martes, 7 de junio de 2011

Tres Deseos: Confesiones de un Confesionario

alejandro león añez

En el interior del templo, observaba sin ningún interés, en particular; Hacerse con desganada monotonía, los preparativos para abrir el templo, a los feligreses que madrugaban, bien sea, por hábito, verdadera creencias, insomnio, o no tener nada que hacer. En esas horas, donde el madrugar, permite con la claridad del nacer continuo, pensar, meditar, analizar, las vivencias, fantasías, que con absoluta independencia la mente, dueña, y señora, en ese viaje diario a mundos controlables por el inconsciente, que ella ha preferenciado, resaltando su realidad, distorsionándolas, o engendrando híbridos, en arrogante libertinaje, sin tapujos.

Transfiguraciones sin tiempo, espacio, refugiadas, emboscadas, huyendo precipitadas, al presentir la cercanía de su fenecer, dejando, interrogantes, agazapientos, ignorados. En aserción silenciosa, cubierto por una fina nieblita. Noche, tras noche, altaneras, nos conduce sin artificios por un mar, que es de esa vida, sin aceptar diálogos, navegando con vientos propios.

Al desplegarse, las tres inmensas puertas centrales, y las dos laterales, sentía el suave, acariciador, viento del amanecer. Viajero misterioso, con su carga invisible de olores, aromas nacientes, murientes, de los rosales, árboles, mensajes de las paredes enmohecidas, exhalando las transpiración de humores humanos, que delatan sus emociones, deseos, angustias, tragedias.

Ese día, el primero en sentarse en las bancas designadas, para los que deseaban confesarse, fue un niño, que no alcanzaría los trece años. Marcaba su rostro la vigilia devota. Su apariencia, aunque su vestimenta revelaban haber sido sometidas con demasiada continuidad, tosquedad, al lavado manual, translucían pulcritud, cuidado, limpieza. Cuerpo fino, elegante, con la hermosura del comenzar a Ser, denotaba el trabajo agrió, forzado, de la necesidad.

Facciones primorosas, exquisitas fisonomía angelical, pura como las aguas, que nacen en las inaccesibles montañas, en misterioso origen, como la vida misma. Gestos que denotan el mundo fantasioso de la mente en embrión; Su frente marcaba un rictus de dolor reprimido, vivencia de una tragedia contaminante, olvidables quizás, luego de la muerte, como la sombra nuestra, al darse a conocer por primera vez. En sus labios bella, tierna sonrisa, espontanea, natural; Pobladas cejas negras, resaltaban sus claros ojos, asomaban la ansiedad de la búsqueda, de una brújula que guiara su naciente vida, cardón aislado en los desérticos parajes inhóspitos, de la tierras áridas, donde las travesías se saben cuando se inician, sin poderse prever cuando finalizan.

Transcurrieron los treinta minutos, el plazo para las confesiones, el niño no fue recibido; El confesor de las inquietudes pecaminosas, de la conciencia; Se levantó, erguido, sin modestia, autoritariamente, como el torero cuando ya tiene la certeza, del menor peligro para matar al indefenso toro. En la puerta de mi recinto, dijole -Hágame el favor de esperar, luego de las ceremonias litúrgicas, recibiré su confesión- El niño, no expresó palabra alguna, óbice desconocimiento, en los actos que preceden, ese momento en la simbología de su religión.

Miles, de confesiones se encuentran depositadas en mí; Desde las más inocentes, hasta las inverosímiles, escandalosas, inescrupulosas, vanidosas, hipócritas. Está, que os voy a contar, no fue manifestada por un feligrés, provenía de un sacerdote, de unos cuarenta cinco años.

Entró al Confesionario, ya en mi interior se alojaba, en actitud meditativa un sacerdote, en el ocaso de su vida, de reputada sabiduría, bondad, santidad, venido de lejanas tierras, en seguridad del designio de su Dios.

-¡El más vil de los pecadores, tiene el derecho a confesarse, tratar de salir de las aguas cenagosas, y exigir la piedad de nuestro Señor!- le dijo el joven sacerdote, al anciano confesor. - < He vivido en pecado. Invocó misericordia, temeroso soy, del veredicto de Dios, lo acato con humildad > ¿Qué defensa, puedo alegar? No hablaré para defenderme, me siento culpable. Una confesión recibí, en sacramento de muerte. ¡Un joven, moribundo! se estrujaba en dolores lacerantes, masa de carne humana, palpitante, agujereada, brotaba la roja sangre, burbujeante, hirviente, inundaban en anarquía su cuerpo, un solo ojo, le quedaba, de ese, mirada heráldica. “Águila Orgullosa”

Desmesurado fantasear, barrena que se erguirla, aplomándose, bloqueando todo entendimiento, ¡Enloquecimiento, fijación que persigue sin dar tregua!

< ¡Rostro, imagen que surge sigilosa, en sucesión repetitiva, sin dejarse definir, escrutar, descifrar! >

¡Masacrado con saña, odio! ¡Sus últimas palabras, lapidarias!................Reminiscencias.

¡Azotadme en mi celda monasterial! Martirizo, con furia demencial, creo haber excoriado mis deseos sodomitas.

Ellos vuelven a surgir, sin tregua
¡Monstruos! ¡Alucinantes! ¡Perturbadores!
< ¡Ofuscación, de un batallar interminable, estéril! > -

Las palabras del anciano sacerdote, os pueden dar una idea de su estado emocional.

-¡Bestia de generó indefinido!
Alma amortajada, embalsamada.
En ti, no hubo alumbramiento
¡Fuiste creación de la oscuridad!
Desollador, de la virgen carne
Ponzoñoso reptil, en infesta ciénaga
Sentir, dominar, subyugar, adormecer
A ese fruto, apenas naciente. ¡Premura de sueños!
¡Esperanzas, curiosidades, anhelos!
< ¡Existir, inocente, candoroso! >
Ignorante de las emboscadas, enganchadas
¿Qué, has hecho monstruo?
< ¡Hay Ave! Que en tu iniciación comienzas
A surcar, las tempestades tenebrosas
De esta vida-

1 comentario:

  1. Amigo hicho se hara interesante la espera de las sucesivas. Seguimos en contacto. Saludos.
    jaime

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