¿Qué sería de esta vida, si es que puede considerarse como tal, si la
viviésemos sin placeres, deseos y locuras? La existencia es celestial cuando no
se reflexiona, y es ciertamente la adolescencia quien nos ofrece esa única
oportunidad en la vida; la infancia y la vejez, están igualmente acicaladas por
ella, pero en la primera es una distracción y alegría angelical, en la vejez es
decrepitud, deseos obscenos, temeridades amorosas, engaños y mentiras. En la
juventud es estar sobre la tierra como si no se estuviese, poseer como si no se
poseyera, intentar hacerlo todo sin razonar, es escribir en imágenes las
ilusiones y fantasías, avanzar por
caminos ignorados sin importar si nos extraviamos.
El sinnúmero de mis inequidades, en esa edad, unas veces se me hacen
aureolas, otras regodeos; las impurezas se alzan contra mí; las veo despojarse,
las grandes, las pequeñas, completamente desnudas, con senos y sin ellos, con
enormes nalgas de manzano, huidizas, cobardes, valientes, engañosas,
prepotentes. Existen seres humanos que nacen con fortuna para el amor y en la generalidad
de esos casos, esa prebenda o quizás castigo, al ser administrada sin
escrúpulos, se convierte en una trampa mortal. Tuve palma con las mujeres;
tengo aun la certeza de que esa bondad consentida, es el resultado de la
conjugación de muchos factores generales y particulares: la belleza como algo
relativo y supeditado a la percepción de cada humano; la positividad en los
pensamientos para alcanzar el fin deseado; la energía del alma como fuerza
motriz para alcanzar el engranaje del todo; las mañas para olfatear los deseos
en el momento adecuado y preciso; el ligue empalmado con terquedad en el
actuar, la mirada; los gestos mímicos del rostro y cuerpo; la manera de
expresar las palabras; las atenciones y detalles; y ¡Jaque Mate! un bello ramo
de flores y fluidas sonrisas maliciosas.
El barrio un día amaneció alebrestado, había una nueva vecina; velozmente
fue etiquetada como la Fulanita, asimilándola a la estupenda caricatura del
semanario humorístico el Gallo Pelón, que aparecía en su contraportada, era la fémina
idealizada de la época; piloteando las fantasías eróticas, no solo de los
adolescentes, sino también la de los adultos y vejetes: caderona la hembra,
brotando las sutiles carnaduras de las nalgas, en imaginadas oscilaciones
conturbeniadas por panderetas rebosadas de lujuriante frenesí; muslos remando
en el océano revuelto del pacifico, con emputamiento de tifón, albergando la
flor triangular del Universo Vital, recinto para dar y hacer existencia;
enajenante perímetro conjeturado, donde no logra posesionarse el néctar supremo
y salvaje, solo se hacen imágenes e ilusiones anheladas; carne sonrosada por el
delirio del caricaturista; caritativamente perfecta para los sentidos de esa
época; así no las vendían en el cine y la prensa; era la época insurreccional
de la Tongolele, Sarita Montiel, Iris Sardi, Silvia Pinal, Sara Montiel, María
Antonieta Pons, Marilyn Monrrol, Claudia Cardinal, Gina Lollobrigida, Jayne
Mansfield, Silvana Panpanini, Sofía Loren, figuras que nos invadían los
azuzados sentidos y encabezaban la indagación de la mujer, que no solo vaciara
el alma sino también el grifo sexual; sedición y engendro en el individualísimo
mágico de esa edad; iniciación placentera con las iconografías secuestradas por
breves segundos a la utopía, para hacerlas realidad y adorarlas en soledad.
Carmesí, que así se llamaba la bosquejada como Fulanita; encabrito a
una amiga a la cual conocía desde pequeña, hermana de uno de mis mejores
amigos; de manera permanente y en secreto, sin amarres ni convencionalismos,
nos habíamos jurado amor; pero un amor que solo nos interesaba a los dos; ella
siempre teniendo novios, como si fuera un semáforo en permanente intermitencia,
cambiándolos como si se tratara de sus blúmeres y dejándolos como fantasmas
errantes, en busca de las carnes anheladas ¡Bella era la puñetera! la llamaban Marilyn
Monroe, y en verdad, que no tenía nada que envidiarle, se parecían como dos
gotas de agua antes de desordenase; a la axiomática la extermino la soledad, el
inclemente tiempo que todo lo deshace, la huida de su belleza, la evasión del
sentido de la vida, los aduladores que olfatean las desplomes y se complacen en
disfrutarla; eternidad del escenario en
el que se agotan las ilusiones, viaje sin retorno, anestesiados no atinamos a
conjetural el escape, cuando nos percatamos de la realidad ya solo percibimos
los olores ruines que va arrojando el cuerpo y el alma agraviada
El cuerpo, el de la Marilyn mía, había sido agraciado en la juventud
en demasía y con la misma depresión desgraciada en el ocaso de su adolescencia,
con una catastrófica gordura; poseía esa belleza adobada con altanería, que maceraba
con la ingenuidad de la idiotez, sin desearlo ni quererlo, pero con una consciencia
de saberse buenota y ambicionada; bello, jugoso y codiciado culo, trotantes ficciones
escarlatas; vivo, deseoso, adiestrado en su justa medida, sin sobrantes ni
faltantes. Tenía la endiablada el donaire en el andar, erguido su trotar con el
garbo de una potra andaluza; el desaire de las flores a toda fealdad; la elegancia
y majestad de la pantera de los desiertos; el indiviso poder para juguetear y
destruir a los que se les avecinaran; tuvo
a su fundamentos conspicuos suplicantes, concordaban en precipitosa odisea oleadas
de adolescentes y adultos, con un solo deseo hacerla suya, los más acuciosos de
destajarla para poder dormir en paz; los menos, enloquecidos por el inquieto,
ciego y conspicuo Cupido deambulaba como espectros errantes en los áridos
desiertos; y ella, con esa sonrisa, ensamblada con la belleza y misterio de la
Gioconda, sorprendida, sin estarlo, risueña sin desearlo, mamadora de gallo con
toda la intencionalidad, desesperante con su aptitud de Yo no fui, sabiendo que
lo era, los acoplaba en su concurrida torre de Babel arrasándolos con un lenguaje
cargado de olores desconocidos y bagatelas carnales que solo tenían el
propósito de aumentar las angustias, hasta el momento en el cual se decidían a
proponerle matrimonio; mientras, con esmeros, coqueteaba, bromeaba, enredaba, ironizaba;
hasta que el recreo finalizaba, avecinándosele la realidad, convirtiéndosele en
empalago y los escopetaba; aconteció con médicos, abogados, oficiales del
ejército, aviación, marinos ingenieros, estudiante, negros, mulatos, blancos,
asiáticos, europeos, era muy democrática, y no se permitía descriminación de
ningún tipo; el caso es que, con la llegada de Fulanita, Marilyn se sintió
desplazada, en el sentido, que ya eran dos y eso la martirizaba. Sofía, mi
novia, mi amor, me había clavado en la pared del desbande: en una fiesta
bailando un bolero de Felipe Pírela, titulado el Mal Querido, por supuesto
separados prudencialmente de acuerdo a las normas de los buenos usos y de la
sindéresis del maestro Carreño, cuando el bolerista de América hizo de la
estrofa una tonadilla llorosa evocando su desesperación ante la huida de su
mujer o su hombre, me enceste en su cuerpo, sintiendo ella la desesperación de
mi órgano, y sin que juzgara necesario preámbulo o escardases por reembolsar,
me vio, destrozó mi mejor mirada de galán y enfurecida por la traición, me quito
la soberanía de su inmensidad. Marilyn, al igual que todo el barrio, se enteró y
sin que mediara el debido respeto al duelo y congoja, al sitio secreto me cito
y entre estrujamientos, embrujamientos y cortos e indecisos toques al tubérculo
libertino, que caminaba presto a desbocarse con su brebaje; soltó de un solo
mamonazo al bruto y huraño de mi flaquezas y el poder soberano de su mano -hemos
contuberniado y definido muchas cosas, eternamente me has pedido, como tú le
dices, la felación, que por eso te he creído uno de los pocos doctos del barrio,
atiborrado de palabrotas de sabio que nadie entiende ni lo desean entender;
mórame bien, que siempre lo habéis hecho, y auscultarte con sosegó: te juro,
sin perjurar, y si no muérame, que si levantáis a la entrometida Fulanita y la
sacas de mis predios, de verdad te emboco con mi boca el monofásico falo y fraguo
la demencia con tu badajo en mi campanario.
Fulanita tenía arreglado compromiso para casarse; el joven no era mi
amigo, pero tampoco enemigo, que nunca los he tenido, pero nos avistábamos e
intercambiamos saludos y una que otra palabra; mácula, fue la verdadera
transgresión, traicionaba a un miembro del barrio; lo llamaban el Amansado;
esperando a alguien que lo guiara y en esa espera se iba convirtiendo en un
juguete de su novia, que era la Fulanita. Los hechos cuando han crecido en demasía
se nos van del control, eso lo dice desde hace más de cinco mil años el Libro
de Las Mutaciones; posiblemente lo que privaba en mi era vengarme de Sofía o
tal vez en el inconsciente estafaba el deseo de hacer verdaderamente maldades ruines
y cobardes ¿Qué pienso? Que fui un ejemplar
desalmado; bueno, la cuestión es no morirse que, mañana será otro día, y en
espera de ese día por venir, se nos va casi toda la vida huyéndole a las providencias
y entre aplazamientos y ocultamientos a nosotros mismos y a los demás, llegamos
a viejo sin haber hecho nada; y zas, zas, que hemos pasado sin tener pasado.
Me hice novio formal de Fulanita, y entre odios y brujerías de su
parentela e intentos de daños envenatorios y mortuorios, sobreviví a un noviazgo tormentoso y
borrascoso de cuatro meses, pero cumplí con rigor las normas del breve
noviazgo; el día que contraje matrimonio, no solo fue un desastre, sino que aún
hoy en día me resulta increíble lo acontecido. Estaba al tanto que Sofía
asistiría a una fiesta que, daban en casa de una de sus amigas, con quien había
tenido un romance de un día; ya de por sí, me resultaba complicado y enojoso
asistir a la recepción, intuía que la entrada me seria negada al brote, pero
estaba seguro de poder superar ese indecoroso recibimiento y cualquier otro estorbo
que exhibieran, confiaba en mi poder de inspiración; de lo que si estaba seguro
era de que, de esa zona no me estamparían. Debía pues, cumplir con la palabra
empeñada a Fulanita y de ahí, en más allá, me suponía redimido de cualquier adeudo
con Carmesí. En mi mente se mecían con importunaciones perversas las disimilitudes
que pudieran proceder de esa noche, que sin darme cuenta, ni por sospechas, fue
la más importante para definir la veleta huracanada de mi vida.
El padre de Fulanita, murió en la madrugada de ese día matrimonial, lo
cual, pensaba, era causa más que suficiente para aplazar el acto; una pequeña
chispa trataba de hacer llama en ese anafre de locuras que encerraba mi alma y
mente; no sin malicia, las abstracciones fulminantes venidas de los más allá y
menos acá, acudían y tronaban ¡Dios, existe! me decían grandes voces, que se
desprendían de las cuevas inconscientes enclavadas en los arrecifes que limitan
en el mar Muerto. Era Banus, el gran artífice contra la idolatría y su sequito,
que habían decido emerger de su enconchamiento, donde se guarnecían de los
ataques de los saduceos y los feroces romanos; en coro repetían ¡Enmiéndate,
pídele perdón al Señor! vuelve de los desiertos donde solo has sembrados
abrojos y recogido ortigas, estas aun a tiempo. En ese momento me considere
escatológico de Dios, decidido a cumplir al pie de la letra la ley Divina.
Con el rostro encaretado y encartado, en una de santo varón; los ojos
enfrentados a la luz del sol, para que resaltaran su luminosidad verdosa-
amarillosa y ayudase a enjuagarlos con necesitadas lágrimas, obligadas a
desaguarse de los ojos por los rayos impúdicos y torturantes del astro solar,
caminando sin tropiezos dispuestos a hacerse ríos, yéndose a los pómulos, la
nariz, los labios, afrentaran el rostro bien afligido por la importancia del instante;
una socarrada de arena me hizo sucumbir a la enervación que, me hacía dudar del
relámpago nacido; abandonando toda abstracción que, atrasase la guapeza con la
cual me había dotado, espeté secamente -¡Fulanita! el destino se manifiesta de
las maneras más extrañas, la muerte de tu padre es una señal para que desistamos
de esta locura, acojámonos a ella- quede
fulminado por sus ojos que de negro, habíase convertido en un vórtice
policromado de fuego de una estrella naciente; ahincó el rostro, con la
seguridad de poseer, y yo, viéndome perder mi posesión y libertad. -Caiga quien caiga, soy fuegos y hago fuego,
soy calor, deseo, amor, odio, piel, carne, y sin mente, ni sentimientos, de uno
soy, y ese eres tu- Nada dije, solo pensé: hermosas y resplandecientes, sin
excepciones, son las mujeres; queman cualquier cosa y bendicen los espíritus,
son luz y oscuridad, quien no haya disfrutado de sus devastaciones, probado su
temeridad, vivido su audacia, recibido su bendición y su amor, permanece en las
tinieblas; y quien lo ha vivido, vive en continuo peligro; costosamente se
tienen las mujeres y fácilmente se pierden ¿Cuántas noches habitan nuestros
deseos? Dispuse pues, que necesario y encomiable se hacía, no chistar y cargar con mi relicario de
plomo. Encendí mi Wolvaguen, mire a mis hermanos del alma, Julio Cesar y a su
esposa, por ser quienes, haciendo gala de la más fuerte amistad, me
acompañaban, no sin cierta pena ajena, en el inicio y finalización del capítulo
que estaba en pleno ajetreo; comenzó de esa manera un ruleteo a la mejor manera
de los que practican las policías políticas con los detenidos; la mácula, en
este caso, era en busca de un sitio donde acometer el casamiento. Inicialmente
el acto civil debió efectuarse en su casa. Pero, su viejo, además de oponerse
en vida a la relación, y no logrando el desistimiento, se la jugó por el todo
ingeniándose la muerte; y con la orden irrevocable de que, únicamente fuese
veloriado en su casa, nada de recintos funerarios ¿acaso, era yo culpable de
que él hubiese contribuido a parir hembra? ¿Quién puede con una mujer cuando se
empeña en lograr algo? Ninguno de los
familiares quiso ceder su casa para la breve ceremonia; hasta que Julio Cesar,
ya camarada, futuro compadre doble, por su primera hija y mi primer hijo y
padrino de boda dúplex, por este matrimonio y el segundo que agazapaba el
destino, y yo del suyo, se acordó de su cuñado el gordo Levatan; él, el gordo
Levatan, llego a pesar ciento sesenta kilos, con una estatura de uno sesenta y
cinco; era un hombre bonachón, botarate, le daba comezón tener dinero; sin
retardo y a mansalva, se deshacía de su capital como si fueran excrementos de
sus tripas y entre más dilapidaba, más le entraba, era una rumba de nunca
acabar; cuando comencé a trabajar como vendedor de seguros de vida, me propuso
asegurarlo y lo logre, por supuesto las medidas que se enviaron en la solicitud
y exámenes médicos, correspondía a un atleta, dejo de cancelar las primas y
cuando murió, unos quince años después, de haber contratado el seguro, este
había caducado dos años antes, al consumirse los valores en efectivo por pagos automáticos
de primas; a su casa nos fuimos y en ella se realizó definitivamente el acto
civil. Dejé a la Fulanita en el velorio de su padre, yéndome a la fiesta; ese
día sentí repugnante asco hacia mí y Marilyn; fue tan fugaz ese hedor que, al
llegar a la recepción fui recibido con notas de alegrías, que no me extrañaron,
lo mío era un caso único de maldad y ese atributo lo disfrutan los seres
humanos.
Sentí el Universo lleno de discordias, por lo que me embuche
nuevamente en mis andanzas y opte por emplear mi mejor táctica, mirar fijamente,
sádicamente, sin pestañar, pero en realidad no era necesario, ella ya había
decidido cuál sería la historia y el epilogo, sin embargo continúe con mis
practicas esotéricas: no era mirar, mi mente absorbía a Sofía y la sentía
dentro de mí; era una fuerza magnética que prorrumpía con fuerza agotándome y
cogoteándome; ese procedimiento muy gastoso de las fuerzas cósmicas, que
utilizaba en casos extremos, sin que mediara interrupción o desatención visual
bodoquera y psíquica, así me lo creía, y hoy día no lo sostengo, resulto todo
lo contrario el cogido fui yo.
El caso es que, Sofía bailaba con un eterno pretendiente, a quien
apodaban el Conejito; forjé las mímicas que traducían el deseo de bailar con
ella, en la siguiente pieza musical; hablamos, ansié su perdón, llore de verdad
con esa torpeza que nos ahoga a los verdaderos enamorados. Los recuerdos
enmudecen, no consigo maneras. Sofía se quedó mirándome; las mujeres tienen el
poder mental de interpretar cualquier lenguaje que inventen los seres vivientes,
lo traducen con una facilidad suprema, pero generalmente sonríen y callan, para
adentrarse en las raíces del alma y sorprenderlo a uno cuando menos piensa; es
absurdo mentirles, porque para mantener una mentira es necesario conservar la
esencia de ella, recordarla con toda precisión, hacerla verdad en la mente y
eso es prácticamente imposible, a menos que seamos locos de perinola, es decir,
deseando hacer una tribu de locos, tendríamos que dominar el inconsciente y
sabemos que no es operable; y ahí están ellas, esas hacedoras y destructoras de
vidas, agazapadas en espera de ese momento para saltar sin miramientos ni
piedad. Quien se empeñe en entender y engañar a las mujeres está malgastando su
vida; pero pretender dominarlas, es verdaderamente desquiciado. Llegamos al
acuerdo que nos casaríamos, con todas las ley divinas y terrenales una vez me
divorciara.
Vi y hable, por última vez en mi vida con Fulanita, días después del
enlace civil; trate de convencerla de lo absurdo de la situación; no le
entraban ni rosas ni balas; cuatro veces paso por la casa de mis padres, en
esas ocasiones hablo con padre; él insistió, sin muchas fuerzas, para que
cumpliera realizando la boda eclesiástica; luego de esas visitas relampagueantes
no volvió jamás; les parecerá mentira que han transcurrido cincuenta años, y
nunca, ni siquiera por casualidad, la volví a ver, ni saber de ella.
En realidad el divorcio no era difícil; pero el término mínimo, para
que pudiese producirse con sentencia firme e inapelable era de nueve meses y la
de primera instancia unos tres meses por las ayudas internas con las cuales
contaba en los tribunales. Introduje, pues, la demanda de divorcio, alegando
abandono del hogar por parte de Fulanita; para aplacar mi sinvergüencería, me
esmere para que fuera citada personalmente, nada que ver; por la prensa, por
supuesto utilice el diario católico la Columna, el de menos costo publicitario
y que en realidad, constaba de dos paginitas, y solo era repartido en las
iglesias; aboque al barrio a su ubicación, con esmero volátil fue localizada,
no dándose por entendida.
El caso es que, deseaba y necesitaba casarme con Sofía; especulaba y
auguraba que, era la única manera de enmendarme; había buscado caminos que me
condujeran a una vida normal, sin tantos sobresaltos; busque a Dios, nada me
dijo, reflexioné que era justa su posición, le es dado seleccionar a su antojo;
fehaciente discurría que una vez imbuido en ese nuevo estado, dejaría de vagar
sin objetivos; así que a ello me aferre; y dispuesto estaba a hacerlo en el
menor tiempo; caí nuevamente en el abismo de las transgresiones: Julio Cesar ya
se había graduado de abogado, su máxima aspiración era hacerse docente de la
universidad, méritos le sobraban; sabía que ingresaría pero era una lucha que
comenzaba y era menester ocuparse de aligerar las necesidades económicas; por
lo que aceptó el cargo de secretario del Tribunal Superior, titulado por un
hombre muy ducho en la materia del derecho, buen amigo, pero de una terquedad
única; en definitiva, era inteligente, pero la soberbia y deseos de venganza lo
deshacían; deseaba hacer desaparecer a las tribus judiciales, que dominaban a
su antojo las riendas del poder judicial; olvidándose, sin restarle méritos
académicos, de que su permanencia en el juzgado era obra de las componendas
políticas, como en realidad son esa gratificaciones, con muy contadas
excepciones; nombramientos donde no prevalecen los virtudes y conocimientos,
sino el encoframiento de la voluntad en el ataúd de lo indigno, complacencia y
adulación. Un día, una de esas tribus criminales, se las arreglaron para exorcizar
una sentencia de divorcio del médico personal del presidente Rómulo Betancourt;
primer mandatario elegido por el voto popular, después de la caída del dictador
Marcos Pérez Jiménez; dictamen que favorecía al galeno; según lo sentenciaba el
tribunal de primera instancia en lo civil y mercantil; lo cual era un adefesio
jurídico, puesto que el domicilio de las partes querellantes, era público y
notorio, la cuidad de Caracas; el Mulato, que así lo llamaban por su origen, no
era que no se hubiese prestado a ignorar el hecho; lo enardecía lo que se veía
venir, que los méritos y ganancias en prebendas, al futuro inmediato, serían
usufrutuadas por sus enemigos, que no era otra que la titularidad del máximo
tribunal; arribada el esperpento sentenciado a la máxima instancia jurídica en
lo civil y mercantil del Estado; el Mulato opto por sentenciar en contra del médico
personal del presidente de la república, por lo que automáticamente por imperio
de la ley se convertía en bígamo, por cuanto estando seguro de que la sentencia
le sería fiel y favorable, acometió su segundo ahogo matrimonial. Bien, aquí
entro yo con mis yerros; se hacía, con esta sentencia, jurisprudencia del
máximo tribunal del estado aplicable a todos los casos de divorcio, y por tanto
para contraer matrimonio se hacía requisito ineludible la presentación de la
sentencia definitiva.
Obtenida la sentencia disolutoría del matrimonio civil en primera
instancia, los desesperados, tan iguales como yo, por retornar a embocarse,
volábamos, sin quejas, ni enmiendas, de las autoridades civiles a lazarse
nuevamente al abismo. En ese tren me empalme sin problemas porque la sentencia
no se había difundido.
Me arrojé, pues, en una de faraones para realizar el matrimonio civil
sin prever gastos, solo alucinaciones de un prodigo; mi suegro esa noche, luego
del acto civil, se abovedó en su habitación; a eso de las once de la noche, era
tanto el martilleo supural de las incongruencias estrafalarias al idioma de
Cervantes y a la buenas reglas del comportamiento social del maestro Calcaño,
que me jure por Diosito y todos los Santos, que en la unción religiosa, ni un
solo invitado tendría, tal como ocurrió. Unidos estábamos por el vínculo civil
y las sombras de la bigamia aturdían mi mente; así, conduciendo mi Volwaguen, prodigaba
sin verbo los pensamientos que haciéndose anárquicos, parecían un festín de manicomio,
me decía para mis adentros –si escopetearon al médico del presidente, y encima
millonario, que queda de mí, oveja de coyote soy, coñasos es lo que merezco,
porqué siempre este apresuramiento, angustia, fijamiento insensato de todo lo
que me propongo realizar. Saltaban, entonces, los pensamientos cautivados con
esmero ilusorio, de uno de los instante más cruciales del ser humano, desafiar
las imágenes amorosa, para ser ajadas en el escenario de la realidad; porque, desmenuzaba
-una cosa es lo que constantemente elabora el pensamiento ficticio y otra, esa
sustancia que nos conducirá a una definición que nos ata a otro ser humano,
quizás por el resto de la vida, me preguntaba ¿Cuál sería la impresión para
ambos? ¿Cómo se conjugarían esas individualidades que encubrimos, esos albedríos
que se regodean libremente en la mente? Demonios que se sueltan al abrir el encrespado
de las fantasías- de esas consustanciaciones metafísicas, gnósticas, y otras no
menos eruditas, pero de más sabor, siempre guiadas por los más altos principios
vertidos a mi cerebro; en ese viaje me encontraba, cuando intempestivamente fue
reverenciado el Wolvaguito y por carambola yo, con un estruendoso impacto, al
reponerme, segundos después, pude percatarme y ver maravillado, que lo
acontecido era obra de un milagro; yo había transgredido un stop de tránsito; y
un perezoso, pero fornido camión, guiado por un conductor observador de la
costumbre consuetudinaria, muy maracucha, de no frenar cuando está el stop a
nuestro favor, dejo que su camión actuara a su capricho; la embestida nos elevó,
al carrito y a mí, a los predios del mostrador de un abasto. Vi entre nubes
rojizas a unos parroquianos que conversaban dándome la impresión que se
encontraban en estado de ebriedad; aprecie los cadáveres de gatos, perros y víboras,
que se encontraban prisioneros en jaulas. Un hombre colado en piel cortejada
por el morado, y sin dudas, por un postrero alcoholismo, daban a su rostro
chupado por el mal genio, unos ojos saltones y gatunos sin visión, deseantes de
abandonar su cavidad, uncidos por las lagañas; la cabeza chupada como si fuese
la cabeza de una serpiente y el cuerpo lobuno, me dijo llamarse Inebrio
Indissolubiles Hernández; adjudicada la impresión repulsada que me causo,
inquirí me contara su vida -padre, me
dijo, trabajó como vigilante y encargado del mantenimiento de un privado parque
zoológico, apacentados los animales, en una antigua residencia propiedad de un
jurisconsulto, formado el bestial recinto, por siete inmensos perros, hijos
todas de una sola perra, paridos en tres partos, dos por camada, siempre uno
ciego y el otro vidente; siete gatos compuestos de la misma manera; siete
tragavenados con la misma cualidad; y siete indigentes similares en talante. No abandonaba el propietario la antigua
mansión donde vivía, sin dejar encerrada a su joven esposa, a quien nadie
conocía, en el piso superior, a donde únicamente se podía acceder por un
ascensor, dejándolo fuera de servicio al ausentarse; pero al día siguiente de
mi nacimiento, sin saberse el por qué, mi padre enloqueció, se introdujo a la
sala, espero frente al ascensor que bajara el abogado, lo maniato en una
poltrona, trasladó las jaulas de los animales a la sala, busco los mejores
licores en el bar de la residencia, se ahínco a beber por dos días
consecutivos, transcurridos estos y enervados de hambre y sed el jurista y los
animales, se decidió a subir al primer piso, solo encontró en el cuarto de los
esposados docenas de perros y gatos disecados y en la cama una inmensa
serpiente tragavenado viva, sostenida en ese recinto por suaves correas de piel
de ovejas; alucinado como estaba, bajó y sin haberlo soltado de sus ataduras,
subió nuevamente con el abogado, al verlo la pasiva serpiente se deshizo de sus
frágiles ataduras, tomo al jurisconsulto enrollándolo con su cuerpo, se acostó
con él en la cama y fue digiriéndolo lentamente hasta absolverlo por completo,
luego se alargó y dejo que su cuerpo fuera traspasado por una enorme lanza
dispuesta en uno de los rincones de la habitación; despavorido huyo,
refugiándose en la sala y cerrando la puerta del ascensor procedió a liberar
los animales de sus confinamiento confiándole su fin, pero estos le negaron la
piedad. Inebrio es mi nombre, y mi vida y mi sustento lo logro de cazar a mis
semejantes los gatos, perros, culebras, y mendigos, no deseados por los
habitantes del barrio, embolsándolos y lanzándolos al lago.
Como pude y pudieron, me llevaron a mi casa; luego de transitar el
endemoniado ratón dionisiaco, con mis célebres gritos, promesas de más nunca
volver a hacerlo, ruegos de que me rascaran la cabeza, y la infaltable e
infalible inyección intravenosa de Comel; decidí, al otro día alquilar un
vehículo Renault diez, estaban de moda entre los pelas bolas, pero de que eran
hacendosos no hay dudas.
Aparejado, feliz, emocionado me veo, siendo despedido a la puerta de
la casa de mi suegra, rodeado de mis cuñadas y cuñados, brindando con un café;
a mi suegra y suegro desumirgiendo las lágrimas ocultas en su almas, era el
primer matrimonio de una de sus hijos, ocho en total, Sofía fue la tercera y
sin lugar a dudas, sigue siendo la guía.
Jubilosos, felices y con los temores inherentes al descubrimiento de
ese nuevo nacer, emprendimos el viaje de luna de miel. En viaje prudente y
acompañado por los hermosos paisajes de los Andes Venezolanos, construíamos
ilusiones como las nubes de los paisajes andinos dibujabanlas, deshaciéndose
con otras que, profundizaban aún más los ensueños. Comenzamos a escalar una
hermosa cuesta de la serpenteante carretera Trasandina, horada en sus entrañas
con las entrañas de los presos políticos de la dictadura gomecista, en las
mismas cunetas se arremolinaban las rocas y las cruces de los difuntos, las primeras que se habían negado a abandonar
a la madre rocosa y los segundos sus utopías; al otro lado de la carretera
frondosos bosques, con sus olores retenidos en evidenciado egoísmo. Embauco de
la casualidad nos indujeron a contemplar desde la pendiente tan hermoso
paisaje; marejadas de aguas se hacían cintillos zigzagueantes, suspirábamos
embelesados los rocíos que acariciaban las flores haciéndoles desflorar sus
aromas; unos segundos de más o de menos, estacionado en la pendiente del
caudaloso rio, o andantes, sin habernos detenido con el auto, nos hubiese
evitado un nuevo accidente.
Dulcificadas nuestras nacientes almas por las ninfas y duendes de esos
bosques, las nacientes estrellas nos conminaron a continuar nuestro viaje. Una
luna insidiosamente disputaba la luminosidad de los cielos a las tintineantes
estrellas; continuamos el ascenso de la montaña; su vientre había sido agujereada
con refugios para los autos y camiones, en los sitios donde la estrechez de la
carretera solo permitía el paso de un solo vehículo, haciéndose necesario el
refugio de uno de ellos. Vi venir un camión cuesta abajo picado por la furia;
taponeado por la prisa, me argumente con nada más que instinto, que podía derribar
la voluntad del camionero y pasar antes que él, lo cual evitaría el tener que
alojarme en el resguardo del collado; siéndole perentorio a la armatoste del
carruaje embelesado por la bajada, forjarse al amparo del resguardo de la
montaña; nada que ver, el trasnochado conductor pensó lo mismo. Desculado quedo
el alquilado Renault Diez, nos apeamos, ambos desquiciados, uno por apresurado
y tener azogue por la presencia del amor, el otro por carecer de frenos;
celebramos la resurrección, empinamos por muy breves ocasiones el codo; decidí
con Sofía que, aunque maltrecho el culo del vehículo, armonioso se escuchaba su
motor y presto a terminar en buen paraje.
Llegamos al paraíso, en el anduvimos los caminos que solo se recorren
una vez en la vida, porque es el momento donde ese amor primero bendecido por
Dios, se desvela y nos permite, una vez, pasado el momento glorioso, estar
seguro que la imaginación está de acuerdo con la realidad y que está, no tiene
el poder para relegarlo, sino que, muy al contrario, se nutren y digieren
mutuamente.
Así transcurrían los días y nuestra nueva vida en la Corte celestial;
una madrugada, cautivado por la ventisca aromática del café andino y el fulgurar
de los olores, escapándose de los hornos donde se elaboraba el pan, se avivó la
inspiración amorosa, sentía elevarme con una santidad que no podía sino ser
obra del Señor, el pecho compungido se negaba a dejar brotar las lágrimas, que
al atorarse hacían gemir el alma en un delirio de felicidad supremo; resueno,
estrujo la nariz, me aliento y decido en reflexiones sorprender a Sofía con el suministro
de un sabroso desayuno; en espera de los manjares me dedique aguzar con los
oídos las melodías de unos pajaritos, fueron penetrando a los oídos los
susurrantes cantos para alojarse en el alma; un universo nuevo se desencajaba;
vi un paradisiaco jardín, tuve la seguridad que eran flores de ilusiones,
permiso les enuncie y procedí a confeccionar un exclusivo arreglo floral para jubilar
nuestras almas; eran amarillas, anaranjadas, terracotas, blancas, rosadas y
moradas, adorne su entorno con torzales de hojas acorazanadas, que derrochaban
un suave y tenue morado yéndose a rosado, con talles en su superficie que
semejaban cordeles de briznas estacionadas. Pasamos el día contándonos cuitas y
creando fantasías; llegada la noche nos acobijamos con amores, hasta que fuimos
vencidos por los fluidos de la felicidad y el cansancio. Quebrado por una
pesadilla desperté en la alborada, atrevimientos de espíritus autoritarios, exigideros,
y poseídos con documentos, cercaban tratando de enviarme al patíbulo; las
fuerzas físicas me habían abandonado, sudaba a raudales, los vellos del cuerpo
se erizaban, un miedo paralizaba las funciones orgánicas primarias, deseaba
defecar, orinar, no había manera; con un salto alterado desanexe de la cama, forjándolas
a retroceder a las horripilantes bestias, al poco se evaporaron; eche un
vistazo a las flores, habíase avejentado y desasían olores tétricos y
pestilentes, las despojé de su florero. No bien sacudía la aurora las ultimas
penumbras, presuroso me destine al jardín en busca de las vanidades de la
creación; zumbando sombría tonada estaba el jardinero; interrogue por las cualidades
y propiedades de las flores que sostenía entre mi mano; el cultivador con su
voz melodiosa, melcochada, de andanza serena, saliéndose de una laguna invadida
por el barro, me dijo -me dice usted ¿está?
es la Amapola, la siguiente la Estati, más le sigue la gimiente Orquídea
Llorosa, y estas hojas hiedrozas son Calzoncillos del Diablo. Yo les canto
estas composiciones que, usted escucha, para augurales larga vida o muerte
prematura, aligerada y sin angustias, porque estas son las floras de los
difuntos, de necesarias presencias para expiar sus pecados, en los nueve días
subsiguientes a su muerte, y poder mostrarse ante el Señor Dios y echar de ver
sus designios; vea usted, pues, durante los primeros ocho días del novenario,
deben permanecer sin ser cambiadas, ni tocadas, por manos humanas, para que desempolven
las malas obras del difunto; esas faltas se van apoderando de las aromas de las
flores; por eso, se está al tanto, de cuantas fichas dejo atras el fallecido; así,
no más, las flores proporcionan una ojeada para presagiar si lo afilian a los Cielos, o lo están
esperando, mire usted, ya usted se imagina donde, a más presurosa la hediondez,
más caídas; fíjese, usted, que, los hay, que al segundo día es insoportable el
tufo de las flores; pero, que se le va hacer, hay que aguantarlo, por lo menos
los parientes y los curas cuando hay pa eso; pero no se puede dejar de lado,
que a más dinero haya dejado el muerto, más señalados son los banquetes; y más
publico atrae el infortunado para los rezos; no es sino al noveno día, que se
debe levanta el altar de flores y se guardan; se arma uno nuevo con flores
recién cortadas; el día diez se aglomeran las flores, incluyendo las
malolientes y los trastos que escoltaron al difunto en cuerpo muerto, pero
presente, se va al cementerio y se depositan los objetos utilizados en el
velatorio, en la tumba del muerto- ¡Sofía, Sofiitaa! Levántate mi amor, nos
marchamos, corramos, en el camino te explico.