viernes, 13 de marzo de 2015

Capítulo VII



¿Qué sería de esta vida, si es que puede considerarse como tal, si la viviésemos sin placeres, deseos y locuras? La existencia es celestial cuando no se reflexiona, y es ciertamente la adolescencia quien nos ofrece esa única oportunidad en la vida; la infancia y la vejez, están igualmente acicaladas por ella, pero en la primera es una distracción y alegría angelical, en la vejez es decrepitud, deseos obscenos, temeridades amorosas, engaños y mentiras. En la juventud es estar sobre la tierra como si no se estuviese, poseer como si no se poseyera, intentar hacerlo todo sin razonar, es escribir en imágenes las ilusiones y  fantasías, avanzar por caminos ignorados sin importar si nos extraviamos.
El sinnúmero de mis inequidades, en esa edad, unas veces se me hacen aureolas, otras regodeos; las impurezas se alzan contra mí; las veo despojarse, las grandes, las pequeñas, completamente desnudas, con senos y sin ellos, con enormes nalgas de manzano, huidizas, cobardes, valientes, engañosas, prepotentes. Existen seres humanos que nacen con fortuna para el amor y en la generalidad de esos casos, esa prebenda o quizás castigo, al ser administrada sin escrúpulos, se convierte en una trampa mortal. Tuve palma con las mujeres; tengo aun la certeza de que esa bondad consentida, es el resultado de la conjugación de muchos factores generales y particulares: la belleza como algo relativo y supeditado a la percepción de cada humano; la positividad en los pensamientos para alcanzar el fin deseado; la energía del alma como fuerza motriz para alcanzar el engranaje del todo; las mañas para olfatear los deseos en el momento adecuado y preciso; el ligue empalmado con terquedad en el actuar, la mirada; los gestos mímicos del rostro y cuerpo; la manera de expresar las palabras; las atenciones y detalles; y ¡Jaque Mate! un bello ramo de flores y fluidas sonrisas maliciosas.
El barrio un día amaneció alebrestado, había una nueva vecina; velozmente fue etiquetada como la Fulanita, asimilándola a la estupenda caricatura del semanario humorístico el Gallo Pelón, que aparecía en su contraportada, era la fémina idealizada de la época; piloteando las fantasías eróticas, no solo de los adolescentes, sino también la de los adultos y vejetes: caderona la hembra, brotando las sutiles carnaduras de las nalgas, en imaginadas oscilaciones conturbeniadas por panderetas rebosadas de lujuriante frenesí; muslos remando en el océano revuelto del pacifico, con emputamiento de tifón, albergando la flor triangular del Universo Vital, recinto para dar y hacer existencia; enajenante perímetro conjeturado, donde no logra posesionarse el néctar supremo y salvaje, solo se hacen imágenes e ilusiones anheladas; carne sonrosada por el delirio del caricaturista; caritativamente perfecta para los sentidos de esa época; así no las vendían en el cine y la prensa; era la época insurreccional de la Tongolele, Sarita Montiel, Iris Sardi, Silvia Pinal, Sara Montiel, María Antonieta Pons, Marilyn Monrrol, Claudia Cardinal, Gina Lollobrigida, Jayne Mansfield, Silvana Panpanini, Sofía Loren, figuras que nos invadían los azuzados sentidos y encabezaban la indagación de la mujer, que no solo vaciara el alma sino también el grifo sexual; sedición y engendro en el individualísimo mágico de esa edad; iniciación placentera con las iconografías secuestradas por breves segundos a la utopía, para hacerlas realidad y adorarlas en soledad.
Carmesí, que así se llamaba la bosquejada como Fulanita; encabrito a una amiga a la cual conocía desde pequeña, hermana de uno de mis mejores amigos; de manera permanente y en secreto, sin amarres ni convencionalismos, nos habíamos jurado amor; pero un amor que solo nos interesaba a los dos; ella siempre teniendo novios, como si fuera un semáforo en permanente intermitencia, cambiándolos como si se tratara de sus blúmeres y dejándolos como fantasmas errantes, en busca de las carnes anheladas ¡Bella era la puñetera! la llamaban Marilyn Monroe, y en verdad, que no tenía nada que envidiarle, se parecían como dos gotas de agua antes de desordenase; a la axiomática la extermino la soledad, el inclemente tiempo que todo lo deshace, la huida de su belleza, la evasión del sentido de la vida, los aduladores que olfatean las desplomes y se complacen en disfrutarla;  eternidad del escenario en el que se agotan las ilusiones, viaje sin retorno, anestesiados no atinamos a conjetural el escape, cuando nos percatamos de la realidad ya solo percibimos los olores ruines que va arrojando el cuerpo y el alma agraviada
El cuerpo, el de la Marilyn mía, había sido agraciado en la juventud en demasía y con la misma depresión desgraciada en el ocaso de su adolescencia, con una catastrófica gordura; poseía esa belleza adobada con altanería, que maceraba con la ingenuidad de la idiotez, sin desearlo ni quererlo, pero con una consciencia de saberse buenota y ambicionada; bello, jugoso y codiciado culo, trotantes ficciones escarlatas; vivo, deseoso, adiestrado en su justa medida, sin sobrantes ni faltantes. Tenía la endiablada el donaire en el andar, erguido su trotar con el garbo de una potra andaluza; el desaire de las flores a toda fealdad; la elegancia y majestad de la pantera de los desiertos; el indiviso poder para juguetear y destruir a los que se les avecinaran;  tuvo a su fundamentos conspicuos suplicantes, concordaban en precipitosa odisea oleadas de adolescentes y adultos, con un solo deseo hacerla suya, los más acuciosos de destajarla para poder dormir en paz; los menos, enloquecidos por el inquieto, ciego y conspicuo Cupido deambulaba como espectros errantes en los áridos desiertos; y ella, con esa sonrisa, ensamblada con la belleza y misterio de la Gioconda, sorprendida, sin estarlo, risueña sin desearlo, mamadora de gallo con toda la intencionalidad, desesperante con su aptitud de Yo no fui, sabiendo que lo era, los acoplaba en su concurrida  torre de Babel arrasándolos con un lenguaje cargado de olores desconocidos y bagatelas carnales que solo tenían el propósito de aumentar las angustias, hasta el momento en el cual se decidían a proponerle matrimonio; mientras, con esmeros, coqueteaba, bromeaba, enredaba, ironizaba; hasta que el recreo finalizaba, avecinándosele la realidad, convirtiéndosele en empalago y los escopetaba; aconteció con médicos, abogados, oficiales del ejército, aviación, marinos ingenieros, estudiante, negros, mulatos, blancos, asiáticos, europeos, era muy democrática, y no se permitía descriminación de ningún tipo; el caso es que, con la llegada de Fulanita, Marilyn se sintió desplazada, en el sentido, que ya eran dos y eso la martirizaba. Sofía, mi novia, mi amor, me había clavado en la pared del desbande: en una fiesta bailando un bolero de Felipe Pírela, titulado el Mal Querido, por supuesto separados prudencialmente de acuerdo a las normas de los buenos usos y de la sindéresis del maestro Carreño, cuando el bolerista de América hizo de la estrofa una tonadilla llorosa evocando su desesperación ante la huida de su mujer o su hombre, me enceste en su cuerpo, sintiendo ella la desesperación de mi órgano, y sin que juzgara necesario preámbulo o escardases por reembolsar, me vio, destrozó mi mejor mirada de galán y enfurecida por la traición, me quito la soberanía de su inmensidad. Marilyn, al igual que todo el barrio, se enteró y sin que mediara el debido respeto al duelo y congoja, al sitio secreto me cito y entre estrujamientos, embrujamientos y cortos e indecisos toques al tubérculo libertino, que caminaba presto a desbocarse con su brebaje; soltó de un solo mamonazo al bruto y huraño de mi flaquezas y el poder soberano de su mano -hemos contuberniado y definido muchas cosas, eternamente me has pedido, como tú le dices, la felación, que por eso te he creído uno de los pocos doctos del barrio, atiborrado de palabrotas de sabio que nadie entiende ni lo desean entender; mórame bien, que siempre lo habéis hecho, y auscultarte con sosegó: te juro, sin perjurar, y si no muérame, que si levantáis a la entrometida Fulanita y la sacas de mis predios, de verdad te emboco con mi boca el monofásico falo y fraguo la demencia con tu badajo en mi campanario.
Fulanita tenía arreglado compromiso para casarse; el joven no era mi amigo, pero tampoco enemigo, que nunca los he tenido, pero nos avistábamos e intercambiamos saludos y una que otra palabra; mácula, fue la verdadera transgresión, traicionaba a un miembro del barrio; lo llamaban el Amansado; esperando a alguien que lo guiara y en esa espera se iba convirtiendo en un juguete de su novia, que era la Fulanita. Los hechos cuando han crecido en demasía se nos van del control, eso lo dice desde hace más de cinco mil años el Libro de Las Mutaciones; posiblemente lo que privaba en mi era vengarme de Sofía o tal vez en el inconsciente estafaba el deseo de hacer verdaderamente maldades ruines y cobardes ¿Qué pienso?  Que fui un ejemplar desalmado; bueno, la cuestión es no morirse que, mañana será otro día, y en espera de ese día por venir, se nos va casi toda la vida huyéndole a las providencias y entre aplazamientos y ocultamientos a nosotros mismos y a los demás, llegamos a viejo sin haber hecho nada; y zas, zas, que hemos pasado sin tener pasado.
Me hice novio formal de Fulanita, y entre odios y brujerías de su parentela e intentos de daños envenatorios y mortuorios,  sobreviví a un noviazgo tormentoso y borrascoso de cuatro meses, pero cumplí con rigor las normas del breve noviazgo; el día que contraje matrimonio, no solo fue un desastre, sino que aún hoy en día me resulta increíble lo acontecido. Estaba al tanto que Sofía asistiría a una fiesta que, daban en casa de una de sus amigas, con quien había tenido un romance de un día; ya de por sí, me resultaba complicado y enojoso asistir a la recepción, intuía que la entrada me seria negada al brote, pero estaba seguro de poder superar ese indecoroso recibimiento y cualquier otro estorbo que exhibieran, confiaba en mi poder de inspiración; de lo que si estaba seguro era de que, de esa zona no me estamparían. Debía pues, cumplir con la palabra empeñada a Fulanita y de ahí, en más allá, me suponía redimido de cualquier adeudo con Carmesí. En mi mente se mecían con importunaciones perversas las disimilitudes que pudieran proceder de esa noche, que sin darme cuenta, ni por sospechas, fue la más importante para definir la veleta huracanada de mi vida.
El padre de Fulanita, murió en la madrugada de ese día matrimonial, lo cual, pensaba, era causa más que suficiente para aplazar el acto; una pequeña chispa trataba de hacer llama en ese anafre de locuras que encerraba mi alma y mente; no sin malicia, las abstracciones fulminantes venidas de los más allá y menos acá, acudían y tronaban ¡Dios, existe! me decían grandes voces, que se desprendían de las cuevas inconscientes enclavadas en los arrecifes que limitan en el mar Muerto. Era Banus, el gran artífice contra la idolatría y su sequito, que habían decido emerger de su enconchamiento, donde se guarnecían de los ataques de los saduceos y los feroces romanos; en coro repetían ¡Enmiéndate, pídele perdón al Señor! vuelve de los desiertos donde solo has sembrados abrojos y recogido ortigas, estas aun a tiempo. En ese momento me considere escatológico de Dios, decidido a cumplir al pie de la letra la ley Divina.
Con el rostro encaretado y encartado, en una de santo varón; los ojos enfrentados a la luz del sol, para que resaltaran su luminosidad verdosa- amarillosa y ayudase a enjuagarlos con necesitadas lágrimas, obligadas a desaguarse de los ojos por los rayos impúdicos y torturantes del astro solar, caminando sin tropiezos dispuestos a hacerse ríos, yéndose a los pómulos, la nariz, los labios, afrentaran el rostro bien afligido por la importancia del instante; una socarrada de arena me hizo sucumbir a la enervación que, me hacía dudar del relámpago nacido; abandonando toda abstracción que, atrasase la guapeza con la cual me había dotado, espeté secamente -¡Fulanita! el destino se manifiesta de las maneras más extrañas, la muerte de tu padre es una señal para que desistamos de esta locura, acojámonos a ella-  quede fulminado por sus ojos que de negro, habíase convertido en un vórtice policromado de fuego de una estrella naciente; ahincó el rostro, con la seguridad de poseer, y yo, viéndome perder mi posesión y libertad.   -Caiga quien caiga, soy fuegos y hago fuego, soy calor, deseo, amor, odio, piel, carne, y sin mente, ni sentimientos, de uno soy, y ese eres tu- Nada dije, solo pensé: hermosas y resplandecientes, sin excepciones, son las mujeres; queman cualquier cosa y bendicen los espíritus, son luz y oscuridad, quien no haya disfrutado de sus devastaciones, probado su temeridad, vivido su audacia, recibido su bendición y su amor, permanece en las tinieblas; y quien lo ha vivido, vive en continuo peligro; costosamente se tienen las mujeres y fácilmente se pierden ¿Cuántas noches habitan nuestros deseos? Dispuse pues, que necesario y encomiable se hacía,  no chistar y cargar con mi relicario de plomo. Encendí mi Wolvaguen, mire a mis hermanos del alma, Julio Cesar y a su esposa, por ser quienes, haciendo gala de la más fuerte amistad, me acompañaban, no sin cierta pena ajena, en el inicio y finalización del capítulo que estaba en pleno ajetreo; comenzó de esa manera un ruleteo a la mejor manera de los que practican las policías políticas con los detenidos; la mácula, en este caso, era en busca de un sitio donde acometer el casamiento. Inicialmente el acto civil debió efectuarse en su casa. Pero, su viejo, además de oponerse en vida a la relación, y no logrando el desistimiento, se la jugó por el todo ingeniándose la muerte; y con la orden irrevocable de que, únicamente fuese veloriado en su casa, nada de recintos funerarios ¿acaso, era yo culpable de que él hubiese contribuido a parir hembra? ¿Quién puede con una mujer cuando se empeña en lograr algo?  Ninguno de los familiares quiso ceder su casa para la breve ceremonia; hasta que Julio Cesar, ya camarada, futuro compadre doble, por su primera hija y mi primer hijo y padrino de boda dúplex, por este matrimonio y el segundo que agazapaba el destino, y yo del suyo, se acordó de su cuñado el gordo Levatan; él, el gordo Levatan, llego a pesar ciento sesenta kilos, con una estatura de uno sesenta y cinco; era un hombre bonachón, botarate, le daba comezón tener dinero; sin retardo y a mansalva, se deshacía de su capital como si fueran excrementos de sus tripas y entre más dilapidaba, más le entraba, era una rumba de nunca acabar; cuando comencé a trabajar como vendedor de seguros de vida, me propuso asegurarlo y lo logre, por supuesto las medidas que se enviaron en la solicitud y exámenes médicos, correspondía a un atleta, dejo de cancelar las primas y cuando murió, unos quince años después, de haber contratado el seguro, este había caducado dos años antes, al consumirse los valores en efectivo por pagos automáticos de primas; a su casa nos fuimos y en ella se realizó definitivamente el acto civil. Dejé a la Fulanita en el velorio de su padre, yéndome a la fiesta; ese día sentí repugnante asco hacia mí y Marilyn; fue tan fugaz ese hedor que, al llegar a la recepción fui recibido con notas de alegrías, que no me extrañaron, lo mío era un caso único de maldad y ese atributo lo disfrutan los seres humanos.
Sentí el Universo lleno de discordias, por lo que me embuche nuevamente en mis andanzas y opte por emplear mi mejor táctica, mirar fijamente, sádicamente, sin pestañar, pero en realidad no era necesario, ella ya había decidido cuál sería la historia y el epilogo, sin embargo continúe con mis practicas esotéricas: no era mirar, mi mente absorbía a Sofía y la sentía dentro de mí; era una fuerza magnética que prorrumpía con fuerza agotándome y cogoteándome; ese procedimiento muy gastoso de las fuerzas cósmicas, que utilizaba en casos extremos, sin que mediara interrupción o desatención visual bodoquera y psíquica, así me lo creía, y hoy día no lo sostengo, resulto todo lo contrario el cogido fui yo.
El caso es que, Sofía bailaba con un eterno pretendiente, a quien apodaban el Conejito; forjé las mímicas que traducían el deseo de bailar con ella, en la siguiente pieza musical; hablamos, ansié su perdón, llore de verdad con esa torpeza que nos ahoga a los verdaderos enamorados. Los recuerdos enmudecen, no consigo maneras. Sofía se quedó mirándome; las mujeres tienen el poder mental de interpretar cualquier lenguaje que inventen los seres vivientes, lo traducen con una facilidad suprema, pero generalmente sonríen y callan, para adentrarse en las raíces del alma y sorprenderlo a uno cuando menos piensa; es absurdo mentirles, porque para mantener una mentira es necesario conservar la esencia de ella, recordarla con toda precisión, hacerla verdad en la mente y eso es prácticamente imposible, a menos que seamos locos de perinola, es decir, deseando hacer una tribu de locos, tendríamos que dominar el inconsciente y sabemos que no es operable; y ahí están ellas, esas hacedoras y destructoras de vidas, agazapadas en espera de ese momento para saltar sin miramientos ni piedad. Quien se empeñe en entender y engañar a las mujeres está malgastando su vida; pero pretender dominarlas, es verdaderamente desquiciado. Llegamos al acuerdo que nos casaríamos, con todas las ley divinas y terrenales una vez me divorciara.
Vi y hable, por última vez en mi vida con Fulanita, días después del enlace civil; trate de convencerla de lo absurdo de la situación; no le entraban ni rosas ni balas; cuatro veces paso por la casa de mis padres, en esas ocasiones hablo con padre; él insistió, sin muchas fuerzas, para que cumpliera realizando la boda eclesiástica; luego de esas visitas relampagueantes no volvió jamás; les parecerá mentira que han transcurrido cincuenta años, y nunca, ni siquiera por casualidad, la volví a ver, ni saber de ella.
 
En realidad el divorcio no era difícil; pero el término mínimo, para que pudiese producirse con sentencia firme e inapelable era de nueve meses y la de primera instancia unos tres meses por las ayudas internas con las cuales contaba en los tribunales. Introduje, pues, la demanda de divorcio, alegando abandono del hogar por parte de Fulanita; para aplacar mi sinvergüencería, me esmere para que fuera citada personalmente, nada que ver; por la prensa, por supuesto utilice el diario católico la Columna, el de menos costo publicitario y que en realidad, constaba de dos paginitas, y solo era repartido en las iglesias; aboque al barrio a su ubicación, con esmero volátil fue localizada, no dándose por entendida.
El caso es que, deseaba y necesitaba casarme con Sofía; especulaba y auguraba que, era la única manera de enmendarme; había buscado caminos que me condujeran a una vida normal, sin tantos sobresaltos; busque a Dios, nada me dijo, reflexioné que era justa su posición, le es dado seleccionar a su antojo; fehaciente discurría que una vez imbuido en ese nuevo estado, dejaría de vagar sin objetivos; así que a ello me aferre; y dispuesto estaba a hacerlo en el menor tiempo; caí nuevamente en el abismo de las transgresiones: Julio Cesar ya se había graduado de abogado, su máxima aspiración era hacerse docente de la universidad, méritos le sobraban; sabía que ingresaría pero era una lucha que comenzaba y era menester ocuparse de aligerar las necesidades económicas; por lo que aceptó el cargo de secretario del Tribunal Superior, titulado por un hombre muy ducho en la materia del derecho, buen amigo, pero de una terquedad única; en definitiva, era inteligente, pero la soberbia y deseos de venganza lo deshacían; deseaba hacer desaparecer a las tribus judiciales, que dominaban a su antojo las riendas del poder judicial; olvidándose, sin restarle méritos académicos, de que su permanencia en el juzgado era obra de las componendas políticas, como en realidad son esa gratificaciones, con muy contadas excepciones; nombramientos donde no prevalecen los virtudes y conocimientos, sino el encoframiento de la voluntad en el ataúd de lo indigno, complacencia y adulación. Un día, una de esas tribus criminales, se las arreglaron para exorcizar una sentencia de divorcio del médico personal del presidente Rómulo Betancourt; primer mandatario elegido por el voto popular, después de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez; dictamen que favorecía al galeno; según lo sentenciaba el tribunal de primera instancia en lo civil y mercantil; lo cual era un adefesio jurídico, puesto que el domicilio de las partes querellantes, era público y notorio, la cuidad de Caracas; el Mulato, que así lo llamaban por su origen, no era que no se hubiese prestado a ignorar el hecho; lo enardecía lo que se veía venir, que los méritos y ganancias en prebendas, al futuro inmediato, serían usufrutuadas por sus enemigos, que no era otra que la titularidad del máximo tribunal; arribada el esperpento sentenciado a la máxima instancia jurídica en lo civil y mercantil del Estado; el Mulato opto por sentenciar en contra del médico personal del presidente de la república, por lo que automáticamente por imperio de la ley se convertía en bígamo, por cuanto estando seguro de que la sentencia le sería fiel y favorable, acometió su segundo ahogo matrimonial. Bien, aquí entro yo con mis yerros; se hacía, con esta sentencia, jurisprudencia del máximo tribunal del estado aplicable a todos los casos de divorcio, y por tanto para contraer matrimonio se hacía requisito ineludible la presentación de la sentencia definitiva.
Obtenida la sentencia disolutoría del matrimonio civil en primera instancia, los desesperados, tan iguales como yo, por retornar a embocarse, volábamos, sin quejas, ni enmiendas, de las autoridades civiles a lazarse nuevamente al abismo. En ese tren me empalme sin problemas porque la sentencia no se había difundido.
Me arrojé, pues, en una de faraones para realizar el matrimonio civil sin prever gastos, solo alucinaciones de un prodigo; mi suegro esa noche, luego del acto civil, se abovedó en su habitación; a eso de las once de la noche, era tanto el martilleo supural de las incongruencias estrafalarias al idioma de Cervantes y a la buenas reglas del comportamiento social del maestro Calcaño, que me jure por Diosito y todos los Santos, que en la unción religiosa, ni un solo invitado tendría, tal como ocurrió. Unidos estábamos por el vínculo civil y las sombras de la bigamia aturdían mi mente; así, conduciendo mi Volwaguen, prodigaba sin verbo los pensamientos que haciéndose anárquicos, parecían un festín de manicomio, me decía para mis adentros –si escopetearon al médico del presidente, y encima millonario, que queda de mí, oveja de coyote soy, coñasos es lo que merezco, porqué siempre este apresuramiento, angustia, fijamiento insensato de todo lo que me propongo realizar. Saltaban, entonces, los pensamientos cautivados con esmero ilusorio, de uno de los instante más cruciales del ser humano, desafiar las imágenes amorosa, para ser ajadas en el escenario de la realidad; porque, desmenuzaba -una cosa es lo que constantemente elabora el pensamiento ficticio y otra, esa sustancia que nos conducirá a una definición que nos ata a otro ser humano, quizás por el resto de la vida, me preguntaba ¿Cuál sería la impresión para ambos? ¿Cómo se conjugarían esas individualidades que encubrimos, esos albedríos que se regodean libremente en la mente? Demonios que se sueltan al abrir el encrespado de las fantasías- de esas consustanciaciones metafísicas, gnósticas, y otras no menos eruditas, pero de más sabor, siempre guiadas por los más altos principios vertidos a mi cerebro; en ese viaje me encontraba, cuando intempestivamente fue reverenciado el Wolvaguito y por carambola yo, con un estruendoso impacto, al reponerme, segundos después, pude percatarme y ver maravillado, que lo acontecido era obra de un milagro; yo había transgredido un stop de tránsito; y un perezoso, pero fornido camión, guiado por un conductor observador de la costumbre consuetudinaria, muy maracucha, de no frenar cuando está el stop a nuestro favor, dejo que su camión actuara a su capricho; la embestida nos elevó, al carrito y a mí, a los predios del mostrador de un abasto. Vi entre nubes rojizas a unos parroquianos que conversaban dándome la impresión que se encontraban en estado de ebriedad; aprecie los cadáveres de gatos, perros y víboras, que se encontraban prisioneros en jaulas. Un hombre colado en piel cortejada por el morado, y sin dudas, por un postrero alcoholismo, daban a su rostro chupado por el mal genio, unos ojos saltones y gatunos sin visión, deseantes de abandonar su cavidad, uncidos por las lagañas; la cabeza chupada como si fuese la cabeza de una serpiente y el cuerpo lobuno, me dijo llamarse Inebrio Indissolubiles Hernández; adjudicada la impresión repulsada que me causo, inquirí me contara su vida  -padre, me dijo, trabajó como vigilante y encargado del mantenimiento de un privado parque zoológico, apacentados los animales, en una antigua residencia propiedad de un jurisconsulto, formado el bestial recinto, por siete inmensos perros, hijos todas de una sola perra, paridos en tres partos, dos por camada, siempre uno ciego y el otro vidente; siete gatos compuestos de la misma manera; siete tragavenados con la misma cualidad; y siete indigentes similares en talante.  No abandonaba el propietario la antigua mansión donde vivía, sin dejar encerrada a su joven esposa, a quien nadie conocía, en el piso superior, a donde únicamente se podía acceder por un ascensor, dejándolo fuera de servicio al ausentarse; pero al día siguiente de mi nacimiento, sin saberse el por qué, mi padre enloqueció, se introdujo a la sala, espero frente al ascensor que bajara el abogado, lo maniato en una poltrona, trasladó las jaulas de los animales a la sala, busco los mejores licores en el bar de la residencia, se ahínco a beber por dos días consecutivos, transcurridos estos y enervados de hambre y sed el jurista y los animales, se decidió a subir al primer piso, solo encontró en el cuarto de los esposados docenas de perros y gatos disecados y en la cama una inmensa serpiente tragavenado viva, sostenida en ese recinto por suaves correas de piel de ovejas; alucinado como estaba, bajó y sin haberlo soltado de sus ataduras, subió nuevamente con el abogado, al verlo la pasiva serpiente se deshizo de sus frágiles ataduras, tomo al jurisconsulto enrollándolo con su cuerpo, se acostó con él en la cama y fue digiriéndolo lentamente hasta absolverlo por completo, luego se alargó y dejo que su cuerpo fuera traspasado por una enorme lanza dispuesta en uno de los rincones de la habitación; despavorido huyo, refugiándose en la sala y cerrando la puerta del ascensor procedió a liberar los animales de sus confinamiento confiándole su fin, pero estos le negaron la piedad. Inebrio es mi nombre, y mi vida y mi sustento lo logro de cazar a mis semejantes los gatos, perros, culebras, y mendigos, no deseados por los habitantes del barrio, embolsándolos y lanzándolos al lago.  
Como pude y pudieron, me llevaron a mi casa; luego de transitar el endemoniado ratón dionisiaco, con mis célebres gritos, promesas de más nunca volver a hacerlo, ruegos de que me rascaran la cabeza, y la infaltable e infalible inyección intravenosa de Comel; decidí, al otro día alquilar un vehículo Renault diez, estaban de moda entre los pelas bolas, pero de que eran hacendosos no hay dudas.
Aparejado, feliz, emocionado me veo, siendo despedido a la puerta de la casa de mi suegra, rodeado de mis cuñadas y cuñados, brindando con un café; a mi suegra y suegro desumirgiendo las lágrimas ocultas en su almas, era el primer matrimonio de una de sus hijos, ocho en total, Sofía fue la tercera y sin lugar a dudas, sigue siendo la guía.
Jubilosos, felices y con los temores inherentes al descubrimiento de ese nuevo nacer, emprendimos el viaje de luna de miel. En viaje prudente y acompañado por los hermosos paisajes de los Andes Venezolanos, construíamos ilusiones como las nubes de los paisajes andinos dibujabanlas, deshaciéndose con otras que, profundizaban aún más los ensueños. Comenzamos a escalar una hermosa cuesta de la serpenteante carretera Trasandina, horada en sus entrañas con las entrañas de los presos políticos de la dictadura gomecista, en las mismas cunetas se arremolinaban las rocas y las cruces de los difuntos,  las primeras que se habían negado a abandonar a la madre rocosa y los segundos sus utopías; al otro lado de la carretera frondosos bosques, con sus olores retenidos en evidenciado egoísmo. Embauco de la casualidad nos indujeron a contemplar desde la pendiente tan hermoso paisaje; marejadas de aguas se hacían cintillos zigzagueantes, suspirábamos embelesados los rocíos que acariciaban las flores haciéndoles desflorar sus aromas; unos segundos de más o de menos, estacionado en la pendiente del caudaloso rio, o andantes, sin habernos detenido con el auto, nos hubiese evitado un nuevo accidente.
Dulcificadas nuestras nacientes almas por las ninfas y duendes de esos bosques, las nacientes estrellas nos conminaron a continuar nuestro viaje. Una luna insidiosamente disputaba la luminosidad de los cielos a las tintineantes estrellas; continuamos el ascenso de la montaña; su vientre había sido agujereada con refugios para los autos y camiones, en los sitios donde la estrechez de la carretera solo permitía el paso de un solo vehículo, haciéndose necesario el refugio de uno de ellos. Vi venir un camión cuesta abajo picado por la furia; taponeado por la prisa, me argumente con nada más que instinto, que podía derribar la voluntad del camionero y pasar antes que él, lo cual evitaría el tener que alojarme en el resguardo del collado; siéndole perentorio a la armatoste del carruaje embelesado por la bajada, forjarse al amparo del resguardo de la montaña; nada que ver, el trasnochado conductor pensó lo mismo. Desculado quedo el alquilado Renault Diez, nos apeamos, ambos desquiciados, uno por apresurado y tener azogue por la presencia del amor, el otro por carecer de frenos; celebramos la resurrección, empinamos por muy breves ocasiones el codo; decidí con Sofía que, aunque maltrecho el culo del vehículo, armonioso se escuchaba su motor y presto a terminar en buen paraje.
Llegamos al paraíso, en el anduvimos los caminos que solo se recorren una vez en la vida, porque es el momento donde ese amor primero bendecido por Dios, se desvela y nos permite, una vez, pasado el momento glorioso, estar seguro que la imaginación está de acuerdo con la realidad y que está, no tiene el poder para relegarlo, sino que, muy al contrario, se nutren y digieren mutuamente.
Así transcurrían los días y nuestra nueva vida en la Corte celestial; una madrugada, cautivado por la ventisca aromática del café andino y el fulgurar de los olores, escapándose de los hornos donde se elaboraba el pan, se avivó la inspiración amorosa, sentía elevarme con una santidad que no podía sino ser obra del Señor, el pecho compungido se negaba a dejar brotar las lágrimas, que al atorarse hacían gemir el alma en un delirio de felicidad supremo; resueno, estrujo la nariz, me aliento y decido en reflexiones sorprender a Sofía con el suministro de un sabroso desayuno; en espera de los manjares me dedique aguzar con los oídos las melodías de unos pajaritos, fueron penetrando a los oídos los susurrantes cantos para alojarse en el alma; un universo nuevo se desencajaba; vi un paradisiaco jardín, tuve la seguridad que eran flores de ilusiones, permiso les enuncie y procedí a confeccionar un exclusivo arreglo floral para jubilar nuestras almas; eran amarillas, anaranjadas, terracotas, blancas, rosadas y moradas, adorne su entorno con torzales de hojas acorazanadas, que derrochaban un suave y tenue morado yéndose a rosado, con talles en su superficie que semejaban cordeles de briznas estacionadas. Pasamos el día contándonos cuitas y creando fantasías; llegada la noche nos acobijamos con amores, hasta que fuimos vencidos por los fluidos de la felicidad y el cansancio. Quebrado por una pesadilla desperté en la alborada, atrevimientos de espíritus autoritarios, exigideros, y poseídos con documentos, cercaban tratando de enviarme al patíbulo; las fuerzas físicas me habían abandonado, sudaba a raudales, los vellos del cuerpo se erizaban, un miedo paralizaba las funciones orgánicas primarias, deseaba defecar, orinar, no había manera; con un salto alterado desanexe de la cama, forjándolas a retroceder a las horripilantes bestias, al poco se evaporaron; eche un vistazo a las flores, habíase avejentado y desasían olores tétricos y pestilentes, las despojé de su florero. No bien sacudía la aurora las ultimas penumbras, presuroso me destine al jardín en busca de las vanidades de la creación; zumbando sombría tonada estaba el jardinero; interrogue por las cualidades y propiedades de las flores que sostenía entre mi mano; el cultivador con su voz melodiosa, melcochada, de andanza serena, saliéndose de una laguna invadida por el barro, me dijo  -me dice usted ¿está? es la Amapola, la siguiente la Estati, más le sigue la gimiente Orquídea Llorosa, y estas hojas hiedrozas son Calzoncillos del Diablo. Yo les canto estas composiciones que, usted escucha, para augurales larga vida o muerte prematura, aligerada y sin angustias, porque estas son las floras de los difuntos, de necesarias presencias para expiar sus pecados, en los nueve días subsiguientes a su muerte, y poder mostrarse ante el Señor Dios y echar de ver sus designios; vea usted, pues, durante los primeros ocho días del novenario, deben permanecer sin ser cambiadas, ni tocadas, por manos humanas, para que desempolven las malas obras del difunto; esas faltas se van apoderando de las aromas de las flores; por eso, se está al tanto, de cuantas fichas dejo atras el fallecido; así, no más, las flores proporcionan una ojeada para presagiar si  lo afilian a los Cielos, o lo están esperando, mire usted, ya usted se imagina donde, a más presurosa la hediondez, más caídas; fíjese, usted, que, los hay, que al segundo día es insoportable el tufo de las flores; pero, que se le va hacer, hay que aguantarlo, por lo menos los parientes y los curas cuando hay pa eso; pero no se puede dejar de lado, que a más dinero haya dejado el muerto, más señalados son los banquetes; y más publico atrae el infortunado para los rezos; no es sino al noveno día, que se debe levanta el altar de flores y se guardan; se arma uno nuevo con flores recién cortadas; el día diez se aglomeran las flores, incluyendo las malolientes y los trastos que escoltaron al difunto en cuerpo muerto, pero presente, se va al cementerio y se depositan los objetos utilizados en el velatorio, en la tumba del muerto- ¡Sofía, Sofiitaa! Levántate mi amor, nos marchamos, corramos, en el camino te explico.