Desplegaba gran
sensatez para salir de la pobreza que, como un parche de caraña y amiga
ingénita se nos había enrejado desde tiempos inmemorables; no es que la
repudiara, pero es meritorio y admisible, conocer y vivir otros caminos. He
sido su amigo inseparable, pero con amistades así solo se va al hueco destajado
por las necesidades, por eso he decidido que no estemos unido hasta la muerte.
Mucho te he soportado y sin negarte que eres diosa de la astucia, la
perseverancia, de la verdadera amistad, de la solidaridad y la modestia; y sin
querer decirte que no te amé con virtud; te digo así mismo que me envileces, y
aquí te me separo.
Soy el caballero del potro sin alma, el
vengador errante contra las oligarquías dominadoras del mundo; discúlpenme
tengo una llamada telefónica. Era Cronidas, si el tiempo, se hace fastidioso,
necio, me saca de la enervadora inmortalidad, aja, pero que se le va a hacer;
estoy lumpiado (drogado) hasta los tuétanos. Soy, sin dudar, eterno ¿Por qué?
Decididamente no admito la muerte y como tal para mí no existe. Bailo, corro,
no veo televisión, no tengo teléfono celular, computadora, soy novio de una
bacante de Dionisio.
Soy, nómade de la
vida
Artesano que no me
canso de hacer estrellas nacientes
He sido la araña
haciendo incansablemente redes para ser dueño de las estrellas
Una vida que se
hizo con sus cargas de ilusiones, fantasías, dioses y demonios
Con un lenguaje de silencio que solo es
sombras
Fui ladrón de
aromas, de olores depositados que hacen los recuerdos
Ahora veo llegar
los vientos, y las cigarras con las alas humedecidas, solo vienen para
anunciarme el triste y total invierno.
Dispuse obtener
una labor que sirviera, sin tantos sobresaltos, de capote a los gastos básicos;
y, por las noches dedicarme a ofrecer seguros de vida. Absalón un gran amigo,
quien fungía de gerente nacional de compras de un ministerio, me consiguió una
entrevista con el presidente de una compañía de químicos; surgía en mí, el
propósito de domar el vestir con flux y corbata para marcar contraste. Sin
muchos requerimientos fui aprobado como vendedor privilegiado; la razón era
obvia, la empresa de químicos dependía, en gran parte de su subsistencia, de
las compras que autorizaba Absalón; me concedieron la principal zona para la
venta de los químicos; la costa oriental del lago de Maracaibo; floresta de las
compañías petroleras extrajeras, y un sin número de contratistas de
servicios petroleros; a todos mis
clientes los visitaba disfrazado con traje formal y corbata, lo cual no dejaba
de ser motivo para las chanzas o
considerarme algo chiflado; lo que sí puedo afírmales es que, era una
novedad y un signo de valentía al soportar rigurosamente el extravagante y
severo clima de la zona, voraz consumidor del asfalto de las carreteras.
Una noche, luego
de haber vendido dos pólizas de vida a un mismo cliente, el superintendente de
la energía eléctrica de Maracaibo, prestamente de haber conducido y concluido
con pulcritud y tenacidad, una verdadera guerra durante siete meses con el
cliente, dos visitas por semana, y haberme auscultado el ingeniero a mansalva,
no solo los conocimientos sino también mi vida.
Yo me encabritaba
de contento contándosela; le narraba tantos figurines figurados, que él mismo
apresado por tantas pisa estrellas, cojeaba deseando chupárselos. Había
estudiado y encofrado un laberinto, una fábula sobre mi origen, mis ancestros,
de pura crema principal. El cliente siempre tiene la razón y desea decir y oír
sus antojos por frescos e inverosímiles que sean. Así, en noches sin sol y en
solaces tertulias debajo de un inmenso árbol de Tamarindo, arrancaba sin
desperdicios de palabras, guiado por un compendio mental que había aguazado de
la revista Hola, Corín Tellado y el semanario Selecciones, grandes forzadores
de los eruditos de salones de esa época, empalagados con la radio novela
Tamacum el Vengador Errante de los Pobres; rodé sin obstáculos mi propia
prosapia solariega: mi apellido es de linaje entroncado, arranque sin
posibilidad de freno, tan igual que cualesquiera que se colocan con los
billetes verdes en la paradisiaca Costa del Sol; se compone el primer León,
como descendiente de las legías del emperador Trajano, que tuvo su umbral en
las montañas de León, rayado después con el rey Alfonso lX, designación que se
residencio en muchas ciudades españolas, nombre procedente del latín legione,
por haber sido la ciudad de León el acantonamiento de la legión Séptima Genuina
desde el año setenta y cuatro ante de Cristo; así seguí tirando: existe un acaudalo
empresario de tronco, ramas y hojas noble, que solo dispara flores de postín
nobilísimas, mi pariente es; llegado por enredaderas de la vida a conde De
León, descendiente directo de la realeza Lusa y Catalana, tan iguales somos de
sangre como que es verdad observable que, tanto chupa la garrapata como el
recién nacido; pana de la vida mundana y como tal muy referenciado por la
revista Hola, tal como puede refrescarse con estas imágenes hurtadas por los
paparazi, en su finca de los ennegrecidos Miuras, regalos que recibió de Don
Miura, y del propio duque de Veragua, que a su vez lo recibió del torero
Lagartija, el gran Califa del toreo, hacedor de batallas feroces con los miuras
y la nunca olvidada que, la tuvo con el feroz y no menos noble Murciélago; batalla
fiera que termino con aclamaciones para los dos, siendo Murciélago entregado
para dedicarlo a semental; de ahí, que, al sacar la Lamborghini el modelo
Murciélago, en homenaje al toro, el señor Lamborghini, gran aficionado a los
toros y amigo predilecto y principal de mi pariente, le envió el primer
vehículo fabricado de esa serie; el caso, mi dilecto ingeniero, es que mi
pariente era muy apreciado por su finura intelectual, su bondad, pero más que
todo por las ostentosas fiestas con las cuales agasaja y encaja a su parentela
y amigos. A cada velada, cada vez más velado quedaba el ingeniero con mis
espantos y ansioso por introducirse en el círculo noble y los ágapes de mis
supuestos familiares; comenzó disimuladamente, como el que no quiere queriendo,
para que le presentara a mi pariente noble; así estuve toreándolo hasta el día
que la pelona ciega, que nada de Medusa, ni agua mala, tiene en estos
contornos, se llevó a mi imaginario pariente para salvarlo; el boche sin la
bola quedó, pero si delego una escarmentosa deuda, que a más de uno dejó en
deslastré ruinoso. La noches que pasaba de un extremo a otro le inyectaba el
jarabe que más le apetecía; el ingeniero disfrutaba y le encantaban las
anécdotas que yo las zurcía con hechos históricos; la del emperador de Haití
Jean Jacques Dessalines, Jacques I; se lo emparentaba y gamuseaba con el Negro Lola, único musulmán
del barrio con promesa formal de los Sunnitas y Chiitas de hacerlo ayatola;
empeñados en trasladar su furia dogmática y guerra inacabable a estos predios,
ambos clanes le enviaron un contenedor con los trajes que deberían usar las
personas captadas; el Negro Lola ya cansado de ofrecer las vestimentas a sus
seguidores que solo le duraban mientras se echaban palos, se fue a casa de mamá
y se los regalo para que confeccionara los uniformes para jugar béisbol, de las
túnicas madre logro elaborar cinco mil uniformes; el kafiyyeh sirvió como
almuadin para sentarse debajo de los cujíes y las burkas para que los árbitros
se ampararan del rumiante sol.
Por último le
arengue como estocada las mías que, me las dispararon los veteranos viejos; en
ellas no había riquezas, ni palacios venidos de millares y pico de noches; pero
si había escenas que se prodigaron en el barrio; donde trotaban las imágenes
del eterno ahorcado, nunca bajado de su pedestal, porque sería perder su
posición de ahorcado inmortal; los genios eran personajes extraídos del barrio;
unos buenotes otros miserables y grotescos, pero todos con el encanto del
ensueño, de la pobreza revelada en las vestimentas, en las alpargatas con
suelas de cauchos cansados, en la humanidad de esa almas colmadas de
sufrimientos, de extasíes; cementerios que son hoy, sin encantamientos por
forjarse; en ese hacer que, aun hoy en día lo buscamos.
El tema es que, la
noche cuando logre penetrarle el florete en la medula al ingeniero,
haciéndomela de torero; me contó lloroso y abatido, que había sido rescatado
por la compañía de electricidad de Canadá de los garfios de los bandoleros
revolucionarios cubanos, mediante el pago de un rescate, a la mejor manera del
hamponató periclitanté tasajero y trasladado a Venezuela -Sé Nefesto, que usted me ha vacilado, lo he
disfrutado; cada noche que hemos pasado platicando, durante estos siete meses,
han sido maravillosas, de lo menos que hemos hablado es de seguro y es como
debe de ser; porque la venta, Don Nefesto, me espeto un bello y respetuoso Don;
cuando es aceptado el vendedor, más de una vez, tiene todas la probabilidades
de coronarse, lo esencial es saber si el vendedor es una persona honesta y si
uno puede confiar en él; el tomador de un seguro de vida lo hace por razones
específicas y particulares. A buena felpa me aplico, y sin anestesia.
Vamos adonde
quiero llegar; feliz me apreciaba, con el vigor que otorga la labor cumplida;
abstractamente y en una de legada, seguro de no creer en nadie, me dedico a
agenciar, mentalmente, el monto total de las comisiones por ganar; sin darme
cuenta el auto guiado por lémures, hace aterrizaje forzoso en la Casa Paco; él,
para descansar sus sed y fatigas secas de calentamiento motora, y yo para
olfatear y saborear unas cervezas; en esos momentos que me eran atípicos, y que
de exiguo a profusos, fui haciéndolos para hacerlos necesidad de escape a la
rutina de la vida, para forjarlos como propios y muy repetibles; a diferencia
del conjunto de parroquianos tengo la costumbre
de llegar saludando a los amigos, los conocidos y todos los presentes en
la barra, sin distinguíos de colores políticos, esta solemnidad la cumplo
embuchando la primera cerveza; luego me dejo guiar por el silencio, y los
delirios comienzan a zanganear haciéndome su ganancia, tanto, que me sonrió;
esos momentos siempre me han ayudado en los aspectos personales y económicos,
pero también a detener cualquier deseo catastrófico; la sonrisa se hizo risa.
Había un producto químico
de la empresa National Chempser con la cual trabajaba, como ya lo he dicho,
para garantizarme los gastos básicos, que se utilizaba para desprender,
deshacer, descuajar, desbaratar, cualquier cosa que se imaginara el cliente y
la mente humana; solo era vendido en barriles de doscientos ocho litros; venia
súper concentrado, su costo era de trece mil bolívares; al cliente se le debía
explicar: El producto se puede diluir un litro combinándolo con veinte litros
de agua; obteniéndose cuatro mil ciento sesenta litros, por cada pipote de
doscientos ocho litros- me decía y le decía: ¡Corazón de Jesús! que grosería
tan inaudita y pervertidora en opulencia del ambiente y de lo viviente
¡Cambiamos de Conducta o Cambiamos de Planeta!
Los armadores,
propietarios, tenedores de embarcaciones, siempre han tenido que luchar contra
la aprensión de los caracolitos a los cascos de las naves, ese problema lo
llegué a conocer porque en una oportunidad almorzando con el gerente de
mantenimiento de la Creole, mamándome el gallo, que lo hacía con seguides,
sobre todo afincándose en mi encubrimiento corporal con enfluxamiento y
corbata, me dijo –¡Maquina Nefesto! dígame si vos lográis un producto químico,
que na más echado reviente a los caracolitos, rompéis el saco y te hacéis rico
como el fiscal de transito con el guajirito del cuento, que lo paro un fiscal
de transito porque se tragó un semáforo en rojo, y le dijo –ciudadano tiene
cien bolívares de multa por violar el semáforo- a lo que contesto el guajirito,
desenfundando una sortija con la mano –virga chico- -tiene doscientos más, por
la sortija y la grosería- comenzó desaforadamente el guajirito a hacerle
sortijas al fiscal y le dijo –hacete rique, rique, puñetero. Nefesto, imaginaté
no más, que a cada tanquero petrolero le quitan unas quince toneladas de
caracolitos cada vez que lo suben a dique; la resistencia al avance causada por
la acumulación en solo seis meses, puede obligar a un barco a gastar un
cuarenta por ciento más de combustible para mantener su velocidad normal de
crucero. Fijaté Nefesto, es tan arrecho este problema que, los fenicios
probaron con la resina, y nada que ver; los
griegos con el alquitrán y la cera, naiboa, hasta que decidieron
recubrir los cascos de las naves de madera con cobre y les dio resultado; pero
ese método no funciona con los barcos de acero, por la violenta corrosión en el
acero, al producirse la electrolisis y los enormes costos del cobre. Terminamos
de almorzar.
A partir de ese momento, a los caracolitos,
los veía en todas partes, despierto, dormido, ebrio, en la sopa, en la luna, el
sol, en el retrete. Una noche ya harto de tantos caracolitos y en deseo de
dormir a pierna suelta, se me ocurrió tomarme cuatro pastillas de Sedival, cien
por ciento Valeriana, reforzada con químicos: “No se le ocurra tomarse más de
dos” decían las instrucciones; pasa la primera hora, nada, la segunda, los ojos
parecían chochos de perras en celo acosada y desmadejada por una torrente de
perros hambrientos de sexo; me arrecho, me largo dos patillas de Lezotamil: Me
vi parte de una nube de larvas, nadábamos libremente, pronto deje de hacerlo,
arrastrándome, buscando un lugar donde residir; en corto tiempo se desprendió
de dos antenitas fijadas en mi cuerpo de caracolito, un líquido parduzco el
cual me arrastro, a pesar de un no rotundo que trataba de desligar de mi
silenciada voz, y de una mirada de ira saliente como un rayo del centro de mi
cuerpo enrollado en aspirar recontracentrada en mi ojo cósmico, el parduzco
ungüento, sin darse por entendido de mi enfado, se afinco sin vehemencia y
colmó de esa pega loca, dirigiendo la operación de incrustación; e incrustó en
el casco de un barco fondeado en el malecón, después de asentarme y cólmame de
resina, sin que hubiese posibilidad de dar marcha atrás, y yo calmo de mis
angustias, me volví sobre mi lomo y
quede adherido en esa posición; prontamente me aplane formando una especie de
burbuja, y a presumidas verdades que no tardaron en hacerse realidades, me
encerré en un escafandra de nácar,
tomando la figura de un volcán en miniatura, sellándome concluyente
con cuatro laminas lacradas con
alucinaciones que hacían las veces de un ataúd.
Desperté, pero los
seguía viendo en olas, vientos; en ruidos ensordecedores como los de un tifón
embravecido e indetenibles y voraces como el fuego; los veía yaciendo con mi
hembra, haciéndose mis excrementos; marejadas de caracolitos me miraban con
ojos de águila, brillantes, iluminantes, posesivos, irradiando una imperiosa
majestad e hiriéndome el cuerpo. La
angustia me indujo a consultar con la bruja Dórela, ella se ató con todos sus
sapiencias en procura de encontrar una solución a mi zozobra, nada que ver,
Dórela estaba atascada; los caracolitos aumentaban su astucia, sacaban un
pequeño arpón de su traje de concha e inyectaban un poderosísimo veneno que me
hacía delirar con olores nauseabundos, quedándose cautivos sin discurrir; se
dilataban y deleitaban los caracolitos en mi mente y me apresaba la
consternación pavorosa de no poder determinar de dónde provenían esos olores
zumbantés que, se hacían pulsaciones que pulsaban por reventarme el cerebro.
Poco a poco fueron disminuyéndose en número los caracolitos, esto me indujo a
pensar que se marcharían, pero poco duro mi naciente alegría, al voltearme para
tomarme un poco de leche depositada en una jarra en la mesa de noche, observe
con preocupación que, se iban acumulando al otro lado de mi cama hasta hacerse
uno Solo, un Enorme y Único Caracol, devorándome los pensamientos ante de nacer
y apiñándose sin vergüenza alguna en la jarra de leche.
Un noche donde la
insania que, se había apoderado de mi ser, mi mente se hizo libre en un
descuido de los caracolitos; vi la posibilidad de conjeturar sin interrupciones
y mi libre albedrio, un recurso para evadir al Caracol madre y padre, dispuse
irme a caminar a un bosque que bordeaba un lago, tome una de sus callejuelas en
ella se enmarcaban dos sombras, una era en forma de caracol, la otra, veía,
como luchaba para no perder su forma original, hasta deshacerse en varias
sombras que, en corto tiempo, se transformaron en figuras reales con
vestimentas a la usanzas de los magos.
–Somos, me dijo la voz del más viejo, y por su aptitud el jefe de la
tropa. La Turba de los Magos Locos, yo soy Pitágoras, él Acsubofes, ese otro
Sictus, esté Zenón, aquellos Bocostus, Melotus, Bele, Ephistus, Basem y Morien
y los maestros Platón, Lucas, Archimius, Eximiganus y Aristóteles, que están
tratando de llegar a locos, sin muchas probabilidades. No vagues y enturbies
más tu mente. Todo tiene su clave oculta. Solo está libre el que puede desellar
la verdad y las revelaciones. Sabed que la nada engendra la nada y los
caracolitos al sumo Caracol, solo hay una manera de acabarlo. Tú eres un
buscador, pero cuando un ciego dirige a otro ciego los dos serán víctima del
infortunio: Cojee, sin cojear, el químico, combinad, mojad, secad, ennegrece,
blanquead, pulverizad, enrojeced, y tendréis el poder para desintegrar a los
caracolitos y al gran Caracol-
Una aureola consurgens, me tomó, alzó, elevó,
transporto a un nuevo Universo que había estado vedado a los humanos; era un
enorme Caracol que se bateaba el mismo, sostenido por la poción de la pega loca
que disparaban sus antenas entre los ramales de un árbol de Almendrón sin
aporrearse y balanceándose, como si estuviera en un columpio oceánico. Ése, era
el reino de los magos locos; ofrecieron
hospedarme y revelarme como se destraban sus hijos, los caracolitos, porque
como a Prometeo, Zeus lo destajaba todos los días, ellos desafueran y torturan
al gran Caracol que a la vez es Caracola: Cocinad, me dijeron, siete veces,
siete productos químicos que tengas y a cada una de los sietes cocimientos,
hacedlo siete semillas y los multiplicas hasta el infinito, es esencial darle una
coloración de siete colores hasta la perfección, cuando sean puros, veras una
tintura viva, más excelente de lo que pueda concebirse en mente humana, y, no
se debe a nada más que, a nosotros, la Turba de los Locos-
Así, en madrugada,
comencé la indagación para lograr los sietes colores mágicos y puros, se veían
danzantes, flotando para luego aprovisionarse ellos mismos en los envases; ya
aturdido, exhausto, apaleado y empotrerado por el sueño y los gases
alucinógenos que flotaban enduendados; con belicosa embriagues, atorados en los
ronquidos infernales de las fragua, y espantado por las almas de los locos
alquimistas, el mejunje químico y sus reacciones terminaron por aturdirme, y
sin mucha resistencia caí halagado por una modorra, de padre nuestro y señor;
al levantarme y espolear la vidorra
química, cuál no sería mi asombro y consternación, al comprobar que me
encontraba en una cueva subterránea; la turba de los taumaturgos locos habían
extraviado a las sustancias químicas, estas en fuga se habían refugiado en los
retablos de lo inaudito; cobraba el Universo Caracolero su venganza, perforado
todo el piso de la habitación, derribado las frágiles paredes; y, y, hijos de
su madre, los magos locos se habían marchado con la fórmula, para agotarme y
descojonarme; pero, bueno, bueno, me profrase y arrostre encendido de
felicidad; habían dejado suficiente
líquido mágico, para someterlo a las pruebas de los ingenieros de la Creole y
dejar en reserva cincuenta litros que, me dije, de alguna manera le saco punta
al boche.
¡Incredulidad!
Repiten el ensayo con otra nave ¡Eureka! El menjurje químico desbarataba en un
santiamén a los caracolitos adheridos a los cascos de los barcos. En el grupo
ingenieril, como sucede siempre, hay uno que desea sobresalir -señor Nefesto,
me dijo, podría darnos un breve bosquejo sobre las propiedades del producto-
Atildado me agarró, sostengo del pretil del barco; sin embargo, reacciono y por
pura intuición y poder teologal le aviento un gargajo a su entendimiento –El
funcionamiento y aceleración de los químicos, considerando que, en concordancia
de los números y sujetos sometidos a tanteos, desdoblan las texturas internas
de las sustancias involucradas que, misteriosamente despluman los embarazos
multidinarias del arte alquímico y compendiado. ¿Dime, que cosa es que, nunca
dejara de ser? porque si juntáis macho con macho y hembra con hembra, no habrá
engendrado; solo cuando los machos se juntan con hembra habrá generación y la
naturaleza podrá seguir siéndolo y sus arcanos también, todo se reduce en el
mundo al agua, luego a combinarla correctamente con sus opuestos que no se
rehúyen, sino que, por el contrario se buscan; luego embucharlos en un solo
envase, cebarlos y cocer, cocer, por siete veces y siete ciclos, y así
obtendrás el esputo de la Luna Negra y con ello el verdugo de los caracolitos-
Concibieron un
pedido de nueve pipas de doscientos ocho litros, y me dije sin remordimiento
–salgo de la mala, malditos gringos- Tenia pues, el compuesto mágico, pero
complementándolo con un poquito de agua, me dije, saco a como dé a lugar, no
nueve, sino trece, mi numero infalible. Se recuerdan que estaba en la Casa
Paco, cuando la sonrisa se hizo risa, pensaba en el bendito químico y su
esplendidez para expandir su efecto de arrancador, destrozón. Coloreaba un
negocio, pero en honor a la verdad, nada que ver con los caracolitos, sino con
los ganaderos, sus potreros, sus máquinas; con los contratistas petroleros y
sus equipos; porque cavilaba, el D-Tarara, que así se llamaba el endemoniado
exterminador a lo que osara enfrentársele; especulaba que, siendo una grosería
su poder, su coste, y lo más importante el envilecimiento del entorno natural,
era menester luchar para que sus efectos se apaciguaran y de paso, en
recompensa, amarrar unos billetes. En otras palabras, era loable abocarse a esa
obra. Pero debía resolver varios problemitas ¿Cuánta agua era estimable y
suficiente? ¿De dónde sacaría los envases con el logotipo de la empresa? ¿Quién
y en qué, se harían las entregas? ¿Cómo se facturaría y cobraría los recibos?
¿A nombre de quien se emitirían los cheques? Estás elucubraciones existenciales
preñaban la mente para que pariera repuestas concretas.
Invité al
Bonifacio, que así citaban al hombre clave, a que nos tomáramos unas cervezas;
me manifestó que poco bebía, pero que realmente lo apetecía porque presumía y
olía algo bueno en su vida que le brindaría la solvencia, para enmendarse de
tanta rutina y fingimiento, este es el hombre, mastiqué. A las seis de la tarde
nos fuimos a la Casa Paco; llegamos, cumplí con las formalidades y nos sentamos
lo más aislados que pudimos, divagamos sobre terrenos ya andados, en la tercera
cerveza viendo que Bonifacio estaba entrando en esa alegría inicial, eufórica
de la embriagues naciente, donde nos asentamos en la cúspide de la verborragia
ilusoria, encadene su alegría en el tema.
Bonifacio, le
dije, el negocio es sencillo y no desacorrala las normas de la legalidad,
eticidad y prácticas comerciales, endosadas moralmente y cumplidas al pie de la
letra, por los fenicios, judíos, griegos, romanos y en estas últimas épocas,
por los ingleses, rusos, alemanes, chinos y gringos; vamos a vender el producto
en los recipientes de cuarenta litros; yo compro el envase de doscientos ocho
litros, lo diluimos con diez litros de agua cada litro del químico, obtenemos
dos mil ochenta litros, esta cantidad la envasamos en pipotes de cuarenta
litros; y lo vendemos a razón de cinco mil doscientos bolívares ¡Eso sí,
Bonifacio! con el sermón ético al cliente de que pueden combinar cada litro del
químico, con quince de agua; lo cual equivaldría a la manufactura de
seiscientos litros, por cada tirada; si logramos vender veinte pipotes, a razón
de bolívares cinco mil doscientos, la ganancia a obtener serian de ciento un
mil bolívares; luego, Bonifacio, como es lógico, restamos la inversión de trece
mil bolívares que es monto del preciado líquido; dejamos el cinco por ciento
para resolver el problema de la facturación, quedándonos neto noventa seis mil
cincuenta bolívares; que repartimos entre los dos -entr………Yo, yo, lo había pensado y lo sabía,
estos judíos de mierda, pagan sueldos miserables y no dejaron ganar a los
pobres alemanes, si Nefestico, aquí estaríamos todos cada uno con su Mercedita
Benzita, chuleando, tasando hembras, desperdigados alocadamente en las
autopistas- Vendimos veintitrés pipotes; tan jodida era la concentración del
producto, que se dejó de vender, porque no solo acababa con las garrapatas de
los animales; sino que también desasía, disecaba, desaparecía lo que tocaba; el
pelero, el cuero, las encías, las ubres, el aliento de los animales, las
moscas; eso me produjo pérdidas patrimoniales y la prohibición de entrar a las
haciendas ganaderas; todo buen negocio dura poco, por eso es sensato y de
sesudo, no trajinarlo más allende de donde se tiene la seguridad que nos
lacerara sin remedio; las quejas brotaban como el monte en épocas de lluvias. En
lo referente a la Creole no hizo camino, porque La Murga de los Magos Locos,
como ya es de su conocimiento, hurtaron la formula y ante la imposibilidad de
que aceptaran en un envase de cuarenta litros sin someterlo nuevamente a
pruebas el negocio se deshizo como el roció del amanecer; el resto del líquido
que me dejaron los duendes desbarato su poder de deshacer.
La esperanza es
una estrella naciente con sus resoplos de multicolores gases haciéndose vida;
es la belleza del nacimiento pronto a desplegar su entusiasmo. Ya mi vida se había
bañado en las fuentes de la perseverancia. Apenas comenzaba