miércoles, 15 de junio de 2011

Tres Deseos - Capitulo II

Volver, regresar, donde me albergaron desde el nacimiento; Presentía con cierta angustia, que en esa temprana edad, algún acontecimiento, escarnecedor, agravioso, vivido, se ocultaba, con latencia disimulo, en mi mente. Mi transformación la mantenía oculta, el aprendizaje en las calles, me enseño una de las reglas de oro, que debe mantenerse para sobrevivir; Hablar, lo menos posible, escucharlo todo. Al noveno día, mi tía, me informó, que por la carencia de espacio, necesario era para dormir, lo hiciera en un mueble, que en sus mejores tiempos debió de ser un sofá, y se libraba, a partir de las diez de la noche, hora establecida, para cesar la venta de cerveza, apagar la estruendosa música, y cerrar la inmensa, vetusta puerta, que con tronantes crujidos, recordaba su vejez.

Una de las obligaciones que se me impuso, fue la de levantarme a las tres de la mañana, para ir al mercado principal, a realizar las compras de los comestibles, para las comidas de encargo; Lo cual me causo una gran alegría, que no expresé, era como obligarme a ir al cielo, lo conocía en demasía, mina para mendigar. Por que, más se apiada del miserable, los que hacen sus compras en el mercado público, que los que las realizan en los suntuosos, lujosos, centros comerciales.

En el mercado, se conocen todos los sucesos ocurridos, en la cuidad, chismes, murmullos, intrigas, enredos, pendencias, menudencias, desvaríos. Lo más relevante de lo acontecido en la vida nacional, y en el mundo, adobados, abultados, con el ingenio, la mímica expresiva, magúllela, los movimientos corporales, exagerados, encarecimientos furiosos, díscolos, pronunciación de palabras con zumbadito, cantadito, ¡eis, er! los insustituibles coños, vergas, que sirven para desollar, escoriar, querer, amar, adorar, altisonantes, apasionamientos, engrandecimientos, hinchados, palabras obscenas, que encajan para explosionar cualquier estado de ánimo, emoción, deseo, sentimiento; Tomando partido por uno de los protagonistas de las noticias, o bando, como si se tratara de un asunto de afectación personal, familiar, de vida, o muerte; Así es el pueblo, porque su solidaridad es llana, sincera su opinión, al transmitir lo que siente.

Los olores de las recién llegadas frutas, hortalizas, legumbres, carnes pescados, embutidos, frituras, sopas, asados, pasteles, mandocas, empanadas, arepas, chicharrones, se solidifican en un solo aroma, donde es imposible distinguirla.

Los vendedores con sus tarantines, movibles, armados, desarmados, diariamente, como si fuesen un rompecabezas, lo cual pueden ejecutar en un santiamén; Cientos de chucherías, juguetes inverosímiles automatizados, televisores de última generación, neveras, lavadoras, perfumes, hierbas para la santería, esculturas de los caciques, que no se sometieron a la conquista de los españoles, Guaicaipuro, Tamanaco, la diosa María Lionza, el Negro Primero, el doctor José Gregorio Hernández, que sin la anuencia, autorización del Vaticano, es venerados como Santo, cocinas, armas de todos los calibres, equipos de sonido.

En toda esa confusión, entre la modernidad traída desde Colombia de contrabando, procedente de los diferentes lugares del planeta; En esa agitación de cientos de seres humanos, me desempeñaba como si hubiese nacido, dentro de uno de esos guacales, donde se agazaparán todas las maldades, audacias, vicios, corruptelas, argucias, resignaciones, amistades, cooperaciones, lealtades de los seres humanos; Fueron los salones de mis enseñanzas, prolijo hervor, nidal de tragedias pretéritas, pensadas, soñadas, estimuladas, deseadas, imprevistas, espontaneas, fortuitas, incompresibles, retenidas, deslizadas. Piedra atada a un cordel, para ser levantada por la tormenta, en el más inesperado momento, bejuco enterrado en la mente, hoguera andante, sin estruendo angerónico, silencioso, ángelus diabólico, glotonería pasional, muralla de tristezas. Con mi rostro compungido, trazado por el simulado enojo, me levantaba, aseaba, y partía a disfrutar mi libertad.

El amante oficial de mi tía, Mario, decidió divorciarse de su esposa, para casarse con ella, ya los unían los dos hijos varones; Él procedía de una de las familias pudientes, con apellido de tradición, abolengo. Trabajaba como gerente de una cadena de almacenes, los más famosos de la ciudad; Alquilo una mansión en las riberas del lago, compro muebles nuevos; La vivienda de la calle Palón, a su vez fue alquilada, pusieronle de condición a quien la regentaba, que se me permitiera, continuar viviendo en el ático, pagándoles el alquiler, con los servicios que ya les realizaba, a mi tía; Me sentía feliz, por primera vez gozaba de privacidad, tanta felicidad producían desasosiego.

Una tarde, se presento Mario a su mansión en las riberas del lago, antes de la hora acostumbrada, eufórico, acompañado de varios de sus amigos de la infancia, que a medio palo, cuando en verdad se disfruta la ebullición de la ebriedad, traían varios bocachicos ya preparados, adobadas, rellenados con frutos del lago, verduras de los andes, para ponerlas a asar, en una enorme parrillera, bajo las copiosas, elegantes palmeras. Vehemente, lleno su corazón con intensidad afectiva. Al entrar a su dormitorio, estaba mi tía, en plena faena, con dos adolescente, en la cama matrimonial; No era la primera vez, desde su convivencia adultera, en el barrio se comentaban a voz pópulos, sus andanzas insaciables de sexo, siempre con jóvenes. Enloqueció Mario, pero su locura, no fue de ira, se entregó desbordadamente, definitivamente al aguardiente.

Mudase para una pensión, en el mismo centro, cercana ella, al aposento donde vivió sus momentos más felices, en la calle Palón. Iniciaba su faena alcohólica, a partir de las tres de tarde, dejándoles a los empleados de su confianza, las obligaciones inherentes a la gerencia, y cerraran a la hora establecida, las siete de la noche; Pronto se dieron cuenta los dueños, en varias oportunidades lo aconsejaron, tratando de no perder a tan eficiente gerente, y apreciado amigo, pero como dice el refrán; Más jala un pelo del papo, boño o vagina, que cien bueyes juntos; Él estaba enajenado, por el amor de mi tía; En varias ocasiones, había tratado de que se reconciliaran, hasta el momento que se le apareció un abogado, contratado por ella, para proceder al divorcio.

Mario, poseía una abultada cuenta bancaria, dos casas, y otras propiedades, finalizado el divorcio, se hizo la repartición.

Termino por perder el trabajo; Mi tía, parió una hembra, del joven con quien se encambrono; Y, de ahí, en adelante, fue como deslizarse el pobre hombre, por una pista descendiente, montado en dos patines marca Winchester. En una ocasión, la dueña de la pensión, donde vivía Mario, llamo a sus hijos, para informarles, que tenían que llevarse a su padre, por cuanto debía casi un año, del canon de arrendamiento, encima de eso, cada vez que se los reclamaba, estaba como una hora riéndose, y, para cerrar con broche de oro, vivía todo el tiempo borracho, no se aseaba, peleando constantemente con los otros inquilinos; Entraron los hijos a la habitación, jurunguearon todo lo existente, en una caja adosada al retrete, encontraron cientos de miles de billetes, dos libretas de cuenta de ahorro bancario, que al ser verificados sus saldos, casi los hacen infartarse, por la cantidad de dinero en depósito.

Hablaron con su madre, ella con los inquilinos, de la casa de la calle Palón, les había ido de maravilla, los escuálidos salones, los habían emparapetados con cartón piedra, dividiéndolos en cuartuchos, para alquiler por hora, a las putas de la calle; Exigió mi tía, que mi cuarto, en el ático, cambiara de inquilino; Trastocaron mi pequeña habitación, para instalar a Mario; Asignaromen para dormir, el saloncito-túnel, donde estaban los barreños, en una cama de lona desarmable.

La riqueza súbita en el pobre, dura menos que la hediondez de un pedo en un chinchorro, la razón es obvia, se gasta en todas las frivolidades, pendejadas, tratando de imitar la vida de los ricos. En sus almas surge una necesidad irrefrenable, de que todo el mundo sepa, que se posee dinero; Inventaban fiestas fastuosas, rochelas, que terminaban en escandalosas reyertas, ya en varias ocasiones, habían sido citados a la prefectura de policía, por quejas de los acaudalados vecinos; Se deja de trabajar, y el sueño desaparece, como una frágil mariposa.

La huida, se hizo necesidad, no podían mantenerse en una cima, que a diario se desbarataba por no poseer bases, las existentes, eran como las candilejas del teatro, que al terminar la obra, se apagan. El dinero de Mario, sufrió el mismo deslave, apenas una partecita gastaron, en él; En un breve tratamiento para desintoxicarlo, el verdadero problema de Mario, era su amor persistente, decidido a ofrendar su vida, que en realidad no le pertenecía, la permanencia nuevamente de mi tía, en la casa, y la asidua presencia de su amante, aligeraría su carrera desenfrenada, a exterminarse. Es droga el amor, muy poderosa, que lo ahondaba en profundidades Abismales.

Me había convertido, en el consentido del taciturno, incógnito, hombre del mecedor, el maestro Platón, que así lo llamaban, por haber sido un gran profesor, en algo que referían como filosofía; Y de tanto beber, sin saberse el por qué, perdió la sobriedad, familia, trabajo, estima; Frenando definitivamente, e instalándose en los predios del mercado, donde su sabiduría lo convirtió en oráculo, disolvente, sentenciador, para resolver los problemas cotidianos; Los mayores siempre terminaban, en muerte, mutilaciones.

Inframundo, que alberga, aglutinan, todos los declives, que pueden operarse en el transcurrir de la existencia, de los que nacieron para ser miserables, y los que se hacen, por propia voluntad, o carecen de ella. Sobreviven cada uno, dentro de su mundo, sin más tormento, que alimentar, que su vicio, fantasía, opresión, obsesión, fuese está, de cualquier naturaleza.

Existía, una gran similitud entre Mario, y el maestro Platón; A ambos, los desbaratos un problema, prendiéndose de ellos, con perturbación inaudita. Mario, atraco en los bares del malecón, donde se albergaban los iniciados, en los secretos de las miserias humanas, prevalece en ellos, las misteriosas necesidad de la locuacidad, hablar, contar, expresar, darse a conocer lo que fueron, son torneos, que siempre terminan hablando alborotadamente, todos al mismo tiempo, sin decirse nada al final, recordar sus infancias, adolescencias, adultez, esos momentos donde se fijan las imágenes como en un film, que nos da la idea de una brevedad en la vida, sintetizada solamente en el comienzo y final de los actos ocurrenciasdos, lo cual los conduce inevitablemente al llanto.

Platón, hizo arribo forzoso, en el mercado Principal, tenían el mismo objetivo, suicidarse con lentitud, viajando constantemente en naves de ilusiones, donde desaparecen las enardecidas realidades de la vida, transfigurándose en un éxtasis, en hacha de fuego, que al no dejarla apagar, navegan hasta llegar al puerto, donde ya se deja de sentir, sufrir.

Me encomendaron cuidar a Mario, estar pendiente a las puertas del bar, donde acudiese, para trasladarlo a la casa; Salida, que siempre era lastimosa, sacaba fuerzas sobre humanas, para poder arrastrarlo, ocasionalmente, algún conocido ayudaba en el caótico transporte. En una ocasión, Mario se detuvo, en unas de las banquetas del malecón, quedose mirándome, como si fuese la primera vez que me veía, hizome seña, que me sentara, a su lado, sus ojos hipnóticos, adormecidos, narcotizados, despedían un magnetismo aletargados, sin fingimiento, ni disimulo, me dijo.

< ¡Fui engendrado por la noche, sin el concurso de ningún ser humano! > Soy la venganza, y el castigo, nadie escapa de mi poder, dirijo el destino, premio al virtuoso, y destruyo al soberbio. ¡Castigo, a las putas infieles, porque, doblemente son putas! Hago, que concluyan sus últimos días, pordioseando; Pasoles al lado, y les digo; Si te vi, ni me acuerdo.

Conocí, a la agraciada, provocativa hembra, en el bar El Coral, antro de envenenamiento del alma, y del cuerpo; Esa primera noche, dormí encamado con ella; Entre mis normas de putañero, la principal era, no hacer amistad con putas; Pero, la picada fue emponsoñonza, infesta; Porque las mañas, inteligencia, maldad, de las verdaderas putas, es superior, a la de cualquier ser humano.

¡Localizado un intersticio! por donde descuartizar el alma, y la carne, del iracundo enamorado, dejan únicamente los huesos, y pellejos, para que lentamente, él mismo, se suicide. Escupida el ánima frutal, del alebrestado falo, sin dejarlo pasar, ni una cuarta parte, en su recinto vaginal. Porque, de tranques vulpinos, genios son, fierecillas engendradas, en el mismo inicio Primigenio, por Tártaro, Caos, en el mismo huevo incubado por la Noche, de donde escapó Eros, protegido por el infinito Nigredo, cubriendo con la negritud todo lo existente, en su hermana Tierra.

Ya, la substancias de ellas, se presentía venir, en los tiempos aun no comenzados, para dar a entender, que su orificio huecal, existencial, guerras desatarían, legiones de esclavos tendrían.

Todas alegan, jurando por la Virgencita, de hinojos, con lagrimas que ríos hacen, que poco han sido trajinadas; Dicente ¡Que me atormenten, en todos los Infiernos, si mi mente, pensamiento insano ha asomado! Pero, con la astucia de su padre “EL DIABLO” Van hiriendo, como las horas transcurridas, y con la última te matan. ¡Y, si te atreves a refunfuñar! el enloquecido Caos, agitado con su fusta ciega, que se le va y viene, de tan arduo trabajar ¡Exclaman con serenidad de estatua! < ¡Poco te importa el gran dolor, que me causa tu verga descomunal! > Y, uno de maricon, se traga la píldora, sin liquido alguno, bajase el rolito, esconde su cabecita, casi desapareciendo, refugiándose lo que queda, entre las desmedidas bolas, acrecentadas en la vejez con insolente desvergüenza, por haberlas mantenidos acurrucadas durante tanto tiempo.

Momento donde la grandísima puta, comienza su derroche de lagrimas, entre ayees y suspiros. Porque como dicen, desde la más remota antigüedad, lo más grandes sabios, eruditos < ¡La puta, es un demonio, con forma de mujer! > Tienen su veneno en el alma, por fuera son encantadoras. “Uno piensa” ¿Cómo no he poseer esas caderas, y esa vagina, si no hay, ningún engarce en el futuro? Es allí, donde se cae en el infierno; Lo que piensan, nunca lo hablan, lo que aparentan, no lo hacen, trata uno de calmarla, erguido el pecho, por el piropo recibido al fálico organito.

¡Tres veces negado seré, antes de que cante el primer gallo! Dijo, Jesús Cristo; Así, sucedió; Tres veces fui a la Catedral, a implorarle al Señor; Pero ya el pacto, al igual que el pobre doctor Fausto, estaba firmado. Montado en la mula, lo que queda es abrevarla; En convencimiento, seguridad, que tan esplendorosa equina, me conduciría por el camino real tanta veces buscado, y en establo seguro terminaría mis días, porque la casa, no es casa, dicen los sabios, los profetas, si no hay una mujer, que te quiera; Un hogar, no lo es, si al despertarte, no absorbes el inigualable aroma, del amor de una mujer. Anduvo erguidita, hasta la mitad del camino. En ese breve andar, no me cansaba de horadar, primero con el falo, sus labios verticales néctar hirviente de la mora que pegajosamente se adhiere; Luego al comenzar a pistonear, el traicionero, autónomo, escurridizo pene, imponíase la utilización del órgano lenguaz, saboreando los ácidos bicarbonatados. Nada vale contra ese reptil indefinido, con forma humana. La verdadera puta, es como la hiena, insaciable en su hambre; A medida, que mas me emponzoñaba, con premura siempre excusa tenia, comenzaron a rodar las falsas lagrimas, risas, luego las mentiras; Ellas las guardan en el mismo cajón, tal como si fuese un televisor, con control-remoto, para cambiar a su antojo los canales. Sus ojos son como un sol eclipsado, que deja brevemente de alumbrar, para luego hacerlo, con más arrechera, hasta quemarte.

Así, caí en la trampa, comencé por deshacer todo lo hecho, le fue fácil hombrearme, con sus duras carnes, su batidora lengua, que si, el cielo existe, las cucas de las verdaderas putas, es el preámbulo, para llegar a él. Lomito tierno, piel suave como las telas de algodón; Tetas duras, coronadas por un eterno clavel rojo, siempre naciente; Manzano culo, baboso molusco, valiente aguante sin chistar, que tritura con su contorsionar; Caderas sobresalientes como los muslos de la fina yegua; Piernas sin arrugas, estrías, venas azuladas, ni olor a viejo, que dejaba en agotamiento precario al mal trecho falo, cuando lo desease, torciéndolo, retorciéndolo, estrujándolo, bamboleándolo, oscilándolo, sin darle tregua, descanso, desbarajuste, taladra, perforar, mamar, anarquía, que no permite división, cruce, escape.

De modo que me divertía, a cojones batientes, como las velas de un barco, en el océano Pacifico, cuando esté se emputa, desafiando, tragándose, defashaciendo, todo lo que se le atraviesa.

La transgresión, se hizo amor endiablado; Ya le era inevitable mentir, es ahí, cuando comienza el verdadero engaño, urdir, hacer madejas; Uno niegase a escuchar las verdades, que son más que evidentes, termina amistades, hermandades, los desfolla. Piensa -El hijo de puta, quiere cogérmela- ¡Desmadrado! Sabido es que las putas, tienen en la boca miel, que es hiel, en las manos un rosario, que es una pistola. Sin úntame vaselina, para que rodara el coñazo, y mentol Davis, para no hinchar las venas, sin ningún acobardamiento, brincando como una yegua salvaje, relinchando, la consigo atosigada, con un guevo en la boca, y otro falo aprisionado en su culo, y para acabar de escopetarme, de dos niños no salidos aun de la adolescencia.

En mis adentro, se arremolino una tormenta, pero ya mi voluntad, no me obedecía, era de ella; Tramoyando la tempestad, me la hizo suave, sin viento. Apenas balbuce ¡Cuaima!; y, con la dignidad, del apestoso, pestilente, repugnante, la perdono, sin sentir furor, fiereza, indignación; A partir, de ese momento, quede sellado, como el pobre Caín. Es un estado anímico, donde ya no existen, los valores elementales, decencia, respeto, fortaleza, resistencia, hacia uno mismo, sé es, un cadáver insepulto.

He sido un insecto desde mi nacimiento, tunante miseria deseada, servilismo rallante en la esclavitud, encerrado, atado en esté laberinto. Mi mujer, hijos caricaturas crueles, diabólicas; Aparentemente mi muerte resolverá sus problemas, nada más falso, porque el verdadero problema, es esté mundo de egoísmo, soledad, traiciones, inhumanidad sin sentido.

Un día me desperté Adrasto, sin saber que en mi mente sería el último normal de mi vida; Lo deseche como lo había hecho con todos los demás, sin darle importancia, deseando terminara, para que llegará el otro, en esa ansiedad que martilla buscando la nada, sin esperar ninguna realización.

Al despertarme en la madrugada, un titánico cansancio me agobiaba, como si todo lo experimentado, se hubiese convertido, concentrado, en algo solido, sobre mi cuerpo, impidiéndome movimiento, arrastrándome logré entrar al baño, en los espejos se reflejaba el cuerpo, en mi rostro grandes tumoraciones, de donde se desprendían escarchas de infestas purulencias, sobrepuseme, continué observándome, poco, a poco, me fui dando de cuenta, que mi rostro era el mismo, decrepito, envejecido, corroído por las enfermedades. Con tenacidad se asomaban como si fueran las arenillas de una playa, todas, y cada una de las marrumancias que había cometido. Pero igualmente aflorando con ellas, las enseñanzas guiadas por una conciencia, para darme cuenta de que mi monstruosidad verdaderamente, se alojaban en mi alma, permitiéndome juzgarme como humano, en posesión de sentimientos, del miedo que es esencialmente lo que nos hace vivir realmente, darnos cuenta que existimos en un estado único, privilegiado, que es el de poder respirar, porque mientras lo hagamos existe un futuro, no importa su naturaleza –

Calló, quedose mirando el lago, las olas se estrujaban, violentamente contra el malecón, como si trataran de imitar a Mario, en su locura. Ruidoso atronar, para deshacer la mole de concreto armado, que frenaba su baile ondulante, sin conocer el propósito. Llegó, la marea baja, el lago sereno traslucía serenidad; Contrastaba, con el incendio perpetuo de Mario en vacuidad, desollar el alma, desahogar su mente, le permitió por esos minutos ser nuevamente, el loco racional que somos todos los que actuamos, de acuerdo a las reglas.

Dijomé, con un rostro lastimoso -Adrasto, como ansió los días de mi infancia, todo me era dado, amor en demasía, cuidados, estudios, viajes, tantos que en la inconsciencia de la adolescencia, uno se revela con odio hacia esos seres humanos, que lo sacrifican todo por hacernos felices, es la única etapa donde en realidad se vive, porque desconocemos la existencia de la vida. La serena soledad del alma, invita al sueño último, verdadero; Un solo acto de voluntad, y todo queda en el olvido en esa nada, a la cual nos dirigimos, sin atajos, abatiéndonos, acechándonos, rodeándonos, para luego apretarnos, sin sorpresas que alegar, porque toda Ella, está anunciada desde el nacimiento, o quizás siga con nosotros después de la muerte, en esa peregrinación, la cual nos está vedada conocer, en esté breve transitar terrenal, sabemos, marcamos los sufrimientos, dolores. Los momentos felices, no los apreciamos, guardamos, y como si fuesen, carbones ardientes, le huimos. Solo Dios, sabe la verdad.

jueves, 9 de junio de 2011

Tres Deseos - Capítulo I

-Naci, del semen de cualquier hombre; Mi madre, se dedicaba a la prostitución ambulante; El haberme tenido, significaba una carga que declinaba sus posibilidades, abatiéndole su estado emocional. Resuelta a resolver el sometimiento, que le producía tan aciago nacimiento; Sin disimulo alguno, careciendo de la más mínima sobriedad. Abandonado me dejó.

Viví desde mi nacimiento, en una casa del casco central de la ciudad. En el pasado, estas viviendas, fueron las residencias de las personas con las mejores posiciones, políticas, económicas, social; Adosadas unas a las otras, altas sus paredes, techos, ventanales, y puertas. Calles estrecha, de poca amplitud, para refugiarse, protegerse, unas con otras, del fuerte sol del trópico, aprovechando las alturas de sus paredes, techos, ventanales, y puertas, para permitir que libremente las brisas refrescantes del lago, las ventilen sin estorbos.

Con el transcurrir del tiempo, el desarrollo natural de la ciudad, fue causa, para que los descendientes de los propietarios pudientes, construyeran sus inmensas mansiones, en las riberas del lago y adyacencias, dando lugar a que estás fuesen ocupadas, por personas de origen humilde. Divididas, cortadas, con la arquitectura del pobre, en varias residencias, fugándose su belleza, convirtiéndose en aposentos, donde conviven diferentes familias, abonados, pensionistas. En una de esas casas, fue donde me abandono.

Sus primeros dolores de parto encendido, se presentaron una noche, cuando regresaba con apresuramiento, a la pensión donde vivía, luego de haber estado con un cliente. La causa de la emergencia, fue mi premura en salir de aquel infierno, que era, el vientre de mi madre, que sin tregua se fraguaban en él, con insolente placidez, y desvergonzada seguidez, antorchas que quemaban mi ser en efervescencia, buscando la esencia, en ese caos, sin refreno orbital. Porque si ese cielo, que debe ser el seno materno, se forma la primera conciencia genética del capullo, que aun no es flor, en esa abstracción del primer Universo por hacerse, se fraguaban sin orden residuos viscosos, unas veces con violencias, otras negabase a orbitar, quedándose en la antesala del residuo vaginal, en demasía incontrolables, desenfrenadas.

Frente a una de esas casas, compartidas, rompiese la fuente. En desmayo febril, auxiliada fue, por piadosa mujer, que regentaba parte de una de esas viejas mansiones, buscó a una comadrona, de la misma cuadra, que con habilidad, presteza, experiencia, me extrajo.

No era, el de mi madre, su primer alumbramiento, anteriores a mí, había parido a dos niñas, que inmediatamente regaló, a familias pudientes. Dos hijos tenían la benefactora mujer, de nombre Jazmín, varones adolescentes. La casa constaba de dos habitaciones, de la que fue originalmente la mansión; Con la creatividad otorgada por la necesidad; Transfigurárosla, enmendaron, para todos los propósitos requeridos, menesterosos, indispensables, en la gran variedad de actividades, que se desarrollaban.

Vivíamos amontonados, hacinados, siendo un verdadero prodigio mágico, vernos acoplados sin interferencias. Abrieronle la puerta principal, por un lado, quedándole de frente la avenida Palón, una de las más transitadas, para dirigirse al centro de la ciudad, con calle Caristia.

Remodeladas sus fachadas principales por los gobiernos, para engañar a los turistas, de cómo eran en su nacimiento las bellas construcciones, sin mostrar los desastres de sus interiores, que era en realidad donde se apreciaban originariamente sus bellezas, costumbres domesticas de esa época, arquitectura de sus zaguanes, jardines con multicolores flores, turpiales, loritos, cardenales, sancalargos, chiritas, carpinteros, azulejos, canarios, pericos, tochitos, alcaraván, guacharaca, gonzalito, chupaflor, tortolitas, perdices, choconocoi, guacamayas, gallos criollos, cubanos, portorriqueños; Unos en grandes jaulas, otros esparcidos libremente por los patios, que al augurar el amanecer, despertaban con su canturrear; Poetizado de tenor, contralto, barítono, romancero.

Eliminaron los ventanales, en su interior una sala-comedor, bar-cocina-restaurante; A su lado derecho, un exiguo corredor, donde se bandeaban dos cortinas de hule made in U.S.A, donde venían acobijados los neumáticos de vehículos, al levantar esas cortinas, en su interior dos cavidades, para las necesidades básicas impostergables, donde reposaban, en una, la manguera para bañarse, en la otra un cajón agujereado, haciendo las veces, de retrete; Adherido un pequeño alojamiento con dos literas, lo que hacía casi imposible cualquier movimiento, no armonizado por la paciencia; Lindando con la cocina, se aposentaban dos toneles, llenos de agua, cada uno con su respectivo pote, que navegaban en tan reducido espacio circular, prontos a naufragar, por su permanente desnivel, al carecer de barrena para equilibrarlo.

A partir de las ocho de la mañana, se abría la venta de cerveza, encendían el equipo de sonido, los visitantes, casi siempre eran los mismos; jubilados, sindicalistas, pordioseros con sus bolsillos repletos de monedas, ajados billetes de baja denominación, pensionados, policías, delincuentes, proxenetas, homosexuales, putas que habían engarzado con su anzuelo, a algún hombre con fierro invierno, necesitando la placidez del verano.

Mi tía, así la llamaba, dentro de sus posibilidades, ocupaciones, prodigó con esmero los cuidados, que el tiempo le permitía.

A los seis años, mi figura delgaducha, flemática, semejaba un desdibujo, de lo que debe ser un niño; Entre en el ejercito de los llamados niños de la calle; Organizándonos los trabajadores sociales del gobierno, por edad, apariencia, defectos, desnutrición, audacia, color, para mendigar; No habiendo llegado a los once años, se apareció, tal como había desaparecido, de manera intempestiva, mi madre, en un estado deplorable, consumida por las enfermedades venéreas, y una tuberculosis que galopaba, con prisa.

Amparo nuevamente recibió. Con denotada audacia, a los tres días de haber recibido cierto fortalecimiento, trabajaba su enferma mente vencida por los vicios, la manera de hacerse de algún dinero, que le permitiera saciar la desesperación, ante la carencia de droga, y licores; Ideó primeramente, el exigirme que desertara de las tropas mendigantes, me envió a casa de una de sus amigas, quedaba en un ruinoso edificio, de tres plantas, en la azotea se encontraban unos pequeños cuartos, tapizadas sus paredes exteriores con alfombras de color fucsias, sus pisos en verde oscuro, el techo en su parte interior de anime, se incrustaban dos inmensas lámparas fluorescentes, con controladores para la intensidad de la luz; En el centro una cama, con sabanas negras, las paredes en su interior estaban recubiertas por espejos, pudiéndose observar todo lo que estuviese en el cuarto, desde cualquier ángulo.

La amiga de mi madre, era una mujer donde aún podían observarse, rangos de una belleza ya ida, sus ojos, al igual que los de mi madre, delataban el consumo de drogas, con voz chillona, ordinaria, me manifestó, sin tapujos, en qué consistía el trabajo.

–A las nueve de la mañana, comienzan las labores, tú vas a ser un modelo, diferentes caballeros entraran para observarte, uno que otro, se sacara su órgano masturbándose, otros te pedirán, que poses de diferentes modos en la cama, o que camines, te dobles, acuclilles, lo que si te garantizamos, es que nadie osara tocarte, si tratan de hacerlo, de inmediato acudirán mis empleados, en todos los cuartos existen cámaras, para monitorear lo que acontece en ellos, no hay nada que temer. La Seguridad y Moralidad, es nuestro emblema; El dinero que ganes, se lo enviare a tu madre, las propinas son tuyas; Comencé ese mismo día.

Cascada del rio, donde está tú amanecer.
¿Por qué te llevas al niño, en su nacer?
¡Retenlo! entre tus arrecifes, no lo dejes perecer.
Acordónalo, arrúllalo, en tu brioso espumaje.
¡Haced de madre! < ¡Detened su caída! >

Esa noche, me fui al mercado principal, dormí debajo de un tarantín, sobre unos cartones, era mi cama, acobije con unos viejos sacos de fique, al amanecer busque a los amigos-colegas. Siete días, viví entre ellos, en las correrías menesterosas; Vi, sentado en una de las esquinas del abasto de los chinos, a un hombre, de cierta edad, a pesar de sus ruinosas vestimentas, conservaba la pulcritud, prestancias, características del hombre que ha tenido fortuna, educación, meciese sin detenerse, suavemente, pero sin cesar, en una vieja mecedora, de mimbre, sus ojos no parpadeaban, a pesar, de todo el trajinar que lo rodeaba, fijos, escrutaban el límpido cielo, sin nubes que obstruyeran la fogosidad irradiante del sol; Intrigado, le pregunte a mí amigo Hermes, de quién se trataba, el me contesto -La primera vez que me percate de su existencia, hace como dos meses, produjo curiosidad, al igual que a vos, sus maneras elegantes al andar, hablar; Los mayores consultan sus problemas con él, aseguran, es un gran profesor, en realidad, nadie sabe cómo llegó aquí, quizás, los chinos sepan, pero, esos son como una piedra-

Amaneciendo el octavo día, fui detenido, por la policía, entregado a mi madre, en silencio, transcurrieron casi tres días, al final del tercero, anocheciendo, me dijo -Mañana, temprano, comenzamos nuestro propio, negocio- ¿Cuál, es el negocio? Pregunte -¡Pordiosear sin intermediarios!- Traté medrosamente, por todos los medios, de que abandonara esa idea, hacerle comprender, las consecuencias a las cuales nos sometíamos; Era, como tratar de hablarle a una sombra. Ese día, recibió la última golpiza de su vida, había interferido en el negocio, mendicante; Luego, de tan feroz castigo, se apareció un hombre albino, de estatura descomunal, con su gordura, alfombraba el espacio, del recinto inmundo, donde había sido arrastrada, arrojada; Con voz flemática, condescendiente, le dijo, la monstruosa figura. –Él, pertenece a la organización, no interfieras, envíanos a esté objeto endeble, que su tiempo ha perdido, en manos de las voraces instituciones de los gobierneros; Al anochecer, te lo devolvemos, con el veinte por ciento, de lo que logre mendigar, vamos a pulirlo, y está bastarda piedra, lo convertiremos en un diamante, en el arte de fingir, engañar, defraudar, que de ello se trata la vida de los infortunados; Les proporcionaremos, un cuarto decente, para que vivan-

Fue la última vez, que logro caminar, nos condujeron a una posada lúgubre, situada en la calle de las putas, fuimos arrojados en un estrecho cuartucho, cuya única iluminación natural, era una minúscula claraboya; Un colchón destartalado, donde se asomaban desafiantes, los resortes oxidados que descansaban imperturbables, sobre una estructura de metal. Un cajón de madera hacía las veces de mesa, otros dos, colocados en forma vertical, de sillas; Un lavabo de concreto, con un grifo incorporado como un garfio, daba la sensación, que en lugar de proporcionar agua, su objetivo fuera irnos aspirando; El sanitario, un pozo séptico con un cajón agujereado en el centro, para asentar las posaderas, una vieja manguera para bañarse, estaban al final del pasillo, servían a unas treinta personas, alojados en la roída, escarnecida, morgue claustral, ergástula no solo de la carne, sino de todo el Ser.

Con puntualidad era recogido, al comenzar la aurora, devuelto a la prisión, entrada la noche; Depositaba en manos de mi madre, las ganancias del día; De, entre la ropa interior, al apagarse el único bombillo, que colgaba bamboleándose de dos finos cables, decidido a electrocutarnos, en cualquier momento, extraía, los billetes desgastados, humedecidos, aborrajados, que lograba pasar, en la estricta inspección, a la cual éramos sometidos; A pesar de lo pronosticado, había resultado uno de los más audaces del grupo, de algo, habían servido la iniciación, entre los codiciosos oficiales de la policía, y los corruptos funcionarios sociales.

Alcanzada la edad de doce años, mi contextura, continuaba siendo delgada, pero, se asomaba como la luna, en las noches borrascosas, con temor, una sutil belleza en todo el cuerpo, como todos los niños, que denotamos cierta afeminadas maneras, propias, de esa edad pueril; Atracción, que despierta lascivia, lujuria, obscenidad, en los pervertidos, que como un lebrel astuto, acosan sin cesar, a la inocente liebre.

Un anochecer, el desmedrado, sabandija, grotesco albino, valiéndose de su fuerza, sentado en su grasienta poltrona, me llamó, sin darme oportunidad, abracó, con el brazo izquierdo, bajó el pantalón, ropa interior; Con el otro brazo, y su mano, trataba de penetrarme, con su flácido, mugriento órgano, en el anillo anal.

¡Bramaba, resollaba, mugía la bestia! los latidos de su corazón, corrían salvajemente, con locura desenfrenada.

¡De pronto! < ¡Un emponzoñado rugido! > expulsado de esa interioridad vacía, paralizó, al estragador vicioso, quedando desatado, de las horripilantes tenazas, que ahogaban el alma, producían en el ano dolores lacerantes. Desfallecido, debilitado, lagriméate, me vestí, atravesé entre los esbirros, como un tifón enfurecido, sin darles oportunidad, de reaccionar; Llegue al cuchitril, donde yacía mi madre.

Un hormigueo, bullía, borbotaba, hervía, en mi mente; Abrasé, besé todo su rostro, era la primera vez, que mi cuerpo, y el de ella, conocían sus olores, el calor de la sangre, sentía amor, compasión, misericordia, clemencia, ternura, odio, rencor; Nuestras lagrimas se entremezclaban, penetrando en mi boca, ese bálsamo agrio-dulce, alimentando mi alma; Quedamos dormidos, éramos uno sólo; Desperté, como solía hacerlo, a la primera hora de la madrugada, para poder aprovechar la soledad del baño, asearme, proveerme de la suficiente agua, para limpiar a mi madre; Percibí un hedor, olor nauseabundo, que se expandía envolvente en mi cuerpo, penetrando con acechante dominio mis sentidos, en jolgorio frenesí debilitante de la misma existencia, como si la vida deseara escapar, con el sudor escalofriante que se afrentaba dilúviante por todo mi cuerpo; Corrí al barreño, desnudé, en mi ano, palpe una costra, el pantaloncillo estaba manchado de sangre, y residuos de excrementos solidificados, me lavé.

En mi mente se presagiaban, imponentes figuras fantasmagóricas, difíciles de precisar su origen, que conducían a estados de ansiedad, culpabilidad, miedo agazapado en esas imágenes.

Lloraba como un niño; A lo cual, nunca había tenido derecho, ni poder, para sentir, percibir, parecer, experimental, el serlo; La impotencia, ira, acrecentaban mi voluntad, fui al cuarto, me senté, en uno de los cajones, armado de un garrote, en espera del esbirro, la mirada de mi madre, traslucía clemencia, compresión, adivinaba, o por su experiencia sabía, lo acontecido.

Termino de amanecer, la luz del sol, forzaba con tenacidad, para poder entrar, a través de la pequeña ventana; Permanecimos sin pronunciarnos palabras; Nuestras miradas, con suficiencia, lo expresaban todo; Comenzaba a entrar la noche, me levanté, la bese en la frente, ella lo hizo en mi mano, la apretó, lo más fuerte que podía, salí a buscar algo de comer.

Cuando regresé, su alma no moraba en su cuerpo, degastado, estrujado, marchitado; Habíanse terminado, tantos sufrimientos; Unas pequeñas lagrimas, escaparon de mis ojos; Inerte permanecí, sentado en el piso, a su lado; Pensé “Se cumplió mi deseo” En la pared, encima del cadáver de mi madre, se esculpía, sin artesano, un rostro sangrante, con una corona de espinas, calada con fuerzas en su cabeza, miraba con compasión, ternura, lastima. Apoderó de mí, un temblor, estremecimiento, abatimiento, ardía en fiebre.

Creaciones distorsionadas hormigueaban la mente, en sucesión desenfrenada, imponiansé con soberbia auscultaría. Desfilaban los rostros abarrotados, embriagados, de los esbirros, la elocuencias de sus órganos viriles, se hinchaban; Rugía, un erizamiento misterioso en mi cuerpo mancillado, como si fuese el preludio, de un acontecer desgarrador; Con voz muda, trataba de gritar, solo gemidos con repiquetes ensordecedores ardían frenéticamente; Únicamente en mi excrementaría salida anal, las pulsaciones autónomas de los órganos viscerales, se despeñaban incontrolablemente en un juego poli-cromático circunferencial que enervaban el entendimiento.

Cientos de brazos serpentees se enroscaban. Lanzaban monedas, se introducían en mis entrañas; Ceso la ventisca audible, grandes carcajadas en mis oídos, trataba de esconderme, en los subterráneos cloacales, perseguían, opte por sumergidme en las aguas excrementales, jalaban los cabellos, alzándome, orinaban sobre mi rostro, un liquido viscoso, blanco, que lo almidonaban.

Reían, chapuleabanme; Comencé a correr, por el fétido camino, avisté una de sus salidas, escale la escalerilla, logré abrir la tapa.

Inmenso desierto, todo había desaparecido, lago, casas, calles, gente, lo único existente eran miles de cerdos alineados infinitamente. Una fina, transparente túnica, dejaban apreciar, que sus cuerpos eran limpios, brillantes, blancos, como el mármol pulido; Se esfumaban de ellos, olores aromatizados, convirtiéndose en grandes rosales, no se detenía su crecimiento.

De entre ellos, surgió un anciano, le dije ¿Cómo está maestro? Me ignoro, o no escucho, sus ojos miraba únicamente el desafiante desierto, comenzó a caminar, a medida que sus pasos adelantaban, surgían de sus huellas, gigantescos arboles, lo seguía hechizado.

Bosque intricado, las hiedras crecían sin mengua, en su andar, se hacían inhóspitas, con violencia trataban de conducirme a lugares extraviados. Un andurrial de estambres con flores, dotadas de entendimiento, apoderaronsé de mis andrajosas ropas, desnudo me acurruque, en una pequeña cueva subterránea; Dormía en ella un enorme camello, al presentirme, abrió sus ojos con maternal dulzura, de ellos se desprendían inmensas lagrimas, que se convertían en charcos de sangre.

Dentro de ellos, se batían en furiosa lucha enormes insectos, de cuerpos blandos, gelatinosos, con anillos amarillos zizagados en movimientos incandescentes, que lo transformaban en rojo chorreante; Inmensas palomas blancas, volaban sin orientación, chocaban entre sí, se reían, apareció el viejo, sin ojos, trataba de localizarme, tome su mano, para ayudarlo a continuar, él, se hizo carbón encendido, quemaba.

¡Nauseas, bienvenida seas! Desahogo, dos gigantescos soldados, inmensa puerta, las piernas se niegan a seguir andando, una voz susurrando < ¡Hace años, que quería verlo de cerca, extraña idea, eres un miserable usurpador! > Un hombre de espaldas muy anchas, rostro de inexpresiva belleza, crueldad, arrastra diez cadáveres, miran, sin ver; Sus ojos se hacen siniestros, irónicos, uno de los muertos grita, < ¡No soy, yo, solamente! > Los demás muertos lo ven, con displicencia. Cansado, abandono la mente.

martes, 7 de junio de 2011

Tres Deseos: Confesiones de un Confesionario

alejandro león añez

En el interior del templo, observaba sin ningún interés, en particular; Hacerse con desganada monotonía, los preparativos para abrir el templo, a los feligreses que madrugaban, bien sea, por hábito, verdadera creencias, insomnio, o no tener nada que hacer. En esas horas, donde el madrugar, permite con la claridad del nacer continuo, pensar, meditar, analizar, las vivencias, fantasías, que con absoluta independencia la mente, dueña, y señora, en ese viaje diario a mundos controlables por el inconsciente, que ella ha preferenciado, resaltando su realidad, distorsionándolas, o engendrando híbridos, en arrogante libertinaje, sin tapujos.

Transfiguraciones sin tiempo, espacio, refugiadas, emboscadas, huyendo precipitadas, al presentir la cercanía de su fenecer, dejando, interrogantes, agazapientos, ignorados. En aserción silenciosa, cubierto por una fina nieblita. Noche, tras noche, altaneras, nos conduce sin artificios por un mar, que es de esa vida, sin aceptar diálogos, navegando con vientos propios.

Al desplegarse, las tres inmensas puertas centrales, y las dos laterales, sentía el suave, acariciador, viento del amanecer. Viajero misterioso, con su carga invisible de olores, aromas nacientes, murientes, de los rosales, árboles, mensajes de las paredes enmohecidas, exhalando las transpiración de humores humanos, que delatan sus emociones, deseos, angustias, tragedias.

Ese día, el primero en sentarse en las bancas designadas, para los que deseaban confesarse, fue un niño, que no alcanzaría los trece años. Marcaba su rostro la vigilia devota. Su apariencia, aunque su vestimenta revelaban haber sido sometidas con demasiada continuidad, tosquedad, al lavado manual, translucían pulcritud, cuidado, limpieza. Cuerpo fino, elegante, con la hermosura del comenzar a Ser, denotaba el trabajo agrió, forzado, de la necesidad.

Facciones primorosas, exquisitas fisonomía angelical, pura como las aguas, que nacen en las inaccesibles montañas, en misterioso origen, como la vida misma. Gestos que denotan el mundo fantasioso de la mente en embrión; Su frente marcaba un rictus de dolor reprimido, vivencia de una tragedia contaminante, olvidables quizás, luego de la muerte, como la sombra nuestra, al darse a conocer por primera vez. En sus labios bella, tierna sonrisa, espontanea, natural; Pobladas cejas negras, resaltaban sus claros ojos, asomaban la ansiedad de la búsqueda, de una brújula que guiara su naciente vida, cardón aislado en los desérticos parajes inhóspitos, de la tierras áridas, donde las travesías se saben cuando se inician, sin poderse prever cuando finalizan.

Transcurrieron los treinta minutos, el plazo para las confesiones, el niño no fue recibido; El confesor de las inquietudes pecaminosas, de la conciencia; Se levantó, erguido, sin modestia, autoritariamente, como el torero cuando ya tiene la certeza, del menor peligro para matar al indefenso toro. En la puerta de mi recinto, dijole -Hágame el favor de esperar, luego de las ceremonias litúrgicas, recibiré su confesión- El niño, no expresó palabra alguna, óbice desconocimiento, en los actos que preceden, ese momento en la simbología de su religión.

Miles, de confesiones se encuentran depositadas en mí; Desde las más inocentes, hasta las inverosímiles, escandalosas, inescrupulosas, vanidosas, hipócritas. Está, que os voy a contar, no fue manifestada por un feligrés, provenía de un sacerdote, de unos cuarenta cinco años.

Entró al Confesionario, ya en mi interior se alojaba, en actitud meditativa un sacerdote, en el ocaso de su vida, de reputada sabiduría, bondad, santidad, venido de lejanas tierras, en seguridad del designio de su Dios.

-¡El más vil de los pecadores, tiene el derecho a confesarse, tratar de salir de las aguas cenagosas, y exigir la piedad de nuestro Señor!- le dijo el joven sacerdote, al anciano confesor. - < He vivido en pecado. Invocó misericordia, temeroso soy, del veredicto de Dios, lo acato con humildad > ¿Qué defensa, puedo alegar? No hablaré para defenderme, me siento culpable. Una confesión recibí, en sacramento de muerte. ¡Un joven, moribundo! se estrujaba en dolores lacerantes, masa de carne humana, palpitante, agujereada, brotaba la roja sangre, burbujeante, hirviente, inundaban en anarquía su cuerpo, un solo ojo, le quedaba, de ese, mirada heráldica. “Águila Orgullosa”

Desmesurado fantasear, barrena que se erguirla, aplomándose, bloqueando todo entendimiento, ¡Enloquecimiento, fijación que persigue sin dar tregua!

< ¡Rostro, imagen que surge sigilosa, en sucesión repetitiva, sin dejarse definir, escrutar, descifrar! >

¡Masacrado con saña, odio! ¡Sus últimas palabras, lapidarias!................Reminiscencias.

¡Azotadme en mi celda monasterial! Martirizo, con furia demencial, creo haber excoriado mis deseos sodomitas.

Ellos vuelven a surgir, sin tregua
¡Monstruos! ¡Alucinantes! ¡Perturbadores!
< ¡Ofuscación, de un batallar interminable, estéril! > -

Las palabras del anciano sacerdote, os pueden dar una idea de su estado emocional.

-¡Bestia de generó indefinido!
Alma amortajada, embalsamada.
En ti, no hubo alumbramiento
¡Fuiste creación de la oscuridad!
Desollador, de la virgen carne
Ponzoñoso reptil, en infesta ciénaga
Sentir, dominar, subyugar, adormecer
A ese fruto, apenas naciente. ¡Premura de sueños!
¡Esperanzas, curiosidades, anhelos!
< ¡Existir, inocente, candoroso! >
Ignorante de las emboscadas, enganchadas
¿Qué, has hecho monstruo?
< ¡Hay Ave! Que en tu iniciación comienzas
A surcar, las tempestades tenebrosas
De esta vida-