jueves, 28 de julio de 2016

Capítulo Ocho


Dilataba con gran reflexión las argumentaciones para salir de la pobreza que, como un parche de caraña y amiga ingénita, me había enrejado desde tiempos inmemoriales; no es que la repudiara, pero es meritorio y admisible, conocer y vivir otros caminos. He sido su amigo inseparable, pero con amistades así solo se va al hueco destajado por las necesidades, por eso he decidido que no perseveremos unido hasta la muerte. Mucho, le dije, sin odios y, quizás con nostalgia: te he soportado y sin negarte que eres diosa de la astucia, la constancia, de la verdadera amistad, de la solidaridad y la modestia, y sin querer decirte que no te amé con virtud; te digo así mismo que me envileces, y aquí te me separo. La pobreza no es delito, lo sabemos, pero no deja de ser una chacra indeseable
 Soy el caballero del potro sin alma, el vengador errante contra las oligarquías dominadoras del mundo, soy Tamacum, el Vengador Errante; discúlpenme tengo una llamada telefónica. Era Cronidas, si el tiempo, mi tío, subyugado, se hace fastidioso, necio, me saca de la enervadora inmortalidad, aja, pero que se le va a hacer; estoy lumpiado (drogado) hasta los tuétanos. Soy, sin dudar, eterno ¿Por qué? Decididamente no admito la muerte y como tal para mí no existe. Bailo, corro, no veo televisión, no tengo teléfono celular, computadora, soy novio de una bacante de Dionisio.

Soy, nómade de la vida
Artesano que no me canso de hacer estrellas nacientes
He sido la araña haciendo incansablemente redes para ser dueño de las estrellas
Una vida que se hizo con sus cargas de ilusiones, fantasías, dioses y demonios
 Con un lenguaje de silencio que sólo vive de sus sombras
Fui ladrón de aromas, de olores depositados en el alma que hacen los recuerdos
Ahora veo llegar los vientos, y las cigarras con las alas humedecidas, solo vienen para anunciarme el triste y total invierno.

Despóseme obtener una labor que sirviera, sin tantos sobresaltos, de capote a los gastos básicos; y, por las noches dedicarme a ofrecer seguros de vida. Absalón un gran amigo, quien fungía de gerente nacional de compras de un ministerio, me consiguió una entrevista con el presidente de una compañía de químicos; germinaba en mí el propósito de domar el vestir con flux y corbata para marcar contraste. Sin muchos requerimientos fui aprobado como vendedor privilegiado; la razón era obvia, la empresa de químicos dependía, en gran parte de su subsistencia, de las compras que les autorizaba Absalón; me concedieron la principal zona para la venta de los químicos; la costa oriental del lago de Maracaibo; floresta de las compañías petroleras extrajeras, y un sin número de contratistas de servicios  petroleros; a todos mis clientes los visitaba disfrazado con traje formal y corbata, lo cual no dejaba de ser motivo para las chanzas o  considerarme algo chiflado; lo que sí puedo afírmales es que, era una novedad y un signo de valentía al soportar rigurosamente el extravagante y severo clima de la zona, voraz consumidor del asfalto de las carreteras al alcanzar sin obstáculos sus cuarenta y seis grados Fahrenheit. 

Una noche, luego de haber vendido dos pólizas de vida a un mismo cliente, al superintendente de la energía eléctrica de Maracaibo; bueno no es permisible que no les narre las ocurrencias vividas en esa venta. La historia de esa mesón no deja de ser jocosa y dramática; chispeante porque la travesía dialogante nos permitió, a ambos, colar momentos muy agradables, desarrollándose o desenrollándose un cumulo de historias qué, sin dejar de ser fantásticas no son menos ciertas. Mi amigo, sin lugar a dudas descendía de humanos que debieron nacer en algún paraíso carente de mala intención y si agarrotados de buena fe; para describirlo no se me ocurre, sino compararlo con una persona que realmente, poseyendo en abundancia riquezas materiales, se esmeraba, sin atinar en una búsqueda que el mismo ignoraba que era o cual sería; era estatura de media hacia abajo, la cabellera, quizás alguna vez existió, pero no quedaban rastros de ella, sus ojitos acuertaledos en sus orbitas traslucían una mirada que sin ser vivaracha deseaba serlo en seguida; con toda la flemática de un lord ingles juguetease, tal como si fuese un gato aristocrático, incapaz de asumir la inequidad de saborearlo; vi en sus pequeñitos ojos de varón domado, por primera vez, su voluntad debilitada; así prestamente, con la ferocidad de un político simulada por la sonrisa, me lance sin premeditaciones ni odios a darle la estocada o a que él me diese una corneada, en consideración de estar en la seguridad de haber conducido con pulcritud y tenacidad, una verdadera guerra durante siete meses con el cliente; dos visitas por semana, donde  me auscultaban el ingeniero y su esposa a mansalva, no solo los conocimientos de seguro sino también mi vida; así, pues, me dije: a finiquitar o abortar definitivamente.

Seria de mal agradecido y embustero, no manifestarles que yo me encabritaba de contento, como un perro san Bernardo cuando lo dejan deambular sin obligaciones, contándosela; le narraba tantos figurines figurados, que él mismo apresado por tantas pisa estrellas, cojeaba deseando chupárselos. Había estudiado y encofrado un laberinto, una fábula sobre mi origen, mis ancestros, de pura crema principal. El cliente siempre tiene la razón y desea decir y oír sus antojos por frescos e inverosímiles que sean. Así, en noches sin sol y en solaces tertulias debajo de un inmenso árbol de Tamarindo, arrancaba sin desperdicios de palabras axiomáticas y si muchas cobas y antojadizas ocurrencias de infranqueables cultivos para las risas, guiado y secundado por un compendio mental que había aguazado de la revista Hola, Corín Tellado y el mensuario Selecciones, grandes forzadores de los eruditos de salones de esa época, empalagados con la radio novela Tamacum el Vengador Errante de los Pobres; rodé sin obstáculos mi propia prosapia solariega: mi apellido es de linaje entroncado, le dije, y arranque sin posibilidad de freno, tan igual a  cualesquiera que se colocan con los billetes verdes en la paradisiaca Costa del Sol; se compone el primer León, le conté más serio que Voltaire narrando la Doncella De Orleans, como descendía mi patronímico de las legías del emperador Trajano, que tuvo su umbral en las montañas de León, rayado después con el rey Alfonso lX, designación que se residencio en muchas ciudades españolas, nombre procedente del latín legione, por haber sido la ciudad de León el acantonamiento de la legión Séptima Genuina desde el año setenta y cuatro ante de Cristo; así seguí tirando como si fuese el mismo Casanova contando su vida: existe, continué, en esta tierra prisionera del sol y el calor, un acaudalo empresario de tronco, ramas y hojas noble, que solo dispara flores de postín nobilísimas, mi pariente Es, por las florescencias misteriosas del destino; llegado, a ella por las enredaderas de la vida y por los insoslayables abre camino de los billetes verdes a conde De León, descendiente directo de la realeza Lusa y Catalana; tan iguales somos de sangre como que es verdad observable que, tanto chupa la garrapata como el recién nacido; era mi pariente pana indisoluble de la vida mundana, astrólogo de las putas y su insondable estrellas y alquimista en busca de la vagina eterna, incuestionablemente transformable e inarrugable y sin posibilidades de hacerse vejeta, para convertirla en oro, y como tal muy referenciado por la revista Hola, tal como puede refrescarse con estas imágenes hurtadas por los paparazi, en su finca de los ennegrecidos Miuras, regalos que recibió de Don Miura y del propio duque de Veragua, que a su vez lo recibió del torero Lagartija, el gran Califa del toreo, hacedor de batallas feroces con los miuras y la nunca olvidada que, la tuvo con el feroz y no menos noble Murciélago; batalla fiera que termino con aclamaciones para los dos, siendo Murciélago entregado para dedicarlo a semental; de ahí, que, al sacar la Lamborghini el modelo Murciélago, en homenaje al toro, el señor Lamborghini, gran aficionado a los toros y amigo predilecto y principal de mi pariente, le envió el primer vehículo fabricado de esa serie; el caso, mi dilecto ingeniero, es que mi pariente era muy apreciado por su finura intelectual, su bondad, pero más que todo por las ostentosas fiestas con las cuales agasaja y encaja a su parentela y amigos. A cada velada, cada vez más velado quedaba el ingeniero con mis espantos y ansioso por introducirse en el círculo noble y los ágapes de mis supuestos familiares; comenzó disimuladamente, como el que no quiere queriendo, para que le presentara a mi pariente noble; así estuve toreándolo hasta el día que la Patrona Ciega envió a la templada Atropo, que nada de Medusa, ni agua mala, tiene en estos contornos, y con su tijera corto la vida de mi imaginario pariente, salvándolo de la tempestad que se le avecinaba; el boche sin la bola quedó, pero si delegó una escarmentosa y encarnada deuda, que a más de uno dejó en deslastré ruinoso. Las noches que pasaba de un extremo a otro le inyectaba el jarabe que más le apetecía; el ingeniero disfrutaba y le encantaban las anécdotas que yo las zurcía con hechos históricos; la del emperador de Haití Jean Jacques Dessalines, Jacques I; se lo emparentaba y   gamuseaba con el Intergaláctico de Barinas, único musulmán del barrio de las Arañas, con promesa formal de los Sunnitas y Chiitas de hacerlo ayatola; empeñados en trasladar su furia dogmática y guerra inacabable a estos predios; los clanes le enviaron, cada uno, un contenedor con los trajes que deberían usar las personas captadas; el Intergaláctico ya cansado de ofrecer las vestimentas a sus seguidores que solo le duraban mientras se echaban palos, se fue a su isla de la felicidad y se los regalo, para que confeccionaran los uniformes para jugar béisbol, de las túnicas lograron los avezados revolucionarios elaborar cinco mil uniformes; el kafiyyeh sirvió como almuadin para sentarse debajo de los cujíes y las burkas para que los árbitros se ampararan del rumiante sol de la isla.
Por último le arengue como estocada las mías que, me las dispararon los veteranos viejos; en ellas no había riquezas, ni palacios venidos de millares y pico de noches; pero si había escenas que se prodigaron en el barrio; donde trotaban las imágenes del eterno ahorcado, nunca bajado de su pedestal, porque sería perder su posición de ahorcado inmortal; los genios eran personajes extraídos del barrio; unos buenotes otros miserables y grotescos, pero todos con el encanto del ensueño, de la pobreza revelada en las vestimentas, en las alpargatas con suelas de cauchos cansados, en la humanidad de esa almas colmadas de sufrimientos, de extasíes; cementerios que son hoy, sin encantamientos por forjarse; en ese hacer que, aun hoy en día lo buscamos.

El tema es que, la noche cuando logre penetrarle el florete en la medula al ingeniero, haciéndomela de torero; me contó lloroso y abatido, que había sido rescatado por la compañía de electricidad de Canadá de los garfios de los bandoleros revolucionarios cubanos, mediante el pago de un rescate, a la mejor manera del hamponató periclitanté tasajero y trasladado a Venezuela con todos los encantos del odio, la envidia, el engaño, las sapeadas (denuncias infundadas o no) el crimen, el narcotráfico y las represiones  -Sé Nefesto, que usted me ha vacilado, lo he disfrutado; cada noche que hemos pasado platicando, durante estos siete meses, han sido maravillosas, de lo menos que hemos hablado es de seguro y es como debe de ser; porque la venta, Don Nefesto, me espeto un bello y respetuoso Don; cuando es aceptado el vendedor, más de una vez, tiene todas la probabilidades de coronarse, lo esencial es saber si el vendedor es una persona honesta y si uno puede confiar en él; el tomador de un seguro de vida lo hace por razones específicas y particulares. A buena felpa me aplico, y sin anestesia.

Vamos adonde quiero llegar; feliz me apreciaba, con el vigor que otorga la labor cumplida; abstractamente y en una de legada, seguro de no creer en nadie, me dedico a agenciar, mentalmente, el monto total de las comisiones por cobrar; sin darme cuenta el auto guiado por lémures, hace aterrizaje forzoso en la Casa Paco; él, para descansar sus sed y fatigas secas de calentamiento motoral, y yo para olfatear y saborear unas cervezas; en esos momentos que me eran atípicos, y que de exiguo a profusos, fui haciéndolos para hacerlos necesidad de escape a la rutina de la vida, para forjarlos como propios y muy repetibles; a diferencia del conjunto de parroquianos tengo la costumbre  de llegar saludando a los amigos, los conocidos y todos los presentes en la barra, sin distinguíos de colores políticos, esta solemnidad la cumplo embuchando la primera cerveza; luego me dejo guiar por el silencio, y los delirios comienzan a zanganear haciéndome su ganancia, tanto, que me sonrió; esos momentos siempre me han ayudado en los aspectos personales y económicos, pero también a detener cualquier deseo catastrófico; la sonrisa se hizo risa.

Había un producto químico de la empresa National Chempser con la cual trabajaba, como ya lo he dicho, para garantizarme los gastos básicos; que se utilizaba para desprender, deshacer, descuajar, desbaratar, cualquier cosa que se imaginara el cliente y la mente humana; solo era vendido en barriles de doscientos ocho litros; venia súper concentrado, su costo era de trece mil bolívares, en aquel tiempo unos tres mil dólares; al cliente se le debía explicar: El producto se puede diluir un litro combinándolo con veinte litros de agua; obteniéndose cuatro mil ciento sesenta litros, por cada pipote de doscientos ocho litros- me decía y le decía: ¡Corazón de Jesús! que grosería tan inaudita y pervertidora, en opulencia de los devastadores del medio ambiente ¡Cambiamos de Conducta o Cambiamos de Planeta!

Los armadores, propietarios, tenedores de embarcaciones, siempre han tenido que luchar contra la aprensión de los caracolitos a los cascos de las naves, ese problema lo llegué a conocer porque en una oportunidad almorzando con el gerente de mantenimiento de la Creole, mamándome el gallo, que lo hacía con seguides, hasta quedar atiborrado, sobre todo afincándose en mi encubrimiento corporal con enfluxamiento y corbata, me dijo –¡Maquina, urdí, Nefesto! dígame si vos lográis un producto químico, que na más echado reviente a los caracolitos, rompéis el saco y te hacéis rico, como el fiscal de transito con el guajirito del cuento, que lo paro un fiscal de transito porque se tragó un semáforo en rojo, y le dijo –ciudadano tiene cien bolívares de multa por violar el semáforo- a lo que contesto el guajirito, desenfundándole una sortija con la mano –virga chico- le dijo, -tiene doscientos más, por la sortija y la grosería- comenzó desaforadamente el guajirito a hacerle sortijas al fiscal y le dijo –hacete rique, rique, puñetero. Nefesto, imaginaté no más, que a cada tanquero petrolero le quitan unas quince toneladas de caracolitos cada vez que lo suben a dique; la resistencia al avance causada por la acumulación en solo seis meses, puede obligar a un barco a gastar un cuarenta por ciento más de combustible para mantener su velocidad normal de crucero. Fijaté Nefesto, es tan arrecho este problema que, los fenicios probaron con la resina, y nada que ver; los  griegos con el alquitrán y la cera, naiboa, hasta que decidieron recubrir los cascos de las naves de madera con cobre y les dio resultado; pero ese método no funciona con los barcos de acero, por la violenta corrosión en el acero, al producirse la electrolisis y los enormes costos del cobre. Terminamos de almorzar.
 A partir de ese momento, a los caracolitos, los veía en todas partes, despierto, dormido, ebrio, en la sopa, en la luna, el sol, en el retrete. Una noche ya harto de tantos caracolitos y en deseo de dormir a pierna suelta, se me ocurrió tomarme cuatro pastillas de Sedival, cien por ciento Valeriana, reforzada con químicos: “No se le ocurra tomarse más de dos” decían las instrucciones; pasa la primera hora, nada, la segunda, los ojos parecían chochos de perras en celo acosada y desmadejada por una torrente de perros hambrientos de sexo; me arrecho, me largo dos patillas de Lezotamil: Me vi parte de una nube de larvas, nadábamos libremente, pronto deje de hacerlo, arrastrándome, buscando un lugar donde residir; en corto tiempo se desprendió de dos antenitas fijadas en mi cuerpo de caracolito, un líquido parduzco el cual me arrastro, a pesar de un no rotundo que trataba de desligar de mi silenciada voz, y de una mirada de ira saliente como un rayo del centro de mi cuerpo enrollado en aspirar recontracentrada en mi ojo cósmico, el parduzco ungüento, sin darse por entendido de mi enfado, se afinco sin vehemencia y colmó de esa pega loca, dirigiendo la operación de incrustación; e incrustó en el casco de un barco fondeado en el malecón, después de asentarme y cólmame de resina, sin que hubiese posibilidad de dar marcha atrás, y yo calmo de mis angustias, me  volví sobre mi lomo y quede adherido en esa posición; prontamente me aplane formando una especie de burbuja, y a presumidas verdades que no tardaron en hacerse realidades, me encerré en un escafandra de nácar,  tomando la figura de un volcán en miniatura, sellándome concluyente con  cuatro laminas lacradas con alucinaciones que hacían las veces de un ataúd.

Desperté, pero los seguía viendo en olas, vientos; en ruidos ensordecedores como los de un tifón embravecido e indetenibles y voraces como el fuego; los veía yaciendo con mi hembra, haciéndose mis excrementos; marejadas de caracolitos me miraban con ojos de águila, brillantes, iluminantes, posesivos, irradiando una imperiosa majestad e hiriéndome  el cuerpo. La angustia me indujo a consultar con la bruja Dórela, ella se ató con todos sus sapiencias en procura de encontrar una solución a mi zozobra, nada que ver, Dórela estaba atascada; los caracolitos aumentaban su astucia, sacaban un pequeño arpón de su traje de concha e inyectaban un poderosísimo veneno que me hacía delirar con olores nauseabundos, quedándose cautivos sin discurrir; se dilataban y deleitaban los caracolitos en mi mente y me apresaba la consternación pavorosa de no poder determinar de dónde provenían esos olores zumbantés que, se hacían pulsaciones que pulsaban por reventarme el cerebro. Poco a poco fueron disminuyéndose en número los caracolitos, esto me indujo a pensar que se marcharían, pero poco duro mi naciente alegría, al voltearme para tomarme un trago de una botella de Cocuy de Penca que había parcelado encima de la mesa de noche, observe con preocupación que se iban acumulando al otro lado de mi cama hasta hacerse uno Sólo, un Enorme y Único Caracol, devorándome los pensamientos ante de nacer y apiñándose sin vergüenza alguna en la botella de aguardiente luchaban tenazmente por consumírsela. El Caracol único enojado me veía, y con una voz estentórea, pero sin lugar a dudas de borracho, me dijo: siempre estáis sumido en los vapores etílicos, viajante permanente sois de la inconsciencia; y sin dejarme incorporarme de la cama aferró sus tenazas a mi cuello, elevó por los cielos y ya estando a una altura considerable me soltó, a pesar de ello y de venir en picada libre sentía que algo se empeñaba en retenerme, millones de caracolitos tendían una pegajosa alfombra; un enorme topetazo que aterrizaba en mi pecho me hizo zarandear, era una enorme rata que se había desprendido de una viga del techo y cómodamente tomaba tierra yo, y ella a mis expensas.  

Un noche donde la insania que, se había apoderado de mi ser, mi mente se hizo libre en un descuido de los caracolitos; vi la posibilidad de conjeturar sin interrupciones, y con mi libre albedrio sin angustias; para evadir al gran Caracol hermafrodita, dispuse irme a caminar a un bosque que bordeaba un lago, tome una de sus callejuelas en ella se enmarcaban dos sombras, una era en forma de caracol, la otra, veía, como luchaba para no perder su forma original, hasta deshacerse en varias sombras que, en corto tiempo se transformaron en figuras reales con vestimentas a la usanzas de los magos de la antigüedad.  –Somos, me dijo, la voz del más viejo, y por su aptitud el jefe de la tropa. La Turba de los Magos Locos, yo soy Pitágoras, él Acsubofes, ese otro Sictus, esté Zenón, aquellos Bocostus, Melotus, Bele, Ephistus, Basem y Morien y los maestros Platón, Lucas, Archimius, Eximiganus y Aristóteles, que están tratando de llegar a locos, sin muchas probabilidades porque es muy difícil que un prestador logre perder los sesos. No vagues y enturbies más tu mente, y continúo. Todo tiene su clave oculta. Sólo está libre el que puede desellar la verdad y las revelaciones. Sabed que la nada engendra la nada y los caracolitos al sumo Caracol, solo hay una manera de acabarlo. Tú eres un buscador, pero cuando un ciego dirige a otro ciego los dos serán víctima del infortunio: Cojee, sin cojear, el químico, combinad, mojad, secad, ennegrece, blanquead, pulverizad, enrojeced, y tendréis el poder para desintegrar a los caracolitos y al gran Caracol-
 Una aureola consurgens, me tomó, alzó, elevó, transporto a un nuevo Universo que había estado vedado a los humanos; era un enorme Caracol que se bateaba el mismo, sostenido por la poción de la pega loca que disparaban sus antenas entre los ramales de un árbol de Almendrón sin aporrearse y balanceándose, como si estuviera en un columpio oceánico. Ése, era el reino de los magos locos;  ofrecieron hospedarme y revelarme como se destraban sus hijos, los caracolitos, porque como a Prometeo, Zeus lo destajaba todos los días, ellos desafueran y torturan al gran Caracol que a la vez es Caracola: Cocinad, me dijeron, siete veces, siete productos químicos que tengas y a cada una de los sietes cocimientos, hacedlo siete semillas y los multiplicas hasta el infinito, es esencial darle una coloración de siete colores hasta la perfección, cuando sean puros, veras una tintura viva, más excelente de lo que pueda concebirse en mente humana, y, no se debe a nada más que, a nosotros, la Turba de los Locos-

Así, en madrugada, comencé la indagación para lograr los sietes colores mágicos y puros, se veían danzantes, flotando para luego aprovisionarse ellos mismos en los envases; ya aturdido, exhausto, apaleado y empotrerado por el sueño y los gases alucinógenos que flotaban enduendados; con belicosa embriagues, atorados en los ronquidos infernales de las fragua, y espantado por las almas de los locos alquimistas, el mejunje químico y sus reacciones terminaron por aturdirme, y sin mucha resistencia caí halagado por una modorra de padre nuestro y señor; al  levantarme y espolear la vidorra química, cuál no sería mi asombro y consternación, al comprobar que me encontraba en una cueva subterránea; la turba de los taumaturgos locos habían extraviado a las sustancias químicas, éstas en fuga se habían refugiado en los retablos de lo inaudito; cobraba el Universo Caracolero su venganza, perforado todo el piso de la habitación, derribado las frágiles paredes; y, y, hijos de su madre, los magos locos se habían marchado con la fórmula, para terminar de agotarme y descojonarme; pero, bueno, bueno, me profrase y arrostre encendido de felicidad;  habían dejado suficiente líquido mágico para someterlo a las pruebas de los ingenieros de la Creole y dejar en reserva cincuenta litros que, me dije, de alguna manera le saco punta al boche. 
¡Incredulidad! Repiten el ensayo con otra nave ¡Eureka! El menjurje químico desbarataba en un santiamén a los caracolitos adheridos a los cascos de los barcos. En el grupo ingenieril, como sucede siempre, hay uno que desea sobresalir -señor Nefesto, me dijo, podría darnos un breve bosquejo sobre las propiedades del producto- Atildado me agarró, sostengo del pretil del barco; sin embargo, reacciono y por pura intuición y poder teologal le aviento un gargajo a su entendimiento –El funcionamiento y aceleración de los químicos, considerando que, en concordancia de los números y sujetos sometidos a tanteos, desdoblan las texturas internas de las sustancias involucradas que, misteriosamente despluman los embarazos multidinarias del arte alquímico y compendiado. ¿Dime, que cosa es que, nunca dejara de ser? porque si juntáis macho con macho y hembra con hembra, no habrá engendrado; solo cuando los machos se juntan con hembra habrá generación y la naturaleza podrá seguir siéndolo y sus arcanos también, todo se reduce en el mundo al agua, luego a combinarla correctamente con sus opuestos que no se rehúyen, sino que, por el contrario se buscan; luego embucharlos en un solo envase, cebarlos y cocer, cocer, por siete veces y siete ciclos, y así obtendrás el esputo de la Luna Negra y con ello el verdugo de los caracolitos-

Concibieron un pedido de nueve pipas de doscientos ocho litros, y me dije sin remordimiento –salgo de la mala, malditos gringos- Tenia pues, el compuesto mágico, pero complementándolo con un poquito de agua, me dije, saco a como dé a lugar, no nueve, sino trece, mi numero infalible. Se recuerdan que estaba en la Casa Paco, cuando la sonrisa se hizo risa, pensaba en el bendito químico y su esplendidez para expandir su efecto de arrancador, destrozón. Coloreaba un negocio, pero en honor a la verdad, nada que ver con los caracolitos, sino con los ganaderos, sus potreros, sus máquinas; con los contratistas petroleros y sus equipos; porque cavilaba, el D-Tarara, que así se llamaba el endemoniado exterminador a lo que osara enfrentársele; especulaba que, siendo una grosería su poder, su coste, y lo más importante el envilecimiento del entorno natural, era menester luchar para que sus efectos se apaciguaran y de paso, en recompensa, amarrar unos billetes. En otras palabras, era loable abocarse a esa obra. Pero debía resolver varios problemitas ¿Cuánta agua era estimable y suficiente? ¿De dónde sacaría los envases con el logotipo de la empresa? ¿Quién y en qué, se harían las entregas? ¿Cómo se facturaría y cobraría los recibos? ¿A nombre de quien se emitirían los cheques? Estás elucubraciones existenciales preñaban la mente para que pariera repuestas concretas.

Siempre he tenido la prudencia anotadora en los negocios, y he cualificado perseverante el relato relatado por Heródoto en sus Nueves libros de la Historia, sobre el modo cómo desenrollaban y concluían los persas sus negocios: se reunían los interesados en forjar la transacción y comenzaban a beber licores, cuando estaban agarrado por la embriagues concluían las condiciones y afianzaban el negocio, al día siguiente se volvían a reunir sobrios y si estaban de acuerdo con lo pactado dentro de su borrachera, finiquitaban el negocio y se volvían a terminar la pea inconclusa del día anterior. Siempre he pensado que los tragos bien administrados abren las compuertas de la sinceridad en los negocios y otras tantas cosas guardas en el closet de la mente, y permiten abárcalos con naturalidad y franqueza, de igual manera nos pueden conducir directamente a Dionisio sin intermediarios y poner una verdadera cagada o a salvarnos de un mal negocio o de una mujer por carecer, en ese bendito momento de voluntad y fuerza física para acometer. Así he procedido durante toda mi vida.
Entre las conclusiones que entrevere esa noche, estaba en estipularme que, el hombre que podían resolver esas interrogantes era el transportista, que fungía también como almacenista y mezclador, por ser el personaje de confianza de los propietarios judíos y conocer al dedillo el negocio.
Invité al Bonifacio, que así citaban al hombre clave, a que nos tomáramos unas cervezas; me manifestó que poco bebía, pero que realmente lo apetecía porque presumía y olía algo bueno en su vida que le brindaría la solvencia, para enmendarse de tanta rutina y fingimiento, este es el hombre, mastiqué. A las seis de la tarde nos fuimos a la Casa Paco; llegamos, cumplí con las formalidades y nos sentamos lo más aislados que pudimos, divagamos sobre terrenos ya andados, en la tercera cerveza viendo que Bonifacio estaba entrando en esa alegría inicial, eufórica de la embriagues naciente, donde nos asentamos en la cúspide de la verborragia ilusoria, encadene su alegría en el tema. 

Bonifacio, le dije, el negocio es sencillo y no desacorrala las normas de la legalidad, eticidad y prácticas comerciales, endosadas moralmente y cumplidas al pie de la letra, por los fenicios, judíos, griegos, romanos y en estas últimas épocas, por los ingleses, rusos, alemanes, chinos y gringos; vamos a vender el producto en los recipientes de cuarenta litros; yo compro el envase de doscientos ocho litros, lo diluimos con diez litros de agua cada litro del químico, obtenemos dos mil ochenta litros, esta cantidad la envasamos en pipotes de cuarenta litros; y lo vendemos a razón de cinco mil doscientos bolívares ¡Eso sí, Bonifacio! con el sermón ético al cliente de que pueden combinar cada litro del químico, con quince de agua; lo cual equivaldría a la manufactura de seiscientos litros, por cada tirada; si logramos vender veinte pipotes, a razón de bolívares cinco mil doscientos, la ganancia a obtener serian de ciento un mil bolívares; luego, Bonifacio, como es lógico, restamos la inversión de trece mil bolívares que es monto del preciado líquido; dejamos el cinco por ciento para resolver el problema de la facturación, quedándonos neto noventa seis mil cincuenta bolívares; que repartimos entre los dos  -entr………Yo, yo, lo había pensado y lo sabía, estos judíos de mierda, pagan sueldos miserables y no dejaron ganar a los pobres alemanes, si Nefestico, aquí estaríamos todos cada uno con su Mercedita Benzita, chuleando, tasando hembras, desperdigados alocadamente en las autopistas- Vendimos veintitrés pipotes; tan jodida era la concentración del producto que se dejó de vender, porque no solo acababa con las garrapatas de los animales; sino que también desasía, disecaba, desaparecía lo que tocaba; el pelero, el cuero, las encías, las ubres, el aliento de los animales, las moscas; eso me produjo pérdidas patrimoniales y la prohibición de entrar a las haciendas ganaderas; todo buen negocio dura poco, por eso es sensato y de sesudo, no trajinarlo más allende de donde se tiene la seguridad que nos lacerara sin remedio; las quejas brotaban como el monte en épocas de lluvias. En lo referente a la Creole no hizo camino, porque La Murga de los Magos Locos, como ya es de su conocimiento, hurtaron la formula y ante la imposibilidad de que aceptaran en un envase de cuarenta litros sin someterlo nuevamente a pruebas el negocio se deshizo como el roció del amanecer; el resto del líquido que me dejaron los duendes desbarato su poder de deshacer.

La esperanza es una estrella naciente con sus resoplos de multicolores gases haciéndose vida; es la belleza del nacimiento pronto a desplegar su entusiasmo. Ya mi vida se había bañado en las fuentes de la perseverancia. Apenas comenzaba
Fin capítulo ocho