sábado, 1 de abril de 2017

La Extraña Vejez del Psiquiatra J.A

La Extraña Vejez del Psiquiatra J.A

Me he demorado para contar ésta historia; hasta éste instante, en el cual me asaltan los recuerdos sin darme tregua; memorias que pretendía haber incinerado para siempre; realmente hubiese preferido que permanecieran arrinconados en los escondrijos de la mente donde los había sepultado. Éste es, una de los tantos conflictos que han permanecidos sepultados en la mente, con la pretendida decisión de llevárnoslos a la sepultura; está historia pertenece a un ser humano que, sin lugar a dudas, cosechó grandes éxitos en su vida, que llegó a la cúspide, al reconocimiento de su valía profesional, y por tanto, fue inmensamente odiado e hipócritamente querido. Cuando se llega a la vejez y miramos hacia atrás, nos damos cuenta que es casi imposible exterminar las lacras que nos han acechado, que aparentemente las hemos dominado; en ésta edad, inflada de crueldades, se presentan de manera silenciosa, surgen imprevistamente ante la presencia del estímulo al cual por todos los medios hemos tratado de esquivar durante el transcurrir de la vida, y he ahí que el aciago instante hace erupción como un volcán, sin aviso, robándonos a la muerte, apoderándose, haciéndonos el doctor Fausto, ese doctor, que nos contiene por igual a todos los viejos; esos deseos de inmortalidad; de alguna manera, en algún momento de nuestra vida, consciente o inconscientemente, alucinando, fantaseando, en ensueños, en centellazos de desviaciones de la realidad, se nos han presentado; algunos se aventuran, lanzándose ciegamente sin importarle la destrucción que acometen contra la familia y contra ellos mismos, es como si una neblina oscura, densa, cerrarse el cielo a la mente, como si una poderosa droga inventada por el mayor dios de la devastación nos despojara de todo racionamiento, de toda voluntad; otros la dejan avecinada a los sueños que nunca llegaran a materializarse.

No todos tenemos la oportunidad, o la desdicha, de experimentar ese fuego devorador que quema el cuerpo y el alma, trastornando los sentidos, ese exhalación donde estamos seguros que nos anima un nuevo ser libre del tiempo, sin mudas, donde la sangre despierta con bríos espumosos, ardiente, deseosa de ser únicamente verano, con los ojos chispeante encendidos por la lujuria y que, sencillamente es disposición para rotularnos de Perversos. Ese momento lo hemos anhelados algunos, ese rayo de resurrección sin distinción de sexo. Amar por última vez de manera desenfrena, palpar, acariciar, ceñirnos a ese cuerpo que apenas comienza a vivir, en la piel sedosa, virginal, como una rosa al abrir el capullo y ser acariciada por primera por los tenues rayos del sol en su nacimiento, suavidad que nos eriza esa piel ya desgastada, arrugada, escabrosa y áspera, como la superficie de un desierto de rocas.

Ésta es la historia:
Siendo aún joven y estando en el consultorio psicológico de J. A, un lugar sumamente acogedor y propicio para desahogar las confidencias que nos angustian y trastornan, y a pesar que el mismo J. A, tenía como profesión auscultar y diagnosticar las mentes de otros, siempre había sido del criterio de que el mejor secreto es el que uno se guarda, sin siquiera mencionar que se tiene, porque afirmaba: al ser mostrado deja de serlo y nos exponemos a ser esclavizado, controlado, por el que audiencia al que se desahoga; me refirió, sin embargo, una historia de su vida, quizás la más importante para él, enfatizando que, desde el inicio de su vejez lo aturdía, recordaba que desde su juventud deseos perversos cruzaban por su mente como la exhalación de una estrella fugaz sin prestarle la más mínima atención. En ese momento la narración la consideré ridícula, por no decir absurda e inverosímil. Se expresó con tan franca y directa simplicidad y convicción, que dejó sembrada en mi mente esa conversación. Ante la gravedad de la confidencia y las consecuencias que me acechaban, opte por advertirle a mi mente, que nada habíamos escuchado, actitud que mantuve hasta este momento, donde mi ancianidad y la cerqueda de la muerte, me permiten contarla y prevenir a tantos colegas longevos de lo trágico que resulta tratar de regresar a épocas ya pasada, o a emplazar e instalar sueños y fantasías que no dejan de ser eso, sueños y entelequias.
-Mis sueños son mi imagen, me dijo, y continúo -son solo presumidos sonidos como la niebla eterna que recorre el Universo sin estar atada al tiempo, viéndose pasar en un recorrer sin aparente significación, viajando con frenesí, sin amonestarse, dejando su Ser a su eterno capricho, desdeñando cualquier complicidad con alguna realidad, viéndose observada por millones de ojos estupefactos. Desde mi infancia me avoque con empeño a buscar mi definición, y sin pensarlo dos veces me dedique al esclavizanté estudio, descubrí que es el medio idóneo, donde la carencia de dinero, de un nacimiento de cuna agraciado, podrían ser atenuados combinándolos con una bien administrada hipocresía, modestia, astucia. Abraxas fue mi Mefistoles; indague con ahínco las voces que nos buscan, que nos acechan, para someterlas a mi niebla, para darles figuras; de esa manera, sin lugar a dudas, me desplace como una estrella en formación, absorbiendo la energía de las decadentes estrellas con sus voces de muerte; escuche sus monstruosos aullidos que rompían el silencio sideral, nunca me di por enterado, estaba dispuesto a sacrificar a cualquier ser humano, elimine todo reproche de culpa de mi consciencia. Así llegué a la cúspide, no veía caída ni retorno; abundaban los amores, el dinero, la adulación y lisonja, de una sociedad siempre decadente por antonomasia, porque no hay otra manera de que exista, sino es a través de la devastación de los humanos por los humanos.

Un día comencé a notar que me toreaban las mujeres, los políticos me rehuían, que mi sabiduría era puesta en tela de juicio y, lo más grave, que los adolescentes, no solo se fastidiaban con mi presencia y diálogos, sino que se mofaban, con esa risa sinuosa del saberlo todo, de ignorar el miedo, de tener atada toda la sabiduría posible; había tenido mi imperio y, ante mis ojos se desmoronaba; escudriñé las causas, me hundí en las reflexiones durante muchas noches, en los sueños acudían infinidades de imágenes que creía olvidadas entremezclándose con otras iconografías, forjándose, en ocasiones, verdaderos monstruos; esos ensueños me seguían sin dejar que se enganchasen los pensamientos conscientes, las imágenes reales, empujado por feroces corrientes y turbulentas aguas de una cascada huían sin la menor posibilidad de que retornasen, estaba cogido sin posibilidades de desprenderme de la apresante obsesión; sentía que la vida en su paralelismo, en su existencia doble había perdido su armonía, flotaban como un cohete que ha perdido todo control, que solo le queda deambular; acudí a la observación directa de mi cuerpo y rostro; poco a poco la mente fue cediendo y dándole paso a la verdadera realidad, no a la verdad obtenida con mentiras, a esa verdad engañosa que se nos hace dogma y nos mantiene hundidos en alucinaciones, fantasías; surgió, como corolario, una insostenible y permanente angustia en mi mente, una obcecación sin darme tregua, ni dársela ella; surgía la certeza de que el máximo momento estelar de mi vida, estaba huyendo, por tanto, debía ser aprovechado lo que quedaba con la mayor intensidad posible; desde que oía los primeros audios feroces de la aurora y me incorporaban a la realidad exterior, mis primeros pensamientos eran la continua obsesión, deslastrar mis potencias priapericas; acudía presurosa la imagen sin rostro de los amores por hacer. Cuando ahora a mis setenta y dos años, vejado, festejada mi desgracia por los demonios que creamos, se despiertan nuevamente esos momentos, fatigándome una vez más; ya sin posibilidad alguna de acometer nuevamente sus ejecuciones, y en el alma escucho un silencio que me aturde, una  remordimiento pasajero, intermitente, y se hace nuevamente ese yermo, esa nada que comienza a fustigar la realidad, profetizando la soledad de mi alma la cual ya es imposible torear; haciendo y mostrándome un sufrimiento profundo, una angustia que refleja mi preocupación ante los cambios que experimenté en mi conducta, y, que no tuve la suficiente voluntad para deshacerlos-

J. A, miraba sin sus ojos, sin ver, como si vagase entre sus sombras, quizás eran esos recuerdos de nuestra juventud y adultez, que nos sumergen en un éxtasis ubicándonos en un momento que nos representa toda una vida.  Embarazosamente, y con lentitud, su voz comenzaba a excitar su rostro de montañés, con una dulzura que ocultaba su fuerte carácter y su indomable ascendencia guerrera; en el ambiente del consultorio se sentían que habitaban duendes atávicos con sus peculiares olores a moho, a cadáveres insepultos cansados de merodear y de penar, de hablar sin ser escuchados, acobijados con sombras monteadas tropezándose entre sí; esos fantasmas que deambulan sin lograr acercebar la voluntad de nadie, que los niños  se dan por sobre entendidos, considerándolos verdaderos bufones. Recuerdo mis primeros pensamientos al comenzar J. A, a exponerme su secreto: “Va a aprovechar, me dije, su sabiduría, arte y elocuencia, para jugar con mi ignorancia  e inexperiencia” Actualmente las dudas que tuve en ese momento se han desvanecidos, y creo que J. A. era prisionero de sus propios excesos; me reveló, no solo sus abominables y seriales crímenes con lujo de detalle, sin cortedades; pero así mismo, con una suprema iluminación y goce; develó uno de los deseos más ansiados por los viejos, pero de esa vejez que no se acepta, de esa ancianidad que nos negamos admitir, olvidándonos que esa postura solo es abono para desgraciarnos, desgraciar, y perder la única, y última oportunidad de observar, obsérvanos, meditar, repasar y repasarnos; sin embargo, no es menos cierto, que es la máxima hipocresía que cultivamos durante nuestra vida. Pareciese como si J.A, se creyese dotado de un privilegio sobrenatural que le hubiese permitido vislumbrar con toda claridad y precisión el mayor tabú de los deseos en la vejez, otorgándole licencia para actuar sin ningún tipo de freno, o bien era juguete de las alucinaciones demenciales tan comunes en esa edad.

-Conservo una preocupación, dijo, una obsesión que me hostiga en mis sueños y continua durante todo el día, es verdaderamente una tortura, he tratado por todos los medios de disiparla, distraerla, huir de ellas, es tan similar a la pobreza, imposible de deshacerse de ella cuando se posesiona inescrupulosamente por orden del destino; es un estado que se adhiera y que se acepta convirtiéndose en algo imprescindible- Silenció sus palabras y sin perturbaciones se consagró a observar como la cenizas de su habano se deslizaba sinuosamente desde su mano hasta depositarse en el piso, unas pequeñas lagrimas se deslizaban carentes de sentimientos, amuralladas por la muerte.  –Es verdad que he sido un necio-  continuó, expresándose en un tono de arrepentido sin convencimiento, como fustigando mis sentimientos-  -cuando uno se deja agarrar, o quizás, es consecuencia directa de desafiar a Dios tratando de alcanzarlo o superarlo, penetrando en túneles donde la luz se ha extinguido; pero lo que me acontece, ésta obsesión que me subyuga no es vulgar historia de aparecidos……; no, son las angustias comunes de la vejez, de buscarse desasosiegos, inquietudes, preocupaciones por nimiedades por absurdos tan irrelevantes como ponerse nervioso al pensar que se ha de ir al banco, o que se de cocinar para comer mañana;  no, es un secreto extraño y muy difícil de confesar. Es un sortilegio, un encantamiento funesto, un destino inquebrantable que nos guía al abismo, convirtiendo la vejez en una permanente tortura, atestándola de deseos iracundos; que al satisfacerse nos conduce a la perdición, tenía la certeza que penetraba en un túnel sin posibilidades de volver a ver luz; los viejos y los niños actuamos con mucha similitud cuando deseamos algo, con la diferencia que sus deseos son pulsiones normales, naturales, son el despertar de un alma pura, sin vértigos de maldad; las nuestras, avideces, obsesiones, que en la mayoría de los casos, son expresiones antinaturales, criminales, son muerte.

Se detuvo, entorpecido por esa timidez que se apodera de los campesinos de las cordilleras, desviado su mirada a la nada, instinto ancestral, evitando enfrentarse a los ojos de las personas con las cuales dialogan, como evadiendo ser encandilado, auscultados en su alma, y sin embargo desean expresar sus verdades sin ambigüedades, sean graves, conmovedoras o hermosas; e inopinadamente me preguntó –Has leído el Fausto de Goethe, y antes de que pudiera contestarle, continuo con frases entrecortadas, que pronto adquirieron la fluidez, coherencia, entusiasmo, al cual me tenía acostumbrado. Comenzó a revelarme el misterio máximo de la vejez, según él, esa conclusión a la cual había podido llegar despojándose de todas las convenciones religiosa, morales, humanas, teniendo como esencia de la vida sólo el placer el deseo desbastador, sólo su Yo.

-Desprecio a los seres humanos, continuó, me desprecio, me odio, y sin embargo, ese aborrecimiento me llena, ese fingimiento desahoga mi interioridad viciosa, desprovisto de verdaderos sentimientos, que fingen artificios para desahogar su interioridad perversa, tan llena de basura como un contenedor de inmundicia, admiro arteramente, con malicia diabólica, a los seres humanos que se han atrevido a enfrentarse a éste mundo de iniquidades, a los que igualmente que yo, somos predestinados, no por Dios, o favorecidos por el demonio, sino por fuerzas del Cosmos, por los misterios del tiempo, de ese tiempo que solo existe como invitado de la estupidez, del cual nos sentimos elegidos para someterlo; fingir es la vida que nos han propuesto y lo hemos aceptado, así ha sido y siempre lo será. Cuando joven odiaba, me indigestaban los hombres viejos, sus patrañas para seducir a los adolescentes, que amparados en su poder económico, en su saber, en el dominio de alguna disciplina deportiva, en las necesidades monetarias de los adolescentes, fingen acercamientos con un solo fin, saciar su delirio de pedófilo, su sadismo, su goce ante la desgracia de quienes son atrapados en sus mallas; con singular cinismo, con la desvergüenza y perversidad más elocuente acuden a los mitos, a esas transfiguraciones de dioses depravados y corrompidos que nos contienen y sujetan a sus vicios, un Zeus acorralando envileciendo a los pastores adolescentes, su hijo Apolo amancebándose transformándose en elocuentes engaños y procederes poco virtuosos para un dios, y las incansables voluntades de los psicólogos buscando, husmeando, gérmenes en los mitos, extrayendo, zurciendo, en los entresijos de la mente, para asimilar esos deseos a la misma naturaleza humana; conductas culturales universales que siempre han existido con la misma intensidad y diferentes justificaciones. Conocer los misterios de la vida interior, de ese tornado reprimido que se puede desatar en toda su magnitud ante la cerqueda de la muerte; induce a acometer, a saciar lo reprimido, lo no hecho, pero deseado y manifestado en los relampagueos de los sueños, de las fantasías, de las alucinaciones, que no son sino manifestaciones de  la cultura que se nos ha inyectado, de esa sombra cultural llena de nefastos negamiento de cualquier valor humano, porqué, qué es la cultura, sino todo lo humano hecho y por hacer. Pero ignoraba que la naturaleza humana es imprevisible, que viene adosado al nacimiento un todo, un Abraxas. Durante toda la vida buscamos afanosamente la libertad, nos escudamos en las bebidas embriagantes, en las drogas, buscando ese desahogo momentáneo, ese deseo pervertido de dañar al prójimo sin tomar en cuenta para nada la destrucción que provocamos. La mayor Utopía del ser humano es ser libre, algo verdaderamente imposible; estamos frenados, no sólo por las convenciones sociales, morales, económicos, religiosas, también por nuestras familias que, en todo momento nos mantienen sujetados a nuestros miedos, ansiedades, angustias, a nuestros complejos. En la historia que te estoy contando he actuado sin subterfugio, he utilizado lo que rechazaba, pero con el conocimiento de la naturaleza humana, la única justificación es mi existencia, el deseo nunca colmado ni controlado.

El cuerpo cambia sin interrupciones, pero siempre las pasiones, en nuestra mente, en el alma, permanecen y se conservan, quizás, con más intensidad en la vejez; he tratado de formarme un concepto sobre los bodrios que nos enredan a todos los viejos, sin excepción, y sin atreverme a dializar de los umbríos caminos de los escarbadores de la mente, he llegado a la determinante y sencilla conclusión: Los Viejos somos unos Bichos, al igual que todos los seres humanos en general sin importar edad, pero es en esa etapa de la vida, la vejez, donde se acentúa la maldad del ser humano, se es un niño, se finge serlo, esa cara de dulzura,  de lastimosa complacencia, de atracción angelical, de debilidad, llenando todos los espacios, sin ambigüedades, y encerrada en el alma aquel desprecio por la vida de los demás, se es como el verdadero Tartufo de Moliere, toda la indecencia programada en el alma, y la indiferencia hacia los demás, solo nos potencia nuestro Yo, satisfacerlo sin importar su precio, monstruos alimentados por la ociosidad, por la desvergüenza, la impaciencia y la impiedad. El caso es que, cuando se llega con las capacidades plenas o pensamos, y estamos copiosamente convencidos de que los años solo nos han servido para darnos experiencia y el poder de la manipulación, y que nuestros desgastes mentales y físicos son mínimos y, por tanto estamos y podemos seguir en la guerra. Pero la verdadera realidad no es tan sencilla, existe como una especie de molde donde se vacían a los hombres viejos, ese molde es aplicado sin diferencia por la sociedad, en cualquier sistema político y social. ¿Qué características le son intrínsecas al hombre viejo cuando trata de mantener, en lo posible, su modo de vida? Te he referido mi obsesión, pero ello no conlleva a que sea asentada como una verdad absoluta, dista mucho de la realidad el qué, el ser humano, en la ancianidad actué con el mismo propósito malévolo, tal cual lo he hecho yo, hay infinidades de personas ancianas que vegetan, y se comportan de la manera que le exige la sociedad, pero indudablemente lo hacen porque no tienen otra alternativa; y he ahí, precisamente en ese punto, donde los demás seres humanos los encierran en el mismo saco. Pues bien, te he de referir de manera real esas características: Suponte un viejo que su razón de vida, en la vejez, es vivir apartado lo máximo posible de lo que él considera una sociedad decadente, una sociedad ahogada en la ignorancia suprema, hastiado de las hipocresías; lo logra, pero sería imposible un aislamiento total a esa edad, y por supuesto, acostumbrado como ha estado a vivir con comodidades no las va deshacer; éste viejo posee suficiente medios económicos que le permiten desechar cualquier preocupación económica. Ése viejo, por la ley de la enferma sociedad ha de ser: pedófilo, homosexual, violador, brujo, pendejo o loco, y como tal se le trata y arremeten a buscar esa verdad; para ello, existen diferentes armas, se le tantea las supuestas desviaciones poniéndoles celadas; para la homosexualidad se le acecha de mil maneras con propuestas que para una mente normal resultan inverosímiles; si te sientas en un parque la idea de los transeúntes es que estas tirando la red para pescar, se te acercan adolescentes, varones y hembras con el mayor descaro se te ofrecen a cambio de una prestación en dinero o especies; si ayudas a alguien, aun siéndole conocido, comienzan a urdir artimañas, porque se les hace increíble que alguien pueda ser un humano momentáneamente solidario en un desliz del alma, o tentado por la malicia ; se le crean historias de violaciones, de hechicerías, de actos de locuras, de una prodigalidad para cubrir y lograr el acercamiento de los adolescentes sin distinguíos de sexos; si tratas de hacerle cualquier cariño a un niño las miradas de fuego lo queman, y los rostros se contraen con rictus de animadversión, que expresa la acusación de monstruo, degenerado, antinatural. La vejez nos convierte en un ser humano acorralado y perseguido, sólo nos cabe esperar el desprecio, el maltrato, la burla; saber esperar es la regla de oro, fingir una complicidad que nos permita pasar como desapercibida la verdadera intención, una actitud de sapiensa,  hasta el momento que se pueda saltar como lo hace un tigre macho sobre la hembra, hacernos cómplice de las hordas que nos hostigan e ignoran que, quizás, pasaran por similares experiencias, seguir la corriente, actuar y masacrar
La realidad de la vida es que el ser humano ha parcelado su cerebro en cuatro partes: infancia, adolescencia, madurez y vejez; la verdad es que nuestro cerebro se va transformando y en cada momento de esa transformación cumple con un papel. Un cerebro de un anciano, posiblemente, tiene menos sinapsis (contactos entre las neuronas) de las que tenía cuando era joven, pero sin embargo tiene a esa edad, el depósito de las memorias que ha ido acumulando, memorias que no existían cuando era joven, y de cierta manera ellas suplen con creces el desgaste.

Existe una inquebrantable ansiedad en la vejez de repetir a semejanza esos deseos experimentados en el pasado, y en acometer los que fueron reprimidos. En los sueños se hacen visibles, son fortines carcelarios imposibles de escapes con una fuerza erótica, lujuriosa, y una intensidad superior a la realidad siguiendo una vía libre que confunde, mostrándose bajo una luz que no es la verdadera. En la vejez se asoma con toda su crudeza la esclavitud a la cual es sometido el ser humano durante su toda su vida, en las otras etapas se le toma a la ligera, hay maneras insidiosas de transgresión, o por lo menos no hay consciencia ni tiempo para pensar en esas bagatelas. Transgredir las aprisionantes normas morales, impuestas autoritariamente, sin posibilidades de contorsión, de moverse: lo aceptas o te eliminamos; pero, a estas alturas, se dice el viejo, da igual, decidido a embarcase en su último desastre, es lo que da valor a la vida, se dice, y esa verdad alcanza toda su dimensión haciéndola diferente y vivible, y esa ansiedad torturante adquiere su máximo grado por la eminente muerte. Ahora bien, el fruto prohibido es deseado por la vista, el tacto, el gusto, el olfato, a cualquier edad, las normas morales autonómicas, es decir las aceptadas por nuestro propio convencimiento, la crianza, la verdaderas creencias religiosas, la educación, algunas veces, sirven como frenos para los excesos o se convierten en opio.

 La piedad no es el amor y la pasión nada tiene que ver con la violencia del placer y el deseo. La irracionalidad de haber acometido lo prohibido pierde todo su atractivo una vez consumido, o nos esclaviza hasta la muerte; en ciertos momentos, luego de haberlos saciados, tenemos la seguridad de poder desecharlos para siempre, no lo hare más, nos decimos, pero esa seguridad, ese deseo transitorio, esa postura, solo dura hasta el momento que se siente nuevamente la necesidad del deseo alimentado por cualquier estimulante; objetivamente o subjetivamente, nos damos cuenta que han sido meras satisfacciones de los sentidos, o se nos convierten en obsesiones imposibles de deshacer, en cualquiera de las dos situaciones se nos hizo tarde, hemos pecado y solo queda seguir engañando y engañándonos. Es tan difícil ser sincero, no solo con los demás, sino con uno mismo.


Un día viajaba- se levantó de su butaca amuellada por el tiempo y el uso, de ella se despeño un breve lamento de dolor, como si se liberase de una carga indeseada, insoportable; se dirigió a un estante donde estaban, ordenadamente, diría que con esmero y dedicación, una amplia colección de discos, extrajo uno, sin ningún tipo de duda, lo inserto al tocadiscos con expresiones de amor; la música surgió como si fuese un lamento ancestral, de dolor, desesperación, acumulada por siglos, era una música sin fin ni comienzo, acordes que por si misma se desahogaba sin ningún tipo de armonía racional, un caos viajando con su orden cósmico fuera de toda humanidad, una música que, a cada momento amenazaba con irse, desaparecer, dejándonos en un limbo sideral, y que su continuidad, esa tristeza reprimida, latente, continua sonando en el alma, ir, venir, como la vida sin concluir subrepticiamente me acerque y vi el estuche, pertenecía a Deveis Miller; en ese momento guiado por un presagio, miré al firmamento; arropaba la luz del día una insistente plomosidad de las nubes, se tornaban amenazantes, giraban desafiantes, preñadas de una necesidad esencial, con deseos de descargar su penuria apremiante, mire el baño, en él vi la esencia de mí mismo, desahogarme, de la cantidad de porquería que contenía sobre mi existencia, con sobrada impertinencia, trataba de excrementarme, de salirme del circulo de la necesidad, de tener fuerzas para sopórtalo, para seguir mirándolo como algo, como la bestia que somos. Las nubes acrecentaban su poder magnético, su impredecible conducta, yo las observaba, ellas viajaban, se detenían con sus abrumadores ofensas, coacciones, sin consentir presagios, dueñas de su hacer.

 Continuo: Todo lo que te cuento lo he vivido y de acuerdo a mi entender y razonar, son los hechos, quizás he podido engañarme, pero no esta dentro de mí el propósito de engañarte al contártelos. Nunca he ignorado cuan infame son mis pasiones y crímenes. Perdemos la vida, sin darnos cuenta, vivimos en una burbuja fuera del tiempo, no nos asiste tan repugnante desconocido, y solo cuando llegamos a la vejez nos entra un enloquecimiento por vivir, ansiamos el amanecer para ahuyentar la oscuridad con sus putrefactas sombras.

No recuerdo si era en la realidad o ensueños –  -sus palabras aumentaban mi asombro, siempre había pensado en la pulcritud de su vida, lo había admirado  ¿cuánto deseaba poder ser igual a él? es como un Sócrates, me decía, un indivisible Platón, un intachable Aristóteles, un Nietzsche……. Iconos de una civilización, genios que sembraron las bases de nuestra civilización Occidental, con su poder absoluto para formar las nuevas generaciones; con ese amor a la juventud, a la adolescencia, dominada, subyugada a sus haceres, a ese nacimiento lleno de confianza, por supuestos, no había leído en ese tiempo, que escondidos bajo ese manto de sabiduría, se escondían agazapados los deseos carnales más criticables, tan igual al universo de héroes que nos han alimentado aportándonos y originan lo que somos;  lo importante es que esos acontecimientos los viví en ese mundo tan parecido al andar de los millones de millones de cuerpos celestes que vagan sin mediciones del tiempo, sin impórtales que son acompañantes ignorantes de sus destinos silenciosos, tan igual a esta vida donde ignoramos realmente nuestro andar tan azaroso, sometidos, dando tiempo al tiempo, a la muerte. J.A, continuo-  -Caía en un abismo bajo la guía de la claridad de la locura, luminosidad que se tiene ni se rehúye. Las Maldiciones, las tristes hijas de la noche, conducían mi vehículo por unas carreteras arteras, sentía que merodeaban a mi alrededor acompañadas de espectros, sombras impalpables; componían bellas elegías donde elogiaban la vida sin control y la tiranía de las pasiones fantásticas; mis observaciones eran abstractas y generalizadas, de pronto comencé a observar los detalles y me detuve con minucioso interés en las diferentes variantes de las figuras, sus apariencias al moverse en la oscuridad, sus saltos y andar presuroso como las nubes queriendo robarle los cielos al sol, la intensidad de sus pensamientos no expresados, su manera de actuar, todas ellas, sin lugar a dudas, eran un signo de su Voluntad, de su amplio poder mental, de manipulación, de precaución, de penuria, de avaricia, de frialdad, de deseos lascivos, de desesperación ante el inminente final; dos sicofantes se agregaron al grupo y anunciaron que su obligación como delatores era denunciarme, de esto se te acusa  -la Esfinge con sutiles  canciones ha desviado tu mente y la razón; todo se te hace justificable, aun donde no hay posibilidad alguna de alegato, me dijeron y continuaron ¡Ay, ay, que terrible es el deseo cuando no te reporta el provecho anhelado; mi único motivo de sufrimiento, le contesté al grupo, soy yo mismo al negarme a revelarme y aceptar lo que en realidad soy, y represento, y me devora, y lo hago sobornándome a mí mismo; tu lengua no es oportuna, me dijeron al unísono los figurines, solo insensateces prodigas, guarda tus males, no lo reveles, ya tendrán tiempo de desvelarse ellos mismos, aunque los encubras con el silencio y tu conducta hipócrita. En ese camino se distinguían encubiertas entre las brumas unas moles sombrías de una montaña, sus cúpulas y sus gigantescas agujas de piedra horadaban los cielos perforando las negras nubes que se empeñaban en envolverlas con estampas tétricas, apocalípticas, cada una de esas cosas espectrales le hablaban a mis sentidos con voz sustantiva y suave, una luz calidad, penetrante, voluptuosa, inundaba la escena; la luna negra apenas podía distinguirse, cuando los nubarrones se separaban por breves momentos, quizás para ponerse de acuerdo, para borrar por completo a las moles y sus desafiantes agujas; aprovechaba el descuido la desdichada y eterna encadenada, en asomar su ennegrecido rostro, como para expresar su angustia en busca de su malquerido pero querido Astro; en el pie de estas fornidas montanas desnudas se veían circular con violencia irracional, formando encrespados remolinos, las aguas frías de un rio que navegaba con prisa avasallante, llevándose consigo en su perene andanza, piedras que chocándose entre ellas producían un sordo eco y espumas, que se deshacían para volverse a formar con más insistencia, como si con esa travesura pudieran evitar su ineludible faena. En medio de esas escenas, agitadas y mágicas, atine  a ver por entre niebla, la nieve que se adhería a la negritud de las escarpadas y solitarias rocas, se deslizaban en caída libre y su andar era enardecido como si hubiese hallado lo buscado y desenrollándose acudían a la cita esperada; vi torrentes de olas blancas y grises oscuros, escarchas que aullaban es su desprendimientos, caminaban con el aire silbando con algarabía salvaje “los sueños son cadáveres que insistentemente se empeñan en hacerse vida” luego se hacían aves aun no nacidas, monstruos indiferentes, se iban al cielo para luego descender haciéndose  nuevamente sueños ensimismados; buscaban la soledad y a su acompañante, y ahí estaba; había dejado de ser invisible; ya no era necesario buscar la sombra ¡Era ella! con sus largos filamentos de la estrella viajante, apenas naciendo en el inacabable Universo, comenzaban a hacerse de policromaticos ropajes que comenzaban a exhalar sus encantos, adornadas con moños de colores aun por definirse lo cual hacia resaltar su presencia ebria, oía sus tenues susurros entrecortados por el silbo de los vientos y los cantos misteriosos de las aguas del rio; sentía la fuerza de un nuevo cuerpo, y daba oídos a una cántico que vibraba dentro de mi cuerpo, que se alzaba en mi ser, que me hacia ascender al infinito Cosmos, era una música de mágicos sonidos, no sometida al tormentoso dirigir humano, venían de las enigmáticas negruras y soledad de lo nunca descubierto ni andado, surgían del correr desbocado del rio, del vuelo de las grandes aves solo vistas por los demonios de la amarga noche, me hablaron y con la sabiduría acumulada me develo el secreto de la vejez, pero me negué a escucharlo; luego se hicieron membranas de infinidades de colores que buscaban definirse; surgió un murmullo hasta hacerse un sonido profundo penetrando en el alma hasta posarse definitivamente en ella; sentía un feliz placer y un terror, que se traducían en una sensación de absoluta paz, juzgaba que todo lo que me rodeaba se había paralizado, cabrioleaban enigmas que venían en fugaces hados e invitaba a la concluyente quietud; librar, me dijeron, tenderse entre el enfurecido rio y las negras y estériles rocas; me invitaban, ofreciéndome el bálsamo del olvido. La vida, me explicaron, no vale nada, no merece vivirse, si no es agradable, y para ti que rehúyes el amor, por tu incapacidad física, se te ha convertido en una carga. Semejantes palabras incriminatorias del delito de vejez, expresado de alguna manera por la humanidad y aceptada con toda modestia y miedo, por los usufructuarios de esa edad, se posesionaron en mí, como si hubiese sido sentenciado a convivir, nuevamente, en el nido de serpientes que es la humanidad; primeramente me enfurecí, y pensé en destriparla, con una de las negras piedras. Maldije al mundo, a éste mundo que la imbecilidad de los humanos ha convertido en un infierno. Maldije las estrecheces de las ideas, de las utopías con su caminar interminable, donde solo se pasean como virtuosos y prosperan los fingidores, los rufianes, políticos, los hacederos de engaños. Maldije a todas las religiones tan limitadas como corrompidas, llenas de estúpidos vetos sobre cada uno de los sentidos. Sentí entonces una especie de alunamiento, donde las fuerzas físicas y mentales escapaban, un choque nervioso me atravesó de la cabeza a los pies, la sangre fluía dispuesta a escapárseme. Decidido estaba a burlarme de la humanidad. A ser lo que somos: el más oscuro misterio
Seguía conduciendo mi vehículo, a sabiendas que estaba dormido, trataba de abrir mis ojos y todos los esfuerzos aumentaban el rigor de ellos, llegué a un bar, te intuí, los malditos ojos se negaban abrirse, te dije: Cuando va arder nuestro amor secreto; mis días están contados; sólo me espera el imperio de la noche, el sueño eterno, la oscuridad serena, y en ella el disfrute de la verdadera libertad de mi sombra. ¿Por qué huyes del amor? Por mi edad, ¿acaso hay algo más viejo que el viento? y siempre sopla con toda fuerza para expresar su juventud; ¿Hay algo más maravilloso que entregarse a los goces del amor despojado de las máscaras, de los fingimientos y vivir su omnipresencia; presiento tu rostro grave, asustado, exhalan los poros de tu piel el perfume del deseo reprimido, atemorizado, acorralado, para ser pasto del deseo antinatural del criminal. Bruscamente me envolvió un manto milagroso de oscuridad hundiéndome en un abismo de irracionalidad ¡Despierta, tienes amada! Devora tus deseos, gritaba la oscuridad, termina de destruir tu cuerpo; tus días están contados, pero fuera del tiempo queda tu sombra.

 Luego regresé y de nuevo estabas tú, comiéndome con la vista, consumiéndome con tus negros ojos, expulsando de ellos gases en forma de manantiales semejante al vapor de agua sublimadas a hielos para luego escaldarlo con tus dos soles. Tuve la seguridad de saber dónde estabas, y a donde quería ir. Me enseñaste dos hermosas rosas de tu pudor anidado y naciente con la brusquedad del deseo en tu pecho donde comenzaban a manar sus jugos de ambrosia; dos purpurantes labios húmedos, abiertos voluptuosamente donde se te escapa la saliva lubricante.  Esa noche la angustia se hospedo en mí y me sentí enfermo. ¿Quién es el sano de espíritu? me dije ¿quién aquel que no infunde hipocresía en su hacer? La sangre circulaba en las venas deseosa de romper sus murallas, con una violencia abismal, sobresaturadas por el deseo, la erección se negaba  a ser abortada.

Te vi tal como eras, esbelta, tus cabellos negros lustrosos, sin sequedad, abrillantados por los flamantes amarillos del sol naciente, ondulantes  por los hados que viajan con los vientos céfiros lanzando sus pringamozas de vidas; tu encarnadura de jazmín muy fresca y deliciosamente perfumada con sus propios humos, y los olores de tus carnes fermentadas por el fuego del dorado sol del trópico, tu piel sonrosada y erizada al solo contacto con los aires peregrinos que salen del alma deseada; miré, vi tus ojos negros, serenamente oblicuos, estáticos en su apariencia, pero de los cuales se desprendían tus ansias de deseos eróticos, de pasión contenida, llorante. Todo en mi era un amor sin consciencia, humo se hacía para conseguir escapar de su ergástula. Sentía mis sentidos que se estragaban por la felicidad, por el exceso, evocaba mis sueños para tórnalos a la realidad, en vivencia autentica, con más fuerza, con más intensidad; me sentía como un mozuelo, y tan dispuesto como las alondras, insaciables para el amor. Estaba muy lejos de poder dominar mis pensamiento, era absorbido por los estímulos que tanto había tratado de ahuyentar, y mis deseos conscientes de deplorar mis actuaciones hacia ella; estuve definitivamente convencido de que era inútil seguir rehuyéndome a mí mismo y a las ensordecedoras pasiones, la amaba más que nunca, sentía en ese momento como quien encuentra su alma nuevamente, esa alma sin el peso de la contradicción, de la duda, estaba decidido a terminar esa lucha titánica que tanto me había atormentado, entre el alma y la mente, entre el corazón y el cerebro, entre la razón y los instintos ¿Acaso no cedemos siempre a los impulsos de los instintos? ¿Acaso el amor no nos ciega por completo? ¿No, nos vemos a menudo guiados por otras fuerzas interiores que nos son desconocidas e incontrolables, por un cerebro que se adueña totalmente, misteriosamente, de nuestra voluntad, imbuyéndonos en el desconcierto? Para conocer y vivir la vida, es menester vivirla en todas sus facetas, rehuirse a mezclarla seria como no condimentar las comidas, vivir por obligación, comer por comer. Los pensamientos como los instintos son cosas hermosas, detrás de ambos se esconde nuestra esencia, la esencia del ser, se deben escuchar a las dos, oír sus voces misteriosas. La verdadera vida es la que se vive, no a través de doctrinas o estudios, en ellos se refleja, unas veces, la mas, los deseos reprimidos del escritor, o la terquedad de imponer sus creencias de manera dogmática; la vida es lo inarrable, nadie ha  podido atrapar su yo, ni determinarlo, sabemos que no es el cuerpo, ni el pensar, ni la inteligencia o la sabiduría aprehendida, ni la enseñanza en el arte de sacar conclusiones y de construir o asimilar nuevos pensamientos, el Yo, es la esencia de lo impredecible, la imposibilidad de comprender nuestras contradicciones. Ese yo que nunca podremos atrapar con las redes del pensamiento.

Tomaste mis manos y entrecruzaste mis dedos en los tuyos y quedamos mirándonos; sentía un dolor agudo en mi órgano viril, un dolor que extasiaba y lo deseaba, conduciéndome al paroxismo demencial; y sin embargo a pesar del dolor y abatimiento, experimentaba que la avidez sexual se acrecentaba por momentos en su expresividad, en un estado de delirio extremo que secaba toda racionalidad. Te tendiste en el tálamo, vi tu carne hecha de nata y flores, oliendo a jazmines, con la porosidad donde resaltaban las rosas rojas respirando, esperando a sus eternos profanadores para que le extraigan su dulces polen; bañaste la mente de concupiscencia; mis ojos ávidos recorrían con lujuria tus rígidas caderas que semejaban dos estáticas dunas acariciadas por los vientos soñadores y los sueños de los desiertos; me acosté a tu lado, deslice mis piernas entre las tuyas, el corazón latía queriéndome abandonar, en la cabeza sentía el latir ofuscanté como si fuese un condenado a muerte, que inicia su último viaje, del cual no se regresa, ignorante de que hacía tiempo había muerto a manos de la sociedad, del desprecio que los seres humanos sienten por la vejez; su eco se guarnecía en mis sienes, aumentaba su intensidad, quería escapárseme la razón.

Contemplaba su cuerpo que se me hacía sólo pasión, temblaba, hundí mi boca entre sus piernas, sentía que la quemaba, ella me incendiaba, la lengua se desplazaba demente, como un tizón ardiente buscando encender el infierno; su tenue resistencia aumentaba aún más el delirio; el lumber encendido se escapó, su furia era la de Susanoo, Tifón el dios destructor de la mitología japonesa, embravecido e indetenible por el amor a la diosa Amaterasu, y voraz como el fuego; era nuevamente un deidad, la juventud florecía, los miedos habían huido, había de dejado de ser mortal, mi pasión llegaba al máximo grado de intensidad, ya nada ni nadie podía detenerme.

¡OH, DIOS, mi Dios! Aquella flor brindándome su miel. Aquellos insondables ojos con sus pupilas dilatadas por la pasión, como una estrella en formación atrayendo con su magnetismo a todos los cuerpos que se dejan vencer por su atracción. Jamás volveré a tener ante mis ojos tanta belleza naciente, tanto agotamiento por el amor ardiente, lujurioso, ignoraba la fugacidad de ese destino, de ese cometa. Fue un momento supremo de felicidad, los sentidos estaban estragados por el exceso, los recuerdos se convertían en vivencia viva, en una permanente obsesión autentica donde las imágenes las evocaba con más fuerza, con más intensidad, la mente las concatenaba en el orden y serenidad, veía detalles que en ese momento pasan desapercibidas y que están rebosadas de delicias, se nos presentan con una nitidez deslumbrante, analizadas con todo lujo de detalles, la fría sensualidad de la fantasía hecha realidad, capturada para siempre, la pasión ciega carnal que hace fuego incontrolable haciéndonos semejantes a bestias, es embriagante, alucinante como el aguardiente y las droga que conducen al delirio.

A partir de ese momento, ejerció sobre mí un poder de embrujamiento, de esclavitud total e incondicional; un deleite que se combinaba con el dolor agudo que, igualmente produce la máxima felicidad o la desgracia, no existe diferencia ante estas sensaciones extremas; era una alegría extática que contraía los nervios; mientras ella excedida por el goce del amor primero se perturbaba, como una serpiente ya cazada, pero con su veneno para emponzoñar; en la cama, de su boca, se desbocaban pequeños gemidos fingidos, que eran un eco viajando desde lo más superficial de su alma. Un calor abrasivo me abrazaba como el oro derretido en su crisol soltando con la furia de su combustión los miles colores de su misma codicia.  Desenfrenado, sin control alguno, me hallaba como la frágil mariposa que al brillar el sol suelta sus alas desenfrenadamente para vivir haciendo cientos de piruetas en los campos enverdecidos, llenos de vida, y los inconsistentes pajarillos las embocan en un santiamén sin darse cuenta. Trataba por todos los medios de avivar esa primera vez, esa única vez donde la inconsciencia de su primera vez, descubría la esencia de la vida, todo era en vano, ella había huido, había escapado, la flor había descubierto el mundo maravilloso del arte de amar; aquella, su respiración jadeante y convulsiva estaba aureolada por el fingimiento, porque la debilidad, la inconsistencia, la brevedad de mi fuerza la dejaba en el limbo; mi mente alucinada, engañada por ella misma no era capaz de someter, de fustigar al órgano para que se mantuviese embanderado.

Aún oigo en mis oídos aquellos gemidos entrecortados de la primera vez, aullidos implorantes, desbastadores y acusantes, que se hace sueño eterno, interminable; esas palabras sin pronunciamiento ni escritura, que se hacen ángeles en esa muerte de la inocencia, de esa inocencia entregada únicamente por la inconsciencia, la brutalidad del deseo indomable conducido por la experiencia del viejo a su máxima expresión malévola. Fue un amor devorador que, violentamente encendió mi mente y el cuerpo para luego darme a comprender la absurdidad; comenzaba a sentir las mordeduras de un amor indomable y criminal. Ella poseía el ardor de la juventud, ese deseo sin reglas, inconsciente, tenía la sed del amor como el caminante del desierto del agua; la sangre me fluía del corazón a la cabeza, buscando saciar su veneno como las tenazas del escorpión, como la colada de oro al vaciarse en el molde de arena negra para hacerse joya deseada. Musitaba sonidos sin palabras, sin decirlas, sin pensarlas, quizás eran resonancias ancestrales; solo susurrándolas en mis oídos donde se hacían ruidos atronadores como las cascadas jugueteando a embocarse en sus mismas aguas.

Su belleza estaba en su adolescencia, en sus carnes que apenas han sido mancilladas por el agua; rígidas, brotando la savia de la vida, esos muslos que nos hace retrotraer a nuestro cuerpo de la adolescencia, a ese cuerpo objeto de admirada belleza que nos hacía enamorarnos de él, de desearnos a nosotros mismos, y que hoy languidece con su espantosa pastosidad, sus estrías, su flacidez; en esa mirada joven, llena de inocencia que inspira el amor violento, que ilumina los pensamientos más lascivos y lujurioso, mirada que aspira y expiraba voluptuosidad virgen, idealista, angelical y que aumenta el deseo, la maldad. Ignorante de que fraguaba mi última destrucción.

Estaba seguro que aun mi deseo ascendía con la ímpetu de un joven, y la necesidad de satisfacerlo se convirtió en fuego volcánico. Obsesionantes se hacían las vivencias que se negaban a dejar de serlas; deliraba recordando los abrazos, los momentos cuando deslizaba mi mano a su fuente, jugando como un niño con su primer juguete; una vorágine de alucinaciones se posesionaba y extraviaba en selvas vírgenes; su mirada de ternura desafiante, implorante; sintiéndome transportado, flotando entre las nubes, encima de una inmensa montaña, en las profundidades más remotas de los océanos, en las simas más desoladas y profundas de los páramos; había vencido, era únicamente para mí.

Está euforia delirante pronto huyo; se hicieron presentes los celos, las hipocresías, los pensamientos absurdos de que fuésemos parejas; se apacentó la cruel realidad, acogotada, huyente; pero la fantasía no cedía, la recreaba con más intensidad conduciéndome a una lujuria insaciable, a una mórbida avidez insaciable. ¿Qué misterios acompañan a las tupidas nieblas? Como Caín, tenía la impresión de llevar mi crimen marcado en mi frente; estaba seguro que cada ser humano que veía, aun sin recibir su mirada, sabia de mi crimen, de la deshonra a la cual había sometido a un ser humano que apenas estaba naciendo, cada acontecimiento, cada pensamiento, como por arte magia lo asociaba con mi crimen, la conciencia me castigaba sin piedad, era miedo a mí mismo, miedo porque no estaba dentro de mí la menor intención de abandonar el frenesí y el derroche de los deseos, por abyecto que se juzgara mi conducta.

 Turbios y borrascosas nubes anegaron los cielos de una oscuridad tétrica, donde flotaban las sombras ennegrecidas de los árboles del bosque, acompañadas de un viento helado que zumbaba dejando traslucir una tenebrosa melodía que penetraba hasta lo más profundo del alma presagiando un torbellino.  Flácidos dormían mis deseos como si fuese un niño ya amamantado, extenuado; sin embargo la ceguedad de las fantasías nos hace concebir realidades, y ahí estaba sembrándolas y regándolas con mi vida;  le di mis riquezas materiales; ese insaciabilidad del deseo pasional me condujo a esa acción de extorsión económica; su pobreza me brindaba suficientes elementos para mantenerla esclavizada, pero calcule mal, le brinde el camino para enterarse, para afirmase en un conocimiento que, al ser administrado con arte hace fluir las armas con las cuales Dios doto a las mujeres para dominar a cualquier hombre; se había agotado mi poder, quede hundido, humillado, coloquiaba con los amigos idos buscando orientación, unos se reían en mi propia sombra, otros permanecían inmutablemente enterrados, sin deseos de hablar, solo me miraban con la tristeza de los difuntos,  los menos, me señalaban caminos que, luego de recórrelos se convertían en la más horrible tragedia que pude concebírsele a un ser humano en esa edad, era conducido sin obstáculos a la demencia y el crimen. La mente envilecida por los delirios, por los fármacos, por el licor, me condujeron a concebir sueños; así me veía con ella, recorriendo caminos con tinglados de pobreza pero con mi amor; ya no con nuestro amor; luego nos distinguíamos apartados de toda civilización, conjurados en un romance sembrado en un instante eterno, único, una profunda melancolía ensombrecían las escenas.

Hasta que un día: Fijamente nuestros ojos se fijaron y firmemente en mi mente tenía la sensación de que no nos veíamos, el magnetismo se había desactivado, la insondable energía yacía muerta, y se encogía abruptamente en un distancia sin fin, sin longitudes, sin figuras que pudieran entorpecerla; deslizo su mano a mi órgano varonil, luego besó el glande desaforándolo por completo, nada había en su mente, y en su boca la sabiduría de la meretriz; me retorcía oscilando lentamente las caderas con pasmos intermitentes, el fuego ya no existía en ella, los instintos huían. La mente quedo suspendida, mi existencia vagaba por esa nada que conforman esos segundos inexplicables, sin ser ultrajados, heridos, puros, como el amor de Dios, como el nacimiento del ser humano que desgarra con dolor el seno materno para iniciar la vida, el dolor, amor, felicidad, sufrimiento. Mantenía aturdido cualquier emoción que develara mis ansias, esas angustias que asistimos acompañándolos con los recuerdos para que perduren por el mayor tiempo posible para evitarnos volver a la mísera realidad, al enfrentamiento con el objeto del desamor; así continuó besándome y acariciándome por el vientre, pecho, cuello; volviese abajo; la desesperación de los instintos aumentaba su severidad, tome con delicadeza su cabeza y la levante para acostarla en el lecho; se posesiono por ultima vez mi órgano en la entrada de su Flor Cósmica, una tenue resistencia lubricó su mente; continúe el viaje al igual que las abejas que se hacen desoídas a los silentes lamentos de las flores al tener la seguridad de su fingimiento, luego se apodero de ella un estremecimiento de falso amor y lujuria, el deseo insaciable e irracional se había marchado. Del cerebro o de la medula se desprendieron estrellas, viajaron hasta el dios Príapo y de él, se precipito abruptamente, violentamente, como un tigre hambriento de hembra, un néctar espesoso,  como la savia del Cardón, pero sin fuerza alguna, comprendí que había encontrado nuevamente la muerte, esa muerte que nos sigue y se nos insinúa a cada momento, se nos muestra con su suma paz, donde ya los problemas cotidianos, la soledad, la angustia, la doblez, el engaño, dejan de serlo, donde únicamente, absolutamente, se existe para ese placer supremo de muerte, sin lugar a dudas era mi última muerte. Luego un sopor se posesiono de nosotros, nos hicimos a un lado del lecho, comenzaba la eterna peregrinación a la sublime oscuridad, nos quedamos extasiados por minutos. Luego se hizo en sus labios una risita seca, engañosa, poderosa. Descubrí detrás de esa risita irónica, repugnante, el sentimiento de una desolación atroz que me abrumaba con la desesperación e impotencia del moribundo, con la angustia de encontrar a los seres queridos difuntos para que nos guíen en ese viaje: es la vida que opera dentro de su propia oquedad. Comencé a acariciarle el cuello, aquel escote de una blanquidez y suavidad que me hacían retroceder mi mente a los sueños donde fluye el erotismo con una pureza límpida, extansiante; comencé a sentir un placer jamás concebido, ignorado, más profundo que la misma muerte; poco a poco su vida se iba marchitando y a medida que su sangre fluía desbocadamente a su rostro ya amoratado, sus ojos horrorizados deseosos de escapar de sus orbitas la presentía, la veía implorándome perdón.

Proporcionar con nuestras propias manos la muerte a un ser humano deseado, amado, es sin lugar a dudas una experiencia irrepetible para la víctima, y es la pasión absoluta para el victimario. Es, en una sola palabra, un momento Sublime. Todo lo bello y deseado persigue incansablemente a una víctima, ella me ha perseguido sin tregua.
He sido supersticioso y la superstición es una forma desnaturalizada de las religiones. He sido el pecador y no un santo, por eso tengo necesidad de salvadores. Si nada tendría que expiar ¿para qué servirían? La religión en modo alguno es un freno para las pasiones, al contrario las estimula con las prohibiciones. Todo está arraigado en la mente, y la razón de nada sirve para extirparlas, aunque nos empeñemos en enmascararlas. Sé que para ella fue una pasión carnal, quizás con algo de amor, necesidad orgánica y económica. Pero, que al iniciarse y mientras se recorre ese viaje sin tiempo ni espacio dentro de la pureza de la Oscuridad, prevalecieron los sentidos y los instintos primarios, semejante a la de los animales, sin tener que enmendarlos porque se ignoran su existencia.

El error de una viejo está en creerse que puede alardease de un amor gerofilo, y apuntarse en un amor de sensualidad, de fantasía, de ese amor que inflama la sangre más pura; en tratar de alcanzar la incontinencia de la juventud, la embriagues con el vino seleccionado por los dioses, ese amor que resulta natural a la carne y debe satisfacer tan pronto se recibe su porción de los diosa, y los receptáculos cargados de mieles  se sueltan; luego se aviene esa languidez deliciosa que sigue a la satisfacción del deseo. Olvidándose que el nuestro prende en la cabeza como efecto de la imaginación, es la lujuria insaciable, la mórbida avidez de un hambre jamás saciada y que sólo será colmada con la muerte.

Los sentidos buscan sin dar reposo a la pasión a través de las imágenes chuscadas, irracionales por más inverosímiles que parezcan, es la brusquedad precipitada por lo absurdo y la prontitud de la muerte. Imaginamos, creamos o tenemos, cautivos objetos sexuales para aplacar esa sed, esas últimas ansias que se han convertido en el fin postrero de la vida; acudimos a las masturbaciones con objetos sexuales reales o subjetivos, en algunos momentos se alcanzan las eyaculaciones espermáticas sin la fuerza, vigor, espesor esperado, se convierte ese instante en un sumatorio para la angustia psicótica, y lejos de aplacar esa sed devoradora lujuriosa, morbosa y hasta sádica, de una imaginación lubrica persistente, se buscan nuevos caminos sin importar ya los riesgos y consecuencias.

Las ilusiones del cerebro sobreexcitado, siempre tienen funestas consecuencias, tanto como si se obtiene resultado o como si no, en ambos casos se termina de romper las mallas de las prohibiciones sean de cualquier tipo.

Ved como el pica flor extrae el jugo de la rosa y ésta luego se cierra sin quedar deformada, sin que nadie puede determinar que ha sido expoliada por él. Siempre hay que calcular las cosas por la relación que guarde con nuestros intereses y sentimientos. La pérdida de la inocencia de cada uno de las víctimas, debe tener una relación nula contigo. Poco importa si quedaron afectados, sin ningún remordimiento debes juzgar a tu favor, hacerlo un acto completamente indiferente, sin que nadie, absolutamente nadie interfiera en tus deseos.

Seguí conociendo la delicadeza y el máximo placer, solo reservado a los dioses. Continúe  buscando mi esencia ya sin gastos, ni enamoramientos, las estudiaba con minuciosidad, determinaba sus debilidades y procedía a la captura, la mas de las veces empleaba la violencia, lo cual me conducía a un estado paranoico, de máximo disfrute. ¿Por qué se ha de agotar tan rápido la complacencia del deseo, dejándonos sedientos? ¿Cuántas muertes pertenecen a mi jardín? Ya he perdido la cuenta, pero en mi mente merodean algunos recuerdos que pretenden alejarme de los placeres, los aparto fingiéndome amor y misericordia.

EPILOGO.

Estimado amigo, como ha de ser de su conocimiento me encuentro sentenciado por criminal, pero paradójicamente por un crimen que no se puede cargar en mi haber; no le niego, tal como es de su saber, por habérselo confidenciado, son muchos los que acometí sin el más mínimo sentido de culpa, muchos con la más despiadada brutalidad, arrogancia y goce, en una palabra los disfrutaba y me extremaban al mayor goce sexual en el cual puede sumergice un ser humano. Siento que al leer esta carta le producirá nauseas, y no se explicara, ni concebirá, mi conducta antinatural, según el punto de vista de la mayoría de los seres humanos; esos mismos seres que festejan, según sea su ideología o religión, los crímenes, violaciones, torturas, genocidios, cometidos por los pertenecientes a su “organización” pareciéndoles muy loables, meritorio, y saludable para la continuidad de una sociedad depurada de los poseídos por el demonio; pero dejando aparte las consideraciones de tipo moral, ético, filosófico y religioso, el objetivo de ésta carta, es darle a su conocimiento la realidad de los hechos en toda su dimensión; nada gano ni pierdo, mi vida camina con toda premura a su final, y pienso que de cierta manera es ganancia para mí, en el sentido, que en estos últimos momentos cronometrados por el tiempo, puedo dedicarme a escuchar música, leer nuevamente a mis ilustres maestros, y meditar sobre la transcendencia de mi vida; porque sin dudas algunas he alcanzado los logros únicamente reservados a los elegidos, a los que hemos logrado vencer y superado el poder de la voluntad, a los que hemos brillado como el mismo Sol, sobre la vulgaridad, analfabetismo intelectual, los escrúpulos hipócritas de los rebaños aglomerados buscando quien los apalee.
La causa de habérseme inculpado de un crimen no cometido, no me son desconocidas; nunca he sido modesto, siempre he considerado la modestia una “virtud” donde se acobija las peores maldades de un ser humana y fuente eterna de encubrimiento. Como psiquiatra que soy, lo he podido comprobar, en mis pacientes, que los he tenido de las más diversas fuentes, desde presidentes, magnates, empresarios, ejecutivos, de la alta sociedad, y últimamente cuando descubrí las fallas que se operaban en mi personal comportamiento sexual, de las minas que albergan las riquezas más preciadas, desde todo punto de vista, las universidades, liceos, centros comerciales, recintos donde la Adolescencia brilla como el oro, donde esa etapa, la más bella de la vida, comienza a fundir esperanzas, ilusiones, fantasías, vicios, ansiedades, necesidades de conocer y experimental los deseos sexuales, donde las penurias económicas hacen estragos en ellos y los desvían para caer en las garras de los zopilotes, templos donde la inocencia es un atractivo más para los depredadores.

Fueron muchos mis amores, algunos, al comienzo, satisfacían mis deseos; luego,  sin sentir la intensidad del sexo a la cual estaba acostumbrado, es decir lo hacía por hacerlo, requería de algo que me estimulara; opte por fotografiar desnudos a los pacientes, sin diferenciar sexo; luego que los sometía a estados de soñolencia, sentía una gran estimulación en éste estado de voyerismo, pero a medida que transcurría el tiempo necesitaba de otros inspiradores, por lo que comencé a manosear sus órganos sexuales y otros puntos de excitación en sus cuerpos, y en ocasiones a penétralos, diversificando y ampliando las dimensiones infinitas que nos proporciona sexo mutilado por las convenciones sociales y las religiones; ya a esta altura de mi vida era algo que no me producía, moralmente, ningún trauma, por el contrario, el hecho de dominar a un joven, esclavizarlo, con engaños, sedantes, hipnotismo, despertándole ese mundo que tenemos agazapado en lo más profundo del Ser, a un joven que nunca había tenido relaciones homosexuales y constatar el grado de excitación en él, y su angustia por seguir teniéndoles, es sin lugar a dudas, un elemento invalorable para atraer la pasión y el ardor sexual en uno, por supuesto, fui uno de los primeros médicos en el mundo que se atrevió a desflorar el Tabú Anal mantenido a través de la historia de la humanidad, muchos esquivos se han ensayados para conservar su hermetismo, empleándose a fondo los filósofos, eclesiásticos, y algunos escritores, lo menos, para seguir negando que es un estado que produce una súper excitación, una complacencia sexual extrema, y que de hecho corresponde a cada ser humano determinar penetrar a ese túnel donde no hay marcha atrás; muy conocido es el refrán: He conocido muchos hombres que se hacen homosexuales, pero nunca he conocido un homosexual que se haga heterosexual. Con seguridad, a esta altura, si es que aún estás leyendo mi carta, sientas una repulsa, sientas nauseas, hacia mi persona y todo lo que llegue a representar en la vida del país, pero dime ¿es menos criminal el político, el clero, las fuerzas militares, los medios comunicacionales? Yo traté de desórdenes emocionales severos a dos presidentes, a la casta política, a los dirigentes empresariales, turbas de mediocres, narcisistas, pedófilos, pederastas, asesinos, eso me hacía un elemento de máximo peligro. Una sola razón voy a exponer para demostrarle lo absurdo de la acusación en el homicidio de la joven: según las autoridades el crimen fue cometido en mi consultorio, comprobándose evidencias de su sangre en diferentes sitios; el cadáver apareció en un barranco  a bastante kilómetros de mi oficina; sólo dos refutaciones: mi contextura física, en ningún caso, me hubiese permitido cargar con el cadáver y depositarlo en el vehículo, a menos que hubiese tenido ayuda; las autoridades nada han referido sobre esa interrogante, el mismo misterio se debe aplicar a la descarga del cadáver; dos: siendo reconocido como un experto en criminalista, un conocedor de los procedimientos de investigación, de los equipos científicos aplicables en las escenas del crimen, seria asombrosa mi estupidez al dejar por todas partes rastros de sangre de la víctima. Una última consideración: la argumentaciones de los fiscales fue filtrada con diligencia, y porque no decirlo, intencionalidad y malevolencia a periodistas de reconocidas enemistades conmigo, creando una matriz de opinión de desprecio y anticipando una condena. Aun permanezco con vida, si es que se puede nombrar como tal. Éste gobierno, amparado en la ilustricidad de nuestro Libertador Simón Bolívar, desvariando con todo el propósito las ideas, sus hazañas; troquelando esa amalgama de insidiosas mentiras, difundidas con los últimos adelantos tecnológico para la manipulación de las mentes, se han permitido cometer los crímenes más despiadados, horrendos, ignomiosos, aun contra sus militantes; que he de esperar.

Gracias amigo, hasta nunca.

Nota: a los pocos días de haber escrito la carta, J.A, amaneció sin vida, su cadáver, inexplicablemente, fue incinerado inmediatamente.

Mérida, 27- Marzo de 2017





















jueves, 28 de julio de 2016

Capítulo Ocho


Dilataba con gran reflexión las argumentaciones para salir de la pobreza que, como un parche de caraña y amiga ingénita, me había enrejado desde tiempos inmemoriales; no es que la repudiara, pero es meritorio y admisible, conocer y vivir otros caminos. He sido su amigo inseparable, pero con amistades así solo se va al hueco destajado por las necesidades, por eso he decidido que no perseveremos unido hasta la muerte. Mucho, le dije, sin odios y, quizás con nostalgia: te he soportado y sin negarte que eres diosa de la astucia, la constancia, de la verdadera amistad, de la solidaridad y la modestia, y sin querer decirte que no te amé con virtud; te digo así mismo que me envileces, y aquí te me separo. La pobreza no es delito, lo sabemos, pero no deja de ser una chacra indeseable
 Soy el caballero del potro sin alma, el vengador errante contra las oligarquías dominadoras del mundo, soy Tamacum, el Vengador Errante; discúlpenme tengo una llamada telefónica. Era Cronidas, si el tiempo, mi tío, subyugado, se hace fastidioso, necio, me saca de la enervadora inmortalidad, aja, pero que se le va a hacer; estoy lumpiado (drogado) hasta los tuétanos. Soy, sin dudar, eterno ¿Por qué? Decididamente no admito la muerte y como tal para mí no existe. Bailo, corro, no veo televisión, no tengo teléfono celular, computadora, soy novio de una bacante de Dionisio.

Soy, nómade de la vida
Artesano que no me canso de hacer estrellas nacientes
He sido la araña haciendo incansablemente redes para ser dueño de las estrellas
Una vida que se hizo con sus cargas de ilusiones, fantasías, dioses y demonios
 Con un lenguaje de silencio que sólo vive de sus sombras
Fui ladrón de aromas, de olores depositados en el alma que hacen los recuerdos
Ahora veo llegar los vientos, y las cigarras con las alas humedecidas, solo vienen para anunciarme el triste y total invierno.

Despóseme obtener una labor que sirviera, sin tantos sobresaltos, de capote a los gastos básicos; y, por las noches dedicarme a ofrecer seguros de vida. Absalón un gran amigo, quien fungía de gerente nacional de compras de un ministerio, me consiguió una entrevista con el presidente de una compañía de químicos; germinaba en mí el propósito de domar el vestir con flux y corbata para marcar contraste. Sin muchos requerimientos fui aprobado como vendedor privilegiado; la razón era obvia, la empresa de químicos dependía, en gran parte de su subsistencia, de las compras que les autorizaba Absalón; me concedieron la principal zona para la venta de los químicos; la costa oriental del lago de Maracaibo; floresta de las compañías petroleras extrajeras, y un sin número de contratistas de servicios  petroleros; a todos mis clientes los visitaba disfrazado con traje formal y corbata, lo cual no dejaba de ser motivo para las chanzas o  considerarme algo chiflado; lo que sí puedo afírmales es que, era una novedad y un signo de valentía al soportar rigurosamente el extravagante y severo clima de la zona, voraz consumidor del asfalto de las carreteras al alcanzar sin obstáculos sus cuarenta y seis grados Fahrenheit. 

Una noche, luego de haber vendido dos pólizas de vida a un mismo cliente, al superintendente de la energía eléctrica de Maracaibo; bueno no es permisible que no les narre las ocurrencias vividas en esa venta. La historia de esa mesón no deja de ser jocosa y dramática; chispeante porque la travesía dialogante nos permitió, a ambos, colar momentos muy agradables, desarrollándose o desenrollándose un cumulo de historias qué, sin dejar de ser fantásticas no son menos ciertas. Mi amigo, sin lugar a dudas descendía de humanos que debieron nacer en algún paraíso carente de mala intención y si agarrotados de buena fe; para describirlo no se me ocurre, sino compararlo con una persona que realmente, poseyendo en abundancia riquezas materiales, se esmeraba, sin atinar en una búsqueda que el mismo ignoraba que era o cual sería; era estatura de media hacia abajo, la cabellera, quizás alguna vez existió, pero no quedaban rastros de ella, sus ojitos acuertaledos en sus orbitas traslucían una mirada que sin ser vivaracha deseaba serlo en seguida; con toda la flemática de un lord ingles juguetease, tal como si fuese un gato aristocrático, incapaz de asumir la inequidad de saborearlo; vi en sus pequeñitos ojos de varón domado, por primera vez, su voluntad debilitada; así prestamente, con la ferocidad de un político simulada por la sonrisa, me lance sin premeditaciones ni odios a darle la estocada o a que él me diese una corneada, en consideración de estar en la seguridad de haber conducido con pulcritud y tenacidad, una verdadera guerra durante siete meses con el cliente; dos visitas por semana, donde  me auscultaban el ingeniero y su esposa a mansalva, no solo los conocimientos de seguro sino también mi vida; así, pues, me dije: a finiquitar o abortar definitivamente.

Seria de mal agradecido y embustero, no manifestarles que yo me encabritaba de contento, como un perro san Bernardo cuando lo dejan deambular sin obligaciones, contándosela; le narraba tantos figurines figurados, que él mismo apresado por tantas pisa estrellas, cojeaba deseando chupárselos. Había estudiado y encofrado un laberinto, una fábula sobre mi origen, mis ancestros, de pura crema principal. El cliente siempre tiene la razón y desea decir y oír sus antojos por frescos e inverosímiles que sean. Así, en noches sin sol y en solaces tertulias debajo de un inmenso árbol de Tamarindo, arrancaba sin desperdicios de palabras axiomáticas y si muchas cobas y antojadizas ocurrencias de infranqueables cultivos para las risas, guiado y secundado por un compendio mental que había aguazado de la revista Hola, Corín Tellado y el mensuario Selecciones, grandes forzadores de los eruditos de salones de esa época, empalagados con la radio novela Tamacum el Vengador Errante de los Pobres; rodé sin obstáculos mi propia prosapia solariega: mi apellido es de linaje entroncado, le dije, y arranque sin posibilidad de freno, tan igual a  cualesquiera que se colocan con los billetes verdes en la paradisiaca Costa del Sol; se compone el primer León, le conté más serio que Voltaire narrando la Doncella De Orleans, como descendía mi patronímico de las legías del emperador Trajano, que tuvo su umbral en las montañas de León, rayado después con el rey Alfonso lX, designación que se residencio en muchas ciudades españolas, nombre procedente del latín legione, por haber sido la ciudad de León el acantonamiento de la legión Séptima Genuina desde el año setenta y cuatro ante de Cristo; así seguí tirando como si fuese el mismo Casanova contando su vida: existe, continué, en esta tierra prisionera del sol y el calor, un acaudalo empresario de tronco, ramas y hojas noble, que solo dispara flores de postín nobilísimas, mi pariente Es, por las florescencias misteriosas del destino; llegado, a ella por las enredaderas de la vida y por los insoslayables abre camino de los billetes verdes a conde De León, descendiente directo de la realeza Lusa y Catalana; tan iguales somos de sangre como que es verdad observable que, tanto chupa la garrapata como el recién nacido; era mi pariente pana indisoluble de la vida mundana, astrólogo de las putas y su insondable estrellas y alquimista en busca de la vagina eterna, incuestionablemente transformable e inarrugable y sin posibilidades de hacerse vejeta, para convertirla en oro, y como tal muy referenciado por la revista Hola, tal como puede refrescarse con estas imágenes hurtadas por los paparazi, en su finca de los ennegrecidos Miuras, regalos que recibió de Don Miura y del propio duque de Veragua, que a su vez lo recibió del torero Lagartija, el gran Califa del toreo, hacedor de batallas feroces con los miuras y la nunca olvidada que, la tuvo con el feroz y no menos noble Murciélago; batalla fiera que termino con aclamaciones para los dos, siendo Murciélago entregado para dedicarlo a semental; de ahí, que, al sacar la Lamborghini el modelo Murciélago, en homenaje al toro, el señor Lamborghini, gran aficionado a los toros y amigo predilecto y principal de mi pariente, le envió el primer vehículo fabricado de esa serie; el caso, mi dilecto ingeniero, es que mi pariente era muy apreciado por su finura intelectual, su bondad, pero más que todo por las ostentosas fiestas con las cuales agasaja y encaja a su parentela y amigos. A cada velada, cada vez más velado quedaba el ingeniero con mis espantos y ansioso por introducirse en el círculo noble y los ágapes de mis supuestos familiares; comenzó disimuladamente, como el que no quiere queriendo, para que le presentara a mi pariente noble; así estuve toreándolo hasta el día que la Patrona Ciega envió a la templada Atropo, que nada de Medusa, ni agua mala, tiene en estos contornos, y con su tijera corto la vida de mi imaginario pariente, salvándolo de la tempestad que se le avecinaba; el boche sin la bola quedó, pero si delegó una escarmentosa y encarnada deuda, que a más de uno dejó en deslastré ruinoso. Las noches que pasaba de un extremo a otro le inyectaba el jarabe que más le apetecía; el ingeniero disfrutaba y le encantaban las anécdotas que yo las zurcía con hechos históricos; la del emperador de Haití Jean Jacques Dessalines, Jacques I; se lo emparentaba y   gamuseaba con el Intergaláctico de Barinas, único musulmán del barrio de las Arañas, con promesa formal de los Sunnitas y Chiitas de hacerlo ayatola; empeñados en trasladar su furia dogmática y guerra inacabable a estos predios; los clanes le enviaron, cada uno, un contenedor con los trajes que deberían usar las personas captadas; el Intergaláctico ya cansado de ofrecer las vestimentas a sus seguidores que solo le duraban mientras se echaban palos, se fue a su isla de la felicidad y se los regalo, para que confeccionaran los uniformes para jugar béisbol, de las túnicas lograron los avezados revolucionarios elaborar cinco mil uniformes; el kafiyyeh sirvió como almuadin para sentarse debajo de los cujíes y las burkas para que los árbitros se ampararan del rumiante sol de la isla.
Por último le arengue como estocada las mías que, me las dispararon los veteranos viejos; en ellas no había riquezas, ni palacios venidos de millares y pico de noches; pero si había escenas que se prodigaron en el barrio; donde trotaban las imágenes del eterno ahorcado, nunca bajado de su pedestal, porque sería perder su posición de ahorcado inmortal; los genios eran personajes extraídos del barrio; unos buenotes otros miserables y grotescos, pero todos con el encanto del ensueño, de la pobreza revelada en las vestimentas, en las alpargatas con suelas de cauchos cansados, en la humanidad de esa almas colmadas de sufrimientos, de extasíes; cementerios que son hoy, sin encantamientos por forjarse; en ese hacer que, aun hoy en día lo buscamos.

El tema es que, la noche cuando logre penetrarle el florete en la medula al ingeniero, haciéndomela de torero; me contó lloroso y abatido, que había sido rescatado por la compañía de electricidad de Canadá de los garfios de los bandoleros revolucionarios cubanos, mediante el pago de un rescate, a la mejor manera del hamponató periclitanté tasajero y trasladado a Venezuela con todos los encantos del odio, la envidia, el engaño, las sapeadas (denuncias infundadas o no) el crimen, el narcotráfico y las represiones  -Sé Nefesto, que usted me ha vacilado, lo he disfrutado; cada noche que hemos pasado platicando, durante estos siete meses, han sido maravillosas, de lo menos que hemos hablado es de seguro y es como debe de ser; porque la venta, Don Nefesto, me espeto un bello y respetuoso Don; cuando es aceptado el vendedor, más de una vez, tiene todas la probabilidades de coronarse, lo esencial es saber si el vendedor es una persona honesta y si uno puede confiar en él; el tomador de un seguro de vida lo hace por razones específicas y particulares. A buena felpa me aplico, y sin anestesia.

Vamos adonde quiero llegar; feliz me apreciaba, con el vigor que otorga la labor cumplida; abstractamente y en una de legada, seguro de no creer en nadie, me dedico a agenciar, mentalmente, el monto total de las comisiones por cobrar; sin darme cuenta el auto guiado por lémures, hace aterrizaje forzoso en la Casa Paco; él, para descansar sus sed y fatigas secas de calentamiento motoral, y yo para olfatear y saborear unas cervezas; en esos momentos que me eran atípicos, y que de exiguo a profusos, fui haciéndolos para hacerlos necesidad de escape a la rutina de la vida, para forjarlos como propios y muy repetibles; a diferencia del conjunto de parroquianos tengo la costumbre  de llegar saludando a los amigos, los conocidos y todos los presentes en la barra, sin distinguíos de colores políticos, esta solemnidad la cumplo embuchando la primera cerveza; luego me dejo guiar por el silencio, y los delirios comienzan a zanganear haciéndome su ganancia, tanto, que me sonrió; esos momentos siempre me han ayudado en los aspectos personales y económicos, pero también a detener cualquier deseo catastrófico; la sonrisa se hizo risa.

Había un producto químico de la empresa National Chempser con la cual trabajaba, como ya lo he dicho, para garantizarme los gastos básicos; que se utilizaba para desprender, deshacer, descuajar, desbaratar, cualquier cosa que se imaginara el cliente y la mente humana; solo era vendido en barriles de doscientos ocho litros; venia súper concentrado, su costo era de trece mil bolívares, en aquel tiempo unos tres mil dólares; al cliente se le debía explicar: El producto se puede diluir un litro combinándolo con veinte litros de agua; obteniéndose cuatro mil ciento sesenta litros, por cada pipote de doscientos ocho litros- me decía y le decía: ¡Corazón de Jesús! que grosería tan inaudita y pervertidora, en opulencia de los devastadores del medio ambiente ¡Cambiamos de Conducta o Cambiamos de Planeta!

Los armadores, propietarios, tenedores de embarcaciones, siempre han tenido que luchar contra la aprensión de los caracolitos a los cascos de las naves, ese problema lo llegué a conocer porque en una oportunidad almorzando con el gerente de mantenimiento de la Creole, mamándome el gallo, que lo hacía con seguides, hasta quedar atiborrado, sobre todo afincándose en mi encubrimiento corporal con enfluxamiento y corbata, me dijo –¡Maquina, urdí, Nefesto! dígame si vos lográis un producto químico, que na más echado reviente a los caracolitos, rompéis el saco y te hacéis rico, como el fiscal de transito con el guajirito del cuento, que lo paro un fiscal de transito porque se tragó un semáforo en rojo, y le dijo –ciudadano tiene cien bolívares de multa por violar el semáforo- a lo que contesto el guajirito, desenfundándole una sortija con la mano –virga chico- le dijo, -tiene doscientos más, por la sortija y la grosería- comenzó desaforadamente el guajirito a hacerle sortijas al fiscal y le dijo –hacete rique, rique, puñetero. Nefesto, imaginaté no más, que a cada tanquero petrolero le quitan unas quince toneladas de caracolitos cada vez que lo suben a dique; la resistencia al avance causada por la acumulación en solo seis meses, puede obligar a un barco a gastar un cuarenta por ciento más de combustible para mantener su velocidad normal de crucero. Fijaté Nefesto, es tan arrecho este problema que, los fenicios probaron con la resina, y nada que ver; los  griegos con el alquitrán y la cera, naiboa, hasta que decidieron recubrir los cascos de las naves de madera con cobre y les dio resultado; pero ese método no funciona con los barcos de acero, por la violenta corrosión en el acero, al producirse la electrolisis y los enormes costos del cobre. Terminamos de almorzar.
 A partir de ese momento, a los caracolitos, los veía en todas partes, despierto, dormido, ebrio, en la sopa, en la luna, el sol, en el retrete. Una noche ya harto de tantos caracolitos y en deseo de dormir a pierna suelta, se me ocurrió tomarme cuatro pastillas de Sedival, cien por ciento Valeriana, reforzada con químicos: “No se le ocurra tomarse más de dos” decían las instrucciones; pasa la primera hora, nada, la segunda, los ojos parecían chochos de perras en celo acosada y desmadejada por una torrente de perros hambrientos de sexo; me arrecho, me largo dos patillas de Lezotamil: Me vi parte de una nube de larvas, nadábamos libremente, pronto deje de hacerlo, arrastrándome, buscando un lugar donde residir; en corto tiempo se desprendió de dos antenitas fijadas en mi cuerpo de caracolito, un líquido parduzco el cual me arrastro, a pesar de un no rotundo que trataba de desligar de mi silenciada voz, y de una mirada de ira saliente como un rayo del centro de mi cuerpo enrollado en aspirar recontracentrada en mi ojo cósmico, el parduzco ungüento, sin darse por entendido de mi enfado, se afinco sin vehemencia y colmó de esa pega loca, dirigiendo la operación de incrustación; e incrustó en el casco de un barco fondeado en el malecón, después de asentarme y cólmame de resina, sin que hubiese posibilidad de dar marcha atrás, y yo calmo de mis angustias, me  volví sobre mi lomo y quede adherido en esa posición; prontamente me aplane formando una especie de burbuja, y a presumidas verdades que no tardaron en hacerse realidades, me encerré en un escafandra de nácar,  tomando la figura de un volcán en miniatura, sellándome concluyente con  cuatro laminas lacradas con alucinaciones que hacían las veces de un ataúd.

Desperté, pero los seguía viendo en olas, vientos; en ruidos ensordecedores como los de un tifón embravecido e indetenibles y voraces como el fuego; los veía yaciendo con mi hembra, haciéndose mis excrementos; marejadas de caracolitos me miraban con ojos de águila, brillantes, iluminantes, posesivos, irradiando una imperiosa majestad e hiriéndome  el cuerpo. La angustia me indujo a consultar con la bruja Dórela, ella se ató con todos sus sapiencias en procura de encontrar una solución a mi zozobra, nada que ver, Dórela estaba atascada; los caracolitos aumentaban su astucia, sacaban un pequeño arpón de su traje de concha e inyectaban un poderosísimo veneno que me hacía delirar con olores nauseabundos, quedándose cautivos sin discurrir; se dilataban y deleitaban los caracolitos en mi mente y me apresaba la consternación pavorosa de no poder determinar de dónde provenían esos olores zumbantés que, se hacían pulsaciones que pulsaban por reventarme el cerebro. Poco a poco fueron disminuyéndose en número los caracolitos, esto me indujo a pensar que se marcharían, pero poco duro mi naciente alegría, al voltearme para tomarme un trago de una botella de Cocuy de Penca que había parcelado encima de la mesa de noche, observe con preocupación que se iban acumulando al otro lado de mi cama hasta hacerse uno Sólo, un Enorme y Único Caracol, devorándome los pensamientos ante de nacer y apiñándose sin vergüenza alguna en la botella de aguardiente luchaban tenazmente por consumírsela. El Caracol único enojado me veía, y con una voz estentórea, pero sin lugar a dudas de borracho, me dijo: siempre estáis sumido en los vapores etílicos, viajante permanente sois de la inconsciencia; y sin dejarme incorporarme de la cama aferró sus tenazas a mi cuello, elevó por los cielos y ya estando a una altura considerable me soltó, a pesar de ello y de venir en picada libre sentía que algo se empeñaba en retenerme, millones de caracolitos tendían una pegajosa alfombra; un enorme topetazo que aterrizaba en mi pecho me hizo zarandear, era una enorme rata que se había desprendido de una viga del techo y cómodamente tomaba tierra yo, y ella a mis expensas.  

Un noche donde la insania que, se había apoderado de mi ser, mi mente se hizo libre en un descuido de los caracolitos; vi la posibilidad de conjeturar sin interrupciones, y con mi libre albedrio sin angustias; para evadir al gran Caracol hermafrodita, dispuse irme a caminar a un bosque que bordeaba un lago, tome una de sus callejuelas en ella se enmarcaban dos sombras, una era en forma de caracol, la otra, veía, como luchaba para no perder su forma original, hasta deshacerse en varias sombras que, en corto tiempo se transformaron en figuras reales con vestimentas a la usanzas de los magos de la antigüedad.  –Somos, me dijo, la voz del más viejo, y por su aptitud el jefe de la tropa. La Turba de los Magos Locos, yo soy Pitágoras, él Acsubofes, ese otro Sictus, esté Zenón, aquellos Bocostus, Melotus, Bele, Ephistus, Basem y Morien y los maestros Platón, Lucas, Archimius, Eximiganus y Aristóteles, que están tratando de llegar a locos, sin muchas probabilidades porque es muy difícil que un prestador logre perder los sesos. No vagues y enturbies más tu mente, y continúo. Todo tiene su clave oculta. Sólo está libre el que puede desellar la verdad y las revelaciones. Sabed que la nada engendra la nada y los caracolitos al sumo Caracol, solo hay una manera de acabarlo. Tú eres un buscador, pero cuando un ciego dirige a otro ciego los dos serán víctima del infortunio: Cojee, sin cojear, el químico, combinad, mojad, secad, ennegrece, blanquead, pulverizad, enrojeced, y tendréis el poder para desintegrar a los caracolitos y al gran Caracol-
 Una aureola consurgens, me tomó, alzó, elevó, transporto a un nuevo Universo que había estado vedado a los humanos; era un enorme Caracol que se bateaba el mismo, sostenido por la poción de la pega loca que disparaban sus antenas entre los ramales de un árbol de Almendrón sin aporrearse y balanceándose, como si estuviera en un columpio oceánico. Ése, era el reino de los magos locos;  ofrecieron hospedarme y revelarme como se destraban sus hijos, los caracolitos, porque como a Prometeo, Zeus lo destajaba todos los días, ellos desafueran y torturan al gran Caracol que a la vez es Caracola: Cocinad, me dijeron, siete veces, siete productos químicos que tengas y a cada una de los sietes cocimientos, hacedlo siete semillas y los multiplicas hasta el infinito, es esencial darle una coloración de siete colores hasta la perfección, cuando sean puros, veras una tintura viva, más excelente de lo que pueda concebirse en mente humana, y, no se debe a nada más que, a nosotros, la Turba de los Locos-

Así, en madrugada, comencé la indagación para lograr los sietes colores mágicos y puros, se veían danzantes, flotando para luego aprovisionarse ellos mismos en los envases; ya aturdido, exhausto, apaleado y empotrerado por el sueño y los gases alucinógenos que flotaban enduendados; con belicosa embriagues, atorados en los ronquidos infernales de las fragua, y espantado por las almas de los locos alquimistas, el mejunje químico y sus reacciones terminaron por aturdirme, y sin mucha resistencia caí halagado por una modorra de padre nuestro y señor; al  levantarme y espolear la vidorra química, cuál no sería mi asombro y consternación, al comprobar que me encontraba en una cueva subterránea; la turba de los taumaturgos locos habían extraviado a las sustancias químicas, éstas en fuga se habían refugiado en los retablos de lo inaudito; cobraba el Universo Caracolero su venganza, perforado todo el piso de la habitación, derribado las frágiles paredes; y, y, hijos de su madre, los magos locos se habían marchado con la fórmula, para terminar de agotarme y descojonarme; pero, bueno, bueno, me profrase y arrostre encendido de felicidad;  habían dejado suficiente líquido mágico para someterlo a las pruebas de los ingenieros de la Creole y dejar en reserva cincuenta litros que, me dije, de alguna manera le saco punta al boche. 
¡Incredulidad! Repiten el ensayo con otra nave ¡Eureka! El menjurje químico desbarataba en un santiamén a los caracolitos adheridos a los cascos de los barcos. En el grupo ingenieril, como sucede siempre, hay uno que desea sobresalir -señor Nefesto, me dijo, podría darnos un breve bosquejo sobre las propiedades del producto- Atildado me agarró, sostengo del pretil del barco; sin embargo, reacciono y por pura intuición y poder teologal le aviento un gargajo a su entendimiento –El funcionamiento y aceleración de los químicos, considerando que, en concordancia de los números y sujetos sometidos a tanteos, desdoblan las texturas internas de las sustancias involucradas que, misteriosamente despluman los embarazos multidinarias del arte alquímico y compendiado. ¿Dime, que cosa es que, nunca dejara de ser? porque si juntáis macho con macho y hembra con hembra, no habrá engendrado; solo cuando los machos se juntan con hembra habrá generación y la naturaleza podrá seguir siéndolo y sus arcanos también, todo se reduce en el mundo al agua, luego a combinarla correctamente con sus opuestos que no se rehúyen, sino que, por el contrario se buscan; luego embucharlos en un solo envase, cebarlos y cocer, cocer, por siete veces y siete ciclos, y así obtendrás el esputo de la Luna Negra y con ello el verdugo de los caracolitos-

Concibieron un pedido de nueve pipas de doscientos ocho litros, y me dije sin remordimiento –salgo de la mala, malditos gringos- Tenia pues, el compuesto mágico, pero complementándolo con un poquito de agua, me dije, saco a como dé a lugar, no nueve, sino trece, mi numero infalible. Se recuerdan que estaba en la Casa Paco, cuando la sonrisa se hizo risa, pensaba en el bendito químico y su esplendidez para expandir su efecto de arrancador, destrozón. Coloreaba un negocio, pero en honor a la verdad, nada que ver con los caracolitos, sino con los ganaderos, sus potreros, sus máquinas; con los contratistas petroleros y sus equipos; porque cavilaba, el D-Tarara, que así se llamaba el endemoniado exterminador a lo que osara enfrentársele; especulaba que, siendo una grosería su poder, su coste, y lo más importante el envilecimiento del entorno natural, era menester luchar para que sus efectos se apaciguaran y de paso, en recompensa, amarrar unos billetes. En otras palabras, era loable abocarse a esa obra. Pero debía resolver varios problemitas ¿Cuánta agua era estimable y suficiente? ¿De dónde sacaría los envases con el logotipo de la empresa? ¿Quién y en qué, se harían las entregas? ¿Cómo se facturaría y cobraría los recibos? ¿A nombre de quien se emitirían los cheques? Estás elucubraciones existenciales preñaban la mente para que pariera repuestas concretas.

Siempre he tenido la prudencia anotadora en los negocios, y he cualificado perseverante el relato relatado por Heródoto en sus Nueves libros de la Historia, sobre el modo cómo desenrollaban y concluían los persas sus negocios: se reunían los interesados en forjar la transacción y comenzaban a beber licores, cuando estaban agarrado por la embriagues concluían las condiciones y afianzaban el negocio, al día siguiente se volvían a reunir sobrios y si estaban de acuerdo con lo pactado dentro de su borrachera, finiquitaban el negocio y se volvían a terminar la pea inconclusa del día anterior. Siempre he pensado que los tragos bien administrados abren las compuertas de la sinceridad en los negocios y otras tantas cosas guardas en el closet de la mente, y permiten abárcalos con naturalidad y franqueza, de igual manera nos pueden conducir directamente a Dionisio sin intermediarios y poner una verdadera cagada o a salvarnos de un mal negocio o de una mujer por carecer, en ese bendito momento de voluntad y fuerza física para acometer. Así he procedido durante toda mi vida.
Entre las conclusiones que entrevere esa noche, estaba en estipularme que, el hombre que podían resolver esas interrogantes era el transportista, que fungía también como almacenista y mezclador, por ser el personaje de confianza de los propietarios judíos y conocer al dedillo el negocio.
Invité al Bonifacio, que así citaban al hombre clave, a que nos tomáramos unas cervezas; me manifestó que poco bebía, pero que realmente lo apetecía porque presumía y olía algo bueno en su vida que le brindaría la solvencia, para enmendarse de tanta rutina y fingimiento, este es el hombre, mastiqué. A las seis de la tarde nos fuimos a la Casa Paco; llegamos, cumplí con las formalidades y nos sentamos lo más aislados que pudimos, divagamos sobre terrenos ya andados, en la tercera cerveza viendo que Bonifacio estaba entrando en esa alegría inicial, eufórica de la embriagues naciente, donde nos asentamos en la cúspide de la verborragia ilusoria, encadene su alegría en el tema. 

Bonifacio, le dije, el negocio es sencillo y no desacorrala las normas de la legalidad, eticidad y prácticas comerciales, endosadas moralmente y cumplidas al pie de la letra, por los fenicios, judíos, griegos, romanos y en estas últimas épocas, por los ingleses, rusos, alemanes, chinos y gringos; vamos a vender el producto en los recipientes de cuarenta litros; yo compro el envase de doscientos ocho litros, lo diluimos con diez litros de agua cada litro del químico, obtenemos dos mil ochenta litros, esta cantidad la envasamos en pipotes de cuarenta litros; y lo vendemos a razón de cinco mil doscientos bolívares ¡Eso sí, Bonifacio! con el sermón ético al cliente de que pueden combinar cada litro del químico, con quince de agua; lo cual equivaldría a la manufactura de seiscientos litros, por cada tirada; si logramos vender veinte pipotes, a razón de bolívares cinco mil doscientos, la ganancia a obtener serian de ciento un mil bolívares; luego, Bonifacio, como es lógico, restamos la inversión de trece mil bolívares que es monto del preciado líquido; dejamos el cinco por ciento para resolver el problema de la facturación, quedándonos neto noventa seis mil cincuenta bolívares; que repartimos entre los dos  -entr………Yo, yo, lo había pensado y lo sabía, estos judíos de mierda, pagan sueldos miserables y no dejaron ganar a los pobres alemanes, si Nefestico, aquí estaríamos todos cada uno con su Mercedita Benzita, chuleando, tasando hembras, desperdigados alocadamente en las autopistas- Vendimos veintitrés pipotes; tan jodida era la concentración del producto que se dejó de vender, porque no solo acababa con las garrapatas de los animales; sino que también desasía, disecaba, desaparecía lo que tocaba; el pelero, el cuero, las encías, las ubres, el aliento de los animales, las moscas; eso me produjo pérdidas patrimoniales y la prohibición de entrar a las haciendas ganaderas; todo buen negocio dura poco, por eso es sensato y de sesudo, no trajinarlo más allende de donde se tiene la seguridad que nos lacerara sin remedio; las quejas brotaban como el monte en épocas de lluvias. En lo referente a la Creole no hizo camino, porque La Murga de los Magos Locos, como ya es de su conocimiento, hurtaron la formula y ante la imposibilidad de que aceptaran en un envase de cuarenta litros sin someterlo nuevamente a pruebas el negocio se deshizo como el roció del amanecer; el resto del líquido que me dejaron los duendes desbarato su poder de deshacer.

La esperanza es una estrella naciente con sus resoplos de multicolores gases haciéndose vida; es la belleza del nacimiento pronto a desplegar su entusiasmo. Ya mi vida se había bañado en las fuentes de la perseverancia. Apenas comenzaba
Fin capítulo ocho