La protección para los niños, los adolescentes, las mujeres y ancianos. La necesidad de controlar la prudente gerencia del patrimonio de la nación. La defensa de la soberanía, ante tantas agresiones suscitadas por las riquezas naturales con las cuales ha sido dotado nuestro país. El extraordinario cuidado que se debe tener en la educación, para el desarrollo de las nuevas generaciones, dentro de un concepto amplio de pluralidad del pensamiento, la escritura y la palabra; desarrollar la investigación científica, única manera de lograr una verdadera liberación, conjuntamente con el cultivo de las artes y el deporte, genuinas expresiones del alma y el cuerpo. Julio Cesar se esmeraba en las objeciones, que el mismo se encargaba de contestar, me interrogaba sobre la manera en que se elegiría la asamblea; qué condiciones eran necesarias para aquellos que aspiraran a ser elegidos como representantes del pueblo; porque era necesario, me decía: evitar los sobornos para reforzar a cualquier partido; así mismo castigar de manera ejemplar, la intromisión de los funcionarios del estado, en la elección de cualquier representante. Veía como algo esencial que los representantes del pueblo y cualquier funcionario del estado, estuviese preparado para el cargo que ejercería, fuesen conocedores de las leyes, dentro del ámbito a ejecutar. Evitar la avaricia, parcialidades y ambiciones; que el soborno o cualquier otro designio, no pudiera tener entre ellos tierras que cultivar. Evitar que las personas interesadas, ajenas a los intereses comunes del pueblo, o funcionarios del estado pervertidos, pudiesen mediante dadivas, chantajes y sobornos corromper a los elegidos por el pueblo, para lograr contratos o colocación de personas afines a sus intereses; porque es sospechoso, manifestaba, esas vocaciones de sacrificio, a costa de las molestias y las privaciones económicas, de los miembros de esa asamblea con un sueldo tan reducido y la imposibilidad, de poder dedicarse a otra actividad. Estaba decidido, obsesionado, en convertirse en magistrado del tribunal supremo de justicia, y se dedicaba con ahínco, salteando todas las penurias, al estudio del derecho; no concebía que los jueces fuesen nombrados a dedo o bajo figuras temporales, que los mantienen con un hacha al cuello, para ser despojados del cargo al momento que se desee o permanecer controlados, por los altos funcionarios del estado a su antojo; veía con preocupación el tiempo que tardaban en discernir la razón de la sinrazón, y los gastos a los cuales se veían sometidos los más necesitados para poder defenderse. La sumisión tradicional del poder judicial a los partidos políticos, poder religioso y económico, empeñados en balancear la justicia a sus intereses y querencias; la huérfana capacidad de los defensores públicos, en el conocimiento del derecho, y la poca entereza para una debida defensa de los más necesitados; el tiempo que se tardaban en descifrar y digerir, las causas que le eran sometidas; si alguna vez, en ocasiones distintas, habían sido defensores y acusadores, de una misma causa, y citado precedentes, en pruebas de opiniones contradictorias; si recibían alguna recompensa pecuniaria tras bastidores; porque más robos, aseveraba, padecen los estados en el castigo de los ladrones, por los mismos jueces, que lo robado por los ladrones; a los ladrones los buscan los jueces, no para castigarlos, sino para dejarlos sin nada; muchas leyes aúpan al delincuente, pocas normas legales, desatinan los andamiajes legales de los jueces y abogados, porque el que roba tanto y con premura, fácilmente atrae y calla, al que pretende acusar y hace inclinar la balanza, a favor del que tiene que juzgar.

Nefesto -el derecho debe ser la expresión genuina del pacto social, de las reglas para regularlas, de las garantías para desenvolver libremente, en busca de la máxima felicidad posible; debe ser el conceso libre, juicioso, espontaneo, de todos los ciudadanos. Existen tantas normas éticas y tan pocas son cumplidas. No se cree en el bien común, nos formamos dentro de una economía que pregona y fortalece el egoísmo, y esa competitividad, los beneficios materiales, obliga a las personas a ser muy individualistas, obligándolos a acarrearse, en principio, dentro de una insuperable verdad: el interés individual y corporativo, encargándose este de desintegrar el bien común

Tenemos el país más panegírico, aseguraba. La ignorancia, pereza, viveza y el odio, son los ingredientes con los que se sazona la vida de los legisladores y jueces; los primeros solo atienden a los interese de sus partidos, y los propios; los segundos, explican, interpretan y aplican las leyes, con interés y habilidades, para pervertirlas, confundirlas y eludirlas; acaso no te fijas en los bufetes, que enmarañados con los jerarcas del gobierno, hacen del derecho y la justicia, un verdadero latrocinio; la Constitución del país, como decía el profesor Laureano Vallenilla Lanz, miembro destacado de la dictadura Gomecista, considerado como uno de los más grandes constitucionalista por los académicos de este país, con lo cual se afrenta ensordecedoramente la probidad de tantos intelectuales honestos: es la mujer más violada que existe, nace para ser transgredida. De estas conversaciones llegue a la sencilla conclusión que estábamos orinando fuera del pote y que mejor era hacerse el policía del cine Vallejo, por la sencilla razón, de que si se meten todas las doctrinas políticas en un cajón se abrazan y cagan de la risa.

 Una de esas noches tuvimos el primer y único encontronazo; sin enmiendas le dije, en referencia, a lo que está sucediendo en Cuba, contradice la esencia de Igualdad, libertad y la Soberanía; un país que es menos, que una colonia de la Unión Soviética, donde se prodiga con regocijo y altavoces al mundo entero, que han dejado de ser dependientes y el burdel de Estados Unidos; para lastrar esa  sumisión total a la Unión Soviética ¡Ah sí! pero es el proletariado quien manda, absurdo argumento, solo hay un rey y todo se lo traga; solo se aceptan a los que piensan y actúan como el líder; es un dios, hace y deshace a su antojo, es dueño y señor de haciendas y vidas, ha invadido nuestra patria por Churumato, desea consolidar las guerrillas dirigidas por él; su dependencia es total de la Unión Soviética, ha recibido órdenes para incendiar África y desea hacer lo mismo con la América hispanoparlante; siempre sirviendo como intermediario financiero y como testaferro de ese imperio; actúan tan igual o peor, que los países capitalistas e imperialistas fundamentados en la libre empresa, con la agravante que él lo controla todo, sin excepción. Se hacen recelosos sus inagotables discursos, exponiendo su gran clemencia y el amor a la humanidad, su ternura y cualidades, sabidas y confesadas miles de veces por él mismo, y la pandillas de revolucionarios ambulantes, que son como las moscas cuando huelen mierda barata, ahí se van, con sus ínfulas de brigadistas internacionales e intelectuales, pero que al escasear el menú, son como las hienas ante la presencia del tigre; las bondades de su revolución pedigüeña, sin producir prácticamente nada, donde únicamente cuenta su voluntad, es dios sin posibilidades de aceptar ni muecas de desavenencias; el terror que producen sus manifestaciones de clemencia, logros, democracia, igualdad y fraternidad, hacen pujar al más valiente; ¿Acaso, no has observado? que entre más acrecienta esas alabanzas e insiste en ellas, más fusilamientos realiza y trama más engaños; inhumana es la tortura contra cualquier ser. Dícese entre el pueblo cubano, que en las madrugas al penetrar la marea alta, en los sótanos del castillo del Morro, los gritos de los torturados son absorbidos por las olas, dialogando con ellas en tiradas silentes, yéndose en brotadas ilusiones desquiciadas encimas de las crestas y sus ondas. A mí me parece Julio Cesar, repitiendo lo que dijo alguien: que la  virtud necia hace mal en el bien, que no sabe hacer, y a veces es peor la virtud viciosa y la valentía desatinada, que la cobardía cuerda y el vicio considerado, porque es mejor lo malo que se retoca, que lo bueno que se agrava; poco se diferencia el hacer mal con lo bueno, cuando no se sabe hacer el bien por carecer de humanidad.

El caso venia alimentado, en cierto modo, porque me había enterado por una hija de un nuevo oligarca adeco, una verdadera experta en literatura; que la mayoría de los discursos y actuaciones estratégicas, por supuesto marañeras, de los próceres socialistas, estaban basadas en una proclama y las actuaciones de doble mascarada, eran copias burdas de un instructivo (acomodado a las circunstancias) y de las estrategias, de uno de los especímenes más amorales que ha habitado en este planeta y que ha logrado franquearse como humano: José Fouché, dirigido al pueblo de Lyon, antes de comenzar el genocidio, el despojo y la destrucción de la ciudad de Lyon, y que los teóricos socialistas, se han esmerado en ignorar y esconder, en sabiendas que sus actuaciones nada tienen de diferente, con los abonados por el futuro multimillonario marques de Trento, saltador de la talanquera y traidor; a Berenice, la versada en literatura, la vi por primera vez en una acción de fusilazo y lanzamiento por los aires de propaganda subversiva y salir espitado, algo que parecerá una pendejada, pero que en aquel tiempo del inicio de la democracia, era penado con la tortura si capturaban al transgresor o con la muerte, si tenían el chance de desenlazar sus instintos las fuerzas policiales, que contaban con la venia de un decreto presidencial. Era la juramentación del nuevo gobernador del estado, acto presidido por el presidente de la república. Llegamos  a primeras horas de la mañana, la brigada que había sido seleccionada, con cierta mala intención y con el vivo deseo, de púrganos o derribarnos definitivamente; estaba constituida por Macizo, un negro de facciones finas, oriundo del pueblo de Bobures en la costa oriental del lago de Maracaibo; Ceibas, Josef, y Timoteo, andinos huyéndoles a la ignorancia y hambre eterna de esos pueblos, donde lo poco que se produce, es para alimentar los privilegios de una oligarquía venida desde los tiempos de la colonia, y el quinto era yo; considerados como problemáticos y anarquista, por el hecho de que en muchas ocasiones, realizábamos acciones sin consultar a la dirigencia. En esta operación mi tarea era colocarme lo más cercano posible a la tribuna presidencial, lanzar el royo de propaganda alusiva a la dictadura (considerábamos al gobierno libremente elegido por el pueblo como una dictadura, algo bastante normal en las estrategias de las doctrinas totalitarias) y partir sin enmiendas. Estando en la posición, que consideraba adecuada y convincente, comencé a sentir que alguien me miraba, sin apresuramiento ladee la cabeza, y pude constatar que mis poderes magnéticos, los cuales ejercitaba con regularidad, encerrado en el único baño de servicio de la casa, una vez más acertaba con sus poderes extrasensoriales, allí estaban dos bellos ojos  dotado de gran hermosura, verdes como dos inmensas esmeraldas, hablando el lenguaje de la codicia erótica, acechantes, fijos, deseando, haciendo; un telúrico rayo me dejo pasmado; anonadado permanecía, quizás fue por una vida completa solo la veía a ella; un codazo en las costillas me hizo regresar de ese cósmico andar; sin embargo, a pesar de la sequedad contundente del golpazo, permanecía aturdido sin poder licenciar y apurar la regresión del proceso de magnetización; un verdadero vergajazo me hizo culipandear y en esta coyuntura, despejo toda obstrucción. Macizo revestido su cuerpo de blanco puro, despertaba las voces de la intolerancia racial, a las cuales acallaron la aparición programada, de un tropa de negros venidos de su tierra de Bobures, con el generoso San Benito, ya emborrachado de tantos menjurjes alcohólicos, las notas musicales y aromáticas del África, descuajada de sus tambores, haciendo contorsionar todo lo viviente y muerto; animadores músicos con la sonora matraca de los diferentes repiques tamboriles, que engarzaban los movimientos atolondrados y báquicos del séquito; como pudo me dijo –no topaba la manera de introducirme en las cercanías de la tribuna, a vos te fue fácil, pareces un hijo de puta gallego o quizás portugués; pero decidme pariente, cómo hace el negro en esta vaina; mi hermano que se hizo ganadero en el sur del lago; si, no me miréis así, quizás hizo lo que no debía, pero ese no es el caso, quizás se le metió en la cabeza la iguana de los gobiernos, que al joderse cualquier cosa se la toman con la iguana como culpable y salen entonces, los vergatarios y furibundos seguidores del régimen a dale palo a los pobres reptiles; bueno la vaina es que a mi hermano, se le olvido que lo de igualdad racial es puro cuento; el sumario es que se contrata un chofer blancote, como para descarrilar su negrura, que una pista siempre dan los que se meten en la vaina de las drogas, unos se hacen de santos repartidores de vainas y muchos muertos se adosan a su currículo; a otros le da cosquillas en el culo y comienzan con acrecentarse las nalgas, construirse un altar dentro de sus muchas haciendas y dárselas de cura pedófilo, reconfortando a los adolescentes con aguardiente, drogas y luego los ponen a disparar su sexo y a ser ambidiestro sexualmente, para a la final ser matraqueados por los nuevos que son afiliados; a mi hermano la cachaza se le hizo color de la piel; y se le desatoraron sus deseos reprimidos de venganza negra; buscase un blancote; lo que importa es paladear el nuevo estatus, mamando con sumo placer, como si se tratara de un helado en la cúspide de una barquilla; que todo el mundo sepa que se tiene, no importa la jodedera que se despreña, aguevaos que son; llegan a la primera alcabala, él va sentado al lado de su chofer, el guardia le dice al perijanero-chofer, que en verdad era rojizo más que blanco -le aconsejo no darle colas por estos lares a cualquiera, menos, bueno usted sabe, tenga cuidado, hay que ver que usted tiene cojones- se arrecha mi hermano, se abriga en la poltrona de atrás del vehículo; llegan al segundo puesto de tracalería legal ¡usted está loco! le dice otro guardia nacional; se sienta mi hermano como chofer y baja al contratado chofer perijanero; llega a la tercera alcabala. Aún está preso, y qué por ladrón de vehículo; no joda ni tan siquiera por la jodencia de la droga ¿Qué porqué estoy vestido así? sencillo, en todos los actos proselitistas, se buscan a negros e indios; a unos para disfrazarlos de Negro Primero, bailadores enturbiados por el Vudú, aduladores del señorito; y a los indígenas con sus plumas, guayucos, arco y flecha hechos  con cacho e’ diablo, y dale que dale aguardiente, y del chinrrichero, antes de que inicien la danza; es el arrebato tan criollo de los gobierneros, de hacer de todo acto un carnaval, donde las máscaras siempre las aportan los eternos explotados, los indígenas y los negros; no veis esta pila de carajos, emfluzaotes con sus cinturones sin ajustarse, nosotros ni cinturón tenemos, una cabuya y de vaina, nos las  pasamos engañando el hambre, en los saraos de estos grandes muérganos, nos dan carnes de las reses resecas por un día, para que luego comience el danzón, la picazón y larguemos el culo en la letrina, porque es como darnos ácido muriático, para que nos destruya las tripas- Aderezado como estaba de liquilique blanco, tan fino, que se le hacían las dotes, sin habérselo propuesto, de hermosura blancal y dental, expansión y mejunje con sus espumadera y empacaduras blancas; sin demora me entregó el bulto contentivo de la propaganda; llegó el nombrado por la voluntad presidencial, los ánimos estaban en el máximo paroxismo; cierto nerviosismos se apoderaban de la brigada; Macizo me hace señas, indicándome que los tres restantes han desertado; me conmina a que lancemos la mercancía y corramos, nos están cazando, gritó, lanzo, miro a Berenice, corro, nos agarran, golpean, zarandean, de un solo envión como un fardo de maíz nos proyectan a un camión. Fue inesperado conocer a Berenice, enaltecimos una verdadera amistad, sin nada que ver, y enfurrúñese esa amistad.

Nefesto, me dijo un día, regodéate, escucha lo que te voy a leer, el discurso de Fidel Castro, en la celebración del aniversario de la revolución parasitaria: “La Revolución está hecha para el pueblo; pero no hay que entender por pueblo esa clase privilegiada por su riqueza, que ha acaparado todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad. El pueblo es únicamente la totalidad los revolucionarios (los ciudadanos franceses), sobre todo esa clase infinita de los proletarios que defienden las fronteras de nuestra patria (el ejército francés contra la coalición de las monarquías europea) (Fidel: contra el poder avasallante del imperialismo yanqui) y que sustentan a la sociedad con su trabajo. La revolución sería un absurdo político y moral si se ocupara del bienestar de unos cientos de individuos y dejara perdurar la miseria de nueve millones de revolucionarios. Por eso sería un engaño afrentoso a la humanidad el pretender hablar siempre en nombre de la igualdad, mientras nos separan aun a los hombres desigualdades tan tremendas en el bienestar.........Porque los ricos se tendrán siempre por otra clase de seres…. No os engañéis: para ser un verdadero revolucionario (republicano) tiene que sufrir cada ciudadano en sí mismo, una revolución parecida a la que ha cambiado la faz de la tierra como la de la Unión Soviética (ha cambiado la faz de Francia). No puede quedar nada común entre los proletarios (vasallos) de los tiranos y los habitantes de un país libre. Por eso tiene que ser completamente nuevas todas sus obras, sus sentimientos y costumbres. Estáis oprimidos y debéis aniquilar a vuestros opresores; habéis sido esclavo de las religiones (supersticiones eclesiásticas) y no debéis tener otro culto que el de la revolución (libertad). Todo el que permanece al margen de este entusiasmo, no conoce alegrías y tribulaciones ajenas a la felicidad del pueblo, abre sus alma a intereses fríos, calcula lo que le rentara su honor, posición y su talento, y se aparta así por un momento del bien general; todo aquel cuya sangre no arde vindicadora ante la opresión y la opulencia; todo aquel que tenga una lagrima de compasión para un enemigo de la revolución (del pueblo), y el que no guarda todo la fuerza de sus sentimientos para los mártires de la revolución (libertad) , todos estos mienten si se atreven a llamarse revolucionarios (republicanos). Que abandonen el país, sino quieren que se les desenmascare y que su sangre impura riegue el suelo de la revolución (de la libertad). La revolución (la república) no quiere en su seno más que seres libres, está dispuesta a aniquilar a los contrarrevolucionarios, a los parásitos (a los demás), y no reconoce como hijos, sino a los que quieren vivir, luchar y morir por ella….Todo el que posea más de lo indispensable ha de contribuir con una cuota igual al exceso de los grandes requerimientos de la revolución (patria). De modo que habéis de averiguar, de manera generosa y verdaderamente revolucionaria, cuanto tiene que desembolsar cada uno para la causa revolucionaria (publica). No se trata aquí de la averiguación matemática, ni tampoco del método vacilante que en otros casos se emplea en la repartición de contribuciones; esta medida especial tiene que llevar el carácter de las circunstancias. Obrad, pues generosamente y con audacia: quitadle a cada ciudadano lo que no necesite; pues lo superfluo es una violación patente de los derechos del pueblo. Todo lo que tiene un individuo más allá de sus necesidades no lo puede utilizar de otra manera que abusando de ello. No dejarle, sino lo estrictamente necesario; el resto pertenece integro a la revolución (para la guerra) y a su pueblo (a los ejércitos). Todos los objetos que se poseen en demasía y que pueden ser útiles a los defensores de la revolución (país) en su lucha contra los opresores imperialistas, fascistas, vende patria y apátridas (contra la aristocracia y nobleza) les pide ahora la revolución (la patria) que esos bienes sean expropiadas (requisados). El oro la plata, los metales que corrompen (los dólares) que son despreciados por el verdadero revolucionario (republicano) deben ser entregados al estado revolucionario, del pueblo para que allí se le dé un verdadero uso revolucionario (para purificarlas con fuego y acuñar  monedas con la efigie de la república y sirvan solamente a la comunidad) No necesitamos sino acero y hierro y la revolución (republica) triunfara. Administraremos con todo rigor la autoridad que nos ha sido encomendada por el pueblo (directorio de la revolución francesa; año 1792) consideraremos y castigaremos como actos antirrevolucionarios (malvados) todo lo que bajo otras circunstancias se llame descuido, debilidad y lentitud. Paso la época de las decisiones tibias y de las consideraciones ¡Ayudadnos a dar los golpes implacables  o estos golpes implacables caerán sobre vosotros mismos. Nadie debe siquiera pensar en el perdón a los enemigos, si lo intentáis sobre el que se atreva caerá el paredón (la guillotina, el cañón) ¡Patria, Socialismo o Muerte! (Libertad o la Muerte) Podéis elegir” José Fouché.


Tres años después de firmar ese decreto y asesinar a más de mil seiscientas personas, sin juicio alguno, a mansalva, fusilados con cañones y los restos lanzados al rio; es nombrado por el emperador Napoleón, duque de Otranto y se convierte en el segundo hombre más rico de Francia. Sobrevivió como figura principal en la política de Francia, durante la convención como diputado de Nantes; aprobando la abolición de la monarquía de Luis XVl; voto por la  ejecución del rey y la reina María Antonieta en la guillotina; en la revolución traiciono a todos los diputados, perteneció a los Jacobinos, Girondinos, a los radicales de la montaña; fue eje decisivo para la ejecución de Robespierre; las caídas de Marat y Danton;  traicionó a Barras presidente del directorio, su salvador cuando cayó en desgracia; luego en el consulado y el imperio desmadejo a Napoleón. Su fuerza radicaba en espiar y conocer la vida de cualquier persona, para ello se valía de los delatores extraídos de los bajos fondos, o mejor dicho en términos revolucionarios, los protectores de la patria.  

miércoles, 6 de agosto de 2014

Los Olores de Nuestro Espejo - Capitulo III


Desde mi infancia, fui considerado como un niño muy fantasioso, admirador de la magia, afanoso buscador de tesoros ocultados; las batallas épicas narradas por mi abuelo, enardecidas con fantasías alucinantes y ebriedades alcohólicas; amelcochadas con las disparatadas películas gringas y mexicanas, sus divas y héroes antorcheros, tratando de estereotiparse con las heroínas y semi dioses, de las mal calcadas epopeyas, desataban mis demonios, haciéndome viajar en inmensas naves, que se dejaban venir de los más remotos cosmos, para darme a conocer mi signo apodíctico, irrefutable, que con solo mi deseo,  era fuerza suficiente para aprestar los problemas de los infinitos Universos. Comenzaba el año mil novecientos cincuenta y ocho, y con él, mi cumpleaños número doce, viendo venir con borrascosa ansiedad, la entrada al primer año de bachillerato.

La noche del veintidós de Enero, de ese año, circulaban en el barrio gran cantidad de rumores, sobre la eminente caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, me instale frente al televisor, con el mandato dado por papá, de despertarlo ante cualquier noticia de importancia; a esos de las tres de mañana, del día veintitrés, se presentaron en cadena nacional de radio y televisión, la nueva junta de gobierno, presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal; a partir de ese mismo momento, ya se vislumbraban escisiones en una democracia aun en gestación. El treinta y uno de Octubre, antes de las elecciones de Diciembre, de ese mismo año,  los principales dirigentes políticos de los partidos mayoritarios, apoyados por el poder empresarial, firmaron el llamado pacto de Punto Fijo, nombre que se derivó del hecho, de haber sido rubricada la alianza de gobernabilidad, en la casa de habitación del doctor Rafael Caldera, insignada con ese nombre; dejando fuera al partido comunista, de cualquier posibilidad de poder, que como es bien sabido, no se conforman con una parte, sino con el todo; grupo político minúsculo, odiado por el noventa y cinco por ciento de la población, y quienes innegablemente, habían contribuido en profusión a la caída de la dictadura. Se realizaron las elecciones, siendo ganadas por Rómulo Betancourt, iniciándose así el denominado periodo democrático  y avecinado, la sampablera con los grupos apelados de izquierdistas. Ese era el panorama que prevalecía en la cotidianidad; pero para mí era la peregrinación andando por dentro; siempre cojeando por la falta de recursos, la invalidez atrofiante intelectual y sin las más remotas ideas, de las realidades que estaban por venir. Varios profesores pertenecían al partido comunista; su utopía creída y ejercitada, con la máxima honradez, me cautivó; iniciaron en la lectura panfletaria del materialismo; homicidio, muy elocuente e intencional, contra la filosofía de Friedrich Engels y Carlos Marx; guion para una nueva religión, con acervada profunción en la intolerancia y el crimen, justificado por razón de estado, siendo el Estado, en todos los casos, un preponderante dictador; de la misma manera me aleccionaron, en el miedo no acobardado, mostrado desafiante, consciente de la necesidad de tenerlo, para sobrevivir en esas travesías, guiadas por la casualidad, pude controlarlo y con ello se hizo sinónimo de vida.

 Me afectaba la negativa de los otros adolescentes, entre ellos, los de la pandilla de mi hermano y mis conocidos de la infancia, al evadirme y negarme cualquier acercamiento con ellos; adrede, era el afán de aplicarme la ley del hielo; de manera, que eso dedujo una acentuación, que no deja de ser lógica, en el ser humano, el de conducirme de manera inescudriñable, acentuando la conducta que había asumido, en mis primeros años de vida; ensañarme mentalmente contra todos ellos, y asumir una actitud homofóbica. Poco era el tiempo transcurrido, pero tenía la convicción, de ser un versado teórico del marxismo-leninismo; el único panfleto que había leído, hasta ese momento, era un furibundo  y escarbado resumen, de los principios del Materialismo Histórico, editado por el partido comunista de la Unión Soviética, para los países del tercer mundo, y las aburridas revistas rusas que daba igual leerlas o verlas, por lo baladíes y grotescas que eran; no es que busque excusas, menos a esta edad; para mí es una gran verdad que todas las ideologías, son trituradoras insaciables de los seres humanos, no pretendo significar que los activistas y pasivos creyentes, no lo hagan sin honestidad; me refiero a los engranajes de la gran máquina, diseñada para apresarlos, triturar la autonomía mental de sus adeptos, y que a la larga, esas cúpulas son igualmente devoradas, por ese ente abstracto; presentía  que las fotos intercaladas en las revistas, eran parte de la comedia y sin lugar a dudas, lo decían todo; las superiores verdades se dicen sin palabras.

Comencé a leer todo lo que cayera en mis manos, escarbaba en los remates de libros, rebuscando autores rusos, nada sabía de censuras; de esa manera, con el primero que me enfrenté fue con Fedor Dostoyevski y su Crimen y Castigo, fue tanto el estremecimiento que engendro en mi alma, que una tía materna, maestra de enseñanza primaria, abandonada con siete hijos por el marido, reemplazada por una carajita de quince años, había tenido la necesidad, luego se le hizo vicio, de acudir a una agiotista nieta del prócer de la independencia Rafael Urdaneta; vivía ella, en un verdadero palacio, al lado del hotel Kriptón, construido en unos terrenos, que heredados por la descendiente del ilustre, se las vendió a un judío  de nombre Aneo, quien había sido cocinero en sus años mozos, en los predios del cine Vallejo, reseñando los otros judíos, que era un hombre tan miserable, que en una oportunidad, en la cual se hallaba asando carne en su tarantín, el humo que se desasía del pernil era de tal portento y excelsitud, que revoleteaba sin cesar las moscas sobre las permeas, sin atinar a posarse por la astucia del judío; pero siendo incapaz de encerrar los encumbrados olores, de las atolondradas carnes, por lo que sin son ni ton, eran dueñas de los espacios invisibles; desplazando embriagosas, a las perversas empachadas porciones de las otras fritangas; un indigente atraído por las boqueadas, coloco su nutrida marusa haciéndola de trono, en una de las esquinas del tarantín y extasiado, por las oleadas ventiscas de la aromosa carnes, asadas con carbón en un enorme anafre por el hebreo; aspiraba y se regodeaba en su estrado, el menesteroso con las fragancias, que sin lugar a dudas, no llegaban a pervertirse en la nada, sino que se engrosaban a su dieta de ilusiones, zurrándose con cariñosos toquecitos su estómago, en señal de contentamiento. Aneo, con su rostro lleno de ira, auscultaba la presencia del indigente y sin esperar más, armado de un garrote, fue a conminarlo, a que le pagase la cantidad de humo que había ingerido, se armó la tangana, acudieron en gavilla los pordioseros con sus bártulos; y en mogote, los tarantineros armados de trebejos; se sobresaltó un grito, boqueado por el gurú del mercado principal Platón -Busquemos al policía del Vallejo- Exponenciado los hechos al Solón maracucho, asestados los argumentos, réplicas y contra descargas, esté quedose meditando los hechos, y sin pérdida de tiempo, saturado de arrogancia y sabiduría, extrajo del bolsillo de su pantalón una moneda, la más sólida, de cinco bolívares, un fuerte de plata, cien por ciento de pureza, la lanzo contra el piso y dijole al judío: con el sonido estas pagado.

Era pues Aneo, el dueño del hotel y tan miserable fue con el humo, como lo era con los enamorados secretos, que pretendían refugiarse, para el deleite del sexo, en su posada. Decían las malas lenguas hebraicas, que era ramal su conducta, del ultraje que le habían inferido su mujer anterior; dándose a la tarea de trastocar, los designios del inquieto Cupido y del impredecible Eros; ardides inventaba todos las jornadas, para descubrir a los que lograban esquivar sus robustas vigilancias, sometiéndolos al escarnio público, y al castigo de desalojarlos con la policía; hasta que un día, dio la casualidad, que paso por uno de los pasillos del hotel, que orden había dado, perseveraran desalojado para ser moteados; escuchó los sonidos guturales, inherentes a la inconsciencia de la transportación, a ese mundo único que produce el éxtasis del sexo; asomase con artimañas gatescas, por el vidrio colocado encima de la puerta de la habitación, que permitía la entrada de la luz natural, y quizás que otras segaderas; nada dijo, ni nada aparejo; fue tiempo después, una semana santa, que en un ascensor que estaba atascado, y hubo de ser dejado como tal, hasta que pasaran los días de conmemoraciones santas, para los menos y para los más, de cedazo aguardentoso y escapatorias carnales; encontraron el cadáver de una dama, en estado de descomposición, los ojos fuera de la cavidad, la boca ensangrentada por la ingesta de parte de sus brazos, y de sus enormes tetas; siendo no otra, que la esposa del judío, y según el parte médico y policial, su deceso se produjo por asfixia, hambre y terror; enjuiciaban sus amistades, no sin cierta escama, que la tragedia se había alfombrado en la vida del distinguido sefardí; porque da la casualidad, que exactamente a los siete días, después de la desgracia de su esposa, el gerente general del hotel, Faloquio Stick Fuente, también nombrado como Tinaja, nacido en el barrio el Empedrado, fue secuestrado y amputada, la parte más importante del engranaje sexual; sin embargo, el aparato viril, quizás por olvido, fue desamparado con el hombre agonizante; y aquí comparece la pregunta, que se hacían las autoridades y los habitantes, del barrio el Empedrado: Cómo es posible, que lo abandonaran a cien metros del hospital central; la intención era dejarlo huérfano, vivo, pero sin el coroto follador.  Fallaron al dejar el órgano Todopoderoso, poseedor de vida propia y dogmáticamente autónomo, porque se enfunda medrosamente o prorrumpe bravamente, a su antojo; o quizás adrede, los sicarios faloquianos, los plantaron a los dos, a sabiendas que tenían la posibilidad real de salvarse ambos, aunque quedasen desmejorados.

Realmente lo que conocemos como destino, es circundado por la Casualidad, todo es guiado por ella; por la acomoda y resignante ceguedad. Arañemos los trances: Faloquio fue secuestrado saliendo del hotel, si él no sale, y se dedica a dormir en su habitación del hotel, no hay forma que lo secuestren ese día; fue un hado, que no se acostara con cualquier de las hospedadas en el hotel, lo hacia todas las noches; pero esa noche, por fortuna, que no dejaba de prodigarle una vez más, lo necesario que se estimaba su trabajo, Aneo lo invitó a tomarse unos tragos; los caminos de las casualidades son inescrutables. Faloquio logro salvar su vida por una bendita providencia, la aparición de dos vecinos del barrio, completamente ebrios y que habían sido tendidos, de una fiesta por mentecatos, pero el albur no termina ahí; los borrachitos atinaron a ver el falo de Faloquio y creyendo, que se trata de un chorizo lo ahorran, para ablandarlo y machacarlo en sus buches; auxilian al herido Faloquio y trasladan al hospital central, a tan solo dos cuadras del sitio del crimen; llegados a la emergencia, estaba de guardia por providencia el doctor Pega Loca, el mismo cirujano que embolso mi mano, con su pauta, quiérase o no “Empatar y empaquetar como yazca, no importa como quede” en irreversible realidad, Faloquio sobrevivió, pero no así su falo justo, que de Tinaja quedo en tinajita; ante tal desgracia Tinajita, que así fue mentado, desde ese deshabituada desgracia, cayó en una depresión alcohólica, yéndose a descorcharla en el mercado de las pulgas, hasta el día que murió, no sin antes desatrancar la cloaca, que había sido su vida. Pero las casualidades no se espantaron del destino de Aneo; luego de la muerte de Tinajita y Lilith, que así se nombraba la dama sefardita; el hotel se convirtió en el recinto por excelencia de los hipócritas, y como dirían los lingüistas de la revolución del siglo veintiuno, “hipócritos” por la sencilla razón, de que les garantizaba la estada en ese recinto, su sazón inmaculada (o) y abonaban las transgresiones, sin embarazos ni facturas. El sumario es que Aneo, continuo por muchos años con sus obsesión faloquiales y vaginales, transbordando su prurito a tal estado de perfeccionamiento, al instalar en todas las piezas del hotel: pasillos, ascensores y habitaciones, cámaras y micrófonos; los cuales él y su ayudante, mentado como Huevo Frito, se confiaban de fiscalizar, para actuar ante cualquier silogismo denunciante. Fue de esa manera, que por fatalidad, una semana santa, Huevo Frito decidió tomarse los días feriados, y al regresar de sus merecidas vacaciones, fue enterado de la prestidigitación de Aneo; sin enmendar ni purgar la información, fue a la sala de control y pudo confrontar, las eróticas escenas de Aneo con su novio; en seguida, las incontinente y horripilantes efemérides, y tocados gritos aullantes, de los ex-enamorados, usurpándose a molar limpio sus carnes, en su celda forzosa, no siendo otra, que el ascensor privado de la habitación de Aneo.   

La obstinación es que Raskolnikov, el personaje principal de Crimen y Castigo, se sembró en mi espíritu y en la mente; varias noches me desvele, planificando la grafía como debía fraguar el crimen; ya de por sí, no era tan fácil el acceso a mi Alena Ivanovna; pues permanecía todo el tiempo, protegida por dos mal encarados esbirros y un guajiro, que desde niño les había sido dado en regalo a su familia, hecho muy normal en esa época, y que se comportaba hirsutamente celoso con su ama; superpuesto a esa pretoriana vigilancia con hilos, existía un portero estacionado en una garita a la entrada del palacete, protegido por un enorme portón de hierro; por supuesto, todos portaban armas de diferentes calibres; me las arreglé en dos oportunidades, para acompañar a mi tía a cancelar los intereses, que debía hacerlo a razón del veinte por ciento semanal; ello me permitió en la primera ocasión, observar menudamente los intersticios del lugar: las posibilidades de escape, las rutinas de los vigilantes, hora de comer, descansos; ustedes se dirán, bueno y como pudo observar tantas cosas, en un tiempo tan limitado: sencillo, para bajarse de la mula con la vieja y entregarle los intereses, había que hacer cola, tan igual a los acarreos hoy en día, en esta revolución del siglo veintiuno, para conseguir algo de comida, papel para mantener semi limpio el ano, jabón para despretinar los olores, bueno todo; cumplida la primera etapa del plan, venia la más difícil ¿Cómo hacerme amigo de los corchetes? es decir de los sayones, definitivamente de los cuidadores de la vieja; antes de iniciar esa segunda y última etapa, la casualidad se hizo mía. Tenía la costumbre en mis momentos de oció, y cansado del hobby de adivinar las matrículas, de los vehículos de servicio público, llegado el aburrimiento, por los fuse lagües repetitivo, de los ocho autos encargados de hacer la ruta, optaba por el segundo recreo, yéndome a la tipografía El País, propiedad de tres hermanos, los mejores amigos de mi padre; eso lo fraguaba, después de la cinco de la tarde, de los días donde se convocaba a los sorteos de la lotería del Zulia; cuando comenzaba en la tipografía y en la calle Carabobo un trajinar y enajenamiento, al iniciarse el sorteo, y el enjambre de vendedores de billetes, se mezclaba con los que habían dejado su destino a la providencia del juego, y los cápulos hechos moluscos intoxicantés en acechanzas tigrescas, esperaban las listas de los premios para las manipulaciones y arañeos; era una verdadera orgia de intereses, esperanzas y malas intenciones; mi pernoctación tenía otros fines, que pudiéramos atinar de poéticos y filosóficos: transbordar el ruido de las máquinas de impresión, a mundos inhóspitos por conocerse, y para hipnotizarme, con el fulgor de velocidad delirante e inconsciente de los operarios; su astucia sin ser pensada, solo, quizás, mañas;  la mimética de sus manos sin tener perseguidor; socarronerías que reproducían en mi mente, no sin cierta satisfacción sádica, las vivencias de los condenados a la guillotina, sus ojos queriéndose escapar de sus empaques; las cagantinas de los días anteriores a la ejecución, la mente cimentada, los fríos sudorosos, el escape de toda voluntad, las alucinaciones viéndose sepultado, las esperanzas avivadas por escaramuzas con Dios; quizás guardaba cierto rencor, a la mochura de mi dedo y se paseaban ideas no sanas; ver la destrezas de los linotipistas, que hipnotizados clavaban las nimias piezas, con la precisión de la marcha del organismo humano, volanteando sus manos con arte y pericia, digna de un cirujano cerebral; aturdirme, engreírme con el subir y bajar salmodiado de la vil guillotina, ver la descarga, escuchar el atarrayado por la penuria; golpe seco, saca, mete, escapada; despiadada la separación de la parte del todo, y el dolor, no tan imaginado y si evocado, con sentido del desprendimiento; el otro motivo, era enfrentar sin cordura ni calma, al enjambre de hembras estudiantes del instituto Narciso López, mozas farolantes que embellecían la impetuosa calle; dedicándome a darles gavilla y palabrerías sin cortedad, logrando cuajar algunas, con un éxito que poco duraba, por el atornillamiento de la doncel y su jactancia, de que ya me había enroscado, haciéndose forzoso e ineludible el escape, para evitarme el escarmiento, de una confesión hiriente, no para ella, sino para mí, al dejarse venir la ineludible propuesta de una salida, a un restaurant o discoteca, porque por lo menos, especular en una encerrona en el cine Sabaneta, era como sacarle la madre o darle un coñazo; sin embargo, de este estilo expresivo de amor ajustado, se soldó en la mente, una metodología que no abandonaría, sino en la vejez, por las consecuencias impredecibles, porque me decía en ese ajetreada etapa: si por cada cien declaraciones de amor, veinticinco me favorecen, cincuenta me abofetean, y las otras veinticinco, se ríen o me miran con desprecio, es loable urdir una confesión estándar, que sea rápida en su esencia y precisa en las intenciones; elabore el estratagema con estas sencillas pero impactantes palabras ¡Coño, amor sin ser chaveteado! he soñado con vos; rauda era la travesía, dislocada en las desposeídas y depreciadas aguas del lago, angustiadas con el petróleo; mucho antes de verte, ya se vertía en mi alma, una borrasca sospechosa de una princesa, y esa eres Tú ¿quieres hacer el amor? El intríngulis estaba en el desbarajuste, tratando de enseñorear la propia ignorancia, con el torcimiento oscuro del texto y el emotivo recitamiento.

Estando sumergida la mente, en pensamientos estratégicos y laberinticos, sobre mi primer crimen por hacerse; casualmente se acercó Luis, uno de los dueños de la imprenta, y me apuntó  –Nefesto, te escolto a adjudicar un cometido a una emparentada-  encantado, le respondí; ya el hecho de conducir su Mercedes Benz, y sin párale pelota a sus ínfulas, sin malversación, de verse con chofer, era suficiente para profesarme felicidad; pero más bienandanza sentí, cuando entramos al palacete de la usurera; al ingresar el vehículo, el portero me saludo batiendo los brazos como astas de molino, no sin cierto asombro; la misma cualidad prevaleció con los guardias y el guajiro; pero la gran sorpresa para Luis y éxtasis para mí, fue la efusividad con la cual me abrazo la copetuda cuaima; pasamos a su biblioteca, invitándonos a socorrernos del sofocante calor, con cerveza o refrescos, preferimos Coca-Cola; del rostro de la agnada de Luis, se hizo una escalonada monería e inmediatamente, sin medir palabra, me dejaron apoltronado en la magnífica biblioteca; los primeros minutos volaron embelesado, admirando la enorme cantidad de libros, bellos todos, pero que sin lugar a dudas, en virginidad permanecían; luego se aposento un súbito temblor en el normal, al mismo tiempo que el otro, que se mantiene en acechanza, intimaba a buscar en el escritorio, el fatídico documento que encadenaba a mi tía; así procedí, pero casi inmediatamente, la orden en ejecución fue contradicha por el estándar, con un argumento avasallante: debes concentrarte en el crimen o de lo contrario, serás reputado como un ramplón ladronzuelo; porque, decía el reflexiónario: la esencia de la ciencia de los magos vengadores, no puede ser sometida, al juicio universal del comportamiento moral y de las trasgresiones acumuladas; una cosa en su diabólica vida, y otra el desagravio ético; sopese las dos opiniones y ello provoco en mi alma una energía, que sentía aumentaba en megavatios, prontas a crear cortocircuito voltajico, por lo que sin emendaciones de tiempo, opte por la que sin lugar a dudas, cosecharía en la historia los parámetros moralistas, imborrable para las venideras generaciones de agiotistas; abandone pues, cualquier intento que subyugase los progenes altruistas de mi ser; pero en todo caso, la impertinencia del velocista Inconsciente, me sirvió para constatar el sitio de reclusión de los malditos documentos, y cuando digo ¡Documentos! es porque en ese preciso momento, por una casualidad, fui arriado ciegamente, para que en el futuro, pronto por hacerse, me apoderara de los instrumentos argollantés de la existencia; el consciente tratando de igualar en velocidad al inconsciente, agregó a su delantero análisis: la importancia de evangelizar la acción, con un carácter enciclopédico y despachar, no el manuscrito, sino las documentaciones, con lo cual liberaras a la humanidad de la sumisión agiotistera.

La conquista se hace costumbre, hasta que la malaventura se desata. Tomé dos decisiones sabias, tal como lo demostraran los hechos; me anote en un breve, pero pragmático curso de relaciones públicas, titulado con el pomposo nombre: Como Alcanzar el Éxito en solo Siete Días; dictado por un gran conferencista y sabio español, que huyendo a las necesidades y los garrotes del franquismo, habíase ajustado para frenar en estos lares, que aún permanecían en el siglo XlX; el curso en verdad, estuvo a punto de constituirse en la novedad del año, de no ser, por la abrupta presencia e intervención, de la policía esbirrosa en el salón de clase, con la intención de aprehender al profesor; en un primer momento, los alumnos, que éramos tres, estuvimos dispuestos a rechazar a los sicarios, pero la oportuna aparición y arenga, del director del manicomio, fue tan convincente, que tuvimos que retractarnos de nuestra noble intención. La acusación fue rastroja, mutuamente se argüían, el profesor y el director, de revoltijo de funciones y confabulación, dentro de la residencia albergante de los perturbados; salmodiándose con retrecheras picoteadas, con un mismo acento gallego, la tutoría direccional, de los desmollejados.

Rastreado con el caudillaje, de tan magna y necesaria revolución moral y está demorada, vivía sumergido en un hamaca chinchorrera, elaborada por las guajiras, que con sus chirriante colores me mantenían en un estado letárgico, esquivando toda realidad posible ¡Oh! dioses aventajados de la inconsciencia, alégrense de mi decisión y guíen mis pasos, y si no los obedezco, que baje al sepulcro con violencia y me sea negada, toda colita por los aterrados caminos del silencio. ¡Carmeles! tus pecados han de ser agujereados, y dejaras de ser la conspicua prestamista, porque yo te desnucare y desbastare tu palacio. Presto estaba para el definitivo acometimiento; la obsecración de los sentimientos y la razón, daban paso a un nuevo amanecer, atrás quedaban enchirroleados los funestos pensares y presagios malosos. El Golpe: Con denotada parsimonia, había estudiado las variantes escapatorias; la que más convencimiento depositaba en mi voluntad y sagacidad, era la de trincar los documentos depositados en el escritorio, y emprender una retirada arrebujada,  indultándole el castigo a la sanguijuela, con lo cual la manufactura moral seria ejemplar, convirtiéndose para los prestamistas, prestatarios y filósofos, en el mayor laberinto inventado por el ser humano; pero me decía, fácil no será, y lo más probable es un repliegue de esprínter, es decir de arranque y fuerza corredora, vaticinando esa posibilidad cierta, con ahínco había dedicado a develar la distancia, entre el palacete y la delegación de la policía judicial, donde podía descontar el apoyo incondicional, de varios de sus funcionarios, que habían sido compañeros de estudios: setecientos metros ni más ni menos; encunetado en la hamaca,  me dedique a calcular el tiempo real necesario, para desbaratar esa tirada y así, fui haciendo la articulación: si para hacer un kilómetro calmo y amansado, necesito un empuje tempero de cinco minutos y veinticinco segundos; para un escape de acoso exacerbado, buscando las cosquillas en los pies y de turbo prodigarme, emplearía un máximo de tres minutos; y si hay disparos, dos calamitosos minuteros; pero encabecemos: escape en salvamento de las costillas, es decir en evitación de una golpiza; definitivamente me transe en cuatro minutos, más dos de inquisición confiscatoria en la biblioteca y uno, para salir sin despertar sospechas, total siete minutos y finalizaba en el vagar entrampado sofista con esta sentencia de Aristóteles “Si los humanos midiéramos los tiempos, para hacernos merecidos de la historia o fuéremos despiertos de los lapsos, para embejucar los destrozos de los deseos indignos, que de desguaces nos evitaríamos” Quiero hacerles énfasis, que a esta altura de la epopeya, que me lanzaría a la ahistoria y como consecuencia, a las lebreles literarios, estaba súper convencido, de lo innecesario de la muerte de la prócer, que así la tuiteaban los empleados; las razones eran gnósticas, y más allá del bien o del mal, me era imperativo permanecer trascendiendo la vulgaridad humana y aferrándome, al poder de la voluntad.

Llegue al palacete, el portero muy risueño dio paso subordinado; el guajiro me dijo en un castellano naciente, que no por ello, dejaba de traslucir su honesta voluntad, de dejarlo de apabullar y machacar, en un futuro cercano -Dona Carmetia, está en banco de bano, soltando las tropezones tasajadas ayel, boy darle masaje en sus culas, para que surten sin rotula; aseo digo, de que vos entráis aoral- Los guardaespaldas estaban desayunado en la cocina, miraron y desdibujaron rastros de la arepa con chicharrones; entre a la biblioteca, tome las carpetas con los documentos que pude englobar; pero saliendo, me traicionaron los que presumen de  ser diferentes y opuestos, y no son,  ni lo uno, ni lo otro, dejándome abochornado, desenmascarado y denunciado, se habían escapado juntos la consciencia y el inconsciente, solo nubes sin escupitajos en la mente; el portón había permanecido semi abierto, por allí me fui; los gritos de todo el personal cumbamba en los oídos; cosquillas tenía en los pies, por fin agarrote la entrada de la delegación. Todo termino como si solo hubiese sido un sueño, que en verdad no lo fue.

¡Si!  Fue una época que la viví instintiva, negando los sentimientos y la razón; obsesionado en labrarme una imagen de aborrecimientos y odios; buscando dar diente con diente. Limbos negros que con demencia, propagaban a través de cualquier medio mediático y en las tertulias, desmigajando las maldades carniceras y bestiales de los marxistas; quizás era una reacción a esa nada de mi infancia; al rencor escoriado, de no haberla disfrutado; las infectas intoxicaciones, aguaitando en todos los alimentos, en el sol, en las telas de las vestimentas.  

¡Sí! odio epilogal; solo recuerdos que se hicieron pesadillas indelebles. Una tarde, sentado en la baranda de la casa de la señora Josefina, donde mendigaba las miradas de una novia bella; favorecida con todos los encantos inimaginables, de una eterna primavera; sus ojos verdosos llenos de una picardía lasciva, invitando a provocar atribulaciones; esperaba que anocheciera, ambos sabíamos, que no había ninguna posibilidad, de que nuestra relación tuviese un final normal y era menester, antes de mudarse del barrio, proceder a realizar un deseo que palpitaba en nuestras carnes; su padre de conuquero, avenido en gran propietario con la muerte misteriosa de un tío; se izaba y encumbraba orgullosamente, a los deleites de una vida llena de riquezas y vanidades; su odio hacia mí, lo veía como la necesidad de borrar para siempre, cualquier vestigio de su pobreza pasada; dos días antes, en la casa de una amiga mutua, quien se complacía en hacerse de Celestina, acordamos que aunque fuese por una vez en la vida, disfrutaríamos del amor; el plan era: con la detonación de las nueves de la noche, ella procedería a introducirse en el baño de su casa, yo subiría por el techo de la casa de la señora Josefina, atravesaría el baldaquín aledaño, que le correspondía a la casa de los Dávila, hasta alcanzar el objetivo, hacer el amor en el baño de su casa; era menester, para tener éxito en el trayecto, y no ser descubierto en el intento, eliminar un enorme bombillo de un poste del alumbrado público, que estaba situado en el callejón trasero, común a la cuadra de las casas y que mantenía el lugar, como si fuese un estadio, con sus torres de luces encendidas; el hijo de la señora Josefina, David, era mi pana, regularmente lo acompañaba a buscar al señor Marco, su padre, recaudador de los impuestos municipales y quien, sin pelar un día de la semana laboral, luego de su faena, se dedicaba a empinar el codo, en el bar la Cantinela; religiosamente, como si fuera un pacto, duraba en esa faena dos hora y media, momento donde era necesario, recoger a aquella masa de carne inconsciente y embutirse con él, en auto de servicio público, para luego acomodarlo en una silla, en la enramada destechada del patio de su casa, colindante con el enorme faro; ahí, debajo de ese sol artificial, permanecía estancado, muerto, recibiendo sus dosis de la torturante luz, hasta las doce de la noche, momento en el cual comenzaba a renacer, para esperar sentado los golpes, con los consabidos improperios, de la señora Josefina.  Estando en la espera de ese momento, se me acercó Julio Cesar, del grupo de mi hermano Felino; ellos tenían como sus principios, no enunciados, pero si aplicados, la audacia desenfrenada, el valor irracional, la temeridad libertina y el desprecio licencioso por el estudio; fue el momento cuando se hizo sentir el nihilismo en estos lares, que de alguna manera, es parte de todos los seres humanos, unos lo afloran más , otros se hacen los musius; eran una juventud extraña, imitando la cultura perturbada de los países europeos y norteamericano, con los ingredientes del realismo mágico del trópico; un verdadero cataclismo, no solo del cuerpo, sino también del alma; la adopción de modas, tan fuera del contexto geográfico; las botas altas de cuero, que hacían recordar las lecturas de las infamias del Márquez de Sade. Sádicas, descargando su látigo a los depravados, flagelando sus cuerpo, dando vía libre a los deseos; subterfugios que reviven los ancestrales vicios, guardados en los palcos de exclusividad, de la mente inconsciente o quizás, no tan subconscientes, y si, obsesivamente apetecidas por consumar; los cueros baratos, y las imitaciones de badana para las vestimentas, en estos lares de clima violento y quemante; cortedad en los cueros adheridos al cuerpo, que dejaban al descubierto, ante cualquier movimiento las piernas, nalgas, la fruta acida tan apetecida, desertando las imaginaciones balsámicas y visiones en estampías, sin nada que moler ni disgregar en las noches de insomnio, cuando se dejan venir las imágenes deseadas, elaboradas con despilfarro erótico. Las cabelleras frondosas en los jóvenes; el deliberado esfuerzo, en hacerse lo más desaliñado posible, la energía en pulverizar la hombría; una manera de rechazar la cultura generada, pero esquivando toda responsabilidad; la individualidad como la esencia de la vida; el ocio plantado con solo abrojos; los jóvenes empeñados en parecerse a lozanas hembras, y las muchachas queriendo ser varones; siempre en búsqueda de parecer lo más omisas y feas posible. Un afán por  convertirse en una glosa grotesca; sortear cualquier posibilidad de ser definidos por el sexo, es decir parecer neutros; los extravagantes atavíos de los hombres, forradas las carnes con telas estampadas, aterciopeladas y con encajes; joyas de pacotillas, aros y pendientes en las orejas, en la nariz, en la boca, en el órgano sexual, en las nalgas; poner fin a las guerras pero sin aporrearse, ni enmendarse; el sexo a mansalva, sin calidad, follando con irracionalidad, estimulados por drogas; era el libertinaje sexual; la destrucción de la unidad familiar; el consumo de drogas, buscando un mundo de quimeras; la música estrambótica  maleando la inspiración; la fijeza escandalosa, triturante, de los instrumentos eléctricos, desbaratando los oídos y la mente, constituyendo una manera de evadir la realidad; el baile imitando a los saraos africanos, o a los pacientes de un manicomio. El objetivo era escarnecer todo pasado; la glorificación a los desvalores; la destrucción de la propia vida, pero sin autenticidad, simple copiaje de mañas muy bien programadas, quizás al comienzo, sin percibir los olores de la manipulación a la rebeldía; estilos que se iniciaron, aupados por la aparición y comercialización, de nuevas y más sofisticadas drogas. Pensaba entonces, si esa es la conducta generalizada, practicada con igual o mayor ahínco, por los grupos de izquierda y anárquicos; la manera de individualizarse, es hacer lo contrario, mantener una actitud de arrogancia, el resultado fue como el del pendejo, que tiene un Wolvaguito, remendado, pero con el escape libre, y se aplica a frotarse y chulear, con las naves potentes de última generación. Esta demás referir, que en la pandilla el odio a todo lo que oliera a comunista, estaba en la cúspide retenidas de los miembros de la pandilla.

Esa tarde, Julio Cesar, no sin cierta malicia, me preguntó, el por qué me había afiliado a la juventud comunista; realmente, el cómo me adherí, no lo recuerdo con exactitud, pero se arreglan en evocación las efigies, de la captura y golpiza que le propino la Seguridad Nacional (policía política de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez) a un obrero comunista, en el centro de Maracaibo; los cuentos, que no dejaban de ser realidades, de las torturas a que eran sometidos, por igual, los que profesaban las doctrinas social demócratas y comunistas; las iconografías de la noche, en que fue derrotada y execrada, la dictadura, transmitida por Radio Caracas Televisión; la emoción y admiración, cuando apareció la junta de Gobierno; ese día me dije –debes hacerte del poder, no importa el medio, bien sea haciéndote oficial de la aviación o dirigente político; la primera vez, que fui detenido por la policía política, embaulado y enjaulado, en el retén policial, por estar de alzado, la estancia en ese sitio me dio una panorámica, de la fraternidad que fluía entre los detenidos; las horas de estudio, que no solo abarcaban la doctrina marxista, sino también los clásicos de la literatura; la valentía que me inyectaron, para inmunizarme contra el dolor en las torturas. Una vez instalado como gobierno los adecos, en conchupancia con el partido Copey, que albergaba lo más retrogrado y sectario, de la derecha y de la iglesia, según mi apreciación, se la dedicaron con ahínco y sin indulgencia, a todo lo que apestara a comunista; en ese momento había sido aprehendido, por no decir esclavizado, por una sola imagen de la vida; me sumergí como los caballos de carrera, con sus gríngolas, en un subterráneo donde desmantele todo el poder de la voluntad, que había sembrado y cultivado desde la infancia; con un comportamiento recalcitrante e invadido de odios y complejos, tan iguales o peores, a aquellos que profesaban las otras doctrinas; camino que a la larga, es la meta donde arriban, todos los que se hacen con el poder, no importa la forma ni la doctrina que se profese, todos convergen en esa cloaca. En las brigadas de choque, nos soslayábamos y afincábamos, a explayar epítetos indignos y ofensivos, con toda persona que se atreviese a disentir, de nuestra religión marxista, o de alguno de nuestros dioses, actuando de manera violenta, a la menor señal de sospechar sarcasmo. Fanatizados y con una defensa a ultranza, se deslizaba furtivamente, el espécimen cubano con un solo objetivo: apoderarse del país; nuestras mentes, se habían forrado de romanceros agrios y melcocha, no permitiéndonos vislumbrar otros caminos; tan parejo como les sucede, a una gran cantidad de habitantes de este país en el siglo veintiuno; unos por ser aduladores por antonomasia, fáciles de negociar su consciencia; otros, meramente por ignorancia, abonada con dadivas; y los menos, por estarse ahogando con las riquezas mal habidas; y por ultimo mi secreto: la primera vez que actué como activista, tenía trece años de edad, fue una acción de pinta y colocación de pancartas, en los postes y paredes; verdad era, que la policía o cualquier otro organismo de seguridad del estado, sin contemplaciones mataban al que consiguiera en estas faenas, la orden dada por el mismo presidente Betancourt, en cadena nacional de radio y televisión, era, disparar primero y averiguar después; ese día llegue en horas de la madrugada a mi casa; en la reunión, donde se asignaron las tareas de cada uno, estaba un amigo de papá, lo llamábamos don Juan de Pacotilla, como lo son todos; de indivisas maneras, el tipo, de algún modo, con su carrote de última generación, un Chevrolet Impala y sus billetes, que no le faltaban, se abrochaba a  la moda, como comunista de salón; por supuesto, en la reunión se excusó de participar, era alto empleado petrolero, es decir estaba muy bien acomodado; del cenáculo se fue a la casa de padre y desembucho, todo lo que sabía e ignoraba; encarnaba el arquetipo del izquierdista de exposición, que se fabrican ellos mismos, con alucinaciones de elegidos, estimaciones y respetos; hablan como curtidos y fluyen como inocentes, siempre están del lado de la comodidad y del ocio sin abono, llaman infames y cobardes, a los que se niegan a dejarse matar; corruptos a los que no aceptan ayudarlos; son tan malos, que solo son peores a ellos, los que le dan prestigio y los aúpan. Al llegar, a eso de las dos de la mañana, padre con su rostro envilecido por la ira, me estaba esperando en el frente de la casa; al entrar me dijo que me quitara el pantalón, algo que no había hecho con Felino, en tantas pelas que le había acreditado, afinco con tal robustez el mecate, para dejarlo de blandirlo cuando madre se desmayó; en ese momento se apuntalaron, no las ideas, porque pocas tenia, sino la rebeldía; el dolor físico no era problema, ya había verificado que lo controlaba; a los siete años cuando me descuaje la cabeza y a los doce años, cuando una escopeta estallo su recamara, mutilándome los dedos de la mano izquierda.

El caso es, que sin habérmelo propuesto, al promediar la hora, donde era menester ocuparme de la aventura planificada, logre despedir a Julio Cesar, pero él ya estaba atraído, había sembrado en su mente un nuevo aguijón, el de la rebeldía incendiaria, que poseemos en latencia en esa edad, era hora de hacerla acción, y que medio más explícito e irracional, que la Utopía comunista, con su parapeto de igualdades y de un ser humano nuevo, con sus teorías creadas por el genio de Carlos Marx, compresadas sin el menor respeto al científico, en un catecismo de una oscuridad inigualable, queriéndose aplicar esos principios científicos, basados en indagaciones y metodologías acreditadas, de realidades afirmadas, para esa época, hace más de ciento cincuenta años, que han demostrado su imposibilidad de aplicación, y con la indubitable verdad, en los países que se han fingido aplicar, de lacrase en acérrimas dictaduras, con la consabida destrucción de la economía y los valores humanos.

A las siete de la noche, me fui con David a buscar a su padre al bar la Cantinela, tomamos el fardel de huesos y carnes, y prontamente lo alojamos en su poltrona, daban las nueves de la noche. David ajustaba la honda, con sus municiones forjadas con amor, como si se tratara de una mujer; eran esféricas de barro privilegiado, del tamaño de una metra, pasadas, para su consolidación y efectividad, por un horno primitivo, venido de las montañas rocosas, con sus jagüeyes de barro embrujados y fríos, de la sierra de Churuguara, sin dejarlos que se adormezcan, para evitar que pierdan sus juros; satanizados por la bruja Dórela, dialogándole con fuertes amores y humores, ciñéndose lujuriosamente en una danza silenciosa de ligues, con los demonios que lubrican los incansables deseos; acomodó la honda, con la maestría a la cual estaba acostumbrado, le venía, según pregonaba su madre, la habilidad a David, empaquetado en los genes de sus antepasados, tan remotos como el mismo primer David: dos minutos para subirme al techo de su casa, cuatro para recorrer alfombrado las otras dos cubiertas, y bajar hasta el baño prodigioso, donde debía dejar a buen resguardo, las sesgadas sustancias, ya acostumbradas a ser semilla de nada.

¡Explosiona el sol! pervertido en destellos vidriosos; el silencio de la noche, es desgarrado por la estruendosa descarga, para arrebatarnos en la bella demencia, de la insensata adolescencia, y como si la energía eléctrica, anhelosa de sus bombillos, deseara expresar su enojo, frenéticamente se apodera del alma del señor Marco; los ojos se le encienden, llamas escupen, levantase catapultado por los duendes de la cañada Morillo; expulsa el viejo, con el vigor y la fuerza de un Caruso, un grito seco que rebota en los confines del universo, luego baja y se asienta en el vecindario ¡Un ladrón! Fue una sola vez que el odio de Baco, contra los abstemios, rugió para hacerse muerte desquiciada, que aún brama en mis oídos. Luego calla y vuelve a dormirse, con una sonrisa de niño mimado ¡Grita Juanita! puta por puro serlo, la vecina del fondo ¡Al ladrón! Estalla la ira de David, el delirio se enseñorea en él, ya solo ve a su Goliat; detona todo el alumbrado de la cuadra, sigue enseñoreado con su honda, lanza sus dardos contra cualquier sonido y olor; se oyen lamentos, se ventea la sangre, rebuznan los perros, los gatos cantan, los gallos aúllan, los alcaravanes entran en deshora; en desesperación solidaria, solo una luna crecida, acariciada por nubes negras, se empeñaba en dar figuras de sombras.

miércoles, 23 de julio de 2014

Los Olores del Espejo - Capítulo II



Capítulo II

Estas evocaciones de la infancia encierran los conflictos de la mente, ya demasiada ultrajada, por tantos hechos vividos o soñados; acarreados los primeros, dentro de lo que nombramos como circunstancias contextuales de la realidad y los segundos, en los inagotables moradores de la psique, con sus fantasías, ensueños y traumas, que nos embrollan la mente dejándonos poca oportunidades de poder determinar con precisión, cuales realmente hemos vivido y los que corresponden, a las aprehensiones arbitrarias del inconsciente, residenciándolas como propias.
 

A muy temprana edad, el olfato comenzó a distinguir los diferentes olores e intenciones de los seres humanos; escrutándolos con asombrosa olfatibilidad. Retengo las agudezas de un día domingo; nos preparábamos mi hermano primogénito, mi hermana mayor y yo, para irnos a la vespertina del Cine Sabaneta; mi padre me hablo con una generosidad que no había apreciado, hasta ese momento; deseaba que tuviésemos un breve dialogo; era un hombre de estatura media; en ese tiempo su contextura de dirigente y activista deportivo comenzaba a desencajarse, descollando un abdomen, no exagerado, pero si bien cultivado, laureándole una fisonomía bonachona y receptiva, que no se esmeraba en malversar, provocando en ocasiones, que nos olvidáramos de su recio carácter andino. Aún pienso que fue uno de los momentos más difíciles de mi vida, el cotejo lo hago porque todavía hoy día, recuerdo con toda escrupulosidad cada detalle; y las indagaciones y experiencias, que acumulado durante más de sesenta y ocho años, así me lo indican. La adolescencia sin lugar a dudas, es el despertar más complejo que se opera en el ser humano; es la primavera donde se despiertan nuevos olores y del control de ellos, dependerá experimentadamente y psíquicamente los tufos que habremos de ventear. El encuentro con la sexualidad, los cielos e infiernos desplazándose con su máxima intensidad; el túnel que nos puede conducir a tener una vida normal o atraparnos en sus oscuridades; con la aparición de los caracteres sexuales, las modificaciones de la imagen del cuerpo, el cuerpo como objeto pulsional y como imagen que trastoca, conmueve la existencia; las irrupciones de los cambios somáticos, del cuerpo; cambios que son imposibles de detener, impedir, dominar. El encuentro con esa sexualidad y la imposibilidad de significarla, encausarla, conducen a muchos adolescentes a tergiversarla, por la falta de orientación, tabús sociales y sexuales, el entorno familiar y económico, dándole un carácter trágico a esa primavera irrepetible, que converge hacia guías deplorables. La maldad asoma con toda su fetidez en la adolescencia, cuando se ha estado desgraciando esa floración. Vivíamos en los años cincuenta, terminaba de finalizar la segunda guerra mundial, la cual indagaba una vez más las máscaras de los seres humano y su prolijidad en inventarse maldades, crímenes y su inacabable hipocresía. El barrio denominado urbanización Urdaneta, era la segunda que se construía, con esas características en Maracaibo y la primera para la clase pobre, era una tasita de oro, diseñada por el arquitecto Raúl Villanueva, el mismo que diseño la Universidad Central de Venezuela, con su aula magna y el centro Simón Bolívar, entre muchas otras importantes obras, que comenzaba a poblar una Venezuela, que aún permanecía atascada en la mitad del siglo diecinueve; esa urbanización se habitó con vecindades, que en su gran mayoría agraviaban cualquier manifestación cultural, siendo óbice el desconocimiento y como consecuencia, las transgresiones de cualquier convenio social; en pocas palabras arriaban de acuerdo a los vientos; pero con la obsesión, de una gran mayoría de las familias, de romper el cordel con su nudo hereditario, para saltar la talanquera de la pobreza.

Testicular es la obsesión cuando se es joven, el florecimiento es permanente, se buscan atajos, la mente alucina en viajes que se hacen interminables; sobre todo cuando es amurallada por la ociosidad, la ignorancia y la mala crianza; para los adolescentes del barrio, muy poca importancia tenia quien fuese, o que cosa sirviera de depósito; ensayaban las tretas más pasmosas, sin sentir ni reflejar perturbaciones, por lo infundadas e inverosímiles que auxiliasen; era tirar la confabulación para ver que se pescaba; al faltarles víctimas humanas presurosos se avocaban con los animales, preferenciando las burras y pollinas; las cabras, gallinas o cualquier animal que pudiese ser macerado para perforarlo; no sin cierto desparpajado orgullo se canta, aún hoy día, la gaita La Cabra de Josefita Camacho: < Josefita Camacho, es mocha de los dos cachos, del rabo y las dos orejas, y es por eso que no deja, que la agarren (cojan) los muchachos>>

Con una anécdota, voy a procurarles la acuarela de la trágica realidad jifera y frijolera, que existía en esa época; la historieta es relacionada con el menstruo diabólico de mamá y mis hermanas, lo cual facilitara la afloración de las imágenes, de cómo se batían las realidades sexuales naturales; y percibirán sin contratiempo cómo era las reacciones, con lo que se invoca con membranosa resonancia como contra-natura; pérfidas practicas donde el culpable, el monstruo es la victima; el victimario era cotizado, por los otros jóvenes, como un héroe al que se le festejaba la naciente hombría: Cuando llegaban los periodos menstruales, alguien debía ir a comprar en la bodega las toallas sanitarias, ese alguien normalmente era yo, las mujeres estaban descartadas de acto tan impropio, nauseabundo y degradante; entre algunas de las razones que se alegaban, era que expondría su estado diabólico a la vindicta publica, pues era obvio que descubriría el secreto indigno y las exhibiría, a las miradas inoportunas y los deseos obscenos, me iba pues al abasto del señor Meza, hombre comprensible, fiel, y supremo disimulador de esa acto Heroico-Trágico; la entrada al recinto iniciaba el ritual, el acceso se hacía por debajo de cuerda, era requisito que no estuviese otros compradores, dando comienzo a la siniestra expectación, para manifestarle al vituállelo la malaventura; llegado el momento crucial, hacía que escupía, era la infalible seña; el señor Meza arrugaba su frente e inmediatamente desencajaba de su boca, un rictus de  lastima ajena; sin embargo en muchas ocasiones, el acto era roto por la aparición de algún disimulado cliente, dejando en estope la operación; olvidándose por su vejez, el señor Meza, el porqué de mi presencia, era menester entonces acudir al plan B, acercándome a su oído izquierdo, el otro estaba taponeado; le recordaba que era penuria lo que me acechaba y despachara una caja de Kotex; único sinónimo de tapones para la regla, o el sangramiento mensual, cumplida la gesta parlaméntela, que no dejaba de ruborizarnos a los dos, se retiraba el bodeguero a unos anaqueles secretos, que tenía dispuestos en un cuarto con llaves y salía del mismo, con un paquete forrado en papel, donde se conjeturaba escabroso cualquier tentativa de poder determinar su contenido; lamentaba sin enojo, que el valor del paquete, tres reales, no me fuese computado con tres granitos maíz en mi frasco, asediante de llegar a los veinte granos para disfrutar de la florida y correspondiente conservita de leche. Prosiguiendo con la historia de infamia; me condujo mi padre al centro del patio de la casa, como para confesarme un secreto, ese día lo comencé admirar con especial fervor, hasta el sol de hoy. A partir de aquí, en el documento original, había escrito con pelo y señas lo acontecido, quizás se apodero, en ese momento, de mi alma algún olor infernal, que la voluntad logro derrotar; y ese tufo nauseabundo que está almacenado en la misma mente, pero estructurado con un lenguaje que se hace propio, siempre acechante para adueñarse de la existencia, logre desplazarlo y convencido decidí, que en consideración y respeto a los muertos, mis principios y los descendientes de los alevosos protagonistas, mejor era nombrar la ocurrencia, que en realidad es lo importante de contarles, por la artera que se engancha en la mente.

Contaba con unos seis años de edad, era bello como todos los niños a esa edad, que de alguna manera encierran en esa hermosura, que no es otra cosa, que la inocencia y las frescas carnes vírgenes, ignorantes de cualquier contacto sexual, y que se le convierten en la madera y clavos para crucificarle la vida. Mi padre de manera inteligente y amorosa, me informo que le habían confidenciado que uno de los tres felones me había violado: La historia en la realidad fue la siguiente: Hubo un momento, en que encontrándose los tres en la casa de uno de ellos, yo llegue ¿A qué? No lo recuerdo, pero con toda seguridad, cumplía un mandato de mi madre, en busca de un favor, que pudo haber sido: el auxilio con dos cucharadas de azúcar, el préstamo de cualquier alimento, o el pedimento de los periódicos viejos, los cuales mamá cortaba en pedazos y nos servían como papel sanitario; el caso fue que me sentaron en las piernas de uno de ellos y sentí el bulto del órgano, mientras los otros dos extraían de sus alforjas los suyos; me puse a llorar y les gritaba que se lo iba a decir a mamá; ellos soltándome me dijeron que de hacerlo, le dirían a mi hermano mayor, quien se mantenía con ellos, que había cedido en otras ocasión.

-Nefesto, Pánfilo se le acerco a tu hermano y profirió una grave acusación contra vos; yo lo conozco desde el mismo instante que nació y se lo cachazudo que es, pero es mejor aclarar que lamentar, siendo mi obligación filial y de amor, ponerte al tanto y aconsejarte. Nefesto decidme la verdad, porque el caso es grave, sois apenas un niñito y él es ya un hombre hecho y derecho- Una gesto se asomó enérgico  en el rostro y le dije -Es mentira padre-

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Ese evento me acredito la mente y la zarandeo apresuradamente a la realidad del barrio; era menester pensar como un adulto; es decir tener malicia, ser tramoyista y considerar, que la verdad de la razón es fullera; de haber caído en la asechanza, la cual se la montaron a muchos niños, fragmentando y amargándole la vida, mi existencia y sustancia hubiese sido otra. El carácter demostrado por mi padre, a más no poder, me arrimo a su alma e indujo a rebasar la forma, pero esas son huellas imborrables con las cuales se sigue conviviendo, son pesadillas que advierten sobre las vidas, que pudieron ser y no lo fueron, porque no resistieron la tormenta o no tuvieron, un buen capitán que guiara la embarcación; opresiones alucinantes que se confrontan y crispan los sentidos, al presenciar hechos análogas, en el que ya no soy el niño que fui, pero que igualmente se antojan en la mente, los viacrucis de los millones de niños que son sometidos y esclavizados, con los mismos métodos, pero remozadas por una fusión de variantes, propiciadas y difundidas por  los adelantos electrónicos; nada cambia en la esencia del ser humano, solo indaga nuevas y más seguras andanzas. Mi padre se limitó a preguntármelo, yo a contestarle con la verdad; recuerdo que me abrazo y beso y nunca más se habló del asunto, pero ya mi inocencia había volado. El aprendizaje fue claro y prematuro: defenderse sin ira, la furia germina ante una acusación, ofensa o degradación, cuando hay algo de cierto en la imputación o al menos, esa culpa que consideramos indigna, está sembrada esperando ser cultivada; el adverso y reverso pertenecen a la misma verdad, y no deben producir alteraciones de las conductas, siendo imposible que esta nos domine o ciegue; así mismo me abrió los lindes para ser completamente diferente, a lo que juzgamos como sensato, es decir sumiso; se enunció a través de esa insolencia, la decisión insoslayable de enfrentar las situaciones, a costa de cualquier sacrificio y supe de buena tinta, que existía dentro de mí un compañero intuitivo, y como corolario: enfrentar a los agresores, no con violencia, pero tampoco con temor, el miedo es necesario, pero combinado con la fuga de la voluntad es desastroso; la igualdad es sinónimo de respeto y se logra no pregonándolo sino actuando. Con ambos, cuando ya era un adolescente y luego en la adultez y la vejez, respetado por mi sindéresis; les resguarde  aprecio, que traduje en auxilios que les facilite, pero se me hizo imposible poderles manifestar una verdadera amistad o aborrecimiento, por carecer del artificio de la transferencia psíquica, ni para odiarlos o amarlos; pero de lo que si estoy seguro, es que no los trate con hipocresías. Creo que no existe un solo ser humano, que alguna vez no le hayan dicho: No hagáis mal, porque de alguna manera lo vais a pagar en esta vida. Mis abuelas me lo decían y mamá lo cantaba a diario.

 

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Amenodorito, mi mejor amiguito en esa temprana edad, llego a esta vida, se presentó, saludó y se fue; su muerte fue terriblemente horrenda; atiborra de un sadismo, que volaba en la masa licuada y turbia de los excrementos amarillosos, que servían como rampas, para que las furiosas lombrices se deslizaran sin esfuerzo. Todos los hechos trágicos, desgarrantés, van residenciando una fuerza dentro de uno, que lo van guiando para poder enfrentar lo por venir. La bicicleta Benoto roja, la ilusión que no nos abandonaba, esperanzas que renacían todos los domingos, después de engolosinarnos escuchando el programa radial La Tómbola de la Suerte, por Ondas del Lago ¡Sí! aspirábamos a que nuestros Dioses, el mío y el de él, transigieran el milagro  enviando a uno de sus subalternos, para que se encargaran de sacar nuestras cartas. El pony blanco con sus manchas amarronadas y acrisoladas en círculos, como nos imaginábamos el caballo del Cisco Kit, en la serie de televisión en blanco y negro, que dejaban la mente en libertad de prodigar los colores deseados; quizás son enigmas que traemos arraigados en el subconsciente colectivo de la pobreza, que se nos hacen cielos, estrellas en formación, que nos acarrear por cosmos sin hacerse, tan iguales a las vicisitudes que nos aguardan en el caminar a ciegas; las ofuscaciones que nos proveían las caja de Corn-Flakes, con su máscara de monstruos felices, para el cercano carnaval; nos imaginábamos Amenodoro y yo, asustando a los otros niños, sus gritos expresando el miedo que comienza a descubrirse; las carreras vertiginosas para huir de la aberraciones del futuro que se van cuajando; la turbación de la soledad que albergábamos y que sin darnos cuenta, zozobraban en letanías que aún permanecen en la mente cuajados de olores, negándose a dejar de zumbar esos momentos de pureza, sin contaminaciones ni imposiciones; la insuficiencias de palabras, pero que se augura su existencia, porque agarrotadamente empujan, quieren hacerse para expresar lo que se piensa y aprecia; y hablábamos de esos otros mundo que deseábamos alcanzar, que con silente premeditación  se van despertando sin avisarnos, sin darnos cuenta de la metamorfosis, carente de elocuencia pero que va anidando sus huellas y deshaciendo capas, que permanecen imperceptibles, hasta que algún hecho traumatizante nos las muestra con toda crudeza.  

Amenodorito sin poder comer, con su miedo y tribulación a la aparición de las sanguinarias lombrices, a intervalos cada vez más cercanos; solo un pequeño bollo de pan y un diluido café negro. Nunca mencionamos a Dios, no era necesario, no le temíamos, no había por qué; sería como temerle a los padres; aborrecíamos a la bejuca catequiza, no por serlo, sino porque nos robaba el precario tiempo.

Amenodorito constantemente tenía un sueño, me lo manifestaba con denotada alegría  -Yo nací un día en el cual Juya, el dios Guayuu de las lluvias, la fertilidad y destrucción, había anegado la alta guajira, hinchando la barriga de Ma, la tierra y de una Kulamia o majayura (joven, virgen, en blanqueo) por lo que Juya, es mi verdadero padre y nadie más, y esa Kulamia que había sido poseída por mi padre y dejado de ser majayura, para convertirse en la diosa Kennia, Kahsi (luna) Nefesto mi verdadero nombre es Ulepala, el gran cazador y guerrero, que fue el primero de los Guayuu creado por Maleiwa mi Dios. Al mes de haber nacido ya mi madre, me servía una enorme totuma de caldo de chivo con yuca, jojoto, cilantro, ocumo, y un guiso de cesina en coco; así fue como me hice un niño muy gordito y con muchas fuerzas; Kennia, mi madre, en los sueños me decía que iba a ser un Pulashi (un ser humano intocable e inmortal) Todos los miembros de las diferentes castas Guayuu, vivían asombrados y maravillados; los domingos acudían con su Tótem, como si fueran zancudos, después de haber descargado mi padre las lluvias, solo para verme; dengues, paludismo, malaria y muchas otras enfermedades, venían y se iban, sin poder penetrar en mi organismo; una vez que comía, así lo hiciera en demasía, iba de lo más tranquilo al baño y evacuaba sin dolores, sintiéndome muy feliz; pero un día, en horas de la madrugada, se presentó una enorme luciérnaga y se quedó rondando, con su luz intermitente por encima del chinchorro; de pronto y sin darme oportunidad de defenderme, se convirtió en una enorme culebra amarillosa, introduciéndose en los intestinos; esa es la razón, por la cual paso todo el día expulsando lombrices, que son los hijos inacabables de esa ponzoñosa culebra enviada por Wanúluu, el diablo. Yo sé que a la final me van a destrozar, pero mi Dios que se llama Maleiwa, me ha prometido que iré a vivir con Él en la cueva de Jepira, donde veré todos los días a mi madre Kennia, cuando atraviese la cueva de Jepira, para alumbrar con tenuidad la otra parte de Maa (la tierra) sin tener necesidad de depurar mi alma, porque ya han sido declaradas las purificaciones; lo único que siento es no poder continuar jugando con vos; aunque sé que cuando tengáis el pony y la bicicleta Benoto, Maleiwa me va a dejar regresar por unos días, para que montemos el pony y paseemos en la bicicleta; también voy a echar de menos a nuestras risas, cuando asustamos a los niños, con las máscaras bellamente monstruosa de Corn Flakes. ¡Ah! Se me olvidaba, y las bolitas (metras) que me regala tu hermana Leladale, para que las guarde y pueda jugar cuando este bien, aunque le he dicho a mi madre y a mi tía Rosmira, que cuando me vaya para la Guajira, para la casa de Maleiwa, las meta en el bolsillo del parto que me compraron para estrenarlo en Diciembre-

Ese día con Amenodorito, cuando mi hermano escucho el relato del sueño con Maleiwa, lo vi llorar por primera vez, luego, ya adulto, se le hizo costumbre sollozar, cuando se embriagaba e iba a la vieja casa y al ver a mamá, comenzaba con la cantaleta: ¡Coño mamá! ¿Qué me voy a hacer, cuando ustedes se mueran?   ¿Quién morirá primero?  Fue él quien murió primero, a los cincuenta y cuatro años; luego mi padre a los ochenta y nueve años y madre a los noventa y siete.   

Volviendo a la historia de Amenodorito y su encuentro con Juya y Maleiwa, dioses de la mitología por desplegar de los indígenas Guayuu. Felino, sin poder suprimir las lágrimas que develaban su gran corazón y desbarataban su aureola de insensibilidad, renuente a mostrarla hasta ese momento, nos dijo –Yo les voy a regalar el pony-  Al otro día, muy de mañana, se apareció con un pequeño pollino: el cuerpo del reducido equino, estaba cubierto por una fina capa de pelos; hebras resistente que realzaba una furia bondadosa, deseosa de manifestarla, dándole al pequeño animal una espléndida apariencia; su cola que comenzaba a espesarse, se encargaba de espantar los inoportunos insectos; su color amarillento, combinado con anchurosas briznas de barro que hacían intuir su procedencia y unas nerviosas pintas esparcidas en su humanidad, advertían su cuerpo más subsidiado, esparciéndose las visiones descarnadas, que combinadas con el torbellino de los aparatos necesarios para pollinear, le daban galardón de buena clase. La silla para montarlo la había construido, con una sobria cobija andina y trapos sobrantes, de las telas que utilizaba mamá, para confeccionar los vestidos de mis hermanas y los uniformes de los jugadores de béisbol; estaban anudados de tal manera y complacencia, que semejaban sin contradicciones una bella silla de empalmar, fuerte, protectora y suficientemente amortiguadoras, para las nalguitas consumidas de Amenodorito: amarillos, azules, verdes, rojos, con grandes amarantos dorados; incrustándole a la redonda franjas de telas vellosas, que consagraban la delicadeza espiritual del artesano; los estribos, dos pequeños envases de leche,  que lucían la esplendidez de lo nuevo, desprendiéndose de ellos los olores retenidos de ese néctar perlino embalsamado, oliendo a leche envilecida, para consumo de los miserables, trabajados rústicamente, pero que no desdecían de los otros atuendos; las riendas concebidos con hermosos curricanes, entretejidos en rojos, negros, amarillos y verdes, ensartados en su cabeza, haciendo las veces de la frontalera, ahogadera, muserola, carrillera, filete y riendas; nuestra alegría desbordaba y sin darnos tiempo para expresarla; tomo a Amenodorito con delicadeza y lo hizo pollinero, con una espada de madera tallada por Baltasar, de bello grabado y con incrustaciones de piedras, que semejaban a las envidiadas tumas. Arrancó Amenodoro, no sin el patrocinio protector de Felino, buscaron la seguridad de las vírgenes arenas, renovables a cada aguacero y adosadas a los causes, en ese momento secos, de la cañada Morillo, lo que prevenía daños corporales en caso de una despollinada; poco fue en distancia, la aventura del convertido en pollinero; Amenodorito luchaba entre la felicidad, que deseaba escapársele y sus aguerridos y horripilantes dolores intestinales; el regreso se hizo penoso, las lombrices una vez más triunfaban; estoico, sin su sonrisa, miraba solo al cielo; logro al fin Felino desmontarlo. Unos golpes desmedidos escuche desde mi hamaca, sobresaltado anduve hasta la ventana de la sala, luego de acertar el paso sin molinar las cinco hamacas, donde a pie suelto dormían mis hermanas menores; en la puerta mal encarado un hombrecito se disponía a golpear nuevamente -señor que desea- le dije; padre ya estaba en el umbral de la puerta, abriendo la camuflajeada cerradura, con el machete en la mano; el hombrecillo al verlo se despojó de su presumida arrogancia -¿Qué desea usted, a estas horas? Fue lo último que atine a escuchar. Luego pude observar como mi padre le palmeaba amistosamente el hombro. El pollino era de su propiedad, Felino se lo había traído de su hato ubicado en las cercanías; a esos de las diez de la mañana se apareció Rosita, una vecina que todo lo que le sucedía o presentía le iba ocurrir, se lo adosaba a Felino y en esta oportunidad, razón no le faltaba, reclamaba el pago de la cobija magnificada en jaco pollinero y de dos potes de leche artesanados en estribos; no hubo mecatazos.

De la primaria, los recuerdos semejan a una tormenta de tristeza, una borrasca completamente gris; a un andar entre montañas, cercenadas su vegetación, secuestradas por el enloquecimiento de la permanente neblina, con sus vientos dilatados por la soledad; collados que han permanecido erguidos imponentemente, pero lagrimeando entre los rendijas de sus rocas, llorando por su esterilidad eterna. Fue como andar con prisa en un erial, huyéndole al saqueó de la infancia, a los olores embalsamados con mohos, congojas, con una perpetuidad sollozante deseosa de acabar el viajar a esas infinitudes, que deambulan en los silencios de los espacios sin centro, sin pertenecer a nadie, andar errante sin la premuras avasallantes de un siempre esperar, sin aislamientos amansados en los laboratorios de las hipocresías, que van pasmando los sentidos, el cuerpo y el alma, para ser poseídos sin posibilidad de regreso; fue un paso veloz, huyente, sin ordenación, con faroles sin claror. Evocación de los compañeros, que se deslizaban en la indeleble búsqueda de alimentos, para adiciónala a la grotesca y descarnada dieta del hogar. Se avecinaba la navidad con la gabela de melancolía, tristezas amargas, fingidas alegrías, que no dejaban de ser angustiosas, en las almas de padre y madre, pero que con sus esfuerzos de amantes, llenos de fantasías e ilusiones, las transformaban con colores y gamas esplendentes de la vida.  Estudiaba tercer grado de primaria; ese Diciembre se les ocurrió a los maestros, organizar un intercambio de regalos entre los alumnos; me correspondía proveer el regalo y ser retribuido, por uno de los pocos niños de la clase, que sus padres podían darse el lujo de gastos adicionales, sin perturbar el presupuesto familiar; el señor tenía un pequeño abasto y ser propietario de un local de avituallamiento, donde se apiñaba la comida, para mí sencillamente era ser rico; mama se las ingenio y logro con otro pulpero, que le fiara un cepillo Pesodent para dientes, una crema dental Colgate y un jabón Palmolive, preparó un lindo estuche de joyas (papá, entre sus múltiples ocupaciones en la vida era orfebre, con buena reputación, lo cual significaba que además de ser un artista, practicaba la honradez y aceptaba lo explotaran los comerciantes de joyas y los usureros, quienes muy forondos le llevaban cajas saturadas de joyas empeñadas, atiborras de dolores, tragedias; oliendo a momentos, que sin lugar a dudas, produjeron felicidades vanidosas, recuerdos de dichas que sellaron momentos de felicidad, para que se las avaluara; en una de esas ocasiones se presentó una de esas arpías, a quien particularmente odiaba; su disparejo cuerpo hospedaba en su cuello, dedos, brazos, miles de bolívares en ostentosas joyas de oro, adornadas con abundantes brillantes, esmeraldas, rubíes, opacándose sus bellezas espirituales al contacto con sus flácidas carnes, los humos sudorosos que se recreaban navegando sin enmiendas, en su rechoncho cuerpo y su diabólica interioridad; tenía fama bien ganada de déspota, aun con su familia, imponiéndoles tasadamente los alimentos que habrían de consumir en la semana y los maltratos que se esmera en aplicarles a sus hijos y mujer; vaciaron dos enormes cajas en la mesa Pantry, con sus patas de aluminio, a la cual Felino y yo debíamos turnarnos semanalmente para pulirla, con estopa y el químico Brasso; ya de por sí, el hecho del ultraje a la mesa, era suficiente razón para desear venganza; parado al lado de mi padre, los dos solos, contemplaba con una naciente codicia la brillantez, que se esmeraba en sorprender y debilitar la entrada de la oscuridad; cientos de ojos relampagueantes, se precipitaban y batían blasfemos, se dirigían a un infinito y luego volvían a azorar titilantes, haciendo piruetas burlonas con figuras errantes, unas ariscas, otras deseosas de disgregarse definitivamente, a esa quimera que es su origen: le dije  -padre, porque no deja algún brillante- sentí un estruendoso pescozón en mi rostro-  

Mamá acolchono el apreciado regalo para el niño del colegio, con unos retazos de tela, envolviéndolo con papel de estraza y mi hermana Lelalale, decidió darle un toque muy personal, transformándolo con un bello prodigio de ilusión, un portentoso lazo que hacía las veces de cientos de flores, muy deseosas de mostrar su enojo y marchitarse, por lo ajado del plástico que en sus mejores tiempos, hospedo unos lindos neumáticos de vehículo; llego el ansiado día, partí, no sin pena, con mi uniforme blanco tan almidonado, que ya de por si dificultaba los movimientos, y yuxtapuesto entre el uniforme y mi cuerpo, una atarrayante intoxicación; hicimos el intercambios de regalo; al abrir el obsequio del niño, la alegría asaltó y la intoxicación dejó de latir, súbitamente olí que se desfloraba una ola, luego se hizo la intuición de la desgracia, incontinenti: ¡Un Jeep! sin pronunciar, solo pensado ¡Diosito!  Y con el amarilloso arenoso de los desiertos, como los utilizados en las guerras de las películas del cine Sabaneta; poco duro la artera felicidad; enrarecido el niño, se me hizo el Monstruo de La Laguna Negra, la serie mexicana que todas las semanas, me proporcionaba nuevos elementos, para asustar a Felinito, Lelalale y mis otras hermanitas; se abalanzo contra el Jeep para zafármelo y contra mí para satisfacerse con el empujón; sentí balancear mi cuerpo, como el de un muñeco porfiado, repitió la operación y caí tan largo cual era; luchaba con denotada furia contra la vestimenta, buscando enmendar la posición horizontal y boca abajo, pero entre el enardecimiento de la intoxicación y el uniforme convertido en almidón concretizado, no me permitían levantarme; el almidón había cartonizado al uniforme y las abigarradas ronchas de la inoculación se habían explosionado y adherido al bendito uniforme, y sin mediar palabra de dialogo conciliatorio, me espeto únicamente un portentoso grito: ¡PICARO! y para saldar su faena lanzo contra el momificado uniforme, crema dental, cepillo y jabón; adiós Jeep.

Ponzoñosas nitideces alegorizan en el espejo, las corrupciones que me empeño permanezcan confusas se ahíncan aferentes a tempestades viciadas; la casa de un compañero de curso, amigo silencioso que en noches enmantadas los cielos por las estrellas, nos inducia a sentarnos a la orilla de la sedienta cañada, a ver con ojos entretenidos por los sueños y las fantasías, el pasar de las nubes jugueteando con la luna llena y obstruyendo su soberanía de espejo de las ilusiones; eufóricas, no se detenían, como presintiendo que de hacerlo escamotearían las utopías que viajaban, buscando el mismo destino que ellas, sueños en la nada; un fogón buscando encenderse con carbones, sin llamas, una viejita sentada en una mecedora, y humo susurrante  buscando hacerse; mucho tizne, hollín sin olletas, sin olores y la muerte de ese amigo, electrocutado al manipular la vestimentas mojadas, adormecidas y diluidas, por el constante lavar y fregar manual, al irlas a enganchar en la cerca de alambre, corrompida con la terrorífica e invisible electricidad.  Esa aborrecida primaria finalizo sin glorias, pero con muchas olores que aun siento,  los he tratado de ignorar, pero se manifiestan a través del inconsciente, con su lenguaje tatuado en silencio, a su antojo; son tantos los recuerdos dolorosos, las necesidades sin dejar de nacer diariamente; las lágrimas que se deslizaron sordamente haciendo gruñidos, encerrados en esa primera alma, que se deshace con tanta premura, para iniciar otro ciclo de existencia, pero esta vez curtida por las desdichas, los infortunios, de un hacer que no consulta, solo es.

En esa edad transitamos la vida escolar, que es el primer enfrentamiento con los demás seres humanos, la ejercemos de manera simulada, beatona; intuimos que esa senda se repetirá constantemente, durante toda la vida aparente; no, sin dejar de ser necesario; pero frente a ella vamos forjando esa otra vida interior; la existencia que establece las diferencias, entre cada uno de los seres humanos, las que proporciona los viajes maravillosos de las ilusiones, y las construcciones grotescas, alucinantes, los deseos reprimidos, las taras que nos embrujan y reprimimos, las que eludimos martirizándonos; y es en la vejez cuando nos atacan con mayor delirio; la excusa: estamos cerca, demasiado.

A las cinco de la tarde, todos salíamos de las aulas para ser formados militarmente, era la época de la dictadura de Pérez Jiménez, y escuchar las arengas y los importunos himno Nacional y del Estado Zulia; al finalizar esa última sección de tormento y persecución ideológica; unos estaban aturdidos y amilanados por el hambre, otros deseosos de espantar y resolver sus diferencias diarias. Olores nauseabundos preñados de caraotas, chicharrones, maíz pilado fermentado; hedores de sardinas, entremezclados con excrementos retenidos, sudores y pecuecas que comenzaban a esposarse en los cuerpos; atropellantés gritos, sacadas de madre, peleas que quedaron pendientes o pactadas para después de esa hora; era el cántico a la libertad momentánea, a la inconsciencia que jamás se revalidará. La furia insana con que se lanzaban los más arriesgados, derribando todos los obstáculos y a los niños menores, que aporreados, lagrimantés y chillantes, buscábamos refugios en los hermanos mayores o de un resguardo, que nos permitiera adquirir los poderes para mimetizarnos. Salía con el deseo de no regresar jamás; era de tacaña estatura y cuerpo humillado por las constantes enfermedades, siendo la menos huidiza y enseñoreada la intoxicación, que se presentaba cuando menos se esperaba y a consecuencia, de ingerir cualquier alimento, por más inverosímil que pareciera: mandocas, leche, huevos, pescados, puerco, lentejas, lechosa, carne de res, quesos, pasteles, pan, se adueñaban sin consultar; en una de esos envenenamientos, asumí la posición de Rodín, sin tener conocimiento de su existencia, empedestado y desnudo encima de la máquina de coser Singer, para que las pululaciones emergieran libremente su pus; ladee la cabeza y quede observando a una rata, encimada en la viga que sostenía el techo, jurungueaba, no sin satisfacción un pedazo de algo, que por el olor estaba en evidente descomposición; analicé y solo exclame ¡Gracias Diosito! son los alimentos en mal estado que consumo. Las salidas del colegio invadían mi mente durante las dos últimas horas, de la estancia en la congregación estudiantil; comenzaba por tratar de enterarme, atreves de los brollos y actitudes del conglomerado, que incidentes se habían armado, el saberlo me permitía abordar estrategias, para resistir a las posibles agresiones de desquite, hasta que mis hermanos mayores terminara sus acostumbradas peleas; hacían un verdadero equipo de contienda; concedía tiempo al tiempo, no sin sacudimientos y sudores de mi cuerpo, hasta que acudían a rescatarme para emprender el regreso a la casa.  

En el barrio los golpes de la pobreza eran parejos y sin lugar a dudas, ese estado permanente crea formas en la mente, que estimulan la búsqueda del peligro para aplacar las sensaciones; los juegos los inventaban agregándole todo el peligro posible; al normal juego de pelota, le eliminaron el out civilizado: lanzar la pelota al jugador necesario, para que este la atrapara con un guante, que normalmente lo construía de lona, a semejanza de los verdaderos, y realizara de esa manera out al corredor, tocando la base o al corredor; en su lugar decretaron que para ser puesto out el corredor, era menester pegarle la pelota en cualquier parte del cuerpo; el goce y la maldad estaba en la velocidad y fuerza del lanzamiento de la pelota y el objetivo, era proporcionar el mayor daño posible al corredor; muchos tuvieron que ser trasladados al hospital; el juego del trompo lo iniciaban de manera convencional, se arriesgaba normalmente una moneda de doce céntimos, colocándolas en un triángulo, el que lograra sacar de la figura geométrica la mayor cantidad de monedas ganaba; eso se les hacía monótono e infantil; adosaron una nueva regla: el que sacara menos monedas, debía poner la mano en el triángulo dibujado en el asfalto, con la palma hacia abajo, abriendo sus dedos, y el que se había constituido en ganador absoluto, por haber logrado sacar más monedas, lanzaba el trompo con el objetivo de que la punta del trompo, no tocara los dedos del máximo perdedor; en caso de que ocurriese el percance de herir la mano del sacrificado, el triunfador debía entregarle sus monedas ganadas al licitador de la mano, en el caso contrario, es decir que el lanzamiento fuera afortunado para la mano puesta, lo cual no sucedía nunca, los otros jugadores entregaban lo que habían ganado al tirador del trompo; por supuesto el mejor puño se convertía en el mayor perdedor; los volantines eran la pasión en los meses de febrero y marzo, por lo pozoñosos de los vientos; la delicia de la imaginación estaba en la contemplación de los cielos, en la agitación de las figuras que se trazaban en el espacio, por la pericia del petaquero; pero para ellos no era nada de eso, al final de la cola del Papagayo le colocaban una hojilla de afeitar Gillette, iniciaban una guerra volantinera donde el justo regocijo, era cortar el curricán de la petaca del contrario y enredarlo en algún cable eléctrico del alumbrado público, deseando fuese electrocutado; eran razones suficiente para que no deseara participar.

Baltazar un adolescente, transcurrió esa etapa de su vida entre los calabozos de la prefectura y el albergue de menores, donde lo hospedaban las autoridades y su madre con dolorosa insistencia premeditada; tenía la merced de tallar en madera, cualquier arma antigua que se le expusiera; las espadas y puñales eran su preferencia y las elaboraba con un arte, que presumía una inteligencia que se complacía en desviarla; siendo casi imposible a primera vista, determinar el real material con la cual estaban construidas; en las pocas oportunidades que Baltazar gozaba de su precaria libertad, organizaba dos bandos para la guerra, el hacía las veces del rey Ricardo Corazón de León, a mí me nombró en una sublime oportunidad, que accedí a incorpórame al juego, el Príncipe Valiente, estaba consciente que lo hacía por el trato cordial y sincero que le manifestaba mi madre y que marcaba la diferencia, a los desahogos de las madres de los otros niños; el otro clan eran siempre los bandidos, comandados por un vendedor de billetes de lotería conocido como Mingo; dentro del grupo de Baltazar, que sustentaba sus sueños extrayéndolos de las tiras cómicas impresas, encartadas en los diarios, y en las películas del teatro Sabaneta, sus planteamientos no se discutía, por sus razonamientos y agresividad y por el hecho de ser dueño de todas las armas; las guerras se ejecutaban con todo el realismo que se pueda imaginar, dejaban un rosario de piernas y brazos quebrados, músculos magullados, frentes con hematomas y sangrantes; los incendios a las fortalezas tomadas, terminaban con la griterías de los vecinos y el consabido acose de la policía.

 Un día Baltazar fue a buscarme a la casa -Nefesto, pienso fugarme definitivamente del albergue de menores e irme a Caracas, tengo todo preparado, ven, quiero ensenarte algo- seguimos el camino del terreno de jugar béisbol Caballito Blanco; en su cercanías estaba un enorme árbol de Cují, con las ramificaciones de su tronco y raíces aéreas, que semejaban figuras dantescas, curvándose, zigzagueantes, bajando, subiendo, amallándose, huyéndose, un verdadero laberinto; con sordina y astucia había cavado entre ese rio anárquico, un túnel donde guardaba sus artísticas armas –Son tuyas, regala algunas a quien consideres amigo- Esa noche llore amargamente, presentía que el desenlace seria trágico.