La Extraña
Vejez del Psiquiatra J.A
Me he demorado
para contar ésta historia; hasta éste instante, en el cual me asaltan los
recuerdos sin darme tregua; memorias que pretendía haber incinerado para
siempre; realmente hubiese preferido que permanecieran arrinconados en los escondrijos
de la mente donde los había sepultado. Éste es, una de los tantos conflictos
que han permanecidos sepultados en la mente, con la pretendida decisión de
llevárnoslos a la sepultura; está historia pertenece a un ser humano que, sin
lugar a dudas, cosechó grandes éxitos en su vida, que llegó a la cúspide, al
reconocimiento de su valía profesional, y por tanto, fue inmensamente odiado e
hipócritamente querido. Cuando se llega a la vejez y miramos hacia atrás, nos
damos cuenta que es casi imposible exterminar las lacras que nos han acechado,
que aparentemente las hemos dominado; en ésta edad, inflada de crueldades, se
presentan de manera silenciosa, surgen imprevistamente ante la presencia del
estímulo al cual por todos los medios hemos tratado de esquivar durante el
transcurrir de la vida, y he ahí que el aciago instante hace erupción como un
volcán, sin aviso, robándonos a la muerte, apoderándose, haciéndonos el doctor
Fausto, ese doctor, que nos contiene por igual a todos los viejos; esos deseos
de inmortalidad; de alguna manera, en algún momento de nuestra vida, consciente
o inconscientemente, alucinando, fantaseando, en ensueños, en centellazos de
desviaciones de la realidad, se nos han presentado; algunos se aventuran, lanzándose
ciegamente sin importarle la destrucción que acometen contra la familia y
contra ellos mismos, es como si una neblina oscura, densa, cerrarse el cielo a
la mente, como si una poderosa droga inventada por el mayor dios de la
devastación nos despojara de todo racionamiento, de toda voluntad; otros la
dejan avecinada a los sueños que nunca llegaran a materializarse.
No todos
tenemos la oportunidad, o la desdicha, de experimentar ese fuego devorador que
quema el cuerpo y el alma, trastornando los sentidos, ese exhalación donde
estamos seguros que nos anima un nuevo ser libre del tiempo, sin mudas, donde
la sangre despierta con bríos espumosos, ardiente, deseosa de ser únicamente
verano, con los ojos chispeante encendidos por la lujuria y que, sencillamente
es disposición para rotularnos de Perversos. Ese momento lo hemos anhelados algunos,
ese rayo de resurrección sin distinción de sexo. Amar por última vez de manera
desenfrena, palpar, acariciar, ceñirnos a ese cuerpo que apenas comienza a
vivir, en la piel sedosa, virginal, como una rosa al abrir el capullo y ser
acariciada por primera por los tenues rayos del sol en su nacimiento, suavidad
que nos eriza esa piel ya desgastada, arrugada, escabrosa y áspera, como la
superficie de un desierto de rocas.
Ésta es la
historia:
Siendo aún
joven y estando en el consultorio psicológico de J. A, un lugar sumamente
acogedor y propicio para desahogar las confidencias que nos angustian y
trastornan, y a pesar que el mismo J. A, tenía como profesión auscultar y
diagnosticar las mentes de otros, siempre había sido del criterio de que el
mejor secreto es el que uno se guarda, sin siquiera mencionar que se tiene,
porque afirmaba: al ser mostrado deja de serlo y nos exponemos a ser esclavizado,
controlado, por el que audiencia al que se desahoga; me refirió, sin embargo, una
historia de su vida, quizás la más importante para él, enfatizando que, desde
el inicio de su vejez lo aturdía, recordaba que desde su juventud deseos perversos
cruzaban por su mente como la exhalación de una estrella fugaz sin prestarle la
más mínima atención. En ese momento la narración la consideré ridícula, por no
decir absurda e inverosímil. Se expresó con tan franca y directa simplicidad y
convicción, que dejó sembrada en mi mente esa conversación. Ante la gravedad de
la confidencia y las consecuencias que me acechaban, opte por advertirle a mi
mente, que nada habíamos escuchado, actitud que mantuve hasta este momento,
donde mi ancianidad y la cerqueda de la muerte, me permiten contarla y prevenir
a tantos colegas longevos de lo trágico que resulta tratar de regresar a épocas
ya pasada, o a emplazar e instalar sueños y fantasías que no dejan de ser eso,
sueños y entelequias.
-Mis sueños
son mi imagen, me dijo, y continúo -son solo presumidos sonidos como la niebla
eterna que recorre el Universo sin estar atada al tiempo, viéndose pasar en un
recorrer sin aparente significación, viajando con frenesí, sin amonestarse,
dejando su Ser a su eterno capricho, desdeñando cualquier complicidad con
alguna realidad, viéndose observada por millones de ojos estupefactos. Desde mi
infancia me avoque con empeño a buscar mi definición, y sin pensarlo dos veces
me dedique al esclavizanté estudio, descubrí que es el medio idóneo, donde la
carencia de dinero, de un nacimiento de cuna agraciado, podrían ser atenuados
combinándolos con una bien administrada hipocresía, modestia, astucia. Abraxas
fue mi Mefistoles; indague con ahínco las voces que nos buscan, que nos acechan,
para someterlas a mi niebla, para darles figuras; de esa manera, sin lugar a
dudas, me desplace como una estrella en formación, absorbiendo la energía de
las decadentes estrellas con sus voces de muerte; escuche sus monstruosos
aullidos que rompían el silencio sideral, nunca me di por enterado, estaba
dispuesto a sacrificar a cualquier ser humano, elimine todo reproche de culpa
de mi consciencia. Así llegué a la cúspide, no veía caída ni retorno; abundaban
los amores, el dinero, la adulación y lisonja, de una sociedad siempre
decadente por antonomasia, porque no hay otra manera de que exista, sino es a
través de la devastación de los humanos por los humanos.
Un día
comencé a notar que me toreaban las mujeres, los políticos me rehuían, que mi sabiduría
era puesta en tela de juicio y, lo más grave, que los adolescentes, no solo se
fastidiaban con mi presencia y diálogos, sino que se mofaban, con esa risa
sinuosa del saberlo todo, de ignorar el miedo, de tener atada toda la sabiduría
posible; había tenido mi imperio y, ante mis ojos se desmoronaba; escudriñé las
causas, me hundí en las reflexiones durante muchas noches, en los sueños
acudían infinidades de imágenes que creía olvidadas entremezclándose con otras iconografías,
forjándose, en ocasiones, verdaderos monstruos; esos ensueños me seguían sin
dejar que se enganchasen los pensamientos conscientes, las imágenes reales,
empujado por feroces corrientes y turbulentas aguas de una cascada huían sin la
menor posibilidad de que retornasen, estaba cogido sin posibilidades de
desprenderme de la apresante obsesión; sentía que la vida en su paralelismo, en
su existencia doble había perdido su armonía, flotaban como un cohete que ha
perdido todo control, que solo le queda deambular; acudí a la observación
directa de mi cuerpo y rostro; poco a poco la mente fue cediendo y dándole paso
a la verdadera realidad, no a la verdad obtenida con mentiras, a esa verdad
engañosa que se nos hace dogma y nos mantiene hundidos en alucinaciones,
fantasías; surgió, como corolario, una insostenible y permanente angustia en mi
mente, una obcecación sin darme tregua, ni dársela ella; surgía la certeza de
que el máximo momento estelar de mi vida, estaba huyendo, por tanto, debía ser
aprovechado lo que quedaba con la mayor intensidad posible; desde que oía los
primeros audios feroces de la aurora y me incorporaban a la realidad exterior,
mis primeros pensamientos eran la continua obsesión, deslastrar mis potencias
priapericas; acudía presurosa la imagen sin rostro de los amores por hacer. Cuando
ahora a mis setenta y dos años, vejado, festejada mi desgracia por los demonios
que creamos, se despiertan nuevamente esos momentos, fatigándome una vez más; ya
sin posibilidad alguna de acometer nuevamente sus ejecuciones, y en el alma
escucho un silencio que me aturde, una
remordimiento pasajero, intermitente, y se hace nuevamente ese yermo,
esa nada que comienza a fustigar la realidad, profetizando la soledad de mi
alma la cual ya es imposible torear; haciendo y mostrándome un sufrimiento
profundo, una angustia que refleja mi preocupación ante los cambios que experimenté
en mi conducta, y, que no tuve la suficiente voluntad para deshacerlos-
J. A, miraba
sin sus ojos, sin ver, como si vagase entre sus sombras, quizás eran esos
recuerdos de nuestra juventud y adultez, que nos sumergen en un éxtasis
ubicándonos en un momento que nos representa toda una vida. Embarazosamente, y con lentitud, su voz
comenzaba a excitar su rostro de montañés, con una dulzura que ocultaba su
fuerte carácter y su indomable ascendencia guerrera; en el ambiente del
consultorio se sentían que habitaban duendes atávicos con sus peculiares olores
a moho, a cadáveres insepultos cansados de merodear y de penar, de hablar sin
ser escuchados, acobijados con sombras monteadas tropezándose entre sí; esos
fantasmas que deambulan sin lograr acercebar la voluntad de nadie, que los
niños se dan por sobre entendidos, considerándolos
verdaderos bufones. Recuerdo mis primeros pensamientos al comenzar J. A, a
exponerme su secreto: “Va a aprovechar, me dije, su sabiduría, arte y
elocuencia, para jugar con mi ignorancia
e inexperiencia” Actualmente las dudas que tuve en ese momento se han
desvanecidos, y creo que J. A. era prisionero de sus propios excesos; me reveló,
no solo sus abominables y seriales crímenes con lujo de detalle, sin
cortedades; pero así mismo, con una suprema iluminación y goce; develó uno de
los deseos más ansiados por los viejos, pero de esa vejez que no se acepta, de esa
ancianidad que nos negamos admitir, olvidándonos que esa postura solo es abono
para desgraciarnos, desgraciar, y perder la única, y última oportunidad de
observar, obsérvanos, meditar, repasar y repasarnos; sin embargo, no es menos
cierto, que es la máxima hipocresía que cultivamos durante nuestra vida. Pareciese
como si J.A, se creyese dotado de un privilegio sobrenatural que le hubiese
permitido vislumbrar con toda claridad y precisión el mayor tabú de los deseos
en la vejez, otorgándole licencia para actuar sin ningún tipo de freno, o bien
era juguete de las alucinaciones demenciales tan comunes en esa edad.
-Conservo una
preocupación, dijo, una obsesión que me hostiga en mis sueños y continua
durante todo el día, es verdaderamente una tortura, he tratado por todos los
medios de disiparla, distraerla, huir de ellas, es tan similar a la pobreza,
imposible de deshacerse de ella cuando se posesiona inescrupulosamente por
orden del destino; es un estado que se adhiera y que se acepta convirtiéndose
en algo imprescindible- Silenció sus palabras y sin perturbaciones se consagró
a observar como la cenizas de su habano se deslizaba sinuosamente desde su mano
hasta depositarse en el piso, unas pequeñas lagrimas se deslizaban carentes de
sentimientos, amuralladas por la muerte. –Es verdad que he sido un necio- continuó, expresándose en un tono de
arrepentido sin convencimiento, como fustigando mis sentimientos- -cuando uno se deja agarrar, o quizás, es
consecuencia directa de desafiar a Dios tratando de alcanzarlo o superarlo,
penetrando en túneles donde la luz se ha extinguido; pero lo que me acontece, ésta
obsesión que me subyuga no es vulgar historia de aparecidos……; no, son las
angustias comunes de la vejez, de buscarse desasosiegos, inquietudes,
preocupaciones por nimiedades por absurdos tan irrelevantes como ponerse
nervioso al pensar que se ha de ir al banco, o que se de cocinar para comer
mañana; no, es un secreto extraño y muy
difícil de confesar. Es un sortilegio, un encantamiento funesto, un destino
inquebrantable que nos guía al abismo, convirtiendo la vejez en una permanente
tortura, atestándola de deseos iracundos; que al satisfacerse nos conduce a la
perdición, tenía la certeza que penetraba en un túnel sin posibilidades de
volver a ver luz; los viejos y los niños actuamos con mucha similitud cuando
deseamos algo, con la diferencia que sus deseos son pulsiones normales,
naturales, son el despertar de un alma pura, sin vértigos de maldad; las
nuestras, avideces, obsesiones, que en la mayoría de los casos, son expresiones
antinaturales, criminales, son muerte.
Se detuvo,
entorpecido por esa timidez que se apodera de los campesinos de las cordilleras,
desviado su mirada a la nada, instinto ancestral, evitando enfrentarse a los
ojos de las personas con las cuales dialogan, como evadiendo ser encandilado,
auscultados en su alma, y sin embargo desean expresar sus verdades sin
ambigüedades, sean graves, conmovedoras o hermosas; e inopinadamente me
preguntó –Has leído el Fausto de Goethe, y antes de que pudiera contestarle,
continuo con frases entrecortadas, que pronto adquirieron la fluidez,
coherencia, entusiasmo, al cual me tenía acostumbrado. Comenzó a revelarme el
misterio máximo de la vejez, según él, esa conclusión a la cual había podido
llegar despojándose de todas las convenciones religiosa, morales, humanas,
teniendo como esencia de la vida sólo el placer el deseo desbastador, sólo su
Yo.
-Desprecio a
los seres humanos, continuó, me desprecio, me odio, y sin embargo, ese
aborrecimiento me llena, ese fingimiento desahoga mi interioridad viciosa, desprovisto
de verdaderos sentimientos, que fingen artificios para desahogar su
interioridad perversa, tan llena de basura como un contenedor de inmundicia,
admiro arteramente, con malicia diabólica, a los seres humanos que se han
atrevido a enfrentarse a éste mundo de iniquidades, a los que igualmente que
yo, somos predestinados, no por Dios, o favorecidos por el demonio, sino por
fuerzas del Cosmos, por los misterios del tiempo, de ese tiempo que solo existe
como invitado de la estupidez, del cual nos sentimos elegidos para someterlo;
fingir es la vida que nos han propuesto y lo hemos aceptado, así ha sido y
siempre lo será. Cuando joven odiaba, me indigestaban los hombres viejos, sus
patrañas para seducir a los adolescentes, que amparados en su poder económico,
en su saber, en el dominio de alguna disciplina deportiva, en las necesidades
monetarias de los adolescentes, fingen acercamientos con un solo fin, saciar su
delirio de pedófilo, su sadismo, su goce ante la desgracia de quienes son atrapados
en sus mallas; con singular cinismo, con la desvergüenza y perversidad más
elocuente acuden a los mitos, a esas transfiguraciones de dioses depravados y corrompidos
que nos contienen y sujetan a sus vicios, un Zeus acorralando envileciendo a
los pastores adolescentes, su hijo Apolo amancebándose transformándose en
elocuentes engaños y procederes poco virtuosos para un dios, y las incansables
voluntades de los psicólogos buscando, husmeando, gérmenes en los mitos,
extrayendo, zurciendo, en los entresijos de la mente, para asimilar esos deseos
a la misma naturaleza humana; conductas culturales universales que siempre han
existido con la misma intensidad y diferentes justificaciones. Conocer los
misterios de la vida interior, de ese tornado reprimido que se puede desatar en
toda su magnitud ante la cerqueda de la muerte; induce a acometer, a saciar lo
reprimido, lo no hecho, pero deseado y manifestado en los relampagueos de los
sueños, de las fantasías, de las alucinaciones, que no son sino manifestaciones
de la cultura que se nos ha inyectado,
de esa sombra cultural llena de nefastos negamiento de cualquier valor humano, porqué,
qué es la cultura, sino todo lo humano hecho y por hacer. Pero ignoraba que la
naturaleza humana es imprevisible, que viene adosado al nacimiento un todo, un
Abraxas. Durante toda la vida buscamos afanosamente la libertad, nos escudamos
en las bebidas embriagantes, en las drogas, buscando ese desahogo momentáneo,
ese deseo pervertido de dañar al prójimo sin tomar en cuenta para nada la
destrucción que provocamos. La mayor Utopía del ser humano es ser libre, algo
verdaderamente imposible; estamos frenados, no sólo por las convenciones
sociales, morales, económicos, religiosas, también por nuestras familias que,
en todo momento nos mantienen sujetados a nuestros miedos, ansiedades,
angustias, a nuestros complejos. En la historia que te estoy contando he
actuado sin subterfugio, he utilizado lo que rechazaba, pero con el
conocimiento de la naturaleza humana, la única justificación es mi existencia,
el deseo nunca colmado ni controlado.
El cuerpo
cambia sin interrupciones, pero siempre las pasiones, en nuestra mente, en el
alma, permanecen y se conservan, quizás, con más intensidad en la vejez; he
tratado de formarme un concepto sobre los bodrios que nos enredan a todos los
viejos, sin excepción, y sin atreverme a dializar de los umbríos caminos de los
escarbadores de la mente, he llegado a la determinante y sencilla conclusión:
Los Viejos somos unos Bichos, al igual que todos los seres humanos en general
sin importar edad, pero es en esa etapa de la vida, la vejez, donde se acentúa
la maldad del ser humano, se es un niño, se finge serlo, esa cara de
dulzura, de lastimosa complacencia, de
atracción angelical, de debilidad, llenando todos los espacios, sin ambigüedades,
y encerrada en el alma aquel desprecio por la vida de los demás, se es como el
verdadero Tartufo de Moliere, toda la indecencia programada en el alma, y la
indiferencia hacia los demás, solo nos potencia nuestro Yo, satisfacerlo sin
importar su precio, monstruos alimentados por la ociosidad, por la desvergüenza,
la impaciencia y la impiedad. El caso es que, cuando se llega con las
capacidades plenas o pensamos, y estamos copiosamente convencidos de que los años
solo nos han servido para darnos experiencia y el poder de la manipulación, y
que nuestros desgastes mentales y físicos son mínimos y, por tanto estamos y
podemos seguir en la guerra. Pero la verdadera realidad no es tan sencilla,
existe como una especie de molde donde se vacían a los hombres viejos, ese
molde es aplicado sin diferencia por la sociedad, en cualquier sistema político
y social. ¿Qué características le son intrínsecas al hombre viejo cuando trata
de mantener, en lo posible, su modo de vida? Te he referido mi obsesión, pero
ello no conlleva a que sea asentada como una verdad absoluta, dista mucho de la
realidad el qué, el ser humano, en la ancianidad actué con el mismo propósito
malévolo, tal cual lo he hecho yo, hay infinidades de personas ancianas que
vegetan, y se comportan de la manera que le exige la sociedad, pero
indudablemente lo hacen porque no tienen otra alternativa; y he ahí,
precisamente en ese punto, donde los demás seres humanos los encierran en el
mismo saco. Pues bien, te he de referir de manera real esas características:
Suponte un viejo que su razón de vida, en la vejez, es vivir apartado lo máximo
posible de lo que él considera una sociedad decadente, una sociedad ahogada en
la ignorancia suprema, hastiado de las hipocresías; lo logra, pero sería
imposible un aislamiento total a esa edad, y por supuesto, acostumbrado como ha
estado a vivir con comodidades no las va deshacer; éste viejo posee suficiente
medios económicos que le permiten desechar cualquier preocupación económica. Ése
viejo, por la ley de la enferma sociedad ha de ser: pedófilo, homosexual,
violador, brujo, pendejo o loco, y como tal se le trata y arremeten a buscar
esa verdad; para ello, existen diferentes armas, se le tantea las supuestas
desviaciones poniéndoles celadas; para la homosexualidad se le acecha de mil
maneras con propuestas que para una mente normal resultan inverosímiles; si te
sientas en un parque la idea de los transeúntes es que estas tirando la red
para pescar, se te acercan adolescentes, varones y hembras con el mayor descaro
se te ofrecen a cambio de una prestación en dinero o especies; si ayudas a
alguien, aun siéndole conocido, comienzan a urdir artimañas, porque se les hace
increíble que alguien pueda ser un humano momentáneamente solidario en un
desliz del alma, o tentado por la malicia ; se le crean historias de
violaciones, de hechicerías, de actos de locuras, de una prodigalidad para
cubrir y lograr el acercamiento de los adolescentes sin distinguíos de sexos;
si tratas de hacerle cualquier cariño a un niño las miradas de fuego lo queman,
y los rostros se contraen con rictus de animadversión, que expresa la acusación
de monstruo, degenerado, antinatural. La vejez nos convierte en un ser humano
acorralado y perseguido, sólo nos cabe esperar el desprecio, el maltrato, la
burla; saber esperar es la regla de oro, fingir una complicidad que nos permita
pasar como desapercibida la verdadera intención, una actitud de sapiensa, hasta el momento que se pueda saltar como lo
hace un tigre macho sobre la hembra, hacernos cómplice de las hordas que nos
hostigan e ignoran que, quizás, pasaran por similares experiencias, seguir la
corriente, actuar y masacrar
La realidad
de la vida es que el ser humano ha parcelado su cerebro en cuatro partes:
infancia, adolescencia, madurez y vejez; la verdad es que nuestro cerebro se va
transformando y en cada momento de esa transformación cumple con un papel. Un
cerebro de un anciano, posiblemente, tiene menos sinapsis (contactos entre las
neuronas) de las que tenía cuando era joven, pero sin embargo tiene a esa edad,
el depósito de las memorias que ha ido acumulando, memorias que no existían
cuando era joven, y de cierta manera ellas suplen con creces el desgaste.
Existe una inquebrantable
ansiedad en la vejez de repetir a semejanza esos deseos experimentados en el
pasado, y en acometer los que fueron reprimidos. En los sueños se hacen
visibles, son fortines carcelarios imposibles de escapes con una fuerza
erótica, lujuriosa, y una intensidad superior a la realidad siguiendo una vía
libre que confunde, mostrándose bajo una luz que no es la verdadera. En la
vejez se asoma con toda su crudeza la esclavitud a la cual es sometido el ser
humano durante su toda su vida, en las otras etapas se le toma a la ligera, hay
maneras insidiosas de transgresión, o por lo menos no hay consciencia ni tiempo
para pensar en esas bagatelas. Transgredir las aprisionantes normas morales,
impuestas autoritariamente, sin posibilidades de contorsión, de moverse: lo
aceptas o te eliminamos; pero, a estas alturas, se dice el viejo, da igual,
decidido a embarcase en su último desastre, es lo que da valor a la vida, se
dice, y esa verdad alcanza toda su dimensión haciéndola diferente y vivible, y
esa ansiedad torturante adquiere su máximo grado por la eminente muerte. Ahora
bien, el fruto prohibido es deseado por la vista, el tacto, el gusto, el olfato,
a cualquier edad, las normas morales autonómicas, es decir las aceptadas por
nuestro propio convencimiento, la crianza, la verdaderas creencias religiosas,
la educación, algunas veces, sirven como frenos para los excesos o se
convierten en opio.
La piedad no es el amor y la pasión nada tiene
que ver con la violencia del placer y el deseo. La irracionalidad de haber
acometido lo prohibido pierde todo su atractivo una vez consumido, o nos
esclaviza hasta la muerte; en ciertos momentos, luego de haberlos saciados,
tenemos la seguridad de poder desecharlos para siempre, no lo hare más, nos
decimos, pero esa seguridad, ese deseo transitorio, esa postura, solo dura
hasta el momento que se siente nuevamente la necesidad del deseo alimentado por
cualquier estimulante; objetivamente o subjetivamente, nos damos cuenta que han
sido meras satisfacciones de los sentidos, o se nos convierten en obsesiones
imposibles de deshacer, en cualquiera de las dos situaciones se nos hizo tarde,
hemos pecado y solo queda seguir engañando y engañándonos. Es tan difícil ser
sincero, no solo con los demás, sino con uno mismo.
Un día
viajaba- se levantó de su butaca amuellada por el tiempo y el uso, de ella se despeño
un breve lamento de dolor, como si se liberase de una carga indeseada,
insoportable; se dirigió a un estante donde estaban, ordenadamente, diría que
con esmero y dedicación, una amplia colección de discos, extrajo uno, sin
ningún tipo de duda, lo inserto al tocadiscos con expresiones de amor; la
música surgió como si fuese un lamento ancestral, de dolor, desesperación,
acumulada por siglos, era una música sin fin ni comienzo, acordes que por si
misma se desahogaba sin ningún tipo de armonía racional, un caos viajando con
su orden cósmico fuera de toda humanidad, una música que, a cada momento
amenazaba con irse, desaparecer, dejándonos en un limbo sideral, y que su
continuidad, esa tristeza reprimida, latente, continua sonando en el alma, ir,
venir, como la vida sin concluir subrepticiamente me acerque y vi el estuche,
pertenecía a Deveis Miller; en ese momento guiado por un presagio, miré al firmamento;
arropaba la luz del día una insistente plomosidad de las nubes, se tornaban
amenazantes, giraban desafiantes, preñadas de una necesidad esencial, con
deseos de descargar su penuria apremiante, mire el baño, en él vi la esencia de
mí mismo, desahogarme, de la cantidad de porquería que contenía sobre mi
existencia, con sobrada impertinencia, trataba de excrementarme, de salirme del
circulo de la necesidad, de tener fuerzas para sopórtalo, para seguir mirándolo
como algo, como la bestia que somos. Las nubes acrecentaban su poder magnético,
su impredecible conducta, yo las observaba, ellas viajaban, se detenían con sus
abrumadores ofensas, coacciones, sin consentir presagios, dueñas de su hacer.
Continuo: Todo lo que te cuento lo he vivido y
de acuerdo a mi entender y razonar, son los hechos, quizás he podido engañarme,
pero no esta dentro de mí el propósito de engañarte al contártelos. Nunca he
ignorado cuan infame son mis pasiones y crímenes. Perdemos la vida, sin darnos
cuenta, vivimos en una burbuja fuera del tiempo, no nos asiste tan repugnante
desconocido, y solo cuando llegamos a la vejez nos entra un enloquecimiento por
vivir, ansiamos el amanecer para ahuyentar la oscuridad con sus putrefactas
sombras.
No recuerdo
si era en la realidad o ensueños – -sus
palabras aumentaban mi asombro, siempre había pensado en la pulcritud de su
vida, lo había admirado ¿cuánto deseaba
poder ser igual a él? es como un Sócrates, me decía, un indivisible Platón, un
intachable Aristóteles, un Nietzsche……. Iconos de una civilización, genios que
sembraron las bases de nuestra civilización Occidental, con su poder absoluto
para formar las nuevas generaciones; con ese amor a la juventud, a la
adolescencia, dominada, subyugada a sus haceres, a ese nacimiento lleno de
confianza, por supuestos, no había leído en ese tiempo, que escondidos bajo ese
manto de sabiduría, se escondían agazapados los deseos carnales más criticables,
tan igual al universo de héroes que nos han alimentado aportándonos y originan
lo que somos; lo importante es que esos
acontecimientos los viví en ese mundo tan parecido al andar de los millones de
millones de cuerpos celestes que vagan sin mediciones del tiempo, sin
impórtales que son acompañantes ignorantes de sus destinos silenciosos, tan igual
a esta vida donde ignoramos realmente nuestro andar tan azaroso, sometidos,
dando tiempo al tiempo, a la muerte. J.A, continuo- -Caía en un abismo bajo la guía de la claridad
de la locura, luminosidad que se tiene ni se rehúye. Las Maldiciones, las tristes
hijas de la noche, conducían mi vehículo por unas carreteras arteras, sentía
que merodeaban a mi alrededor acompañadas de espectros, sombras impalpables;
componían bellas elegías donde elogiaban la vida sin control y la tiranía de
las pasiones fantásticas; mis observaciones eran abstractas y generalizadas, de
pronto comencé a observar los detalles y me detuve con minucioso interés en las
diferentes variantes de las figuras, sus apariencias al moverse en la
oscuridad, sus saltos y andar presuroso como las nubes queriendo robarle los
cielos al sol, la intensidad de sus pensamientos no expresados, su manera de
actuar, todas ellas, sin lugar a dudas, eran un signo de su Voluntad, de su
amplio poder mental, de manipulación, de precaución, de penuria, de avaricia,
de frialdad, de deseos lascivos, de desesperación ante el inminente final; dos
sicofantes se agregaron al grupo y anunciaron que su obligación como delatores
era denunciarme, de esto se te acusa -la
Esfinge con sutiles canciones ha
desviado tu mente y la razón; todo se te hace justificable, aun donde no hay
posibilidad alguna de alegato, me dijeron y continuaron ¡Ay, ay, que terrible
es el deseo cuando no te reporta el provecho anhelado; mi único motivo de
sufrimiento, le contesté al grupo, soy yo mismo al negarme a revelarme y
aceptar lo que en realidad soy, y represento, y me devora, y lo hago
sobornándome a mí mismo; tu lengua no es oportuna, me dijeron al unísono los
figurines, solo insensateces prodigas, guarda tus males, no lo reveles, ya tendrán
tiempo de desvelarse ellos mismos, aunque los encubras con el silencio y tu
conducta hipócrita. En ese camino se distinguían encubiertas entre las brumas
unas moles sombrías de una montaña, sus cúpulas y sus gigantescas agujas de
piedra horadaban los cielos perforando las negras nubes que se empeñaban en
envolverlas con estampas tétricas, apocalípticas, cada una de esas cosas
espectrales le hablaban a mis sentidos con voz sustantiva y suave, una luz
calidad, penetrante, voluptuosa, inundaba la escena; la luna negra apenas podía
distinguirse, cuando los nubarrones se separaban por breves momentos, quizás
para ponerse de acuerdo, para borrar por completo a las moles y sus desafiantes
agujas; aprovechaba el descuido la desdichada y eterna encadenada, en asomar su
ennegrecido rostro, como para expresar su angustia en busca de su malquerido
pero querido Astro; en el pie de estas fornidas montanas desnudas se veían
circular con violencia irracional, formando encrespados remolinos, las aguas frías
de un rio que navegaba con prisa avasallante, llevándose consigo en su perene andanza,
piedras que chocándose entre ellas producían un sordo eco y espumas, que se
deshacían para volverse a formar con más insistencia, como si con esa travesura
pudieran evitar su ineludible faena. En medio de esas escenas, agitadas y mágicas,
atine a ver por entre niebla, la nieve
que se adhería a la negritud de las escarpadas y solitarias rocas, se
deslizaban en caída libre y su andar era enardecido como si hubiese hallado lo
buscado y desenrollándose acudían a la cita esperada; vi torrentes de olas
blancas y grises oscuros, escarchas que aullaban es su desprendimientos,
caminaban con el aire silbando con algarabía salvaje “los sueños son cadáveres
que insistentemente se empeñan en hacerse vida” luego se hacían aves aun no
nacidas, monstruos indiferentes, se iban al cielo para luego descender
haciéndose nuevamente sueños ensimismados;
buscaban la soledad y a su acompañante, y ahí estaba; había dejado de ser
invisible; ya no era necesario buscar la sombra ¡Era ella! con sus largos
filamentos de la estrella viajante, apenas naciendo en el inacabable Universo,
comenzaban a hacerse de policromaticos ropajes que comenzaban a exhalar sus
encantos, adornadas con moños de colores aun por definirse lo cual hacia
resaltar su presencia ebria, oía sus tenues susurros entrecortados por el silbo
de los vientos y los cantos misteriosos de las aguas del rio; sentía la fuerza
de un nuevo cuerpo, y daba oídos a una cántico que vibraba dentro de mi cuerpo,
que se alzaba en mi ser, que me hacia ascender al infinito Cosmos, era una
música de mágicos sonidos, no sometida al tormentoso dirigir humano, venían de
las enigmáticas negruras y soledad de lo nunca descubierto ni andado, surgían
del correr desbocado del rio, del vuelo de las grandes aves solo vistas por los
demonios de la amarga noche, me hablaron y con la sabiduría acumulada me develo
el secreto de la vejez, pero me negué a escucharlo; luego se hicieron membranas
de infinidades de colores que buscaban definirse; surgió un murmullo hasta
hacerse un sonido profundo penetrando en el alma hasta posarse definitivamente
en ella; sentía un feliz placer y un terror, que se traducían en una sensación
de absoluta paz, juzgaba que todo lo que me rodeaba se había paralizado, cabrioleaban
enigmas que venían en fugaces hados e invitaba a la concluyente quietud; librar,
me dijeron, tenderse entre el enfurecido rio y las negras y estériles rocas; me
invitaban, ofreciéndome el bálsamo del olvido. La vida, me explicaron, no vale
nada, no merece vivirse, si no es agradable, y para ti que rehúyes el amor, por
tu incapacidad física, se te ha convertido en una carga. Semejantes palabras
incriminatorias del delito de vejez, expresado de alguna manera por la
humanidad y aceptada con toda modestia y miedo, por los usufructuarios de esa
edad, se posesionaron en mí, como si hubiese sido sentenciado a convivir,
nuevamente, en el nido de serpientes que es la humanidad; primeramente me
enfurecí, y pensé en destriparla, con una de las negras piedras. Maldije al
mundo, a éste mundo que la imbecilidad de los humanos ha convertido en un
infierno. Maldije las estrecheces de las ideas, de las utopías con su caminar
interminable, donde solo se pasean como virtuosos y prosperan los fingidores,
los rufianes, políticos, los hacederos de engaños. Maldije a todas las
religiones tan limitadas como corrompidas, llenas de estúpidos vetos sobre cada
uno de los sentidos. Sentí entonces una especie de alunamiento, donde las
fuerzas físicas y mentales escapaban, un choque nervioso me atravesó de la
cabeza a los pies, la sangre fluía dispuesta a escapárseme. Decidido estaba a
burlarme de la humanidad. A ser lo que somos: el más oscuro misterio
Seguía
conduciendo mi vehículo, a sabiendas que estaba dormido, trataba de abrir mis
ojos y todos los esfuerzos aumentaban el rigor de ellos, llegué a un bar, te intuí,
los malditos ojos se negaban abrirse, te dije: Cuando va arder nuestro amor
secreto; mis días están contados; sólo me espera el imperio de la noche, el
sueño eterno, la oscuridad serena, y en ella el disfrute de la verdadera
libertad de mi sombra. ¿Por qué huyes del amor? Por mi edad, ¿acaso hay algo
más viejo que el viento? y siempre sopla con toda fuerza para expresar su
juventud; ¿Hay algo más maravilloso que entregarse a los goces del amor
despojado de las máscaras, de los fingimientos y vivir su omnipresencia;
presiento tu rostro grave, asustado, exhalan los poros de tu piel el perfume
del deseo reprimido, atemorizado, acorralado, para ser pasto del deseo
antinatural del criminal. Bruscamente me envolvió un manto milagroso de
oscuridad hundiéndome en un abismo de irracionalidad ¡Despierta, tienes amada!
Devora tus deseos, gritaba la oscuridad, termina de destruir tu cuerpo; tus
días están contados, pero fuera del tiempo queda tu sombra.
Luego regresé y de nuevo estabas tú, comiéndome
con la vista, consumiéndome con tus negros ojos, expulsando de ellos gases en
forma de manantiales semejante al vapor de agua sublimadas a hielos para luego escaldarlo
con tus dos soles. Tuve la seguridad de saber dónde estabas, y a donde quería
ir. Me enseñaste dos hermosas rosas de tu pudor anidado y naciente con la
brusquedad del deseo en tu pecho donde comenzaban a manar sus jugos de
ambrosia; dos purpurantes labios húmedos, abiertos voluptuosamente donde se te
escapa la saliva lubricante. Esa noche
la angustia se hospedo en mí y me sentí enfermo. ¿Quién es el sano de espíritu?
me dije ¿quién aquel que no infunde hipocresía en su hacer? La sangre circulaba
en las venas deseosa de romper sus murallas, con una violencia abismal,
sobresaturadas por el deseo, la erección se negaba a ser abortada.
Te vi tal
como eras, esbelta, tus cabellos negros lustrosos, sin sequedad, abrillantados
por los flamantes amarillos del sol naciente, ondulantes por los hados que viajan con los vientos céfiros
lanzando sus pringamozas de vidas; tu encarnadura de jazmín muy fresca y
deliciosamente perfumada con sus propios humos, y los olores de tus carnes
fermentadas por el fuego del dorado sol del trópico, tu piel sonrosada y
erizada al solo contacto con los aires peregrinos que salen del alma deseada; miré,
vi tus ojos negros, serenamente oblicuos, estáticos en su apariencia, pero de
los cuales se desprendían tus ansias de deseos eróticos, de pasión contenida,
llorante. Todo en mi era un amor sin consciencia, humo se hacía para conseguir
escapar de su ergástula. Sentía mis sentidos que se estragaban por la
felicidad, por el exceso, evocaba mis sueños para tórnalos a la realidad, en
vivencia autentica, con más fuerza, con más intensidad; me sentía como un
mozuelo, y tan dispuesto como las alondras, insaciables para el amor. Estaba
muy lejos de poder dominar mis pensamiento, era absorbido por los estímulos que
tanto había tratado de ahuyentar, y mis deseos conscientes de deplorar mis
actuaciones hacia ella; estuve definitivamente convencido de que era inútil
seguir rehuyéndome a mí mismo y a las ensordecedoras pasiones, la amaba más que
nunca, sentía en ese momento como quien encuentra su alma nuevamente, esa alma
sin el peso de la contradicción, de la duda, estaba decidido a terminar esa lucha
titánica que tanto me había atormentado, entre el alma y la mente, entre el
corazón y el cerebro, entre la razón y los instintos ¿Acaso no cedemos siempre
a los impulsos de los instintos? ¿Acaso el amor no nos ciega por completo? ¿No,
nos vemos a menudo guiados por otras fuerzas interiores que nos son
desconocidas e incontrolables, por un cerebro que se adueña totalmente,
misteriosamente, de nuestra voluntad, imbuyéndonos en el desconcierto? Para
conocer y vivir la vida, es menester vivirla en todas sus facetas, rehuirse a
mezclarla seria como no condimentar las comidas, vivir por obligación, comer
por comer. Los pensamientos como los instintos son cosas hermosas, detrás de
ambos se esconde nuestra esencia, la esencia del ser, se deben escuchar a las
dos, oír sus voces misteriosas. La verdadera vida es la que se vive, no a
través de doctrinas o estudios, en ellos se refleja, unas veces, la mas, los
deseos reprimidos del escritor, o la terquedad de imponer sus creencias de
manera dogmática; la vida es lo inarrable, nadie ha podido atrapar su yo, ni determinarlo,
sabemos que no es el cuerpo, ni el pensar, ni la inteligencia o la sabiduría
aprehendida, ni la enseñanza en el arte de sacar conclusiones y de construir o
asimilar nuevos pensamientos, el Yo, es la esencia de lo impredecible, la
imposibilidad de comprender nuestras contradicciones. Ese yo que nunca podremos
atrapar con las redes del pensamiento.
Tomaste mis
manos y entrecruzaste mis dedos en los tuyos y quedamos mirándonos; sentía un
dolor agudo en mi órgano viril, un dolor que extasiaba y lo deseaba, conduciéndome
al paroxismo demencial; y sin embargo a pesar del dolor y abatimiento,
experimentaba que la avidez sexual se acrecentaba por momentos en su expresividad,
en un estado de delirio extremo que secaba toda racionalidad. Te tendiste en el
tálamo, vi tu carne hecha de nata y flores, oliendo a jazmines, con la
porosidad donde resaltaban las rosas rojas respirando, esperando a sus eternos profanadores
para que le extraigan su dulces polen; bañaste la mente de concupiscencia; mis
ojos ávidos recorrían con lujuria tus rígidas caderas que semejaban dos
estáticas dunas acariciadas por los vientos soñadores y los sueños de los
desiertos; me acosté a tu lado, deslice mis piernas entre las tuyas, el corazón
latía queriéndome abandonar, en la cabeza sentía el latir ofuscanté como si
fuese un condenado a muerte, que inicia su último viaje, del cual no se regresa,
ignorante de que hacía tiempo había muerto a manos de la sociedad, del
desprecio que los seres humanos sienten por la vejez; su eco se guarnecía en
mis sienes, aumentaba su intensidad, quería escapárseme la razón.
Contemplaba
su cuerpo que se me hacía sólo pasión, temblaba, hundí mi boca entre sus
piernas, sentía que la quemaba, ella me incendiaba, la lengua se desplazaba
demente, como un tizón ardiente buscando encender el infierno; su tenue
resistencia aumentaba aún más el delirio; el lumber encendido se escapó, su
furia era la de Susanoo, Tifón el dios destructor de la mitología japonesa,
embravecido e indetenible por el amor a la diosa Amaterasu, y voraz como el
fuego; era nuevamente un deidad, la juventud florecía, los miedos habían huido,
había de dejado de ser mortal, mi pasión llegaba al máximo grado de intensidad,
ya nada ni nadie podía detenerme.
¡OH, DIOS, mi
Dios! Aquella flor brindándome su miel. Aquellos insondables ojos con sus
pupilas dilatadas por la pasión, como una estrella en formación atrayendo con
su magnetismo a todos los cuerpos que se dejan vencer por su atracción. Jamás volveré
a tener ante mis ojos tanta belleza naciente, tanto agotamiento por el amor
ardiente, lujurioso, ignoraba la fugacidad de ese destino, de ese cometa. Fue
un momento supremo de felicidad, los sentidos estaban estragados por el exceso,
los recuerdos se convertían en vivencia viva, en una permanente obsesión
autentica donde las imágenes las evocaba con más fuerza, con más intensidad, la
mente las concatenaba en el orden y serenidad, veía detalles que en ese momento
pasan desapercibidas y que están rebosadas de delicias, se nos presentan con
una nitidez deslumbrante, analizadas con todo lujo de detalles, la fría
sensualidad de la fantasía hecha realidad, capturada para siempre, la pasión
ciega carnal que hace fuego incontrolable haciéndonos semejantes a bestias, es
embriagante, alucinante como el aguardiente y las droga que conducen al delirio.
A partir de
ese momento, ejerció sobre mí un poder de embrujamiento, de esclavitud total e
incondicional; un deleite que se combinaba con el dolor agudo que, igualmente
produce la máxima felicidad o la desgracia, no existe diferencia ante estas sensaciones
extremas; era una alegría extática que contraía los nervios; mientras ella
excedida por el goce del amor primero se perturbaba, como una serpiente ya
cazada, pero con su veneno para emponzoñar; en la cama, de su boca, se
desbocaban pequeños gemidos fingidos, que eran un eco viajando desde lo más
superficial de su alma. Un calor abrasivo me abrazaba como el oro derretido en
su crisol soltando con la furia de su combustión los miles colores de su misma
codicia. Desenfrenado, sin control
alguno, me hallaba como la frágil mariposa que al brillar el sol suelta sus
alas desenfrenadamente para vivir haciendo cientos de piruetas en los campos
enverdecidos, llenos de vida, y los inconsistentes pajarillos las embocan en un
santiamén sin darse cuenta. Trataba por todos los medios de avivar esa primera
vez, esa única vez donde la inconsciencia de su primera vez, descubría la
esencia de la vida, todo era en vano, ella había huido, había escapado, la flor
había descubierto el mundo maravilloso del arte de amar; aquella, su
respiración jadeante y convulsiva estaba aureolada por el fingimiento, porque
la debilidad, la inconsistencia, la brevedad de mi fuerza la dejaba en el
limbo; mi mente alucinada, engañada por ella misma no era capaz de someter, de
fustigar al órgano para que se mantuviese embanderado.
Aún oigo en
mis oídos aquellos gemidos entrecortados de la primera vez, aullidos
implorantes, desbastadores y acusantes, que se hace sueño eterno, interminable;
esas palabras sin pronunciamiento ni escritura, que se hacen ángeles en esa
muerte de la inocencia, de esa inocencia entregada únicamente por la
inconsciencia, la brutalidad del deseo indomable conducido por la experiencia
del viejo a su máxima expresión malévola. Fue un amor devorador que,
violentamente encendió mi mente y el cuerpo para luego darme a comprender la
absurdidad; comenzaba a sentir las mordeduras de un amor indomable y criminal.
Ella poseía el ardor de la juventud, ese deseo sin reglas, inconsciente, tenía
la sed del amor como el caminante del desierto del agua; la sangre me fluía del
corazón a la cabeza, buscando saciar su veneno como las tenazas del escorpión,
como la colada de oro al vaciarse en el molde de arena negra para hacerse joya
deseada. Musitaba sonidos sin palabras, sin decirlas, sin pensarlas, quizás
eran resonancias ancestrales; solo susurrándolas en mis oídos donde se hacían
ruidos atronadores como las cascadas jugueteando a embocarse en sus mismas aguas.
Su belleza
estaba en su adolescencia, en sus carnes que apenas han sido mancilladas por el
agua; rígidas, brotando la savia de la vida, esos muslos que nos hace retrotraer
a nuestro cuerpo de la adolescencia, a ese cuerpo objeto de admirada belleza
que nos hacía enamorarnos de él, de desearnos a nosotros mismos, y que hoy
languidece con su espantosa pastosidad, sus estrías, su flacidez; en esa mirada
joven, llena de inocencia que inspira el amor violento, que ilumina los
pensamientos más lascivos y lujurioso, mirada que aspira y expiraba
voluptuosidad virgen, idealista, angelical y que aumenta el deseo, la maldad.
Ignorante de que fraguaba mi última destrucción.
Estaba seguro
que aun mi deseo ascendía con la ímpetu de un joven, y la necesidad de
satisfacerlo se convirtió en fuego volcánico. Obsesionantes se hacían las
vivencias que se negaban a dejar de serlas; deliraba recordando los abrazos,
los momentos cuando deslizaba mi mano a su fuente, jugando como un niño con su
primer juguete; una vorágine de alucinaciones se posesionaba y extraviaba en selvas
vírgenes; su mirada de ternura desafiante, implorante; sintiéndome
transportado, flotando entre las nubes, encima de una inmensa montaña, en las
profundidades más remotas de los océanos, en las simas más desoladas y
profundas de los páramos; había vencido, era únicamente para mí.
Está euforia
delirante pronto huyo; se hicieron presentes los celos, las hipocresías, los
pensamientos absurdos de que fuésemos parejas; se apacentó la cruel realidad,
acogotada, huyente; pero la fantasía no cedía, la recreaba con más intensidad
conduciéndome a una lujuria insaciable, a una mórbida avidez insaciable. ¿Qué
misterios acompañan a las tupidas nieblas? Como Caín, tenía la impresión de
llevar mi crimen marcado en mi frente; estaba seguro que cada ser humano que
veía, aun sin recibir su mirada, sabia de mi crimen, de la deshonra a la cual
había sometido a un ser humano que apenas estaba naciendo, cada acontecimiento,
cada pensamiento, como por arte magia lo asociaba con mi crimen, la conciencia
me castigaba sin piedad, era miedo a mí mismo, miedo porque no estaba dentro de
mí la menor intención de abandonar el frenesí y el derroche de los deseos, por
abyecto que se juzgara mi conducta.
Turbios y borrascosas nubes anegaron los
cielos de una oscuridad tétrica, donde flotaban las sombras ennegrecidas de los
árboles del bosque, acompañadas de un viento helado que zumbaba dejando
traslucir una tenebrosa melodía que penetraba hasta lo más profundo del alma
presagiando un torbellino. Flácidos
dormían mis deseos como si fuese un niño ya amamantado, extenuado; sin embargo
la ceguedad de las fantasías nos hace concebir realidades, y ahí estaba
sembrándolas y regándolas con mi vida; le di mis riquezas materiales; ese
insaciabilidad del deseo pasional me condujo a esa acción de extorsión económica;
su pobreza me brindaba suficientes elementos para mantenerla esclavizada, pero
calcule mal, le brinde el camino para enterarse, para afirmase en un
conocimiento que, al ser administrado con arte hace fluir las armas con las
cuales Dios doto a las mujeres para dominar a cualquier hombre; se había
agotado mi poder, quede hundido, humillado, coloquiaba con los amigos idos
buscando orientación, unos se reían en mi propia sombra, otros permanecían inmutablemente
enterrados, sin deseos de hablar, solo me miraban con la tristeza de los
difuntos, los menos, me señalaban
caminos que, luego de recórrelos se convertían en la más horrible tragedia que
pude concebírsele a un ser humano en esa edad, era conducido sin obstáculos a
la demencia y el crimen. La mente envilecida por los delirios, por los
fármacos, por el licor, me condujeron a concebir sueños; así me veía con ella, recorriendo
caminos con tinglados de pobreza pero con mi amor; ya no con nuestro amor;
luego nos distinguíamos apartados de toda civilización, conjurados en un
romance sembrado en un instante eterno, único, una profunda melancolía
ensombrecían las escenas.
Hasta que un día:
Fijamente nuestros ojos se fijaron y firmemente en mi mente tenía la sensación
de que no nos veíamos, el magnetismo se había desactivado, la insondable energía
yacía muerta, y se encogía abruptamente en un distancia sin fin, sin
longitudes, sin figuras que pudieran entorpecerla; deslizo su mano a mi órgano
varonil, luego besó el glande desaforándolo por completo, nada había en su
mente, y en su boca la sabiduría de la meretriz; me retorcía oscilando
lentamente las caderas con pasmos intermitentes, el fuego ya no existía en ella,
los instintos huían. La mente quedo suspendida, mi existencia vagaba por esa
nada que conforman esos segundos inexplicables, sin ser ultrajados, heridos,
puros, como el amor de Dios, como el nacimiento del ser humano que desgarra con
dolor el seno materno para iniciar la vida, el dolor, amor, felicidad, sufrimiento.
Mantenía aturdido cualquier emoción que develara mis ansias, esas angustias que
asistimos acompañándolos con los recuerdos para que perduren por el mayor
tiempo posible para evitarnos volver a la mísera realidad, al enfrentamiento
con el objeto del desamor; así continuó besándome y acariciándome por el
vientre, pecho, cuello; volviese abajo; la desesperación de los instintos
aumentaba su severidad, tome con delicadeza su cabeza y la levante para
acostarla en el lecho; se posesiono por ultima vez mi órgano en la entrada de
su Flor Cósmica, una tenue resistencia lubricó su mente; continúe el viaje al
igual que las abejas que se hacen desoídas a los silentes lamentos de las
flores al tener la seguridad de su fingimiento, luego se apodero de ella un
estremecimiento de falso amor y lujuria, el deseo insaciable e irracional se había
marchado. Del cerebro o de la medula se desprendieron estrellas, viajaron hasta
el dios Príapo y de él, se precipito abruptamente, violentamente, como un tigre
hambriento de hembra, un néctar espesoso, como la savia del Cardón, pero sin fuerza
alguna, comprendí que había encontrado nuevamente la muerte, esa muerte que nos
sigue y se nos insinúa a cada momento, se nos muestra con su suma paz, donde ya
los problemas cotidianos, la soledad, la angustia, la doblez, el engaño, dejan
de serlo, donde únicamente, absolutamente, se existe para ese placer supremo de
muerte, sin lugar a dudas era mi última muerte. Luego un sopor se posesiono de
nosotros, nos hicimos a un lado del lecho, comenzaba la eterna peregrinación a
la sublime oscuridad, nos quedamos extasiados por minutos. Luego se hizo en sus
labios una risita seca, engañosa, poderosa. Descubrí detrás de esa risita
irónica, repugnante, el sentimiento de una desolación atroz que me abrumaba con
la desesperación e impotencia del moribundo, con la angustia de encontrar a los
seres queridos difuntos para que nos guíen en ese viaje: es la vida que opera
dentro de su propia oquedad. Comencé a acariciarle el cuello, aquel escote de
una blanquidez y suavidad que me hacían retroceder mi mente a los sueños donde
fluye el erotismo con una pureza límpida, extansiante; comencé a sentir un
placer jamás concebido, ignorado, más profundo que la misma muerte; poco a poco
su vida se iba marchitando y a medida que su sangre fluía desbocadamente a su
rostro ya amoratado, sus ojos horrorizados deseosos de escapar de sus orbitas
la presentía, la veía implorándome perdón.
Proporcionar
con nuestras propias manos la muerte a un ser humano deseado, amado, es sin
lugar a dudas una experiencia irrepetible para la víctima, y es la pasión
absoluta para el victimario. Es, en una sola palabra, un momento Sublime. Todo
lo bello y deseado persigue incansablemente a una víctima, ella me ha
perseguido sin tregua.
He sido supersticioso
y la superstición es una forma desnaturalizada de las religiones. He sido el
pecador y no un santo, por eso tengo necesidad de salvadores. Si nada tendría
que expiar ¿para qué servirían? La religión en modo alguno es un freno para las
pasiones, al contrario las estimula con las prohibiciones. Todo está arraigado
en la mente, y la razón de nada sirve para extirparlas, aunque nos empeñemos en
enmascararlas. Sé que para ella fue una pasión carnal, quizás con algo de amor,
necesidad orgánica y económica. Pero, que al iniciarse y mientras se recorre
ese viaje sin tiempo ni espacio dentro de la pureza de la Oscuridad, prevalecieron
los sentidos y los instintos primarios, semejante a la de los animales, sin
tener que enmendarlos porque se ignoran su existencia.
El error de
una viejo está en creerse que puede alardease de un amor gerofilo, y apuntarse
en un amor de sensualidad, de fantasía, de ese amor que inflama la sangre más
pura; en tratar de alcanzar la incontinencia de la juventud, la embriagues con
el vino seleccionado por los dioses, ese amor que resulta natural a la carne y
debe satisfacer tan pronto se recibe su porción de los diosa, y los
receptáculos cargados de mieles se
sueltan; luego se aviene esa languidez deliciosa que sigue a la satisfacción
del deseo. Olvidándose que el nuestro prende en la cabeza como efecto de la
imaginación, es la lujuria insaciable, la mórbida avidez de un hambre jamás
saciada y que sólo será colmada con la muerte.
Los sentidos
buscan sin dar reposo a la pasión a través de las imágenes chuscadas,
irracionales por más inverosímiles que parezcan, es la brusquedad precipitada
por lo absurdo y la prontitud de la muerte. Imaginamos, creamos o tenemos,
cautivos objetos sexuales para aplacar esa sed, esas últimas ansias que se han
convertido en el fin postrero de la vida; acudimos a las masturbaciones con
objetos sexuales reales o subjetivos, en algunos momentos se alcanzan las
eyaculaciones espermáticas sin la fuerza, vigor, espesor esperado, se convierte
ese instante en un sumatorio para la angustia psicótica, y lejos de aplacar esa
sed devoradora lujuriosa, morbosa y hasta sádica, de una imaginación lubrica persistente,
se buscan nuevos caminos sin importar ya los riesgos y consecuencias.
Las ilusiones
del cerebro sobreexcitado, siempre tienen funestas consecuencias, tanto como si
se obtiene resultado o como si no, en ambos casos se termina de romper las mallas
de las prohibiciones sean de cualquier tipo.
Ved como el
pica flor extrae el jugo de la rosa y ésta luego se cierra sin quedar
deformada, sin que nadie puede determinar que ha sido expoliada por él. Siempre
hay que calcular las cosas por la relación que guarde con nuestros intereses y
sentimientos. La pérdida de la inocencia de cada uno de las víctimas, debe
tener una relación nula contigo. Poco importa si quedaron afectados, sin ningún
remordimiento debes juzgar a tu favor, hacerlo un acto completamente indiferente,
sin que nadie, absolutamente nadie interfiera en tus deseos.
Seguí
conociendo la delicadeza y el máximo placer, solo reservado a los dioses.
Continúe buscando mi esencia ya sin
gastos, ni enamoramientos, las estudiaba con minuciosidad, determinaba sus
debilidades y procedía a la captura, la mas de las veces empleaba la violencia,
lo cual me conducía a un estado paranoico, de máximo disfrute. ¿Por qué se ha
de agotar tan rápido la complacencia del deseo, dejándonos sedientos? ¿Cuántas
muertes pertenecen a mi jardín? Ya he perdido la cuenta, pero en mi mente
merodean algunos recuerdos que pretenden alejarme de los placeres, los aparto
fingiéndome amor y misericordia.
EPILOGO.
Estimado
amigo, como ha de ser de su conocimiento me encuentro sentenciado por criminal,
pero paradójicamente por un crimen que no se puede cargar en mi haber; no le
niego, tal como es de su saber, por habérselo confidenciado, son muchos los que
acometí sin el más mínimo sentido de culpa, muchos con la más despiadada
brutalidad, arrogancia y goce, en una palabra los disfrutaba y me extremaban al
mayor goce sexual en el cual puede sumergice un ser humano. Siento que al leer
esta carta le producirá nauseas, y no se explicara, ni concebirá, mi conducta
antinatural, según el punto de vista de la mayoría de los seres humanos; esos
mismos seres que festejan, según sea su ideología o religión, los crímenes,
violaciones, torturas, genocidios, cometidos por los pertenecientes a su “organización”
pareciéndoles muy loables, meritorio, y saludable para la continuidad de una
sociedad depurada de los poseídos por el demonio; pero dejando aparte las
consideraciones de tipo moral, ético, filosófico y religioso, el objetivo de ésta
carta, es darle a su conocimiento la realidad de los hechos en toda su
dimensión; nada gano ni pierdo, mi vida camina con toda premura a su final, y
pienso que de cierta manera es ganancia para mí, en el sentido, que en estos
últimos momentos cronometrados por el tiempo, puedo dedicarme a escuchar
música, leer nuevamente a mis ilustres maestros, y meditar sobre la transcendencia
de mi vida; porque sin dudas algunas he alcanzado los logros únicamente reservados
a los elegidos, a los que hemos logrado vencer y superado el poder de la
voluntad, a los que hemos brillado como el mismo Sol, sobre la vulgaridad,
analfabetismo intelectual, los escrúpulos hipócritas de los rebaños aglomerados
buscando quien los apalee.
La causa de
habérseme inculpado de un crimen no cometido, no me son desconocidas; nunca he
sido modesto, siempre he considerado la modestia una “virtud” donde se acobija
las peores maldades de un ser humana y fuente eterna de encubrimiento. Como
psiquiatra que soy, lo he podido comprobar, en mis pacientes, que los he tenido
de las más diversas fuentes, desde presidentes, magnates, empresarios,
ejecutivos, de la alta sociedad, y últimamente cuando descubrí las fallas que
se operaban en mi personal comportamiento sexual, de las minas que albergan las
riquezas más preciadas, desde todo punto de vista, las universidades, liceos,
centros comerciales, recintos donde la Adolescencia brilla como el oro, donde
esa etapa, la más bella de la vida, comienza a fundir esperanzas, ilusiones,
fantasías, vicios, ansiedades, necesidades de conocer y experimental los deseos
sexuales, donde las penurias económicas hacen estragos en ellos y los desvían
para caer en las garras de los zopilotes, templos donde la inocencia es un atractivo
más para los depredadores.
Fueron muchos
mis amores, algunos, al comienzo, satisfacían mis deseos; luego, sin sentir la intensidad del sexo a la cual
estaba acostumbrado, es decir lo hacía por hacerlo, requería de algo que me
estimulara; opte por fotografiar desnudos a los pacientes, sin diferenciar
sexo; luego que los sometía a estados de soñolencia, sentía una gran
estimulación en éste estado de voyerismo, pero a medida que transcurría el
tiempo necesitaba de otros inspiradores, por lo que comencé a manosear sus
órganos sexuales y otros puntos de excitación en sus cuerpos, y en ocasiones a penétralos,
diversificando y ampliando las dimensiones infinitas que nos proporciona sexo
mutilado por las convenciones sociales y las religiones; ya a esta altura de mi
vida era algo que no me producía, moralmente, ningún trauma, por el contrario,
el hecho de dominar a un joven, esclavizarlo, con engaños, sedantes,
hipnotismo, despertándole ese mundo que tenemos agazapado en lo más profundo
del Ser, a un joven que nunca había tenido relaciones homosexuales y constatar
el grado de excitación en él, y su angustia por seguir teniéndoles, es sin
lugar a dudas, un elemento invalorable para atraer la pasión y el ardor sexual
en uno, por supuesto, fui uno de los primeros médicos en el mundo que se atrevió
a desflorar el Tabú Anal mantenido a través de la historia de la humanidad,
muchos esquivos se han ensayados para conservar su hermetismo, empleándose a
fondo los filósofos, eclesiásticos, y algunos escritores, lo menos, para seguir
negando que es un estado que produce una súper excitación, una complacencia
sexual extrema, y que de hecho corresponde a cada ser humano determinar
penetrar a ese túnel donde no hay marcha atrás; muy conocido es el refrán: He
conocido muchos hombres que se hacen homosexuales, pero nunca he conocido un
homosexual que se haga heterosexual. Con seguridad, a esta altura, si es que aún
estás leyendo mi carta, sientas una repulsa, sientas nauseas, hacia mi persona
y todo lo que llegue a representar en la vida del país, pero dime ¿es menos
criminal el político, el clero, las fuerzas militares, los medios
comunicacionales? Yo traté de desórdenes emocionales severos a dos presidentes,
a la casta política, a los dirigentes empresariales, turbas de mediocres,
narcisistas, pedófilos, pederastas, asesinos, eso me hacía un elemento de
máximo peligro. Una sola razón voy a exponer para demostrarle lo absurdo de la
acusación en el homicidio de la joven: según las autoridades el crimen fue
cometido en mi consultorio, comprobándose evidencias de su sangre en diferentes
sitios; el cadáver apareció en un barranco
a bastante kilómetros de mi oficina; sólo dos refutaciones: mi
contextura física, en ningún caso, me hubiese permitido cargar con el cadáver y
depositarlo en el vehículo, a menos que hubiese tenido ayuda; las autoridades
nada han referido sobre esa interrogante, el mismo misterio se debe aplicar a
la descarga del cadáver; dos: siendo reconocido como un experto en
criminalista, un conocedor de los procedimientos de investigación, de los
equipos científicos aplicables en las escenas del crimen, seria asombrosa mi
estupidez al dejar por todas partes rastros de sangre de la víctima. Una última
consideración: la argumentaciones de los fiscales fue filtrada con diligencia,
y porque no decirlo, intencionalidad y malevolencia a periodistas de
reconocidas enemistades conmigo, creando una matriz de opinión de desprecio y
anticipando una condena. Aun permanezco con vida, si es que se puede nombrar
como tal. Éste gobierno, amparado en la ilustricidad de nuestro Libertador
Simón Bolívar, desvariando con todo el propósito las ideas, sus hazañas;
troquelando esa amalgama de insidiosas mentiras, difundidas con los últimos
adelantos tecnológico para la manipulación de las mentes, se han permitido
cometer los crímenes más despiadados, horrendos, ignomiosos, aun contra sus
militantes; que he de esperar.
Gracias amigo,
hasta nunca.
Nota: a los
pocos días de haber escrito la carta, J.A, amaneció sin vida, su cadáver,
inexplicablemente, fue incinerado inmediatamente.
Mérida, 27-
Marzo de 2017