jueves, 1 de septiembre de 2011

CAPÍTULO XII

Días antes de renunciar al trabajo, en el restaurant estuvo toda una tarde un hombre, de unos treinta cinco años; La maldad reflejada en sus ojos, traicionaba su bondadosa voz, era achaparrado, de piel blanca-colorada, su vientre abundante, bofo, todo su cuerpo mostraban, lo poco que le importaba su físico, detrás de él, dándole la espalda al inmenso espejo, se colocaron dos hombres, uno de mediana edad, el otro joven, a ambos se les podía apreciar el arma que portaban en su cintura, ellos no consumían alcohol

A cada momento, llegaban hombres que le susurraban palabras, cerca de sus oídos, acompañadas de gestos que los delataban, él les contestaba de la misma manera, y en sigilosa huida abandonaban el local. Bebía con exageración, sin perder el hilo de la conversación con dos hombres, que le hacían permanente compañía, llevándole el ritmo en la bebida. Su ordinarez era manifiesta, pero hablaba con dulzura, serenamente. En uno de los servicios se dirigió a mí, diciéndome -Joven, que hace usted perdiendo su tiempo, con ese porte que tiene; Anote mi nombre, dirección, cuando se le ofrezca, váyase hasta ella, y ahí hablamos. Su nombre era Stalin.

Llegue al sitio, era un restaurante de carretera, estuve esperando dos horas, para que me recibiera, entraban y salían personas que tenían una característica en común, todos andaban armados, ya me disponía a marchame, cuando de entre un inmenso árbol, del cual observaba su belleza, salió un hombre, que todo el tiempo me había estado espiando, como el mismo me lo manifestó con el mayor desparpajo, me dijo -joven, venga el jefe lo va a atender- El restaurante era una terraza sin paredes, rodeado de un bello, y bien mantenido jardín, a cada lado señorialmente crecían sin tregua dos frondosos Laras, que en su insolente majestuosidad, levantaban los pisos de granitos, sin el menor conpadecimiento; En la parte posterior del salón, una especie de barra, donde se podían ver los estantes, con licores muy finos, que desencajaban por su lujo, con la adocenada, vulgar repisa de metal, donde se exhibían.

Por la parte derecha de la construcción, se bajaba una escalera de trece peldaños, se penetraba en un pasadizo muy iluminado, al final se bifurcaba en tres túneles cada uno, a su vez, se dividían en tres, realmente era un laberinto, mi curiosidad, miedo, crecían parejamente. Sin darme de cuenta de pronto, estábamos frente a una enorme puerta, de hierro, sólidamente construida, el tipo metió una clave, en un tablero computarizado, que estaba camuflageada, en un inmenso cuadro de una virgen, corriéndose la puerta.

Al entrar, una inmensa oficina, ostentosamente decorada, pulcramente mantenida, donde laboraban afanosamente unas veintitrés personas, entre hombre, y mujeres, cada uno, con su equipo de computación de última generación, nadie levantó la vista, todos portaban chaquetas, partos, el frio producido por los aires acondicionados era tan intenso como el del Urogallo, al cual me había adaptado, mi rostro no lograba disimular el asombro, en la parte final del gran salón, existía otra puerta, con la mismas características, con la diferencia que fue abierta desde adentro, al penetrar, el salón era pequeño, todo tapizado de rojo escarlata, con flores negras bordadas en relieve, remarcado cada pétalo con lengüetas amarillas, en su final un negrillo, adobándoles presencia tétrica, su escritorio además de pequeño era bastante antiguo, a su lado, un inmenso panel de pantallas, que lo dominaban todo, la sala del restaurant, los pasillos, túneles, recibidor, aposento de los empleados, los baños, las adyacencias, predios de afuera.

Esperé sentado en un diminuto cubículo, a los dos minutos se apareció, orondo, hinchado por el aguardiente, vanidosamente comenzó diciendo -Como le ha ido, me da placer verlo, gustó de las personas que no tardan en tomar una decisión, a mí todas los seres humanos me agradan, aún aquellos que son mis enemigos gratuitos, lamento en demasía cuando tengo que actuar. En realidad no distingo entre amigos, y enemigos, porque la vida es como un gallinero vertical, donde las aves que están en la parte de arriba, cagan las de abajo, pero de pronto, por caprichos del dueño de las aves, que es nuestro señor Dios, coloca las de abajo, arriba, y las que no eran cagadas, las coloca abajo.

El secreto es no dejarse enguadar, no depender de nadie, ni de nada, cumplir con los clientes en el momento que lo son, y cuando ellos se convierten en deudores, de otros clientes, actuar de la misma manera, que cuando ellos te lo encomendaron, no hacer de los negocios nada personal, aunque en la realidad todo es un negocio, hasta la misma vida, unos la juegan con suerte, otros son perdedores de nacimiento, así hayan nacido millonarios.

Mucho hablan del alma, de la mente, de la bondad, con todo se puede cumplir; Pero para ello, primero es necesario tener como hacerlo realidad; No hablando, o escribiendo pendejadas, eso solo lo hacen los hastiados, ociosos, frustrados, impotentes, escurridizos, a las realidades.

¿Por qué piensas tú? que el asturiano te canceló inmediatamente tus prestaciones de trabajo, cuando todos saben, y ustedes lo que trabajan con él, lo han vivido, que hasta tarda en cancelarles los porcentajes semanales, y lo hace cuando, quiere; Te pagó inmediatamente, porque le pedí el favor, en ocasiones ha sido mi cliente, y en otras la víctima-

-Con toda lucidez, como si estuviese pasándome unas diapositivas, me manifestó la forma en que yo trabajaba, los clientes que estaban en la barra, lo atractivo que yo le resultaba a la mayoría, mientras él hablaba mi asombro crecía, y con ello la malicia, zalamería de él, siempre a una distancia prudente permanecían, sus guardaespaldas, inmutables, sin poderse determinar que miraban, se dirigió al de más edad, susurro algo, esté se paro en la puerta, me dijo –Esté hombre es mi mano derecha, confió plenamente en él, a tal grado, que le debo la vida.

Siendo muy joven, me dirigía por la carretera que va hacia el sur del lago, con un hermano por parte de padre, íbamos puteando, en todos los burdeles, que como rosarios, existen en toda la extensión, de tan desolada vía, arreciaba con furia la ebriedad, y un aguacero de padre nuestro y señor. Buscamos albergue en un motel, hospedamos en dos habitaciones contiguas, penetraba el bello sueño, cuando a mi lado suena un fogonazo, aturdido me abalanzo sobre la luz centellante, abrácale, clavo mis dientes en sus carnes oréjales, suena nuevamente el tronante rugir, del insensible objeto, y con ella la brillante luz de su túnel, siento el correr abrazante, pegajoso de la sangre, de pronto un estruendoroso grito ¡Hay mi madre! Se encienden las luces de la habitación, en el piso yacía mi hermano muerto, a su lado un joven, aun adolescente, esté hombre que tú ves aquí, Antonio, primo, por parte de mi madre.

A mi hermano, lo habían contratado para que me matase, él se enteró, nos siguió, durante todo el trayecto. En ti veo porvenir, Antonio te va poner al tanto de tu nuevo trabajo, no decidas inmediatamente, piénsalo por lo menos una noche, si crees que te conviene, regresa, sino olvídate de lo que hemos hablado, es conveniente por tu salud-

Calló, se levantó finalmente, con su mano, hizo una señal para que siguiera al hombre referido. Salí del laberintico lugar, el Antonio me dijo, que me sentará en una de las sillas de la barra, así lo hice.

Conocí la primera pandilla dedicada a la venta de drogas, conformada por diecisiete adolecentes, el mayor tendría veinticuatro años, lo apodaban el Oso Blanco, su estatura era la de un jugador de básquet, su piel blanca; Era el Jefe, llamó mi atención el tercero en sucesión de mando, su nombre verdadero era Mike Manthle Pedroza, trigueño, de estatura normal, se podía captar por su contextura su fuerza física, ojos pequeños, cejas pobladas, nunca fijaba su mirando a los ojos de las personas con quien hablaba, lo cual hacia en muy pocas ocasiones, momentos donde dejaba traslucir, su astucia para observar, aprehender, las interioridades de los demás.

Ellos dominaban el naciente negocio, de la distribución de drogas, prácticamente en toda la ciudad. Además se habían inmiscuido en el negocio de las loterías, uno de los filones de oro del señor Stalin, y lo habían hecho con tal astucia, sin ningún tipo de violencia, convenciendo al gerente de la lotería, con petróleo ligero a borbollones, convertidos en billetes de los verdes, y garantizándole la seguridad personal a él, su grupo familiar, y los empleados involucrados, como corolario adicional avalaban la cesación de los atracos, a los cobradores de los ilícitos impuestos, que el gerente habíale establecido a los ilegales vendedores de triples, y terminales. El proceso era demasiado sencillo, como para que pudiera despertar sospechas.

Una vez a la semana, en días diferentes, los tres últimos números que iban a salir, les era proporcionado por el gerente, a la pandilla, estos habían preparado un ejército que se movían con una perfecta sincronización, turnándose las diferentes agencias, para evitarse las sospechas, compraban todos los triples, y los terminales, en las agencias de ventas, que por supuesto, unas eran del señor Stalin, a las otras cobrabalé vacuna por su protección.

El sorteo se efectuaba en transmisión en vivo, por televisión, y radio, los números cantados por el locutor, correspondían a los ya preestablecidos, por el gerente, y comunicados a los de la pandilla. Estas asiduas desbancadas, llevaban a la ruina a muchos banqueros. Enloquecido el furibundo enano, me escogió a mí, por ser joven, fácil de palabras, atractivo, sabia de las andanzas, macuares que había hecho con la pistola que me regalo mi tío.

El trabajo era que tratara de penetrarla, y averiguara el modus operandi. En todo caso les diese un mensaje que les enviaba. Unirse sin violencia, sumándose a su tutela, garantizándoles el veinticinco por ciento de las ganancias en lo de la drogas. En lo referente a lo de la lotería, se tenía la certeza de que había un chanchullo, pero resultaba no visible, ni deducible, a la mente delincuencial del grupo del enano.

Tarde de perros, fue en ella, cuando alborotados los realengos animales, hacen canina estrategia, para embucharse de un solo trancazo, al gerente, pandilla, y el enano, como si fuesen desperdicios alimentarios, de basurero de nuevo rico. Aquí se hace necesario que recapitulemos.

Ya dijimos, que los sorteos eran realizados en vivo, por televisión y radio, y que las desbancadas eran descomunales para los banqueros de cualquier bando, con la agravante que el enano, les cobraba a la mayoría de los banqueros, para garantizarles la pulcritud en los sorteos. Como un medio de palear el desguacé que ya se hacía crónico, se ideo una red de monitoreo entre todas las agencias, con una directriz manejada por la gente del enano. Cuando observaban que determinados números eran jugados en demasía, sin la lógica de la teoría de los grades números, se trancaba la venta de los triples, y terminales, maniobra que paró en gran proporción las perdidas, ya que al establecer el número, por la ansiedad de jugarlo, se paraba su venta.

El gerente, la pandilla, y el personal involucrado de la televisora, veían como mermaban las ganancias. Siendo el locutor, camarógrafo, director del programa, en realidad los menos perjudicados, debido a que el porcentaje que recibían era insignificante, como compensación por el silencio. Idearon los empleados, tirar una sola parada ¡Arrasante!

Era una tarde ofuscanté, con humedad que hacia crispar todo entendimiento, esos momentos tan comunes en esta región, que establecen en gran parte, la idiosincrasia de esté pueblo arropado casi en eternidad, por ese Sol abrasante, energía que despliega en los cuerpos, y el entendimiento, una premura de hacerlo todo, como si fuese lo último por hacer, y que de no realizarlo sería el fin. ¡MI’HITO, TENEÍS AZOGUE EN ERCUERPO!

Muevesen en vertiginosa algarabía, los biombos con los mudos números, como festejando el acto exterminador a los delincuenciales banqueros.

La primera bolita es obtenida por la modelo, que impávidamente, con cierta altanería elegante, se la entrega al locutor, sin darle la más mínima importancia. Fugaz titileo de las luces, en el estudio de televisión ¡Cero! Se arremolina la modelo, una sensual sonrisa despliegan los carnosos labios, como si su sangre buscase donde desahogarse, el rictus armonioso asoma la luminosidad de su perfecta dentadura.

Bate, que se bate, como el chocolate, con la olorizada presentida de la afrodisiaca bebida, así zumba el segundo biombo, subiendo, bajando, en un incesante bamboleo rítmico. Frenan su descaminar circunferencial, la modelo, arquea las manos marmoleadas, torneadas, fucsiadas. Con candorosa delicadeza, las posa, con los escrúpulos de una mariposa en una flor, en la silenciosa delincuente bolita, ignorante de que pasara a los anales de las trampas loteriles.

Pestañar sin elocuencia, infinitamente volátil, luminosidad, que apenas deja de ser perceptible. Tenor que expande su pecho. ¡Cero! ¡Cero!

Penetra en locuaz locura, la sonoridad discordante del rugir de un automotor, ametrallase contra las cámaras televisivas.

Desbancada ruinosa, para todos los bandos, profanación, violación a los preceptos mafiosos. Aturdidos, llorosos, deambulan en sus altivas naves, fantasías que mezclan los deseos reprimidos, las cobardías, con las ligerezas de la mentes ofuscadas por las ignorancias de un alma, que se desconoce su existencia, acelérense como en un acto de magia, rugen las lengüetas invisibles, excrementando con furia sus desahogos del demoniaco monóxido de carbono.

Varios suicidios, hacen prever el ocaso de esa fauna estereotipada, en las entrañas de un gris, hacía el negro absoluto del abismo que no se ve, pero acecha con farra descarnada, en espera de posarse en total plenitud, de eso que puede ser cualquier cosa menos humano.

Ellos tenían como su zona de reunión preferencial, una casa de las antiguas situada al final de la calle Palón, en proximidades del hospital de infantes, logré el primer contacto con ellos a través de un mesonero amigo, que había conocido en los cursos patrocinados, por los distribuidores de licores, de nombre Anaxímedes Wilson Carreño, se había hecho de un bar en las adyacencias donde se reunían, llamado el Gato Roto; Era veinticuatro de Diciembre, llegue al sitio a esos de la una de la tarde, Anaxímedes me presentó a los tres jefes, rápidamente cordializamos, proveníamos del mismo pozo, atravesando los escabrosos manglares tupidos de todas clases de fieras e insectos ponzoñosos, y los que tuvimos alguna oportunidad de sobrevivirlos, fuimos embriagados con gran facilidad al carecer de las bases espirituales, familiares, voluntad, o simplemente nunca pensamos, que existiera algo llamado Vida.

Palos vienen, y palos van, cuentoles lo más aberrante de mi existencia; Risas vienen, festejos van. Oso Blanco él más hablador de los tres, abre su caja de Pandora –Teniendo mi hermano quince años, y yo diecisiete, fuquean* a mi hermano, uno solo, en el centro del corazón, para robarle un relojito de cincuenta bolívares, un pantalón azul de veinte bolívares, su camisita blanca, sus zapatos nuevos, total no llegaba todo a los cien bolívares, era el día de mi Virgencita la Chinita; Día de estrenar, el único en todo el año.

El Pajuo, me dicen, fue; Lloro trancao, únicamente pa’ mí, nada le digo a la Virgencita, ni a nadie; Voy a casa del colombiano, alquila dos pistolas, véndeme cuatro cargadores, verifico que no está en su casa, el Pajuo, había gaita en vivo; Trece familiares, indemnes ninguno, los masacre con gozo, disfruté, luego cuatro hermanos, todos en una sola noche, desaparezco, vivo seis meses en los palafitos de la Laguna De Sinamaica, allá en la Guajira, había dado orden que nadie tocara al Pajuo, ese era mío.

Regreso, lo agarro rascado, me lo llevo al cementerio el cuadrado, eran las tres de la mañana, lo desolló, con calma, en su boca un algodonal, en las tumbas colectivas de los muertos por la gripe española de comienzos del siglo XX, muchos fueron, y que noventa mil; Cientos de hormigueros, esperando cadáveres, tienen años sin nuevos, está el cementerio hasta el copito de calaveras, secas, puro hueso; Pero ellas, las hormigas saben esperar, es su trabajo; Ya amanece y con él, la furia de ellas, solo lo miro indiferente.

¡Vamos al barrio!- Nos seguía una camioneta atestada de champan y whisky, frente al viejo reten nos detenemos, acuden como moscas a los excrementos, los jóvenes del barrio, seis se encargan de entregárselas a los policías, se acerca uno de ellos, abraza, y él le dice –el champan, es para el coronel, de ustedes dos cajas de whisky para cada uno, son de dieciocho años Old Part, el mismo policía le susurra -Elías, esta debajo del puente, tomando- nos vamos a la casa seguimos la bebezón.

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